Juan Mascuñano, el mendigo que programa apps y pide dinero por PayPal

Christiane Drummond,
Mendigo Programador PayPal

Juan se mete el dedo en la boca y recorre una encía sin dientes: “¿tú crees que con estas pintas me van a contratar?“, pregunta retóricamente. Juan Mascuñano es programador, diseñador de páginas web y mendigo desde que dejó su trabajo en Bull —ahora propiedad de Atos— en 2006. Pero, pese a pasar 12 años en la calle en una silla de ruedas, la mendicidad nunca le ha separado de la tecnología, una pasión que tiene desde joven.

Antes de iniciar su carrera profesional en la informática Juan dedicó sus primeros años en el mundo laboral como fontanero, labor que lograba desempeñar con ayuda de un ayudante que cargaba con las herramientas ya que carece de movilidad en las piernas desde que cogió polio de pequeño. Estudió electrónica y a la vez dedicaba mucho tiempo a su mayor hobby: el ajedrez.

“Tengo un nivel muy alto de ajedrez, era el número 33 de Madrid. Entonces me compré un ordenador para seguir entrenándome… Acabé montando mi propio programa del juego“, explica Juan haciendo referencia a su primer proyecto como programador.

“Nunca he perdido la noción de la tecnología, si tenía 10 euros en vez de drogarme me metía en un locutorio para no pasar frío“, nos explica entre risas. Juan se quedó en la calle por motivos personales de los que prefiere no hablar y durante 8 años no vivía con intención de buscar trabajo. “A veces era feliz dentro de una caja de cartón junto a mi mujer“, admite Juan haciendo referencia a la chica con la que pasaba sus días en la calle, apodada Pitu por él mismo.

Sin embargo, su vida cambió radicalmente hace 4 años cuando una noche de invierno volvió a su asentamiento en Gran Vía junto a su mujer y ambos se encontraron con que la policía había retirado los cartones y mantas donde dormían. Pitu se tumbó sobre las piernas inmóviles de Juan para mantenerlos calientes. La mañana siguiente Juan se encontró con que su acompañante de vida había muerto de frío. “Es denunciar eso. Ahora resulta que muchas ONGs me quieren ayudar pero llevo 12 años en la calle tirado en Gran Via y no me han hecho ni caso“.

De la calle a la Red

Y es que, pese a pasar desapercibido para muchos en el número 41 de Gran Vía, Juan se ha hecho notar en las redes sociales. Tiene 18.270 seguidores en LinkedIn, una comunidad virtual que creó desde una tablet conectado al WiFi del McDonalds. No obstante, gracias a proyectos espontáneos que le encargan, las aportaciones de la gente que recibe en su cuenta de Paypal y la ayuda que recibe por discapacidad pudo reunir suficiente dinero para instalarse en un cuarto en una casa okupa.

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La habitación de entre 4 y 5 metros cuadrados es su nuevo espacio de trabajo: tiene un ordenador que le regalaron, un monitor que compró, un teclado que encontró en la basura y una conexión por fibra a Internet de 300 MB por la que paga 50 euros mensuales, una inversión fundamental para que pueda ejercer bien su trabajo.

Juan sabe programar fundamentalmente en C++, Javascript y PHP, aunque también maneja otros programas y herramientas que enumera en su perfil de LinkedIn, y desde que se instaló en su nueva habitación en Nochebuena ha desarrollado una app médica para Android, In Live, por 300 euros. Ahora está apunto de acabar otro encargo que consiste en pasar 1.000 datos a una tabla de registros manualmente, por el que recibirá otros 300 euros. Sus proyectos están en Google Play bajo el nombre ZetaPitu, en honor a su mujer que perdió hace 4 años.

A la búsqueda de una nueva oportunidad

Juan explica que tiene varias barreras para encontrar un nuevo trabajo estable. Por un lado, la movilidad, ya que no puede desplazarse sin ayuda de otra persona. “Hago pis en una botella porque me cuesta llegar al baño. Antes podía usar la fuerza de los brazos para moverme, pero ahora avanzo dos metros y me duele todo el cuerpo“. Por otro, la edad; “Por muy bueno que sea, un chaval de 30 años es más bueno que yo", admite Juan. "No tengo tiempo parar tirarme un año ahora aprendiendo algo. Tengo que coger lo que sé y ponerme a trabajar“, añade.

