Ciudades desiertas, coches autónomos y mucho metaverso: así será el mundo en 10 años, según el novelista e inventor Michael Rothman

Ciudad desierta

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Salir de casa, subir a un coche, conducir hasta una oficina, padecer un atasco, llegar y, una vez allí, tener reuniones presenciales con compañeros de trabajo que han tenido que hacer lo propio pero con un trayecto más largo que les ha obligado a viajar desde otra ciudad, otro país u otro continente.

Son actividades que en apenas 10 años quedarán obsoletas. Al menos, esto es lo que vaticina Michael Rothman, escritor de novelas de ciencia ficción e inventor.

"Una vez se instale en nuestras vidas todo lo relacionado con el metaverso que está impulsando Zuckerberg, ya no será necesario que nos traslademos físicamente todos los días. Además, la conducción será algo muy distinto. Se considerará simplemente como viajar de un punto a otro, y se dejará esa tarea a las máquinas porque no hacerlo se considerara estúpido e inseguro", explica a Business Insider España.

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"Los entornos de trabajo cambiarán y las ciudades cambiarán. Por ejemplo, estamos teniendo esta conversación desde distintos continentes. Habrá mucho más de esto", añade.

Rothman pinta un futuro hiperconectado pero de ciudades algo más vacías.

"Trabajo para una gran empresa tecnológica, y habitualmente, cuando iba a la sede, tenía que nadar entre un mar de personas para llegar a mi puesto y no tenía sitio en el parking. Fui la semana pasada y fue como visitar una ciudad fantasma. Algo surreal. Imagina visitar Madrid y que no haya un solo coche. El mundo después del coronavirus será muy diferente, y estamos empezando ya a ver los primeros cambios".

La suya no es una voz cualquiera. Con más de 1.000 patentes en su haber (algo menos de 300 en EEUU y más de 700 fuera del país), a Rothman hay que atribuirle, entre otros muchos hallazgos, lo que se conoce como Interfaz de Firmware Extensible Unificada (UEFI, por sus siglas en inglés). 

Se trata de una tecnología que define la interfaz entre un sistema operativo y un firmware y que, básicamente, acelera procesos como el encendido de los ordenadores.

Lo de escribir novelas de ciencia ficción llegó casi por casualidad: "Solía inventarme cuentos para mis hijos antes de dormir. Un día, me dio por empezar a poner esas historias por escrito. Así empezó todo", explica.

"Lógicamente, baso mis novelas en lo que sé de ciencia, y a eso le añado lo que investigo. Pero primero soy científico y luego soy escritor, eso lo tengo claro. Mi interés por la ciencia es genuino, contar historias que generen interés es algo que he tenido que aprender a hacer", añade. 

Finalmente, lo de escribir no se le ha dado del todo mal: 3 de sus novelas han aparecido en las listas de bestsellers de la revista USA Today yha vendido más de 120.000 ejemplares en EEUU. 

Lo ha hecho antes de llegar a España con El algoritmo de Darwin (Sadmarcanda), una novela distópica que parte de la premisa de un futuro cercano en el que la humanidad se encamina hacia su extinción tras haber descubierto la cura definitiva contra el cáncer.

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La suya, con todo, no es una visión negativa ni del mundo ni de la ciencia: "Soy bastante optimista. Creo en la ciencia y no creo que haya que sacrificar algo siempre que se alcanza un descubrimiento. Lo que pasa es que en la ficción toda victoria tiene que venir con un coste, con un cierto sacrificio. Si no, la gente no se la toma en serio".

A estos ingredientes Rothman añade uno más para despertar el interés del lector: nunca se va demasiado lejos en el tiempo: "Mis novelas no tratan de lo que va a suceder dentro de cientos o de miles de años. En ellas juego con lo que va a pasar dentro de poco, en 10 o 20 años. Esto hace que el lector lo sienta como más amenazante".

Adictos a la adrenalina de la distopía

Con un buen puñado de novelas publicadas, Rothman, a quien habitualmente se le suele comparar con maestros de la ciencia ficción como Michael Crichton, participa de un subgénero literario que, bajo infinidad de nombres (tecnothriller, ciencia ficción dura, fantasía épica...), se dedican a jugar con una idea: el final del mundo.

No está solo, ni mucho menos. Netflix, por ejemplo, solo en los últimos ha apostado fuerte por series como 3%, El rompenieves, Altered Carbon, la española La valla y, por supuesto, una de las producciones más exitosas de la plataforma, Black Mirror.

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Cada una con sus propias características, todas ellas comparten un rasgo común: una mirada más o menos pesimista de lo que está por venir.

"El éxito de este tipo de historias se debe a varios factores. El primero tiene que ver con que sentirnos en peligro nos despierta adrenalina, con ella sube la ansiedad y con ello nos implicamos en la historia. El segundo elemento es que el fin del mundo despierta cierto sentimiento de aldea global. Ya no hay fronteras, ya no hay bandos, solo hay una humanidad", comenta Rothman.

Se trata, sin embargo, por ahora de peligros más o menos controlados: "No creo que sea posible el futuro que planteo en El algoritmo de Darwin ni el de muchas de las ficciones de este tipo. Los países reaccionarían antes". 

Sí tiene el autor, no obstante, muchas esperanzas puestas en los potenciales avances de la medicina.

"Veo muchas enfermedades que eran mortales en tiempos de nuestros padres pero que hoy no son un problema. Muchos pasamos la varicela, por ejemplo, pero hoy mis hijos están vacunados y no la pasarán. Tengo mucha curiosidad por ver hacia dónde va la medicina en los próximos 10 años".

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A la espera de que lleguen estos avances y la humanidad les dé buenos usos, hay que conformarse con la ingente cantidad de historias que fantasean con la idea de que esto no sea así. 

Si hay que hablar de apocalipsis, Rothman reivindica a los clásicos: "Me encanta Tolkien. Sé que lo suyo era la fantasía, pero si te fijas lo que plantea es una especie de Edad Media que ha sido absolutamente devastada por una guerra. Es una fantasía apocalíptica. Estas son las clases de historias que me inspiran".

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