Japón tiene la población más envejecida del mundo, pero sus residencias de ancianos no han tenido apenas brotes de coronavirus

Una mujer en una residencia de ancianos japonesa.
REUTERS/KIM KYUNG-HOON
  • Japón es el país más envejecido del mundo, pero su tasa de muertes de ancianos y los riesgos de sus residencias son mucho menores que en otros lugares más jóvenes.
  • A día de hoy, el archipiélago ha registrado 1.225 muertes por COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, en comparación con las 180.000 de Estados Unidos y las 29.000 de España.
  • Un 14% de ellas se han dado en las residencias de ancianos, frente al 68% de España o el 40% de Estados Unidos.
  • Parte de este éxito radica en el compromiso de los trabajadores, la preparación de los centros con antelación y la estricta cultura de cuidados a los mayores que radica en el país.
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Japón tiene la población más envejecida del mundo, con una media de edad de 47 años y una esperanza de vida de más de 81. El 28% de sus residentesson mayores de 65 años,más que el 23% de Italia, el 17% de España y el 16% de EEUU.

Con estas cifras, el archipiélago apuntaba a generar todo un desastre de rebrotes de coronavirus en la población mayor. A medida que los números no dejaban de ascender, la pandemia apuntaba como foco a los ancianos, especialmente a los que están instalados en residencias, como ha venido ocurriendo en España, especialmente en la Comunidad de Madrid.

Hasta el día de hoy, Japón ha registrado 1.225 muertes por COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, en comparación con las 180.000 de Estados Unidos y las 29.000 de España. En contraste, el país del Sol naciente cuenta en un 14% de sus muertes entre las residencias, frente al 68% de España o el 40% de Estados Unidos, a pesar de que la población de ancianos es mayor.

También es cierto que el número porcentual de mayores en residencias es superior en España, con un 4,1% viviendo en estos recintos frente al 2% de estadounidenses y el 1,7% de japoneses.

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Sin embargo, el desastre de la crisis de las residencias ha afectado tanto a EEUU como a Europa de una forma masiva, evidenciando el abandono y la falta de fondos que han asolado el cuidado de los ancianos en gran parte de Occidente. En comparación, la experiencia más positiva de Japón puede ofrecer importantes lecciones para revisar las políticas y protocolos que han afectado a uno de los sectores más golpeados por la pandemia.

Residencias preparadas para resistir una pandemia

Una residencia italiana durante la pandemia de COVID-19

Una de las primeras razones del éxito relativo de los nipones en la gestión de sus residencias es que el Gobierno reaccionó antes que Occidente. Cuando vieron que los vecinos chinos sufrían por lo que parecía ser algo más que una simple enfermedad, los hogares de ancianos reforzaron rápidamente sus controles sobre personal y visitantes, además de aumentar sus herramientas de prevención y protocolos anti-contagio.

Esto se debe, en parte, a que Japón reaccionó más rápidamente que las naciones occidentales a los acontecimientos en la cercana China, reforzando rápidamente los controles sobre el personal y los visitantes en sus residencias de ancianos. Pero la cultura, por raro que parezca, también jugó un papel realmente importante.

Los expertos señalan que parte de esta gestión viene porque en el archipiélago se da mayor prioridad al cuidado de los mayores, al menos en comparación con Occidente, lo cual explicaría las restricciones para prevenir las infecciones y mantener los niveles de higiene, sin contar los amplios presupuestos dedicados a su cuidado.

"Los centros de atención de Japón han tenido mucho cuidado en proteger a los ancianos, no sólo de este virus, sino también del norovirus, la gripe y otros gérmenes", resalta Kayoko Hayakawa, especialista en enfermedades infecciosas del Centro Nacional de Salud Global y Medicina (NCGHM), a The Washington Post. "Las precauciones cotidianas ya estaban en marcha [antes de anunciar la pandemia]".

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En el hogar de Cross Heart en Kawasaki, al sur de Tokio, los controles se reforzaron a principios de febrero a medida los cuidadores observaban la crisis que se desarrollaba en la ciudad china de Wuhan. El personal y los visitantes entraron en régimen estricto de desinfección, se tomaban la temperatura a diario y rellenaban formularios sobre su historial médico reciente antes de entrar en la impecable cafetería y las instalaciones administrativas de la planta baja. No se podían permitir ni un error.

Según informa el mismo periódico, el acceso a la segunda planta, donde viven los residentes, está tremendamente controlado, excluyendo tanto a los círculos cercanos del paciente como a personal que no haya pasado todas y cada una de las pruebas diarias del protocolo, excepto en los casos en que un paciente está a punto de morir, en los que se permite la visita de uno o dos familiares.

"Debido a que trabajamos en este tipo de instalaciones todos los días, siempre hemos sido plenamente conscientes de los riesgos del norovirus o la gripe, y nos dimos cuenta del impacto del coronavirus desde el principio", comenta el jefe de cuidados Chihiro Kasuya a mediados de marzo.

"El principio básico del cuidado de los ancianos es lavarse las manos en cada momento: cuidas a alguien, te lavas las manos, haces otro trabajo, te lavas las manos. Pero ahora es todavía más minucioso", resume.

Personal sin mascarillas

un trabajador de una residencia japonesa traslada a una anciana.
REUTERS/KIM KYUNG-HOON

Y aquí el punto curioso: a pesar de todas las medidas de seguridad, de todas las precauciones y del estricto protocolo, el personal que trabaja en los centros no suele llevar mascarillas. Es más, ni siquiera las necesitan.

"Las mascarillas dificultan la comunicación de los trabajadores con pacientes ancianos que pueden estar sufriendo de demencia", explica el gerente, Masayuki Mori. La limpieza y obstaculización del COVID-19 llega a tal punto que se está más seguro "dentro que fuera", por lo que las mascarillas son un escollo para tratar a los mayores.

En lugar de eso, la idea es mantener la infección fuera en primer lugar.

Es una historia similar a la que ocurre en la Casa de Vida y Ancianos Ichikawa. El gerente del hogar, Takao Furusawa, expresa la "inmensa deuda de gratitud" de los centros hacia los miembros de su personal, que básicamente han sacrificado sus vidas privadas durante meses para no contraer el virus fuera de la casa y así no exponer a los ancianos.

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"Apenas han estado en ningún otro lugar que no sea este, y sólo viajan entre sus casas y el trabajo", relata. "Se han tomado su responsabilidad muy en serio. Eso es una lección de humildad para mí".

En la tradición japonesa, el trabajo de cuidar a los mayores recaía históricamente en la esposa del primogénito, por lo que existía un estigma social en torno a la idea de llevar a los familiares en un asilo. Con la llegada del año 2000 y la introducción de los seguros de cuidado a largo plazo —un impuesto que se cobraba a todos los mayores de 40 años para pagar el cuidado de los ancianos—, el tabú cayó y el país empezó a confiar en las residencias profesionales.

Aun así, todavía existe el pensamiento férreo de que no se debe descuidar a las personas mayores, y que los hogares de cuidado deben ser cuidadosamente regulados y son uno de los puntos más vigilados por las autoridades.

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