¿Cómo saber si alguien en realidad no quiere hacerte un favor?

Adam Rogers,
- Actualizado:
Cada 2 minutos aproximadamente, en todo el mundo, alguien le pide a otra persona un pequeño favor. Y, en todo el mundo, casi todos dicen que sí. Siempre.
Cada 2 minutos aproximadamente, en todo el mundo, alguien le pide a otra persona un pequeño favor. Y, en todo el mundo, casi todos dicen que sí. Siempre.

Arif Qazi / Insider

  • Un nuevo estudio demuestra que las personas accedemos a diario a hacer pequeños favores a quien nos los pide, tres veces más de los que decimos que no o ignoramos la petición.
  • Pero, ¿cómo se comportan los seres humanos cuando se produce una catástrofe natural?

Cada 2 minutos aproximadamente, en todo el mundo, alguien pide un pequeño favor a otra persona. Que le pase la sal, limpie la mesa, encienda la luz… las rutinas a microescala de la vida cotidiana. No parece nada reseñable, ¿verdad?

Pues sí lo es: en todo el mundo, casi siempre ese otro alguien dice que sí. En países ricos y pobres, urbanos o rurales, desde el este de Ghana hasta el norte de Australia y desde Ecuador hasta Polonia, la gente se ayuda mutuamente. Accedemos a estas pequeñas peticiones 3 veces más de lo que las rechazamos o ignoramos. Es un rasgo que nos define como humanos. Cooperamos

En un nuevo estudio de varios años, investigadores de todo el mundo se han dedicado a grabar en alta definición la vida cotidiana de varias personas. Descubrieron que cooperamos entre nosotros en cosas de poca importancia, incluso con más frecuencia que al trabajar en grandes proyectos como construir una carretera, independientemente de la lengua que hablemos o de la cultura de la que procedamos. Toda esta cooperación (prosocialidad, la llaman los investigadores) no solo define la civilización humana, sino que literalmente la hace posible. 

La prosocialidad facilita pedir favores. "Tienes derecho a pedir ayuda para pequeñas cosas a la gente que te rodea, y esa gente tiene la obligación de cumplirla. Cuando rechazan ayudar, tienen que argumentarlo. En cierto modo, es una arquitectura moral", dice Nick Enfield, lingüista de la Universidad de Sídney y autor principal del nuevo trabajo. 

Pero, ¿qué ocurre en esos raros casos en los que alguien se niega a hacer un favor? ¿Cómo podemos saber cuándo alguien prefiere no echarnos una mano? ¿Cuál es la arquitectura moral del "preferiría no hacerlo"?

Resulta que es complicado. Incluso cuando un ser humano rechaza una petición, casi nunca dice la palabra "no" en voz alta. Lo que hace es buscar a tientas alguna excusa (no llego a la sal, todavía estoy comiendo, no estoy cerca del interruptor de la luz) u ofrecer directamente muestras de aversión ("Coge tú la sal" o "¿Por qué tienes que encender ahora la luz?"). 

Incluso nuestras negativas a cooperar se expresan en el lenguaje de la cooperación. "Me gustaría ayudarte, pero de momento no puedo, lo siento", es un buen ejemplo. 

Según el artículo, estos resultados demuestran la omnipresencia de la cooperación en todas las culturas y relaciones sociales, y "corroboran las teorías que postulan una infraestructura universal para la interacción social". Nuestras normas culturales favorecen los favores recíprocos, presumiblemente porque llevarnos bien garantiza una ventaja evolutiva. Cooperar nos ayuda a sobrevivir

Decir no a los demás nos pone en peligro como especie.

El tabú de los sueldos

¿Por qué no podemos ser amigos?

No te has creído nada de esto, ¿verdad? Ni siquiera puedes convencer a tus vecinos de que no aparquen demasiado cerca de tu coche ni conseguir que tu compañero de oficina baje el volumen de la música que puedes escuchar literalmente a través de sus auriculares. Un mundo en el que los tiroteos masivos son lo bastante comunes como para poder registrarlos con listas no parece muy cooperativo.

