Los niños con el síndrome del 'niño burbuja' se están muriendo pese a que las farmacéuticas han encontrado una cura

Jakob Kamil Guziak, de 2 años, no puede jugar con otros niños, aunque su enfermedad tiene cura. 'Intentamos ganar tiempo, pero no podemos esperar eternamente', dice su madre.
Jakob Kamil Guziak, de 2 años, no puede jugar con otros niños, aunque su enfermedad tiene cura. 'Intentamos ganar tiempo, pero no podemos esperar eternamente', dice su madre.

Kyler Zeleny

  • Jakob es un nuño de 2 años con SCID, una enfermedad rara que afecta a su sistema inmunitario y lo obliga a vivir aislado del mundo para poder sobrevivir.
  • Aunque existe un tratamiento para su enfermedad, continúa en una lista de espera sin saber si podrá recibirlo antes de que sea tarde.

Nota del autor: En diciembre de 2022, investigadores de la Universidad de California reiniciaron un ensayo clínico para probar un posible tratamiento para niños con SCID. Jakob Kamil Guziak aún no ha tenido acceso al tratamiento, pero su madre ha contado a Business Insider que tiene esperanzas de que pueda empezarlo en 2023.

Jakob Kamil Guziak vive en una burbuja creada por sus padres.

Desde que volvió a casa del hospital en octubre de 2019, 3 meses después de nacer, las únicas personas a las que se les ha permitido visitarlo son sus abuelos y un par de amigos de la familia que no tienen hijos ni mascotas. Cuando sus padres llegan a casa del trabajo, se duchan y se ponen ropa limpia inmediatamente. Jakob apenas se relaciona con otros niños. Cuando ve perros paseando por su barrio de Edmonton (Alberta), su madre le deja acariciarlos 2 veces en el lomo, tras lo cual le desinfecta las manos. Para asegurarse de que entiende las reglas, practican la rutina con un animal de peluche en la seguridad de su casa.

Jakob nació con inmunodeficiencia combinada grave (SCID por sus siglas en inglés), una enfermedad rara hereditaria que afecta al funcionamiento del sistema inmunitario. La SCID se conoce como la enfermedad del "niño burbuja", ya que los niños que la padecían antiguamente vivían en burbujas de plástico. Cualquier germen o virus supone una amenaza potencialmente letal, por lo que las familias con niños que tienen esta enfermedad deben estar siempre alerta. 

Es como vivir el confinamiento por el coronavirus de manera permanente. "El SCID define nuestras vidas", dice la madre de Jakob, Paola Andrea Fernández de Soto Abdul-Rahim. Sin las infusiones de la terapia enzimática que recibe, sería improbable que Jakob llegara a su tercer cumpleaños. Incluso con tratamiento, aproximadamente uno de cada 5 niños con SCID muere antes de cumplir los 20 años.

Pero lo más sorprendente de todo, es que la enfermedad de Jakob tiene cura. Es una forma innovadora de terapia génica que restaura el sistema inmunitario dañado. Una medicina milagrosa, una maravilla probada. Pero la familia de Jakob no puede acceder a ella. No porque no puedan permitírselo, o porque estén esperando aprobación del gobierno, sino porque las compañías farmacéuticas que controlan la cura no creen que puedan beneficiarse de ella.

Como las grandes farmacéuticas no están convencidas de obtener el beneficio necesario, están abandonando las terapias génicas (no solo para la SCID, sino para muchas otras enfermedades raras) incluso sabiendo que las curas funcionan. 

Como resultado, niños como Jakob sufrirán y morirán innecesariamente, sin acceso a una solución para sus enfermedades. Lo que mantiene a Jakob aislado del resto del mundo, incapaz de jugar con un perro o hacer un amigo, no es su enfermedad. Es el mercado.

"La SCID es el canario en la mina de carbón para las enfermedades raras en general. La idea de que se pueda desarrollar una terapia curativa, llegar hasta el final de los ensayos y luego no dársela a los pacientes me parece increíble. Habremos fracasado totalmente si no somos capaces de resolver este problema de mercado", dice Matthew Porteus, investigador del genoma de la Universidad de Stanford. 

Mark Horowitz

El niño de la burbuja

Jakob juega en una cama elástica. Aproximadamente uno de cada 5 niños con SCID muere antes de cumplir 20 años.
Jakob juega en una cama elástica. Aproximadamente uno de cada 5 niños con SCID muere antes de cumplir 20 años.

Kyler Zeleny

A pesar de que afecta a unas pocas docenas de recién nacidos al año, la SCID tiene una enorme presencia en el imaginario público. Su víctima más conocida, David Vetter, se convirtió en una celebridad nacional en la década de 1970, apodado "el niño de la burbuja" por el recinto de plástico protector en el que vivía en el Texas Children's Hospital.

La historia de Vetter, que tuvo gran cobertura mediática, inspiró una película protagonizada por John Travolta. En el final hollywoodiense, el personaje de Travolta se arriesga a abandonar su casa para irse a caballo con la chica de la que se ha enamorado. Pero en 1984, 8 años después del estreno de la película, la SCID escribió su propio final para la historia de Vetter. Murió a los 12 años, después de que un trasplante urgente de células madre de su hermana transportara un virus latente a su cuerpo.

