Galería de los horrores del alquiler antes de los 30: casas en las que hay que alimentar a una serpiente, alquileres con bebé incorporado o pisos que se caen a pedazos

Ilustración de una casa deteriorada

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Resignada, lo primero que pensó fue que aprovecharía para apuntarse al gimnasio. 

Acostumbrada por su profesión a improvisar y sacar partido de los problemas, cuando Silvia González, técnico audiovisual de 29 años, vio caer su baño al piso de abajo, de inmediato su cabeza empezó a funcionar para tratar de sacar partido de la situación y convertir la desventaja en ventaja.

"Llamé al casero y le dije que nos quedábamos en el piso mientras lo arreglaban, pero que en los meses en que durasen los arreglos no nos podían cobrar alquiler". Era un trato justo. Aceptó. 

De inmediato, su compañera de piso le preguntó dónde se ducharían. Echaron cuentas: 30 o 40 euros al mes de gimnasio a cambio de ahorrarse el alquiler. Sí, definitivamente era un trato justo. Aceptaron.

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La historia de González y su baño empieza con un vecino que sube a su piso, ubicado en mitad del cada vez más gentrificado barrio de Lavapiés, no muy lejos del centro de Madrid.

Este se queja de unas humedades que han salido en zonas de su casa que coinciden con el baño del piso de arriba, donde vivían alquiladas González y otra joven. Finalmente, cuando acuden los técnicos a revisar el estado del inmueble, el suelo está tan deteriorado que, al ir estos a hacer comprobaciones, cede.

El baño cae a plomo al edificio de abajo en un momento en el que, afortunadamente, no hay nadie.

El baño de Silvia González en un piso de alquiler en Lavapiés, momentos después de caer al piso de abajo.
El baño de Silvia González en un piso de alquiler en Lavapiés, momentos después de caer al piso de abajo.

La de González, que pagaba por su alquiler junto con su compañera de piso unos 1.100 euros al mes en total, no es, ni mucho menos, una historia aislada.

Un informe de Fotocasa de septiembre del año pasado cifra en un 42% el porcentaje de jóvenes de entre 18 y 34 años que han interactuado con el mercado de la vivienda en los últimos 12 meses. Más de la mitad, el 59% de ellos, lo hizo para alquilar.

Es un aluvión de demanda que provoca una avalancha de oferta en la que hay de todo. 

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Si bien es injusto decir que no hay pisos luminosos, amplios, bien ubicados y de precio razonable en el mercado, no es desatinado subrayar por otra parte que el alza en los precios del mercado en los últimos años (pandemia aparte) ha dado margen a los dueños para ofrecer cada vez menos y pedir cada vez más.

Para este año, sin ir más lejos, la Agencia Negociadora del Alquiler estima una subida del 5% en el precio de los alquileres.

Llevada al extremo, la tendencia de ciertos dueños de viviendas a ofrecer alquileres en circunstancias más que cuestionables da lugar a situaciones de todo tipo que componen la galería de los horrores del alquiler, que sufren, sobre todo, los jóvenes, los que más se mueven en este mercado.

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Tanto es así que a muchos hay ya pocas cosas que les sorprendan. Es el caso de Santi González, trabajador y cooperante en una ONG que lleva viviendo de alquiler en Madrid los últimos 10 años.

Recuerda su experiencia más extrema compartiendo piso: "Una vez viví con una chica que tenía de mascota una serpiente. Sabía que la serpiente estaba, pero pasé un buen tiempo sin ser muy consciente de qué comía ni de cómo sobrevivía. No lo supe hasta que un día abrí un cajón muy concreto del congelador y vi un montón de ratones muertos congelados".

Pero el roce limó temores y asperezas: "Al final, hasta le terminé cogiendo cariño a la serpiente. Estaba siempre en su urna de cristal muy quieta y muy tranquila", recuerda.

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Algo más difícil lo iba a tener con su criatura el comunicador Iván Zambrano. 

"Hace unos meses, buscando habitación, fui a visitar un piso que tenía muy buena pinta. Llego al piso y me abre la que supuestamente sería mi nueva compi de piso. Me encuentro con que está de 8 meses. Me enseña el piso y me dice que nada de contrato, que todo en negro", empieza contando.

Pero lo más extraño vendría después.

"Luego, le pregunté por curiosidad qué plan tenía una vez naciera el niño y me contó que ella buscaba a alguien que teletrabajara o que trabajara por las tardes, ya que por la mañana ella trabajaba y no podía llevarse al bebé. Necesitaba un compañero de piso que pudiera encargarse del bebé mientras ella trabajaba".

