No, los antidepresivos no 'curan' un desequilibrio químico en tu cerebro: "Hemos sido engañados", alerta un investigador psiquiátrico

Mark Horowitz en Londres en agosto de 2022.
Mark Horowitz en Londres en agosto de 2022.

Daniel Jackont

Cuando Mark Horowitz tenía 21 años, empezó a tomar antidepresivos. 

En ese momento, se sentía "un poco desdichado" en la universidad, como "un tipo neurótico, al estilo de Woody Allen". Su médico le sugirió que empezara a tomar un inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina, o ISRS.

Nunca imaginó los síntomas de abstinencia que experimentaría 13 años después al intentar dejar el medicamento. 

Horowitz recuerda haberse despertado con "terror animal", sintiéndose como si le hubieran perseguido por un acantilado, o sufriendo un "estado de pánico" tan generalizado que empezó a correr varios kilómetros al día hasta que le sangraban los pies. Por primera vez en su vida, pensó en suicidarse. 

Consternado, se trasladó a Australia desde Londres, donde había estado haciendo su doctorado, para estar más cerca de su familia. Su médico le recetó una dosis más alta de Lexapro, el medicamento que había estado tomando.

Hoy, 19 años después de empezar, Horowitz está decidido a dejar de tomar su ISRS para siempre. Está emprendiendo lenta y metódicamente lo que puede ser un proceso de un año para dejar de tomar el fármaco, utilizando una versión líquida y disminuyendo su dosis sólo un poco cada pocas semanas para evitar los ataques de pánico. 

Pero Horowitz no es un paciente cualquiera. Es el investigador especializado en Psiquiatría que está detrás de un nuevo e importante estudio que demuestra que no existe una relación sólida entre los niveles bajos de serotonina y la depresión.

Basándose en su investigación, Horowitz cree que los ISRS, como el Lexapro, no están haciendo realmente lo que una vez le hicieron creer: corregir un "desequilibrio químico" en su cerebro. De hecho, dice que ya es hora de que esta idea convencional sea debidamente desacreditada para el público de una vez por todas, en lugar de quedar relegada a las charlas de los académicos, los médicos y los fabricantes de medicamentos.

Los antidepresivos se descubrieron por error

La paciente de tuberculosis Gloria Sydnor se pesa en una báscula del Hospital Sea View, alrededor de 1952.
La paciente de tuberculosis Gloria Sydnor se pesa en una báscula del Hospital Sea View, alrededor de 1952.

Bettmann via Getty Images

Al igual que la viagra, los antidepresivos modernos se descubrieron por accidente. En 1952, los médicos del hospital Sea View de Staten Island empezaron a tratar a los pacientes de tuberculosis con un nuevo fármaco experimental de acción neurotransmisora.

Muchos de los pacientes de tuberculosis tratados con iproniazida en el Sea View tenían seguramente una depresión grave tras meses o años de hospitalización. Pero al cabo de unas semanas, estaban más despiertos, sociables y recuperaron el peso que habían perdido.

Estos fármacos se denominaron inhibidores de la monoaminooxidasa, o IMAO. Impiden que las enzimas del cerebro descompongan sustancias químicas clave, como la norepinefrina, la serotonina y la dopamina. 

Pronto, los psiquiatras empezaron a recetar IMAO a una mayor población de pacientes deprimidos. Aunque algunos de los resultados fueron prometedores, los investigadores fueron cautelosos al señalar que había "diversos grados de mejora" en los casos. El fármaco no funcionaba para todos, y los profesionales no entendían del todo por qué.

Durante la década siguiente, los investigadores se esforzaron por desarrollar fármacos antidepresivos aún mejores, con menos efectos secundarios indeseables. A finales de la década de 1960, los científicos descubrieron que los cadáveres de los pacientes que se suicidaban tenían niveles bajos de serotonina. Por ello, las empresas farmacéuticas se apresuraron a desarrollar fármacos antidepresivos dirigidos a la serotonina. El primer ISRS, el Prozac, nació en Eli Lilly a principios de la década de 1970, aunque no llegó a las farmacias estadounidenses hasta 1988 y a las españolas no llegó hasta 1991

Aunque los ISRS eran químicamente diferentes de los IMAO, la idea en la que se basaban estos nuevos fármacos era prácticamente la misma. Si se consigue que sustancias químicas como la serotonina, la dopamina y la norepinefrina lleguen más al cerebro, se podrá mantener a raya la depresión leve, moderada y grave. 