Bueno, lo es y no lo es. Los resultados de Enfield ofrecen cierta perspectiva. "Un estudio como éste demuestra empíricamente lo generosa y complaciente que es la gente en su propia vida. Cuando conseguimos una mejor comprensión empírica de cómo es la vida, nos lleva a una mayor alfabetización y comprensión. Los asesinatos, los tiroteos y los accidentes aéreos son mucho más raros de lo que se cree viendo las noticias", afirma.

Enfield sugiere utilizar ese conocimiento para adquirir cierta conciencia sobre las relaciones interpersonales. "Si alguien te dice que no, te das cuenta de que es raro. Nuestra primera reacción es: esta persona está siendo un imbécil. Puede que sea cierto, y si sigue haciéndolo, pronto dejarás de ser su amigo". Pero un "no" inesperado te dice que a esa persona le pasa algo más, y que quizá puedas darle un respiro. Te dará una razón; hay que escucharle.

Los humanos nos hemos extendido con tanto éxito por la superficie de nuestro planeta porque hemos trabajado juntos para conseguirlo: cultivando y matando para alimentarnos, inventando y mejorando herramientas, construyendo normas para el intercambio de bienes, ideando estructuras de gobierno. Otros animales también hacen algunas de estas cosas, pero ninguno tan bien como nosotros. Está claro que la cooperación tiene algún valor evolutivo, o no habríamos llegado a ser tan buenos en ella.

Hemos descubierto la manera de clasificarnos, de identificar a las personas dispuestas a cooperar con nosotros. Lo hacemos en parte por parentesco: ayudamos a nuestros parientes, pensando que aunque no nos ayuden, ayudarán a nuestros descendientes. Pero el parentesco no es escalable. 

En entornos más amplios, como la jungla urbana, probablemente nos basamos más en la reputación, cooperando con quienes tienen fama de cooperar. Y cuando la escala cambia a algo aún mayor, como una institución o una nación-estado, la cooperación se vuelve mucho más compleja. 

"Si existe una jerarquía, no siempre hay libertad de elección. La jerarquía fuerza muchas de las funciones de coordinación de las personas", afirma Shakti Lamba, ecóloga del comportamiento que estudia la cooperación intercultural. Las normas suplantan nuestra predisposición cultural a la cooperación.

El verdadero reto llega cuando se produce algo como un desastre natural que hace saltar por los aires todos esos sistemas. ¿Hasta qué punto cooperamos cuando todo a nuestro alrededor está en ruinas? Durante décadas, los científicos sociales han afirmado que las catástrofes inducen a una mayor cooperación. Hasta el más despiadado de los boomer ayuda cuando llega el peligro. 

Al menos, eso es lo que yo entendí cuando empecé a escribir sobre la pandemia de COVID a principios de 2020.

Un nuevo y asombroso estudio pone patas arriba nuestras suposiciones sobre quién acaba siendo relegado en el trabajo.

 Los primeros en responder y los mejores

Me interesé por la investigación sobre la cooperación porque supuse la cooperación reforzada en caso de catástrofe también se aplicaría a la pandemia. Pero entonces la gente se resistió a llevar mascarillas, que se demostró que reducían la propagación del virus

A pesar de la casi milagrosa creación de vacunas un año después de la aparición del virus, muchos se negaban a vacunarse. Cuando escribí (¡más de una vez!) que el COVID-19 mataba de forma desproporcionada a personas pobres y no blancas, mis artículos solo dieron motivos a personas más ricas y blancas para ver la pandemia como un problema de otros.

¿Qué ocurrió entonces? No lo sé, y me da rabia. Pero está claro que las catástrofes como el COVID no son lo mismo que pasar la sal. "En los primeros, prestar ayuda suele conllevar un alto riesgo o coste. Mientras que en las segundas, el contexto de cooperación parece más mundano y de bajo coste", afirma John Drury, psicólogo de la Universidad de Sussex que estudia las multitudes y las catástrofes. 

En otras palabras, cooperamos cuando es fácil. 

