Las razones del milagro (económico) del Liverpool

Pavel Ramírez
Jordan Henderson, Alexander-Arnold, Mohamed Salah y Roberto Firmino celebran un gol del Liverpool ante la Roma

Cuando el Liverpool protagonizó aquella remontada histórica ─tras ir perdiendo 3-0 en el descanso y terminar imponiéndose por penaltis─ en la final de la Champions League de 2005 ante el AC Milan, su entrenador Rafa Benítez no sólo cosechó un éxito deportivo mayúsculo, sino que quizás evitó que el equipo se fuese a la ruina. 

Fuertemente endeudado, el club hacía malabarismos para sostener su economía y sólo una inyección como los cuantiosos premios en metálico que ofrece la UEFA por ganar la mayor competición continental de clubes, que en aquel año supusieron más de 40 millones de euros para los reds, pudo aliviar la presión en Anfield Road, que este sábado espera celebrar su sexta Copa de Europa ante el todopoderoso Real Madrid.

Para hacerse una idea, dos años después del milagro de Estambul, cuando el Liverpool acababa de perder la final de la Champions League de 2007 precisamente ante el AC Milan, los empresarios estadounidenses George Gilett y Tom Hicks adquirieron el club por 250 millones de euros y acabaron con una pequeña parte de sus deudas, que ascendían a 343 millones de euros. Sin embargo, era tal la presión que siguió teniendo el club que en 2009 cada nueve días pagaba sólo en intereses un millón de libras, algo más de 1,1 millones de euros al cambio actual.

Steven Gerrard y Rafa Benítez en 2005

En 2007, hubo varios factores que crearon una tormenta perfecta: la inmensa deuda que arrastraba desde hacía años, el comienzo de un proyecto para construir un nuevo estadio valorado en 400 millones de euros ─que finalmente se dejó a medias para modernizar el actual campo de Anfield─ y una incipiente crisis económica global que ya empezaba a notarse especialmente en el sector bancario. Por entonces, el Royal Bank of Scotland, el cual se desplomaría durante la recesión y tuvo que ser rescatado, era el principal acreedor del Liverpool.

Cuando Rafa Benítez dejó el Liverpool en 2010 tras no lograr clasificar al equipo para la Champions League, el club ya estaba al borde de la bancarrota. La deuda era entonces de 322 millones de euros y, a pesar de que Hicks y Gillett se oponían a vender el club, una temporada sin ingresos por participar en la competición europea suponía un serio riesgo para los acreedores, especialmente para el principal, que seguía siendo el Royal Bank of Scotland y que prefería un nuevo dueño antes que refinanciar la deuda de nuevo.

El milagro económico desde 2010

Entonces, apareció en escena el magnate John W. Henry, dueño del icónico equipo de béisbol Boston Red Sox y del grupo empresarial Fenway Sports Group. Adquirió el Liverpool en octubre de 2010 y, desde entonces, ha mejorado año a año las cuentas del club, que ha vuelto a ser rentable incluso en temporadas en las que no ha pisado competiciones europeas. En su primera campaña al frente, el Liverpool aún acumulaba pérdidas por valor de 56,4 millones de euros (antes de impuestos); el último balance, presentado en mayo de 2017, apuntaba unas ganancias netas de 44,6 millones de euros (después de impuestos).

Y eso que aquella temporada 2010-2011, el Liverpool cosechó su peor resultado en la Premier League en los últimos 18 años, finalizando en octava posición. Además, el carísimo despido de Roy Hodgson ─al que se le abonaron diez millones de euros por dirigir al equipo durante medio año─ obligó a Henry a reequilibrar las cuentas tratando de aumentar los ingresos: en estos siete años, el club ha pasado de ingresar 210 millones de euros a 416 millones, prácticamente el doble.

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Resulta evidente que la lucrativa renegociación del reparto de derechos televisivos que se firmó en 2015 ─y que elevó los ingresos medios de cada club hasta los 130 millones de euros anuales─ ha ayudado a sanear las cuentas en este tiempo. Para hacerse una idea, actualmente sólo el FC Barcelona y el Real Madrid superan esa cifra en España ─146 y 140 millones de euros, respectivamente─, mientras que el tercero en liza es el Atlético, con 99 millones. En total, la Premier League reparte más del doble de dinero por los derechos televisivos que la Liga Santander.

Y, coincidiendo con la primera temporada ─2016-2017─ en la que se aplicó el nuevo reparto televisivo, otro factor importante fue la finalización de la primera fase de la ampliación de Anfield, que supuso 8.500 nuevos asientos en el estadio y que el club pasase de ingresar por venta de abonos y entradas 71,2 millones en 2016 a 83,9 millones en 2017. Pero, a pesar de todo ello, en este tiempo también ha aumentado el precio de los traspasos y una crítica habitual entre los seguidores de la Premier League es que, muchas veces, se abonan cantidades ridículamente excesivas por jugadores que no son estrellas mundiales, por lo que no se puede atribuir exclusivamente a estos ingresos la tremenda mejoría económica del Liverpool.

