Las excentricidades menos conocidas de los grandes dictadores: Hitler dibujó a 3 de 'Los 7 enanitos', Stalin veía una película cada día y más

La escena de el búnker en la película "El Hundimiento"
La escena de el búnker en la película "El Hundimiento"
  • La última voluntad de Kim Jong-Il fue que su entierro imitase una escena de En la línea de fuego, protagonizada por Clint Eastwood.
  • Sadam Husein encargó a su sastre chaqueta y pañuelo negros 4 días antes de ser colgado. 
  • El documental Dictador, un trabajo de locos reúne varias de las excentricidades de los dictadores.
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“Cruel, mentiroso, paranoico, aislado de la realidad, el dictador es un hombre enfermo. Sufre de una patología propia del poder: el abuso de poder. Todos conocemos abusos terribles de poder: genocidios, crímenes, ausencia total de libertad de expresión. Pero hay otros surrealistas, casi graciosos, caprichos de niño malcriado. Están todos recogidos en el manual tragicómico del perfecto tirano. Son los mandamientos de lo absurdo”. Así comienza el documental Dictador, un trabajo de locos, una recopilación de las costumbres, las manías y las excentricidades menos conocidas de Hitler, Stalin, Kim Jong-Il, Ceaucescu o Gadafi, entre otros.

Dirigido por Alain Charlot, el trabajo aborda diversos aspectos relacionados con estos seres infaustos para sus gobernados: el vestido, las preferencias culinarias, las exageraciones y las mentiras propagandísticas, los gustos y hasta las películas preferidas.

Blancanieves, la predilecta de Hitler

William Hakvaag, conservador del Museo de la II Guerra Mundial en la localidad noruega de Svolvaer, realizó un sorprendente descubrimiento en 2008. El primer paso del camino hasta ese hallazgo fue la adquisición en la puja por Internet de una acuarela que representa un paisaje bávaro y que lleva la firma de Adolf Hitler (A.H.). El precio fue irrisorio si se considera la trascendencia histórica y la huella dejada por el personaje: 250 euros. 

Al retirar el marco de la obra descubrió un doble fondo del que cayeron otras cuatro pinturas. “Me quedé pasmado cuando vi de qué se trataba: eran dibujos de la película Blancanieves”, recuerda. “Sabía que Hitler tenía una copia de la película -que, paradójicamente, no había pasado la censura de Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda nazi-, era una de las preferidas del Führer, la veía una y otra vez. De hecho, la consideraba la mejor película jamás filmada”, agrega.

Hitler, pintor frustrado, quiso impresionar a Eva Braun

“Adolf Hitler dibujó estos enanitos para satisfacer su ego y para demostrarle a su compañera, Eva Braun, que él también era capaz de dibujarlos”, prosigue Hakvaag. “Estos 4 dibujos provienen de los saqueos que hicieron los berlineses en el búnker poco después de su suicidio. Claro que los dibujos debían ser un secreto entre Eva Braun y él. Era impensable que en aquella época se supiese algo así. Era el gran Führer, nadie debía conocer esa pasión inconfesable”, profundiza el experto.

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“Se sabe que Hitler tanteó el terreno de las bellas artes y pintó algunos cuadros bastante malos en su juventud, una pasión que mantuvo hasta el final”, añade el narrador del documental. “William ha tenido ofertas para vender los dibujos, no quiere decir por cuánto, una minifortuna, sin duda, para conseguir un pedazo de la extravagancia de uno de los tiranos más siniestros, para comprar las reliquias de un hombre que la víspera de asolar Europa y asesinar a 6 millones de judíos sacó tiempo para pintar a Dormilón, Sabio y Mudito”, completa.

Stalin quiso asesinar a John Wayne

Curiosamente, uno de los grandes enemigos del líder nazi era también otro apasionado de la gran pantalla. Tan es así, que Joseph Stalin veía una película al día. Hasta ahí, nada que reprocharle. Pero el asunto fue más allá de la ficción. 

“En 1949 el cerebro de Stalin, verdugo soviético, maquinó la idea de matar al actor John Wayne, un ferviente anticomunista. Stalin mandó a 2 expatriados de Ucrania a los estudios de la Warner en Hollywood. Alertado el FBI, consiguió frustrar la empresa casi en el último momento. Stalin lo volvió a intentar sin éxito en 1951 en México, en el rodaje de Hondo, el hombre del desierto”.

