Esto es lo que le ocurre al cuerpo humano tras 100 años dentro de un ataúd

  • Tu cerebro es una de las primeras partes de tu cuerpo que empieza a colapsar. Pocos minutos después de la muerte, las células también colapsan y empiezan a liberar agua. A partir de ahí, el resto de órganos vitales empiezan a caer.
  • Esa noche, los microbios que se alimentan en tu intestino se escapan al resto de tu cuerpo. Empiezan a liberar gases tóxicos provocando que tu cuerpo se hinche y huela.
  • La mayoría de los tejidos probablemente se licuarán. Pero la piel más delgada, como la de los párpados, podría secarse y momificarse, mientras que las áreas grasas de tu cuerpo pueden convertirse en una sustancia similar al jabón llamada cera cadavérica. 

Esta es la transcripción del vídeo.

Tu cuerpo está compuesto por más de 200 huesos, unos pocos trillones de microbios y hasta 37 trillones de células. Y aunque a menudo piensas que la muerte es el final del camino para uno mismo, el cuerpo todavía tiene un largo camino por recorrer.

Tu cuerpo no tarda mucho en perder lo que te hace ser tú. Apenas unos minutos después de la muerte, una de las primeras cosas que desaparece es tu cerebro. Mira, cuando tu corazón deja de latir, detiene el flujo sanguínea, que se supone que transporta oxígeno a tus órganos y tejidos. Así que, sin sangre, los órganos y tejidos más activos, que suelen estar inundados en oxígeno, son los primeros. Y el resultado es… húmedo.  Porque las células que componen esos órganos y tejidos son un 70% agua. Sin oxígeno para mantenerlos vivos, las células se autodestruyen, derramando todo ese fluido en el ataúd.

Para esa noche, un proceso aún más preocupante tiene lugar en tu intestino. Tu moribundo sistema inmunológico ya no puede contener los billones de microbios hambrientos que normalmente ayuda a digerir los alimentos que sueles comer. Así que se escapan. Primero, viajan desde la parte baja del intestino a través de los tejidos, las venas y las arterias. En cuestión de horas, llegan al hígado y a la vesícula biliar, que contienen una bilis de color amarillo verdoso destinada a descomponer la grasa cuando uno está vivo. Pero después de que los microbios terminen de comerse esos órganos, esa bilis comienza a inundar el cuerpo, tiñéndolo de amarillo verdoso.

Entre el segundo día hasta el cuarto, los microbios están en todas partes ya. Están produciendo gases tóxicos como el amoniaco y el sulfuro de hidrógeno, que se expandirán y harán que tu cuerpo no solo se hinche, sino que también apeste.

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Después de tres o cuatro meses, tu cutis amarillo-verdoso se tornará marrón-negra debido a que los vasos sanguíneos se han deteriorado hasta el punto de que el hierro que contienen se ha derramado, volviéndose marrón-negruzco ha medida que se va oxidando. También durante este período, las estructuras moleculares que mantienen a las células unidas se rompen, por lo que los tejidos colapsan en una masa acuosa. 

Y en poco más de un año, tu ropa de algodón se desintegra, ya que los fluidos corporales ácidos y las toxinas lo descomponen. Sólo las costuras de nylon y las cintas sobrevivirán. En este punto nada demasiado dramático ocurre durante un tiempo. Pero al cabo de una década, dada la humedad y el ambiente y el bajo contenido de oxígeno, se desencadena una reacción química que convierte la grasa de los muslos y las nalgas en una sustancia similar al jabón llamada cera cadavérica. Por otro lado, las condiciones más secas suelen llevar a la momificación. Así es, puedes momificarte de forma natural. No necesitas envolturas, productos químicos o instrumentos intimidantes. Porque a lo largo de todo este proceso de descomposición, el agua se evapora a través de la delgada piel de tus oídos, nariz y párpados, provocando que se sequen y se vuelvan negros, también conocidos como “momificados”.

A los 50 año, tus tejidos se habrán licuado y desaparecido, dejando atrás la piel y los tendones momificados. Con el tiempo estos también se desintegrarán, y después de 80 años en ese ataúd, tus huesos se agrietarán a medida que el colágeno blando de su interior se deteriora, dejando nada más que la frágil estructura mineral. Pero incluso esa capa no durará siempre.

Un siglo después, el último de tus huesos se habrá convertido en polvo. Y solo la parte más duradera de tu cuerpo, tus dientes, permanecerá. Dientes, cera cadavérica y algunos hilos de nylon.

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