El estudio que he mencionado no capta cuestiones de alto riesgo, como compartir el botín de una cacería, sino cosas comunes, de bajo riesgo, como hacerte un spoiler del final de Succession

El tiempo también es un factor. El apoyo social de compañeros, vecinos y familiares empieza fuerte tras una catástrofe, pero al cabo de unos meses empieza a disminuir. Las "comunidades altruistas" que se forman espontáneamente tras una catástrofe se quedan sin dinero y sin motivación. El trabajo de Drury sobre los apoyos sociales en el COVID reveló que la ayuda mutua empezó a decaer aproximadamente a los 3 o 4 meses de la pandemia.

Parece que las catástrofes a escala internacional o mundial han alcanzado tal magnitud que simplemente anulan nuestra capacidad de resolver las cosas con las personas con las que vivimos. "Lo que analizamos en nuestro artículo es qué aspectos de nuestra especie se deben a la evolución frente a la variación cultural y la innovación. Si lo piensas así, en nuestra evolución estamos acostumbrados a lidiar con una red de contactos mucho más pequeña", afirma Enfield. 

Cuando se trata de cuestiones más graves, el pensamiento generalizado es "tengo que huir, que tengas suerte".

Entonces, ¿qué podemos aprender de la cooperación a pequeña escala? Para estudiar cómo y cuándo hacemos favores a los demás, los autores del estudio trabajaron a partir de un gran conjunto de bases de datos recopiladas por lingüistas, que registran las interacciones humanas en la naturaleza, tal y como se producen. 

Esto significa que las bases de datos no recogen cosas que supongan un riesgo. Los investigadores acabaron con datos de 350 personas en 8 idiomas, entre ellos inglés, polaco, lao y murrinhpatha, y más de 1.000 "eventos" discretos. Traducción: La gente hizo un montón de favores a los demás.

Las peticiones de favores se producían cada 2,3 minutos de media, independientemente de si los participantes eran parientes o no. (El más frecuente fue el siwu, hablado en Ghana, con peticiones cada 1 minuto y 14 segundos. La más escasa fue Cha'palaa, hablada en Ecuador: una cada 4 minutos, 24 segundos). 

Esas peticiones eran mucho más frecuentes durante tareas como preparar la comida, y en todas las lenguas, familiares o no, la gente accedía 7 veces más de las que se negaba, y 6 veces más de las que ignoraba la petición. Los anglohablantes y los italohablantes eran más propensos a obedecer utilizando palabras, pero la mayoría de la gente simplemente lo hacía, fuera cual fuera el favor. 

 

Pedir un favor en inglés e italiano ("¿Puedes traerme un cuchillo?") solía obtener una respuesta ("¡Claro!"). Dar una orden ("Tráeme un cuchillo") daba como resultado el cuchillo, sin palabras.

Eso no significa que las pequeñas cosas no importen en una gran catástrofe. Las escalas espacial y temporal son diferentes, sin duda, pero una cosa es cierta en ambas: si mantenemos conexiones más fuertes entre nosotros, nos va mejor. 

"Cuando nuestras respuestas a las crisis funcionan bien, hacemos cosas como evocar una identidad social específica. Por ejemplo, 'somos de Nueva Orleans, somos australianos'. Es una identidad más a la de 'somos humanos'. Ese es exclusivamente el ámbito que contemplamos, personas que son vecinos, amigos, familia... en constante interdependencia", explica Enfield.

Esas interdependencias, por suerte, pueden sobrevivir incluso durante una catástrofe en toda regla. Durante la pandemia, al mismo tiempo que la gente evitaba tomas ciertas medidas sanitarias por cuestiones políticas, también realizaba importantes actos cotidianos de amabilidad y cooperación, como ir a ver a los vecinos mayores y compartir las tareas de cuidado de los niños. 

En tiempos difíciles, incluso los pequeños favores pueden marcar una gran diferencia. Porque es entonces cuando nuestra supervivencia depende de ello.

Conoce cómo trabajamos en Business Insider.