Así es como el coronavirus está ahogando económicamente a la industria deportiva

The Conversation
Un cámara graba durante un partido de fútbol de La Liga
  • La crisis provocada por la expansión del COVID-19 ha paralizado medio mundo.
  • Primero fue China, luego llegó a la Europa mediterránea y, en breve, el eje atlántico deberá afrontar unas medidas de confinamiento similares a las que ya estamos viviendo en España.
  • A tenor de lo que dicen los epidemiólogos, solo reduciendo al máximo nuestra vida social podremos contener la pandemia.
  • Esta situación de confinamiento también ha paralizado la industria del deporte, con las consecuencias económicas que esto supone para televisiones, anunciantes, organizaciones deportivas y deportistas.

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Tras la primera semana de confinamiento en España, se hace difícil hacer previsiones de cómo afectará esta crisis al fútbol, el deporte con más seguidores en nuestro país, y que representa el 1,37 % de nuestro PIB. No obstante, las cifras publicadas de lo que supondría el aplazamiento de la liga española son escalofriantes.

La Liga, que la pasada temporada ingresó 4 479 millones de euros, ha hecho una estimación de las pérdidas en el caso de que la Primera y la Segunda división sean canceladas definitivamente: 678,4 millones de euros, que se repartirían en 549 millones vinculados a los derechos de televisión, 88 millones en concepto de abonos y 41,4 por ingresos de taquillas. Si los partidos se jugasen a puerta cerrada, las pérdidas serían de 129 millones.

Estas cifras corroboran la fuerte dependencia que tienen algunos clubes de los ingresos vinculados a los derechos de televisión; unos ingresos que, gracias a la centralización de su venta por parte de La Liga, se han repartido más equitativamente desde el año 2016.

Tocará hacer valoraciones más precisas una vez haya pasado esta crisis. Eso sí, la paralización que ha traído el coronavirus ha aplazado las rencillas entre La Liga y la Federación Española de Fútbol, que centran sus acciones en evitar contagios entre jugadores, trabajadores y aficionados.

La primera semana de confinamiento tres clubes de Primera (Valencia, RCD Espanyol y Deportivo Alavés) tenían jugadores infectados por el SARS-CoV-2. Días antes, la celebración de partidos a puerta cerrada no impidió que muchos de los aficionados se congregaran alrededor de los estadios sin mantener la distancia de entre 1,5 y 2 metros, recomendada para evitar los contagios.

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Ahora, La Liga y la Federación tienen el reto de gestionar conjuntamente el futuro de sus competiciones, una vez sabido que la Eurocopa de 2020 se aplaza. En Inglaterra, Escocia y Alemania cobra fuerza la hipótesis de que en caso de suspensión de sus ligas, se declare ganador al actual líder pero sin perjudicar con el descenso a los equipos en la parte baja de la clasificación.

Según algunos directivos de clubes, hay una cuestión no menor a la hora de aplazar la Eurocopa 2020: acabar las competiciones domésticas permitirá, en la medida de los posible y si la crisis amaina, mantener un calendario de competiciones para el 2020-21 similar al habitual. En caso de suspensión, entraríamos en una fase de alta incertidumbre muy perjudicial para el negocio.

Ha quedado demostrado que la Eurocopa o la Copa América son eventos menos importantes para la industria que las competiciones nacionales y europeas de clubes: esto es, la Europa League y, sobretodo, la Champions.

El gran pastel se lo repartirán los equipos que acaben las competiciones europeas: explica la UEFA que “el montante total disponible para retribuir a los clubes participantes en la temporada 2019-2020 es de 2 550 millones de euros, de los cuales, 2 040 millones se repartirán entre los clubes que compitan en la UEFA Champions League y la Supercopa de la UEFA. Además, 510 millones de euros se distribuirán entre los clubes participantes en la UEFA Europa League”.

La clasificación para cuartos de final se premia con 10,5 millones por club, pasar a semifinales significa ingresar 12 millones más, el finalista gana 15 millones y ganar la Champions supone unos ingresos extra de 19 millones de euros.

Oriente se hace fuerte

Una vez resueltos los calendarios del fútbol profesional en Europa, el gran foco de atención serán los Juegos Olímpicos de Tokio. El gobierno nipón ya se ha apresurado a quitar hierro a la crisis del COVID-19; el primer ministro Shinzo Abe insiste en mantener el actual calendario y confía en el apoyo coordinado del G-7, mientras que el presidente norteamericano Donald Trump, que quiere continuar marcando la agenda global, ha propuesto su aplazamiento hasta el año que viene.

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Si finalmente se consigue celebrar estos Juegos Olímpicos con éxito, habrá sido una gran victoria global no solo para el deporte, sino también para el equilibrio geopolítico y económico de las grandes competiciones deportivas. Un gran signo de normalidad.

¿Pero, qué pasaría si, además, China tuviera un papel realmente protagonista en el medallero de Tokio? Aunque en Río 2016, acabó tercera, los Estados Unidos la superó en 20 medallas de oro. La crisis del coronavirus, que ha permitido a China enviar material y ayuda médica a la vieja Europa, ha dado lugar a imágenes de gran contenido simbólico en cuanto a la relación Oriente-Occidente.

Italia ya cuenta más muertos por coronavirus que China. El capitalismo de estado chino frenó la curva de infecciones con autoritarismo y disciplina. Las mismas que aplica al entrenamiento de sus atletas, la mayoría conscientes de participar de una gran operación de propaganda gubernamental cada vez que sacan a pasear la bandera china por los grandes eventos deportivos internacionales.

Algún visionario expuso que la crisis del COVID-19 podría ser para China lo que el desastre nuclear de Chernóbil fue para la Unión Soviética, provocando su desmoronamiento. Pero podría fallar en su predicción: a nivel geopolítico y reputacional esta crisis podría dar al gobierno de Xi Jinping lo que, de momento, sus inversiones en la industria del fútbol no le han conseguido. El tiempo lo dirá.

 

Este artículo ha sido publicado originalmente por The Conversation por Xavier Ginesta, profesor asociado de la Universidad Central de Catalunya.Lee el original.

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