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Pero no todo tiene que ver con extraños inquilinos. Obligados los jóvenes buscadores de alquiler por su escasa renta a buscar allí donde nadie más quiere vivir, los problemas de muchos inmuebles empiezan a veces antes de entrar por la puerta.

Le sucedió a Ignacio Arrubarrena, un economista de 30 años que cuando tenía unos 25 cuando se trasladó a Cádiz por motivos laborales.

Al buscar dónde vivir, dio con un piso interesante cerca de la Playa de la Atunara, no muy lejos de La Línea de la Concepción. Tamaño razonable, precio razonable y en primera línea de playa. Todo cuadraba. El único problema era el propio barrio.

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La Playa de la Atunara acumula décadas de desembarco de droga, sobre todo de hachís y tabaco. En diciembre de 2020, sin ir más lejos, fue interceptada en esta zona una narcolancha con 3.000 kilos de hachís.

Como sucede también en algunas localidades gallegas, los años de tráfico de droga han convertido la zona en un lugar económicamente deprimido donde unas pocas mafias se han enriquecido ilegalmente a costa de la salud y el futuro de la región.

Nada de esto intimidó a Arrubarrena, que, convencido por las buenas condiciones económicas del alquiler, pasó un tiempo alquilando aquel piso y viviendo en el barrio sin que sucediera nada reseñable mientras iba y venía todos los días de trabajar de La Línea de la Concepción.

Al abandonar el alquiler para volver a Madrid, sin embargo, constató que su decisión distaba mucho de ser lo más habitual.

"Me llamó el dueño para pedirme que por favor convenciera a una chica para entrar en el piso. A ella la casa le gustaba, pero tenía miedo de dejar el coche en la zona, por ejemplo. La llamé para contarle mi experiencia, no me costaba nada".

Pero los prejuicios y los malentendidos se extienden también en mitad de las zonas más opulentas.

Es lo que le ocurrió hace unos años Laura Velázquez, productora de 30 años, y a sus 10 compañeras de piso en su inmenso inmueble de alquiler de la calle Juan Bravo, en Madrid, cerca de la avenida Diego de León, una de las arterias que vertebran el aristocrático distrito de Salamanca.

Un domingo por la tarde, con todas las amigas juntas tomando un vino junto con unas cuantas invitadas, alguien timbra en la puerta. Convencidas de que se trata de algún familiar de alguna de ellas, abren. 

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Por el quicio asoma un hombre de unos 70 años con un periódico entre las manos. Tiene sus dudas de si debe entrar o no, pero se convence al ver frente a sí a más de decena de chicas jóvenes tomando vino. Sí, es ahí. Tiene que ser ahí.

"Es mi primera vez, no sé muy bien cómo va. ¿Elijo ya?".

Las jóvenes se miran entre ellas extrañadas: ¿qué era lo que quería elegir aquel señor exactamente?

Ante la extrañeza de ellas, el hombre muestra una página del periódico que trae consigo.

"Así me enteré de que, justo enfrente, teníamos un prostíbulo. El señor se fue bastante avergonzado, la verdad", recuerda Velázquez.

Confianza y transparencia, la clave de la relación entre arrendadores y arrendatarios

Para evitar este tipo de situaciones, los expertos recomiendan honestidad y transparencia en la relación entre los arrendadores y los arrendatarios.

"Lo primero que hace falta en un contrato de alquiler es transparencia. Es verdad que a veces una u otra parte tienen prisa por algún motivo y es difícil hacer todas las comprobaciones, pero es importante comprobar que el contrato refleja bien las condiciones del piso", cuenta Mercedes Blanco, consejera delegada de la empresa administradora de fincas y edificios Vecinos Felices.

"También es muy importante que exista una persona que medie entre arrendador y arrendatario. Alguien que no tenga vínculos con uno ni con otro puede ser una ayuda importante tanto a la hora de la firma como a la hora de zanjar el contrato para comprobar cómo se queda el piso".

En términos parecidos se explica Javier Recio, asesor de Don Piso, que aconseja además a unos y otros que no se dejen llevar por las primeras impresiones.

"Existe muchas veces ciertas ideas de que una familia con hijos va a pagar el piso más regularmente que un autónomo, cuando hoy en día ser autónomo es lo más normal del mundo. También a veces hay prejuicios contra las personas que son de fuera porque existe la creencia de que pueden dar problemas. Son pensamientos muy anticuados". 

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