En 2012, el Liverpool consiguió su último título: la Copa de la Liga. Es cierto que le disputó la Premier al Manchester City en la temporada 2013-14, pero los resultados deportivos tampoco han sido determinantes para esta milagrosa recuperación: sólo en 2014 logró volver a competir en la Champions League tras un lustro de ausencias y no ha logrado superar en la liga doméstica a gigantes como el Chelsea o el Manchester United, ni a matagigantes como el Leicester, el sorprendente campeón de 2016.

Jürgen Klopp y la inversión deportiva

Por eso, desde que aterrizase en Anfield, el entrenador Jürgen Klopp dejó claro que su proyecto era a largo plazo. Cuando un equipo con la historia y el palmarés del Liverpool tantos años de sequía, la figura de un entrenador de club ─alguien capaz de involucrarse desde los cimientos durante un período largo─ cobra especial importancia. Y eso sucedió precisamente en octubre de 2015, cuando el alemán se hizo cargo del equipo. Casi tres años después, el proyecto está perfectamente definido: más allá de las estrellas que siempre ha tenido el club, se precisa de una estrategia deportiva integral que ayude a progresar a los más jóvenes.

Sólo hay que ver el perfil del capitán del Liverpool que ocupó el tremendo vacío que había dejado Steven Gerrard justo antes de la llegada de Klopp: Jordan Henderson, un centrocampista bregador que, si bien se formó en el Sunderland, con apenas 20 años llegó a Anfield para iniciar la renovación total impulsada desde la propia directiva. Pero es que en estos siete años han dado el salto a la primera plantilla otros jugadores desde las categorías inferiores como Raheem Sterling ─vendido al Manchester City por una cantidad de 63 millones de euros, récord del club red-, Jordon Ibe ─traspasado al Bournemouth por 18 millones─, Trent Alexander-Arnold, Joe Gomez o Ben Woodburn.

John W Henry, propietario del Liverpool

El pasado enero, muchos consideraron un error la venta del brasileño Philippe Coutinho al FC Barcelona por 160 millones de euros. Sin embargo, viéndolo en perspectiva, el Liverpool ha ganado espacio en la plantilla no sólo para que Mohamed Salah sea considerado uno de los mejores ─si no el mejor─ jugador de las grandes ligas europeas esta temporada ─lo que le ha revalorizado enormemente en el mercado e, independientemente de que siga o no en Anfield, ya ha generado este año ingresos extra para el club con su imagen─, sino también para la explosión de Sadio Mané o la aparición, precisamente, de Ben Woodburn.

La estrategia es clara: priorizar el desarrollo desde abajo. Por eso, Henry decidió el pasado verano respaldar la visión de Klopp de abandonar Melwood ─las instalaciones de entrenamiento del Liverpool desde 1950─ para crear una moderna ciudad deportiva de mucho mayor tamaño y en la que las categorías inferiores y el primer equipo trabajen estrechamente. El proyecto, cuya conclusión está prevista para 2019, ha supuesto una inversión extra de 50 millones de euros que, sin embargo, apenas ha mermado el balance del Liverpool. A falta de que el club presente el de su último año fiscal en las próximas semanas, los datos del año pasado reflejan que la deuda neta del equipo se ha quedado en 76 millones de euros, mientras que el valor del club se ha disparado hasta los 548 millones de euros.

Es más, asumiendo que el Liverpool habrá ganado esta temporada, como mínimo, 48,2 millones de euros por llegar a la final ─52,7 millones en caso de ganarla─, que los 160 millones de la venta de Coutinho sólo se han reinvertido 78,8 millones en el central Virgil Van Dijk y que Mohamed Salah podría salir el próximo verano por una cifra récord que supere incluso los 222 millones que le costó Neymar al PSG en 2017, el futuro del club red está más que asegurado, gracias a una inversión deportiva de éxito y a una gestión financiera que ya le sitúa en el séptimo lugar de la lista que elabora anualmente Forbes. De hecho, en la próxima edición de la lista, que se suele publicar en junio, no sería de extrañar que dé cuenta de Arsenal y Bayern, sus dos inmediatos predecesores. 

Al margen de que el sábado logre la sexta Champions de su historia, el Liverpool ya ha obrado el milagro: pasar en una década de coquetear con la bancarrota a ser una marca de éxito con un modelo a la vieja usanza.

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