Horowitz se acuerda de la primera vez que escuchó esta idea cuando era estudiante. Una conferencia de un "gran profesor" se le quedó grabada, dice, porque lo expuso todo de forma muy clara: La depresión leve estaba causada por una disfunción de la serotonina y necesitaba ISRS para corregir el desequilibrio, mientras que los casos más moderados de depresión se ayudaban regulando tanto la serotonina como la norepinefrina. La depresión psicótica, "la peor forma", estaba causada por la desregulación de tres sustancias químicas: serotonina, noradrenalina y dopamina.

"Recuerdo que en esa conferencia pensé: "¡Vaya!", dice Horowitz. "'Esto es increíble, saben lo que está pasando'".

No sabemos cómo funcionan los antidepresivos

Unos años después de esa conferencia, Horowitz era un estudiante de doctorado prometedor que se preparaba para dar su primera conferencia sobre la biología y la psicología de la depresión. Pero le costó encontrar estudios que demostraran la relación entre los niveles bajos de serotonina y la depresión. 

"Soy un tipo muy meticuloso y empollón", dice. "Quería tener una referencia para cada punto que planteaba".

Encontró estudios que "hacían referencia a otro estudio" y resultados parciales que relacionaban la serotonina y la depresión, pero no de forma concluyente.

"Estaba tan convencido de que debía estar ahí, que pensé: 'Es que no he hecho una búsqueda suficientemente buena'", explica. 

Casi siete años después de terminar su doctorado, Horowitz afirma que todavía no ha encontrado ninguna prueba convincente. Su último análisis, publicado en la revista Molecular Psychiatry en julio, es otra revisión de la investigación sobre la serotonina a lo largo de los años y concluye que no existe una relación sólida entre los niveles bajos de serotonina y la depresión. 

Muchos expertos en salud mental no sólo están de acuerdo, sino que dicen que las conclusiones de Horowitz no son nada nuevo. 

"No me sorprendieron los resultados del estudio", afirma Mimi Winsberg, psiquiatra y cofundadora de la página web de tratamiento de salud mental Brightside, que prescribe tanto fármacos antidepresivos como terapia de conversación para la depresión. "Mi segunda reacción fue: me pregunto cómo malinterpretará esto el público".

Mimi Winsberg, directora médica de Brightside Health, solía trabajar como psiquiatra en Facebook.
Mimi Winsberg, directora médica de Brightside Health, solía trabajar como psiquiatra en Facebook.

Andy Katz

La idea de que la serotonina por sí sola no controla la depresión no es ninguna sorpresa para cualquiera que haya prestado atención al campo de la psiquiatría en las últimas décadas

Pero después de años de escuchar lo contrario por parte de las empresas farmacéuticas en la televisión y de los médicos de cabecera con apenas unos minutos de margen para una visita al consultorio y una recarga de la receta, puede ser alarmante saber que estos fármacos para la depresión de primera línea y de gran venta —que toman más de uno de cada cinco adultos estadounidenses cada año, según estimaciones recientes— no funcionan de forma fiable. La verdad es que los científicos aún no comprenden realmente cómo hacen lo que hacen. 

"No había ninguna prueba real de que la deficiencia de serotonina provocara la depresión", explica a Business Insider Irving Kirsch, psicólogo y profesor de Harvard que lleva décadas estudiando los antidepresivos y su efecto placebo. 

Este año, Kirsch y sus colegas han realizado una revisión de los estudios sobre antidepresivos que se presentaron a la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos durante un periodo de casi 40 años. Descubrieron que sólo alrededor del 15% de los pacientes estadounidenses "tienen un efecto antidepresivo sustancial más allá del efecto placebo en los ensayos clínicos".

Los antidepresivos se siguen utilizando de forma generalizada en gran parte porque "nadie ha encontrado un medicamento que funcione mejor", señala Kirsch.

El artículo de Horowitz ha suscitado controversias políticas y médicas

El artículo de Horowitz ha causado sensación tanto en el mundo académico como en la sociedad. 

Se encuentra en el 5% de los artículos científicos más citados en internet, según Altmetric. El presentador de Fox News, Tucker Carlson, lo ha presentado en su programa como prueba de que los ISRS están causando un mayor número de tiroteos masivos en Estados Unidos. (Para ser claros: no es así. Tanto Horowitz como Winsberg dicen que la acusación no se basa en ninguna prueba científica).

Las críticas más profesionales al artículo de Horowitz tienden a dividirse en tres campos principales. El primero es el de los expertos en salud mental que, como Winsberg, afirman que no se trata de información nueva. Hace tiempo que sabemos que un nivel bajo de serotonina no es necesariamente la causa de la depresión, y que el diagnóstico no puede reducirse a una simple y única causa bioquímica. Pero eso no significa que los ISRS nunca puedan funcionar para nadie.  

