Los científicos han descubierto qué es la 'niebla mental' y cómo podría afectarte si has tenido COVID-19

Mariella Bussolati,
Sanitaria en primera línea contra la pandemia de COVID-19.

REUTERS/Stephane Mahe

Desafortunadamente, el COVID-19 no solo causa neumonía grave. A estas alturas ha habido numerosos síntomas secundarios, muchos de los cuales no desaparecen tras la recuperación. 

Muchos pacientes experimentan dolor de cabeza, delirios, disfunciones cognitivas, mareos o fatiga durante mucho tiempo. Síntomas que pueden durar más de tres meses, incluso después de superar el virus.

Una nueva investigación de el Instituto Nacional de Salud, la agencia del gobierno de Estados Unidos, confirma que el virus también causa daño cerebral y que este puede perdurar después de que la infección haya desaparecido, incluso cuando ha sido leve

Es una complicación neurológica que conlleva dificultad para concentrarse, pérdida de memoria y otros síntomas que pueden definirse como 'niebla mental' y que no se produce por el efecto de los sedantes.

Los investigadores que analizaron los hemisferios cerebrales encontraron vasos sanguíneos adelgazados y sujetos a fugas de líquido, con daño a toda la estructura microvascular (que es la encargada de que nuestra sangre llegue distribuida de manera homogénea y pueda cumplir su función).

Anteriormente, la Universidad de Gotemburgo ya había encontrado síntomas neurofisiológicos en el cerebro. Se encontraron cambios en 2 proteínas: Gfap, proteína de ácido fibrilar glilial, que es un biomarcador que se encuentra en los astrocitos que sostienen las neuronas, y Nff, la proteína de la cadena ligera del neurofilamento. Se demostró que los valores de ambas fueron más altos y que las células que los contenían estaban dañadas.

Las personas examinadas en el estudio de los NIH tenían entre 5 y 73 años de edad, habían fallecido y era posible analizarlas en la autopsia mediante resonancia magnética de alta potencia. 

Se examinaron los bulbos olfatorios y el tallo cerebral. El escaneo reveló que ambas regiones tenían puntos de hiperintensidad que indicaban inflamación y puntos de hipointensidad que indicaban sangrado.

En teoría, el COVID-19 provoca una falta de oxígeno. Pero los problemas que derivan de esta carencia de oxígeno no son los que se han encontrado en los pacientes, sino que lo que ha provocado son signos similares a los que se dan en el caso de un infarto o de problemas neuroinflamatorios.

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Los puntos dañados encontrados en el cerebro se examinaron luego con un microscopio y se encontró que las hiperintensidades contenían vasos sanguíneos que eran más delgados de lo normal y ya no eran impermeables. 

También estaban rodeadas de células T, un grupo de leucocitos que desempeñan un papel clave en la inmunidad, y de células de microglía (las que proceden de la médula ósea), que se encargan de la primera y principal defensa inmunitaria del sistema nervioso central. 

Ambos enfatizaron la evidencia de un estado de inflamación severa. En los puntos de hipodensidad, sin embargo, no hubo rastro de una respuesta inmune.

Además, no se encontraron rastros del virus en ninguna muestra . Esto ha permitido concluir que no se trata de una acción directa del patógeno, sino de una reacción del cuerpo humano, que evidentemente reacciona ante la presencia del virus entrando en un estado de alerta extrema.

Los estudios realizados en China han demostrado que los síntomas neuropsiquiátricos son muy frecuentes. Pero otros virus en el pasado también han tenido efectos muy similares. En 1889 los coronavirus Orthomyxoviridae, los de la Gripe A, habían dejado una secuela de encefalitis. La gripe española, en 1918, provocó un millón de encefalitis de tipo parkinsoniano. Y los que sobrevivieron al Sars han tenido problemas de memoria, depresión y obsesiones.

Evidentemente nuestra reacción a la enfermedad involucra a todo el sistema nervioso, provocando una respuesta excesiva que congestiona el cerebro, una respuesta inmune sobre el objetivo equivocado. Sus diferencias con una gripe normal cada vez parecen estar más claras. 

No recordar un número de teléfono, dónde se colocaron las teclas, sentirse deprimido o ir a una velocidad lenta, no poder realizar múltiples tareas o realizar todas las acciones en cámara lenta no son signos de envejecimiento, sino efectos 'normales' de este virus que aún no conocemos del todo.

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