El polvo de los frenos podría ser tan dañino para los pulmones como las emisiones de diésel, según un estudio

The Conversation,
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El efecto nocivo producido por los gases de los tubos de escape de los turismos diésel en nuestra salud es de sobra conocido. Desde problemas respiratorios hasta demencia, pasando por algunos tipos de cáncer, las emisiones de diésel son, en gran parte, las causantes de muchas enfermedades.

Sin embargo, mucha gente no sabe que los gases no son la única fuente de contaminación. De hecho, el 55 % de la contaminación procedente del tráfico proviene de partículas que no derivan de los gases. De ese porcentaje, el 20 % tiene su origen en el polvo de los frenos. De acuerdo a los hallazgos de nuestra última investigación, estas partículas podrían resultar tan dañinas para nuestros pulmones como los gases de la combustión.

Compuesto por partículas de hierro, el polvo de frenado surge del desgaste producido por la fricción entre los discos y las pastillas de freno para ralentizar la marcha de un vehículo. El polvo viaja por el aire y, tal y como revela el reciente trabajo desarrollado por varios compañeros, provoca la inflamación de las células del pulmón de la misma forma que lo hacen las partículas de diésel.

Al añadir partículas de polvo de freno a los macrófagos (las células que se encargan de fagocitar los gérmenes y la suciedad para mantener limpios los pulmones), observamos un aumento de cerca del 185 % en la actividad inflamatoria de las células. No solo eso, sino que también observamos que el polvo de frenado evitaba que las células inmunitarias destruyeran la bacteria Staphylococcus aureus, responsable de la neumonía. Otra prueba de que el polvo de los frenos es tan tóxico como las partículas de diésel.

Este descubrimiento podría significar que la contaminación producida por el polvo de frenado podría contribuir a los elevados índices de infecciones respiratorias (bronquitis y neumonía) y dolores de garganta que sufren las personas que viven y trabajan en áreas urbanas.

No obstante, dado que las células aisladas que utilizamos en nuestros experimentos pueden reaccionar de manera diferente a las células que se encuentran en los pulmones de un individuo, son necesarias nuevas investigaciones que confirmen si la exposición a estas partículas incrementa el riesgo de infección.

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La toxicidad del polvo de frenado

Intrigado por el descubrimiento, nuestro equipo quiso averiguar cuáles son los elementos que elevan la toxicidad del polvo de los frenos.

Las partículas producidas por la contaminación contienen miles de sustancias distintas, entre las que se encuentran el carbono, hidrocarburos y toxinas bacterianas. Sin embargo, debido a los materiales con los que se fabrican los frenos modernos, el polvo que se desprende de ellos posee un alto contenido metálico (hierro, cobre, titanio y magnesio), el cual, a tenor de los estudios realizados hasta la fecha, provoca un gran estrés y daño en las células del cuerpo humano.

Nuestro equipo de trabajo identificó estos metales como los culpables de dicho perjuicio al bloquearlos químicamente. Mediante este procedimiento, los compuestos perdieron su efecto nocivo en las células cuando fueron expulsados en forma de partículas de polvo o gases. Con los metales fuera de juego, los macrófagos pudieron continuar eliminando bacterias y los síntomas de inflamación no aumentaron tras ser expuestos a las partículas.

Si bien esperábamos observar que la respuesta celular tuviera lugar únicamente ante el polvo de frenado con un elevado contenido metálico, nos sorprendimos al descubrir que los metales también eran los causantes de la toxicidad de los gases de escape de diésel. Las partículas de las emisiones de diésel contienen menos elementos metálicos que el polvo de los frenos (tres frente a 14, respectivamente); el vanadio fue el único metal que interactuó con los macrófagos, y también fue el único que se encontró tanto en las partículas de polvo de frenos como en las partículas fruto de las emisiones de diésel. Así pues, este nuevo descubrimiento nos llevó a preguntarnos si el vanadio era el responsable de los efectos inflamatorios.

Nuestro estudio demuestra que las partículas no procedentes de las emisiones son potencialmente igual de perjudiciales para la salud que los gases que respiramos. El polvo de frenado es uno de los componentes principales de la contaminación atmosférica, ya que genera el 20 % de las partículas procedentes del tráfico.

Si nos atenemos a las medidas que hay sobre la mesa y a las tecnologías enfocadas a reducir las emisiones, es muy probable que este porcentaje crezca. Disminuir la emisión de gases nocivos es un paso fundamental para la protección de la salud pública, pero los resultados de nuestra investigación recuerdan que debemos restringir también los contaminantes que, como el polvo de frenado, no proceden de las emisiones.

Incluso los vehículos eléctricos contienen componentes metálicos en el embrague, el motor y los frenos. La reducción de estos elementos tan perjudiciales para todos pasa por el diseño de tecnologías resistentes a la fricción y al desgaste.

Ir en bicicleta o caminar, coger el autobús o compartir el coche ayudaría a mitigar la congestión en las zonas residenciales y de trabajo. Estas medidas podrían reducir el número de vehículos atrapados en el tráfico, ralentizarían el desgaste de embragues, neumáticos y frenos y, en última instancia, aliviarían nuestros pulmones de parte de la contaminación que los invade.

 

Este artículo ha sido publicado originalmente por The Conversation por Liza Selley de la Universidad de Cambridge. Lee el original.

 

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