"La depresión en sí misma es un diagnóstico muy complejo y lleno de matices", afirma Winsberg. "Los ISRS no curan a la gente aumentando sus niveles de serotonina". De hecho, los estudios han demostrado que incluso bajar artificialmente los niveles de serotonina de una persona no la conduce de forma fehaciente a un estado depresivo. Los ISRS tienen más éxito para la ansiedad, los pensamientos obsesivos compulsivos que para los casos de depresión "de baja intensidad", defiende Winsberg. 

El segundo bando sostiene que "descartar la hipótesis de la serotonina en la depresión a estas alturas es prematuro", tal y como escribió el profesor David Nutt, director del centro de neuropsicofarmacología del Imperial College de Londres, en una reciente reacción al artículo de Horowitz, publicado por el Science Media Centre, un grupo que lucha contra la desinformación científica.

El propio Horowitz encuentra "un poco divertido que los propios expertos estén divididos", señala. "Algunos dicen: 'Por supuesto que no es cierto'. Y otros dicen: 'Por supuesto que es verdad'".

"Parece difícil ser totalmente nada sorprendente y provocador al mismo tiempo", añade.

El tercer bando dice que Horowitz y su coautora de la UCL, Joanna Moncrieff, son simplemente demasiado controvertidos para ser de fiar, y demasiado interesados en agitar el statu quo en lo que respecta a los tratamientos de salud mental. En 2020, ambos publicaron un artículo titulado '¿Estamos repitiendo los errores del pasado?', sobre la esketamina, el fármaco alucinógeno cada vez más popular para tratar la depresión. En él se argumentaba que los ensayos de este fármaco no habían demostrado su eficacia y que se habían infravalorado los problemas de seguridad. 

Horowitz califica las críticas contra él y su colaboradora como "un planteamiento bastante ridículo", y cita a destacados expertos independientes y a un departamento gubernamental del Reino Unido, entre otros, que respaldan sus afirmaciones revisadas por pares.

"En mi experiencia, cuando un crítico me critica a mí o a una coautora personalmente, significa que carece de un argumento específico contra los puntos expuestos, pero no le gustan las conclusiones alcanzadas", afirma.

Independientemente del bando en el que se sitúen sus compañeros, Horowitz dice que le preocupa que el revuelo que ha causado su artículo refleje la preocupante forma en que los antidepresivos siguen siendo comercializados y entendidos por muchos consumidores: como un simpleremedio químico para lo que es, en realidad, un problema social muy complicado y polifacético que no puede atribuirse por completo a las sustancias químicas del cerebro.

Dice que le decepciona ver que su profesión ha optado por una postura defensiva, en lugar de reflexionar sobre lo que él llama la "insidiosa influencia de las compañías farmacéuticas" en los mensajes públicos. 

"El público ha sido engañado", afirma Horowitz. "Lo que espero es que uno de los efectos de nuestro artículo sea que los médicos se comuniquen de forma más honesta y abierta con los pacientes sobre lo que los medicamentos pueden o no hacer".

Entonces, ¿qué hacen estos medicamentos? La respuesta es sencilla: Todavía no lo sabemos. 

"Tenemos algunos conocimientos, pero tenemos que aprender más", explica Winsberg. "No comprendemos del todo algunas de las formas en que pueden aliviar los síntomas".

 

¿Los antidepresivos adormecen a las personas o estimulan nuevas células cerebrales?

Una de las ideas, que Winsberg respalda, es que podría haber algunos efectos "descendentes" de los antidepresivos, razón por la que tardan varias semanas en hacer efecto. Al cambiar la forma en que la serotonina se desplaza por el cerebro, es posible que los ISRS "estimulen el nacimiento de nuevas células cerebrales", afirma. Esto, a su vez, podría tener un impacto en la depresión.

Horowitz tiene otra teoría. En los estudios, aproximadamente la mitad de los pacientes que toman antidepresivos como los ISRS informan de un adormecimiento o apagamiento de sus emociones mientras toman los fármacos. Si los antidepresivos cambian la química de nuestro cerebro, produciendo así cambios en nuestros pensamientos y emociones, tal vez simplemente estén amortiguando el dolor emocional. 

"La gente se deprime porque tiene dificultades en la vida", dice Horowitz. Quizá los ISRS funcionen interrumpiendo eficazmente esos pensamientos dolorosos. 