El entierro de película de Kim Jong-Il

Para completar un trío de dictadores amantes del séptimo arte aparece Kim Jong-Il, que murió el 17 de diciembre de 2011. El pueblo norcoreano enterró al déspota y con él, al gran cinéfilo. En la cinemateca de su palacio había 20.000 DVD y llegó incluso a producir algunas películas. De una calidad, cuanto menos, cuestionable (en realidad, sin ser diplomáticos, eran pésimas). Kim Jong-Il, al igual que Stalin, devoraba cine y también se sentía identificado con los personajes que salen en ellas. Se pasaba noches enteras viendo películas de James Bond o El guardaespaldas, con Kevin Costner. Incluso ordenaba a los miembros de su servicio de protección que estuviesen presentes en el visionado para que aprendiesen a protegerle como hacían los actores. 

Aunque sin duda su preferida era En la línea de fuego, protagonizada por Clint Eastwood y John Malkovich. A tanto llegó esa admiración que el dictador norcoreano le pidió a su hijo que le enterrasen imitando la escena en la que Eastwood, que encarna a un agente del servicio secreto, corre junto al coche del presidente de EEUU con tres compañeros de profesión. Lo cual reprodujeron exactamente otros tantos altos dignatarios norcoreanos y Kim Jong-Un, que hoy rige los destinos del país, al lado del vehículo que trasladó el cuerpo de su padre.

El heredero (una figura llamativa en un régimen pretendidamente comunista), por cierto, parece aspirar a que sus ocurrencias resulten también sorprendentes, así como efectivas para hacerles la vida imposible a los norcoreanos: el año pasado les prohibió tener perro por ser "un síntoma de la decadencia capitalista". De tal palo...

Los excesos culinarios de Kim Jong-Il

La pasión por el cine del militar resultaba inofensiva; otras, en cambio, no. Pongámonos en situación. Dos millones de norcoreanos murieron de hambre como consecuencia de una política criminal de cierre de fronteras en la década de los 90. Mientras, su autoproclamado líder supremo devoraba bogavantes, solomillos y atunes rojos que se hacía traer desde Japón. También erizos de mar, pizzas, frutas exóticas, caviar, cerveza, melones, coñac (producto en el que se gastaba 800.000 dólares al año), sushi igualmente importado, hamburguesas para merendar y hasta comida del Kentucky Fried Chicken... 

Contaba con hasta 30 cocineros y camareros a su servicio que eran obligados a revisar los granos de arroz para apartar los que estaban en mal estado. Éstos últimos quedaban para su propio consumo, según relata Alain Charlot.

Otros tiranos se comportaron también de manera peculiar en el comer. Así, “Mobutu odiaba comer solo, le volvían loco las orgías culinarias para 1.000 personas con champán y vino, mientras que Hitler afirmaba ser vegetariano, pero se atiborraba de salchichas bávaras”, se asegura en el documental

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Además de los caprichos gastronómicos, Kim Jong-Il tenía el suntuario hábito de poner un fajo de 50.000 dólares sobre la mesa durante sus recepciones. Iba repartiendo el dinero entre los miembros de su camarilla y los invitados que más le agradaban. Así hasta que se acababa el montón y sacaba otro. También obsequiaba con la cantidad de 100 dólares a aquellos generales que, a lo largo de esas reuniones, eran capaces de beberse un vaso de coñac de un trago.

Los trajes de Sadam Husein

El cine no era lo suyo. A Sadam Husein lo que le chiflaba era la ropa. Dictador, un trabajo de locos empieza con el que fuese azote de Irak. Estrafalario hasta el final, solicitó a los estadounidenses ponerse en contacto con su sastre en Estambul poco antes de ser juzgado por crímenes de guerra y por el genocidio que cometió contra los kurdos. Permiso concedido: traje negro con rayas blancas para lucir durante el juicio. Culpable, pena capital para Sadam Husein, así que nueva petición al costurero. “Antes muerta que sencilla”, que decía la cantante. A cuatro días de su ejecución tiene otro antojo: Husein quiere una chaqueta y un pañuelo negros. El otrora omnipotente jefe del Estado iraquí fue colgado con ese atuendo.

