Por qué muchos trabajos en ‘granjas de clics’ deberían considerarse esclavitud digital

Granjas de clic

La economía digital ha creado nuevas oportunidades y formas de trabajar. Pero también ha generado millones de tareas o trabajos que suponen gran competencia, condiciones de trabajo irregulares y salarios extremadamente bajos.

Impulsada por el rápido crecimiento de la computación algorítmica y en la nube, la “economía de plataforma” está controlada por operadores como Uber, Facebook y los servicios web de Google y Amazon. Airbnb y Uber, por ejemplo, utilizan las últimas herramientas en la nube, como los servicios web de Amazon, para impulsar su dominio y eliminar a la competencia en diversos sectores.

Mientras que los trabajadores de la “economía basada en las aplicaciones” suelen ganar un salario digno y tener algún tipo de protección legal, muchos de los que hacen crowdwork (trabajo colaborativo) o microtareas en plataformas pueden encontrarse con empleadores que les pagan por debajo del salario mínimo y sin la protección y la ética básicas.

Un creciente conjunto de investigaciones muestra que muchos trabajadores virtuales cualificados o semicualificados ofrecen sus servicios de forma habitual en estas plataformas por tarifas extremadamente bajas, sin acceso a los derechos y protección de los trabajadores convencionales, y con pocas expectativas de encontrar formas alternativas para llegar a fin de mes.

También hay evidencias de que una mayoría de esos trabajadores son jóvenes, relativamente cualificados pero incapaces (por motivos diversos) de encontrar un trabajo decente con el que obtener un salario digno. Conocidos como cibertariado, estos empleados son invisibles, ignorados y reciben cantidades de dinero muy pequeñas por cumplir con tareas como escribir un libro, editar un documento o generar muchos “me gusta” en una página web.

Me gusta de Facebook

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Granjas de clics

En particular, el crowdworking está comenzando a extenderse a gran velocidad por todo el mundo como una forma de sobrevivir en una economía global cada vez más precaria, al menos para aquellos que no tienen una educación formal, un capital o unos contactos significativos.

El trabajo colectivo se define literalmente como colectivos de personas dispersas por la geografía y de culturas heterogéneas que trabajan sin garantía de frecuencia o salario. Atrae a millones de personas que no pueden conseguir trabajos que prometan un desarrollo profesional, personas que no son capaces de llegar a fin de mes con un trabajo cotidiano, que no pueden recibir prestaciones sociales o ayudas, que tienen grandes responsabilidades asistenciales o problemas de salud que les impiden mantener un trabajo a tiempo completo.

Pocos somos conscientes de que conseguir que Internet siga siendo relativamente beneficioso, divertido, seguro y lucrativo para consumidores y empresas requiere que todos estos trabajadores realicen millones de «microtareas».

Los trabajadores se esfuerzan durante horas para, por ejemplo, conseguir las ofertas de microempleo publicadas en portales como MechanicalTurk, ListMinute, Elance.com o TaskRabbit. Si bien muchos autónomos también ofrecen sus servicios en plataformas como Fiverr.com, hay muy pocas investigaciones sobre cómo estos proveedores de servicios organizan sus cargas de trabajo o cómo lidian con las opiniones críticas de los clientes.

Hay trabajadores que se pasan el día aumentando el número de «me gusta» de páginas web corporativas. Otros rastrean imágenes inapropiadas en las redes. Aunque los salarios sean constantes, regulares y estables, los trabajadores esporádicos suelen estar entre los primeros en sufrir las consecuencias negativas de las políticas introducidas, a veces sin avisar, por los organismos reguladores, las administraciones locales y las empresas. Algo así sufrieron hace unos meses los conductores de Uber de Londres.

Todos estos ejemplos señalan una relación profundamente asimétrica entre las habilidades que adquieren las personas y el salario que pueden (o no) obtener de forma estable en una economía digital, un desequilibrio propiciado cada día por más plataformas.

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Trabajo virtual

Si bien hay datos que demuestran que el salario medio de este tipo de trabajos puede llegar a los 20 dólares por hora, son tareas que implican una gran responsabilidad y poca flexibilidad. Son los que requieren que el trabajador se presente en un lugar y a una hora determinados, como pasear perros o atender niños con discapacidades. Los trabajadores suelen rechazar estas tareas por razones indefinidas.

Y aunque un número muy reducido de empleados virtuales está relativamente bien remunerado (como los consultores de negocios o los gestores de proyectos que trabajan para organizaciones «exprés» montadas para atender a clientes en plataformas de alto valor y coste), la gran mayoría invierte un tiempo y una energía considerables buscando un trabajo que sea lo suficientemente rentable como para ayudar a sus familias o para mantenerse a sí mismos. Por eso hay una gran competencia por el trabajo virtual mal pagado. La mayoría de los que pertenecen a este último grupo son jóvenes de países desarrollados. Muchos de ellos trabajan desde cibercafés, bibliotecas públicas o universitarias o desde cualquier lugar en el que haya wifi gratuito.

Trabajar desde una cafetería

En plataformas como Mechanical Turk (Amazon), Upwork o Crowdflower, la tarifa por microtareas oscila entre unos centavos y unos pocos dólares, sea cual sea el lugar del mundo en que uno se encuentre.

Esta situación puede compararse con un gran acuerdo cuyas condiciones estuviesen por debajo de los niveles de salario mínimo en las economías desarrolladas. Siendo así las cosas, solo los gobiernos de Estados Unidos y del Reino Unido han señalado que se debería proporcionar protección básica a los trabajadores esporádicos. Pero son debates que se están iniciando. En este momento, nadie sabe si llegará a aprobarse una legislación específica ni cómo.

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¿Esclavitud digital?

Cada vez existe una mayor necesidad de entender este tipo de trabajo en el contexto de lo que normalmente entendemos como esclavitud. Históricamente, la esclavitud se ha entendido como un trabajo en duras condiciones por muy poco o ningún salario. Ir de encargo en encargo o de microtarea en microtarea quizás no recuerde a la esclavitud, pero los trabajadores esporádicos están proliferando como los esclavos de la nueva economía.

Por supuesto, existen muchas diferencias entre la esclavitud histórica y la esclavitud digital que he descrito aquí. Esta vez, las cadenas no son tan visibles, pero las cicatrices pueden ser igual de duraderas. Los relatos en primera persona de los trabajos digitales en granjas de clics todavía escasean, pero casi todos lo asocian a miedo extremo y a la sensación de sometimiento que genera este modelo laboral.

La cuestión no es tanto quién o qué está impulsando estas desigualdades en el trabajo digital. No se culpa a los propietarios de las plataformas ni a los compradores de esos servicios. Más bien es la naturaleza de la competencia perfecta, en la que los beneficios de los vendedores merman con rapidez y no aparece un ganador claro.

La economía de plataforma ha crecido y se ha expandido tan rápido por el mundo que sus implicaciones para los trabajadores, para los dirigentes políticos y para los sindicatos apenas han llegado a la opinión pública. Es hora de que lo hagan. Necesitamos reflexionar sobre cómo queremos que sea la vida laboral en el futuro.

 

Este artículo ha sido publicado originalmente por The Conversation por Ming Lim, professor en University of Liverpool. 
University of Liverpool aporta financiación como institución fundacional de The Conversation UK. Lee el original.

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