Por desgracia, este adormecimiento no se limita a las emociones negativas. Los fármacos antidepresivos también pueden alterar el impulso sexual de los pacientes y aumentar los pensamientos suicidas, sobre todo entre los jóvenes. Todavía no se entiende bien por qué ocurre esto.

¿Debería la gente de dejar de tomar antidepresivos ISRS?

"Los antidepresivos que tenemos ahora son los tratamientos contra la depresión menos seguros", afirma el psicólogo Irving Kirsch, profesor de Harvard.
"Los antidepresivos que tenemos ahora son los tratamientos contra la depresión menos seguros", afirma el psicólogo Irving Kirsch, profesor de Harvard.

Tetra Images/Getty Images

A pesar de toda la polémica sobre cómo funcionan los ISRS y para quiénes están indicados, incluso Horowitz cree que todavía pueden tener su utilidad.

"Ese efecto de adormecimiento puede aliviar mucho a la gente", afirma. "Si estás en plena lucha, y todo te produce pánico, entonces estar un poco adormecido probablemente sea un gran alivio". 

Los fármacos también tienen usos a corto plazo más allá del tratamiento de la depresión, como aliviar los sofocos en algunas mujeres que atraviesan la perimenopausia. 

Pero cuando se trata de la depresión, se ha demostrado que otras opciones de tratamiento son más eficaces

El Real Colegio de Psiquiatras del Reino Unido dijo en un documento de posicionamiento de 2019 que "el uso rutinario de antidepresivos" para los síntomas depresivos leves "no se recomienda generalmente", y que se necesita más investigación sobre los beneficios y los daños del uso a largo plazo. 

En el Reino Unido, las directrices oficiales basadas en datos empíricos sugieren ocho intervenciones diferentes para la depresión leve antes de utilizar los ISRS, como la autoayuda guiada, el ejercicio en grupo y la meditación. Para los casos más graves de depresión, se recomiendan los antidepresivos junto con la terapia.

"Los antidepresivos que tenemos ahora son los menos seguros de todos estos tratamientos", afirma Kirsch sobre los ISRS. "Se producen recaídas sustancialmente mayores con los antidepresivos que con el ejercicio físico, o incluso con el placebo".

Sin embargo, nadie debería dejar de tomar abruptamente su medicación antidepresiva, ya que eso conlleva su propio conjunto de riesgos, señala Horowitz. En lo único que todo el mundo está de acuerdo es en que los pacientes deben hablar con un experto en la materia: los pacientes deben hablar primero con un profesional bien informado antes de decidir dejar, empezar o reducir cualquier tratamiento. 

Para Horowitz, dejar de tomar los ISRS ha sido "un regalo increíble"

Horowitz espera que dentro de uno o dos años pueda dejar de tomar Lexapro por completo.
Horowitz espera que dentro de uno o dos años pueda dejar de tomar Lexapro por completo.

Daniel Jackont

A medida que Horowitz ha ido reduciendo poco a poco su dosis de Lexapro, ha seguido sufriendo algunos efectos secundarios de la abstinencia. Sin embargo, en general, ha sido "un regalo increíble" reducir su dosis "hasta el punto de sentir que se me está dando una segunda oportunidad en la vida", afirma.

Espera poder dejar el fármaco por completo en uno o dos años. Mientras tanto, vuelve a trabajar a tiempo completo, algo que no podía hacer con dosis mayores, y se siente "con mucha más energía, mucho más capaz de pensar con claridad".

Incluso si los ISRS pierden popularidad, es posible que otros fármacos ocupen pronto su lugar, dirigiéndose a otras sustancias químicas del cerebro. En agosto, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos aprobó un nuevo antidepresivo de acción más rápida llamado Auvelity. Se trata básicamente de un jarabe para la tos reutilizado con la incorporación de bupropión, un antidepresivo que afecta a los niveles de norepinefrina y dopamina en el cerebro. Al igual que la ketamina, Auvelity actúa sobre una teoría de la depresión basada en el glutamato, en lugar de centrarse en la serotonina. 

Pero Horowitz no está seguro de que cambiar el mecanismo detrás de un medicamento sea tan importante como cambiar las condiciones sociales que conducen a la depresión.

"No estoy seguro de que confiar en una sustancia química para compensar los males sociales que tienden a deprimirnos vaya a ser un camino exitoso", sostiene Horowitz. "Por lo que veo, los humanos son mamíferos, y los mamíferos necesitan una comunidad, un objetivo y seguridad. Creo que a menos que se les proporcionen esas cosas, no hay ningún fármaco que pueda resolver ese problema".

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