El ocaso de la smart city española: qué ha sido de los proyectos que brillaron antes de la crisis económica

Alberto Iglesias Fraga
Joven interactuando en una smart city.
  • La Unión Europea ha destinado en los últimos años más de 1.000 millones de euros al impulso de las ciudades inteligentes y, en nuestro país, existe una red de 'smart cities' con más de 80 localidades adscritas.
  • Sin embargo, un informe del COIT en 2018 ponía el foco sobre la falta de progresos en muchas de las iniciativas de 'smart city' en nuestro país, en estados muy tempranos de su desarrollo o que ni tan siquiera superaban la fase piloto.
  • A escala internacional encontramos numerosos ejemplos del ocaso de este paradigma, en la misma senda de lo que vemos dentro de nuestras fronteras.
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El concepto de ciudad inteligente ha estado muy en boga durante los últimos años. No en vano, uno de los grandes objetivos marcados por Europa y España ha sido convertir las grandes urbes en modelos tecnológicos, inclusivos y sostenibles que potencien la eficiencia administrativa, mejoren la calidad de vida de los ciudadanos, atraigan inversión financiera y sirvan como referente tecnológico. Y, para conseguir la optimización de los recursos de la ciudad (movilidad, administrativa, ecológica, etc.) es necesario, como no podía ser de otra manera, apoyarse en las nuevas tecnologías.

La inteligencia artificial, el Internet of Things, el análisis masivo de datos en tiempo real, la movilidad eléctrica, el 5G y la hiperconectividad son algunas de estas tecnologías que se han convertido en los pilares de las muy mentadas 'smart cities'.

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Sin embargo, muchos de estos proyectos ambiciosos no han terminado de cuajar y esas promesas de cambiar el futuro de las ciudades tal y como las conocemos se han quedado en eso, promesas.

Precisamente la palabra futuro es la que marca uno de los grandes problemas de las smart cities: siempre se habla de las ciudades inteligentes en futuro, no en presente, por lo que es difícil analizar el impacto y el recorrido de estas inversiones y de las tecnologías en un panorama donde la vista está siempre fija en el horizonte y no en las soluciones e implementaciones que ya disponemos en la actualidad.

En este contexto se pueden encontrar grandes iniciativas, tanto gubernamentales como privadas, destinadas a la optimización de las ciudades.

Por ejemplo en España, la hasta ahora última Agenda Digital (acabamos de conocer la nueva propuesta hasta 2025creó el primer Plan Nacional de Ciudades Inteligentes.

En la actualidad la Red Española de Ciudades Inteligentes (RECI) cuenta con 83 ciudades adscritas al compromiso de modernizar y evolucionar hacia el concepto de 'smart city'. Desde la propia Comisión Europea, dentro de su plan Europa 2020, se han destinado más de 1.000 millones provenientes de los Fondos Estructurales y de Inversión Europeos cuyo objetivo principal es el de encaminarse hacia una administración electrónica local y la evolución de las ciudades inteligentes. Y, entre tanto, grandes empresas privadas han ofrecido sus herramientas tecnológicas para asesorar a ayuntamientos y administraciones con el fin de poner sus innovaciones al servicio de esta revolución de los servicios públicos.

A priori todo suena precioso y luce el esfuerzo en conjunto de compañías y administración pública para avanzar y liderar el movimiento de ciudades inteligentes. Pero la pregunta de nuevo regresa a nuestra mente: ¿Cuántos de estos proyectos o soluciones están realmente generando un impacto disruptivo o siendo un catalizador de cambio en el modelo urbano? ¿Ha habido avances reales o han sido realmente técnicas de marketing destinadas a complacer al votante y exhibir músculo tecnológico?

La maldición de los 'proyectos piloto'

Lo cierto es que muchas de las medidas aplicadas a las mejoras de las ciudades no han cumplido las expectativas previstas, habiendo quedado muchas de ellas en aguas de borrajas. ¿Se ha avanzado? por supuesto, pero no se ha conseguido el objetivo de cambiar el modelo urbano ni la forma de relacionarse en las ciudades. Para analizar esta situación es bastante esclarecedor el informe sobre Smart Cities en España elaborado por el Colegio de Ingenieros de la Telecomunicaciones (COIT) en 2018.

