No tomaba un avión desde el 5 de febrero de 2020 y volver a volar ha sido una experiencia extraordinaria

Gabriel Jiménez
El autor, en su asiento en el avión que lo llevó a Bruselas.
El autor, en su asiento en el avión que lo llevó a Bruselas.
  • Hasta que no haya inmunidad de rebaño, tomar un vuelo se convierte en un ejercicio de burocracia y controles por doquier.
  • Pese a lo que sostienen algunos partidos políticos, entrar en España por Barajas es más complicado que hacerlo en Bélgica, por ejemplo.
  • No solo es la exigencia de una PCR, sino también formularios y toma de temperatura
  • Tomar un vuelo tras más de 16 meses sin hacerlo supone que el final de la pesadilla está más cerca.
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Volver a volar. Cuando recibí la convocatoria por parte del departamento de Comunicación de la marca de automóviles Lexus, la verdad es que no me lo podía creer. La marca premium del Grupo Toyota me convocaba para conocer en vivo y en directo un nuevo modelo, el Lexus NX 2022. Hasta aquí todo normal, pues para eso me dedico a escribir y hablar de automóviles en AutoBild.es. La diferencia, LA GRAN DIFERENCIA, es que iba a conocerlo en Bruselas, y eso implicaba tomar un avión.

Muchos pensarán, ¡pues vaya cosa más extraordinaria! Créeme: si la pandemia provocada por este puñetero virus me ha enseñado algo es a valorar aún más las experiencias, por pequeñas e insignificantes que puedan parecer. Y si a eso se le une de dónde venía y dónde me colocó la pandemia, quizá puedas llegar a comprender la emoción que me invadió.

Y es que, tal y como conté aquí en Business Insider hace más de un año, mi vida dio un vuelco de 180 grados cuando el Gobierno decretó el confinamiento. 2019 había sido un año bien movidito para mí: más de 100 días de viaje de trabajo –eso sin contar vacaciones o viajes personales con la familia–, de los que 68 los pasé durmiendo fuera de casa en otras ciudades de España que no fueran Madrid, donde resido, o en el extranjero, desde China, Japón o Estados Unidos, pasando por distintos países europeos. 

Durante ese año movidito tomé la friolera de 69 vuelos... casi casi como Ryan Bingham, el personaje interpretado por George Clooney en la película Up In The Air. Si no has visto la película, te recomiendo que la veas; cuando menos, entretenida, y con mensaje... Y no es que yo me dedique precisamente a la nada gratificante labor de ser un mercenario a los que contratan grandes corporaciones para comunicar despidos masivos. No, ni mucho menos. Lo que me vinculaba al personaje que encarnaba Clooney era que tras haber realizado tantos vuelos, me las sabía todas: salía de casa con el tiempo justo y medido para llegar al aeropuerto; al haber volado tanto, tengo tarjetas de fidelización de las principales compañías aéreas, lo que me permite evitarme colas al utilizar el fast track y acceder a las salas VIP; olía a la legua dónde podía encontrarme posibles generadores de atasco en los controles de seguridad (evitar a familias con niños, ancianos, turistas asiáticos...); y sobre todo sabía qué asientos elegir para ir más cómodo y desembarcar más rápido. Hasta que llegó la pandemia y todo se acabó. 

Se acabó, y todo el callo que tenía desapareció. Así que el día que recibí la convocatoria para volar a Bruselas (¡¡¡¡yuju!!!!) me emocioné mucho. Pero –siempre hay un pero– las cosas habían cambiado. Para empezar tenía que hacerme una PCR 48 horas antes. Sin problemas; el otro día, mis compañeros de Axel Springer España me dieron el premio a la 'Nariz más penetrada' de la empresa. Y es que en los últimos meses me han metido un palito (isopo) por la nariz ¡33 veces! (3 PCR y 30 tests de antígenos). 

Formularios de entrada... y 'Gran Hermano' presente

Pero, además de la PCR, había más: rellenar un formulario de responsabilidad para entrar en Bélgica...

Formulario de viaje para poder entrar en Bélgica.
Formulario de viaje para poder entrar en Bélgica.

... y otro para poder entrar de nuevo en España.

Formulario de viaje para poder entrar en España.
Formulario de viaje para poder entrar en España.

El problema no era tener que rellenar estos documentos –como cualquier otro español, la burocracia institucional es una skill adquirida en la que sacamos matrícula de honor–, sino el hecho de que en todo momento el sistema automatizado te preguntaba si estabas seguro de los datos que estabas aportando, como si hubiera un Gran Hermano –en fin, claro que lo hay– como la obra 1984, de George Orwell, que estuviera poniéndote a prueba para ver si te pillaba en un renuncio. ¡Qué tensión, carajo!

Sea como fuere, superé ese primer trance burocrático, más el bonus track de la PCR (aunque parezca mentira, y con mis 33 penetraciones por la nariz, tuve un susto hace poco con un falso positivo, por lo que todo es posible). Ahora faltaba todo lo demás: el viaje en sí.

Menos mal que el viaje era de ida y vuelta en el día, pues si hubiera tenido que preparar una maleta, me hubieran dado las doce, la una y las dos... como canta Joaquín Sabina. Porque antes hacía la maleta con los ojos cerrados, mientras que ahora tardo más que mi mujer. Y ya es decir.

Me puse dos alarmas a falta de una –anda que como no suene, pensaba–, comprobé que llevaba todo (DNI, billetes, PCR, documentos de entrada al país, dinero...) no una sino tres veces... y a esperar que llegara el gran día.

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Como no me fiaba de mi experiencia prepandemia, llegué con tiempo de antelación al aeropuerto –irreconocible por mi parte–, y cuando alcancé los controles de seguridad... ¡caramba: me puse nervioso! ¡Como un novato! Ni mi madre me hubiera reconocido...

Superado ese hito, a la puerta de embarque. Más controles: a presentar PCR. Pero aquí no había ni fast track ni nada: acceso al avión por filas. Y cuando te toque, pasas. Se acabaron los privilegios.

Una vez sentado en el avión, en mi plaza, con la mascarilla puesta (esto es lo que peor llevo), empecé a disfrutar del vuelo. ¡Qué gusto volver a ver todo a ojo de pájaro!

Cuánto echaba de menos mirar por la ventana de un avión...
Cuánto echaba de menos mirar por la ventana de un avión...

Atasco para entrar en España (cómo no)

La entrada en Bélgica fue un visto y no visto (increíble), pero al regresar a España, la cosa cambió. Primero, al provenir del extranjero, había que tomar la fila de Control Sanitario Exterior.

Control de sanidad exterior en el aeropuerto de Madrid-Barajas (Terminal 4).
Control de sanidad exterior en el aeropuerto de Madrid-Barajas (Terminal 4).

Al bajar la escalera mecánica, una cámara termográfica nos tomaba desde las alturas la temperatura a todos los viajeros que aterrizamos. Y posteriormente, atasco para presentar el formulario.

Colas para pasar el control sanitario en el aeropuerto de Barajas.
Colas para pasar el control sanitario en el aeropuerto de Barajas.

Colas y más colas. Desde luego, coladero –como se sostiene desde ciertos partidos políticos– no es el aeropuerto de Barajas en cuanto a controles se refiere. Doy fe de ello.

Al final, fueron más 40 minutos desde que desembarqué del avión y pude salir del aeropuerto. Aun así, fue una experiencia extraordinaria volver a volar.

Ya queda menos para que todo vuelva más o menos a su ser.

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