Gadafi recibía en jaima, pero vivía en palacios

Un dictador que se precie de serlo no sólo cuida sus apariciones, también debe tener una residencia imperial que esté a su altura. Muamar el Gadafi, el tirano libio, explotaba su imagen de hombre del desierto recibiendo en una jaima a representantes y autoridades en los países a los que era invitado. Por ejemplo, en su visita a España mantuvo un encuentro en ella con el entonces presidente Aznar, a quien regaló un caballo. Pues bien, además de dormir en hoteles, no en la tienda, a su muerte se descubrió que poseía enormes palacios decorados con lujos absurdos y carentes de cualquier parecido con el buen gusto.

Ceaucescu se hizo construir el palacio más grande del mundo

Sin embargo, Nicolae Ceaucescu es el que se lleva la palma en los excesos inmobiliarios. Bajo el paradójico nombre de 'El palacio del pueblo', el dictador rumano mandó levantar en Bucarest una mole de 1.100 habitaciones, 20 pisos y 350.000 metros cuadrados para detentar el mayor palacio del mundo, el segundo edificio por tamaño sólo por detrás del Pentágono.

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El autodenominado 'Danubio del pensamiento' estaba igualmente obsesionado con la caza. Organizaba grandes batidas con cientos de personas y mató a un ingente número de osos. Tenía entre ceja y ceja conseguir la piel de este animal más grande que hubiese en el mundo. No lo logró, aunque quiso hacer creer a los rumanos que sí. ¿Cómo? Perfeccionando un sistema para estirar las pieles arrancadas de los cuerpos de los osos para que parecieran mayores. Es decir, haciendo trampas.

Al mismo tiempo, Ceaucescu “llevó a su país a niveles de la Edad Media, siendo el dictador más violentamente excéntrico, odiado por un pueblo sometido a la esclavitud”: dictó que cada individuo debía comer 15 gramos de carne al día, que la temperatura máxima en los hogares debía ser de 14 grados y que las familias debían tener un mínimo de 4 hijos.

Saparmurat Niyazov: “Soy descendiente de Gengis Khan y de Mahoma”

Saparmurat Niyazov dirigió con mano de hierro Turkmenistán desde 1991 a 2006. Durante su régimen uno de cada tres turkmenos fue encarcelado y la mitad de la población se quedó en paro. Aún hoy es uno de los países más cerrados del planeta, ya que continúa siendo un régimen dictatorial. 

Niyazov llevó hasta el extremo la práctica habitual entre los dictadores de que sus figuras sean deificadas. Aparecía, por supuesto, en billetes y en monedas, pero también en estatuas, así como en fotografías en el exterior y en el interior de edificios públicos, negocios, hoteles y domicilios particulares. En las botellas de bebidas alcohólicas, en las esferas de los relojes, en los botes de café, té y sal. Incluso una cadena de televisión leía las 24 horas del día, repitiendo el texto sin pausa, el libro que su presidente escribió y que todo 'buen ciudadano' debía conocer al dedillo. Niyazov multiplicado hasta la saciedad con afán propagandístico para ser glorificado por el pueblo al que maltrataba y adoctrinaba con verdadera obsesión. 

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Conviene recordar que, en la década de los 90, prohibió el ballet, la música grabada, los dientes de oro, las barbas y hasta el tabaco el día en el que él miso dejó de fumar. Sin olvidar algunas de las citas disparatadas de este megalómano: “El pueblo me respeta tanto que no puedo dormir” o “soy descendiente de Gengis Khan y de Mahoma”. La quintaesencia del egocentrismo.

Kirsan Ilioumjinov: “Fui abducido por una nave espacial”

Aún más desconocido es Kirsan Ilioumjinov, dictador de Kalmukia, perteneciente a la Federación Rusa. Ufano y risueño apareció en televisión con la siguiente perla: “Fui abducido por una nave espacial cuando estaba en mi piso de Moscú, fuimos a una estrella. Les pedí que me trajeran de nuevo porque, al día siguiente, tenía que estar en Kalmukia para ir a Ucrania. Me dijeron: 'No te preocupes, Kirsan, hay tiempo de sobra'”, asevera que le contestaron los seres de otro planeta. “Es lo que tiene el poder absoluto, se puede soltar cualquier burrada sin miedo a hacer el ridículo. Además, el ridículo no ha acabado nunca con ningún dictador”, concluye el documental. De ser así, de haber podido las actitudes grotescas o vergonzosas derribar a los sátrapas de turno, la historia habría sido radicalmente distinta.

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