Por eso no le interesa tener el mejor trabajo del mercado sino un puesto en el que pueda operar usando los lenguajes de programación con los que ya está familiarizado, buscando errores en programas y mejorándolos. Incluso, explica que podría ejercer como ayudante de alguien que sepa más que él o apoyar a aprendices con sus conocimientos. “Yo ya no puedo ser un Cristiano Ronaldo, sino una especie de entrenador“, aclara.

Este mes ha logrado mantenerse con sus ingresos propios y las ayudas de la gente, pero esas últimas siguen siendo esenciales. “Que más te da que te pida desde ahí, que que te pida desde aquí. Si la persona que me da dinero para que no esté en la calle deja de dármelo cuando tengo techo…vuelvo a la calle. Da más pena el mendigo que está tirado en Gran Vía que el señor que está aquí tumbado con su estufita, pero es que para estar aquí y tener esta estufa necesito esa ayuda“, admite Juan con mucha sinceridad y transparencia. “La otra opción es que coja de nuevo a un tío que venga a buscarme para llevarme a Gran Vía, y venga a recogerme de nuevo por la noche”, dice.

Juan aprovechó para explicarnos que muchas veces la gente asume que son mafias los coches que dejan a personas en una esquina para pedir limosna y vuelven por la noche a buscarles, pero realmente se trata de un servicio. “Yo pago un porcentaje de lo que gano a la persona que me deja y me recoge, porque sino no tengo como ir“. Eso sí, muchas veces ese “tío” que viene a buscarle no aparece por la noche, y tendría que pasar la noche en la calle. “No puedo vivir ahí más, he cogido neumonía todos los años menos este…y no habría sobrevivido esta vez“.

Por eso, en vez de desplazarse hasta Gran Vía pide que le sigan ayudando ingresando pequeñas cantidades de dinero a través de su cuenta de Paypal o realizando transferencias a su cuenta bancaria. “Con un euro o dos me vale. Entre las pequeñas ayudas de la gente y los 300 euros que he sacado este mes trabajando me mantengo“. También recalca que le van a echar pronto de su hogar actual, ya que es una casa okupa propiedad del banco.

¿Y los albergues? ¿Las ayudas sociales? Pese a que existen en general provocan mucho rechazo a los sintecho, que muchas veces optan por vivir en la calle antes que refugiarse en un albergue. Este rechazo existe por varias razones pero Juan hace alusión a lo poco preparados que están los trabajadores del centro. “Los conflictos dentro de los albergues son frecuentes, y las personas que están ahí para resolverlos tienen buen corazón pero carecen de formación y no saben como lidiar con ello“, explica.

Al preguntarle por sus familiares nos habla de sus hijos y nietos a los que ahora puede ver más a menudo que antes y mantiene una buena relación. Sin embargo, estos tienen sus propias obligaciones y cargas económicas, por lo que no puede depender de ellos. Además, debemos tener en cuenta de que el problema de Juan no es temporal, su invalidez reconocida del 76% es permanente y es la mayor barrera que se interpone entre el mismo y empezar una nueva vida.

Un punto de inflexión

Juan lleva 12 años en la calle, y ahora pese a tener un techo que le refugia de la lluvia y 4 paredes que le aíslan del frío necesita la ayuda más que nunca.

“Hace 7 años me dieron 4.700 euros y casi me matan. No me hicieron ningún favor, estaba muy mal y no estaba preparado para tener ese dinero y lo que hice fue fundirme todo en un mes. En cambio ese dinero me lo llegan a dar cuando empecé a estar en la calle y no habría pasado”, explica Juan aclarando que no solo hace falta tener recursos para salir de la calle, sino tener fuerza y estabilidad mental para dar el paso y usar el dinero de manera responsable. “Ahora estoy en ese momento apunto de salir de la calle, y ahora es cuando necesito la ayuda“.

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Una de las mayores dificultades a las que se enfrenta una persona sin hogar a la hora de intentar volver al mundo laboral es la brecha que se genera entre los mismos y la sociedad durante sus años en la calle. ¿Cuántos de nosotros habremos pasado por el número 41 de Gran Vía, y cuántos nos habremos fijado en Juan? Probablemente pocos, ya que si bajamos la mirada cuando caminamos por la calle suele ser para mirar nuestro smartphone.

Sin embargo, esta vez la tecnología ha logrado romper esa brecha y, pese a no haber notado la presencia de Juan en la calle, lo hemos hecho en nuestra pantalla. “La tecnología me ayuda a que siga vivo“, explica Juan, y quiere seguir usando la tecnología no solo para vivir sino para vivir mejor.

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