En el documento sobre la tendencia inteligente de las ciudades en España, el COIT resalta que muchos de los proyectos que han recibido el apoyo o la financiación deseada no han comenzado o están aún en fases muy tempranas de su desarrollo. De la misma manera se analiza que muchas de las acciones destinadas a la transformación inteligente y digital se quedan en meras pruebas o pilotos.  No todo es negativo: el estudio destaca la voluntad y el alto interés existente en la transformación de las ciudades en España y que hay ciertas mejoras que ya están contempladas en el Plan Nacional de Territorios Inteligentes. Sin embargo el mensaje general es claro: aún queda mucho por hacer y mucho margen de crecimiento.

En la actualidad España se encuentra ante un sistema bastante heterogéneo que no contempla la ‘smartización’ de las áreas rurales o de las urbes de menos de 20.000 habitantes.

Esto puede tener consecuencias muy graves a la hora de crear una brecha tecnológica y de recursos entre las grandes ciudades y las áreas menos favorecidas por la transformación, especialmente ahora que estamos muy sensibles a los desafíos de la 'España vaciada'. 

Santander siempre ha sido uno de los ejemplos paradigmáticos al hablar de ciudades inteligentes en la península.

Entre sus iniciativas está la incorporación de miles de sensores para monitorizar aspectos como la iluminación o el riego de la capital cántabra.

Esta medida ya ha conseguido reducir un 30% el consumo de energía en edificios públicos, pero sin un impacto directo sobre la calidad de vida de sus ciudadanos. Más inmediatos eran proyectos como sendas apps para encontrar aparcamientos libres o la ubicación del transporte público en tiempo real: a su escaso uso hemos de unir los problemas de ciberseguridad, constatados en algunos de los eventos del CCN-CERT con 'hackeos' realizados en vivo y sin apenas dificultad.

Málaga es otro de los grandes ejemplos históricos y, de nuevo, el único resultado que puede considerarse como un éxito es el ahorro de costes por el menor consumo de energía. En Madrid, la iniciativa MiNT (Madrid Inteligente) buscaba ser una plataforma que recogiera y analizara continuamente información de la ciudad para mejorar la gestión de la limpieza y las basuras, el arbolado, el riego, el pavimento o el alumbrado. Pero como han destacado medios como OKDiario, el anterior consistorio apenas gastó un millón de los 20 que presupuestó para innovación y ‘smart city’.

El problema va más allá de España

Más allá de nuestras fronteras, el intento obstinado por la creación de smart cities ha supuesto un sonoro fracaso ya que no se han atendido ni analizado tanto los contextos como las circunstancias y los proyectos realizados han supuesto pérdidas millonarias con resultados estrepitosos. Los ejemplos más extremos son aquellos que aunaron ese concepto de ciudad tecnológica con la construcción desde cero de esa urbe.

Es por ejemplo el caso de Lavasa, la ciudad india donde el multimillonario Ajut Gulabchand pretendió crear una smart city de la nada para poner su ciudad en el mapa. ¿Cuál ha sido el resultado? Una ciudad fantasma. Un intento de Portofino mal hecho que ha llevado a la quiebra a la empresa de Gulabchand, sus inversores y que ahora es un agujero de dinero público para la administración gubernamental india. Otro caso parecido es el de la ciudad de Ordos, en China, conocida como la ciudad fantasma más grande la tierra. Una ciudad en mitad del desierto (al estilo Las Vegas), diseñada para un millón de habitantes y que ha quedado igual de desolada que el desierto que ocupa. 

No tenemos que irnos tan lejos para encontrar fracasos en materia de ciudades inteligentes. Nuestro vecino país vecino la pifió con PlanIT Valley, en lo que se suponía que se iba a convertir en el Sillicon Valley portugués. Dentro de lo que cabe tuvieron la “suerte” de que el proyecto naufragase antes de salir de puerto y las pérdidas no fueron tan graves como en el caso de Lavasa u Ordos.

En definitiva, hasta el momento, el intento de smartización de las ciudades ha sido más un proyecto cargado de buenas intenciones que de éxitos y cambios disruptivos. En España hemos avanzado en las áreas clásicas y homogéneas como son la movilidad y, especialmente, el ahorro de costes pero nos queda un largo camino a la hora de conseguir un desarrollo homogéneo en todas las áreas e impulsar las normas para que la tendencia tome una definición más clara y que sirva para de verdad avancemos y controlemos el retorno de la inversión y de la eficiencia en esta materia.

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