En aquel momento, la SCID justificó el desarrollo de una nueva idea de los científicos en biomedicina. La terapia génica (tratamientos que modifican el ADN de un paciente para corregir la mutación genética que causa su enfermedad) era objeto de teorías en revistas científicas, pero aún no se había probado en humanos. La enfermedad cumplía un par de requisitos críticos para ser probada en humanos. Era potencialmente mortal, lo que ayudaba a justificar los riesgos. Y era relativamente sencillo: si se corregía el gen mutado, se solucionaba la enfermedad.

El éxito de los trasplantes de médula ósea en pacientes con SCID animó aún más a los investigadores. Los trasplantes pueden ser curativos para los niños si hay un donante compatible perfecto. Pero para los que, como Jakob, tienen padres de diferentes orígenes étnicos, puede ser increíblemente difícil encontrar un donante adecuado. Aun así, los trasplantes sugieren que la terapia génica puede restaurar todo el sistema inmunitario, aunque solo consiga sustituir unas cuantas células defectuosas. "No necesitamos hacerlo muy bien para que funcione", afirma Porteus

El primer estudio en humanos de terapia génica, en una niña de 4 años con SCID, tuvo lugar en 1990. Los resultados fueron alentadores. Sin embargo, no se produjo un gran avance hasta principios de la década de los 2000, cuando un equipo de Milán utilizó con éxito una pequeña dosis del fármaco quimioterapéutico busulfán para eliminar las células madre viejas y dejar sitio a células extraídas del paciente y corregidas en el laboratorio. Los resultados clínicos demostraron su potencial curativo, y el entusiasmo empezó a extenderse de los hospitales a las salas de juntas. El gigante farmacéutico británico GSK firmó un acuerdo de investigación con el equipo de Milán en 2009. Su terapia para la SCID, Strimvelis, obtuvo la aprobación europea en 2016.

La entrada de GSK en el mercado contribuyó al auge de la terapia génica. Inversores de capital riesgo y ejecutivos de biotecnología fundaron una serie de nuevas empresas que licenciaban proyectos de académicos y presentaban a los inversores el enorme potencial de la tecnología. Otras grandes farmacéuticas siguieron el ejemplo de GSK; Roche y Novartis invirtieron miles de millones para comprar startups de terapia génica. Una de ellas, Orchard Therapeutics, recaudó 225 millones de dólares con una OPV tras obtener una licencia para un programa de terapia génica de la SCID desarrollado por un investigador de la Universidad de California (UCLA) llamado Donald Kohn. Mustang Bio, otra pequeña biotecnológica, adquirió los derechos comerciales de una terapia génica de SCID desarrollada por el Hospital de Investigación Infantil St. Jude en 2018 y presentó a los inversores un plan para solicitar la aprobación antes de finales de 2019.

Cuando Jakob llegó al mundo ese mismo año, el futuro parecía prometedor para la devastadora enfermedad con la que nació. Strimvelis ya estaba disponible en Europa, y tanto Orchard como Mustang estaban a punto de lanzar sus propias terapias al mercado. Poco después del diagnóstico de Jakob, su madre lo inscribió en una lista de espera para el tratamiento y lanzó una campaña para recaudar fondos en Internet para pagar el coste estimado (más o menos millón y medio de dólares). Desde entonces, ha organizado una serie de actividades, desde subastas hasta la redacción de un libro infantil sobre la enfermedad.

Compass Pathways está llevando a cabo un ensayo clínico para convertir una sustancia psicodélica en un medicamento aprobado.

La biotecnología se aparta de la terapia génica

Sin embargo, a medida que crecía el entusiasmo entre científicos y médicos, los inversores y los directivos de las farmacéuticas empezaban a mostrarse reacios a la terapia génica. El principal problema: ¿cómo crear un negocio sostenible en torno a un fármaco cuyo desarrollo cuesta cientos de millones de dólares y que solo necesitan unos pocos pacientes?

Strimvelis demostró que una cura como la terapia génica podía tener un gran éxito y, aun así, mantenerse fuera del mercado. El tratamiento fue transformador para los pocos que pudieron recibirlo. El procedimiento es un proceso complejo y caro por el que se extraen células madre del cuerpo del paciente, se modifican en un laboratorio y se introducen de nuevo. Hasta la fecha, solo 17 pacientes han sido tratados con Strimvelis, según Alessandro Aiuti, investigador de terapia génica del instituto milanés.

Incapaz de ver la forma de rentabilizar el tratamiento, GSK tiró la toalla en 2018. Su CEO, Emma Walmsley, anunció que la compañía estaba quitando prioridad a la investigación de enfermedades raras y centrándose en los "verdaderos ganadores": medicamentos superventas para enfermedades como el cáncer que garantizarían beneficios considerables.

La decisión de dar carpetazo a una cura conocida enfureció no solo a las familias de los pacientes de SCID, sino también a los científicos pioneros en la investigación. "Consigo curar una enfermedad y luego el producto no está disponible para los pacientes", declara a Business Insider la Dra. Maria Grazia Roncarolo, que desarrolló la ciencia en la que se basa Strimvelis. "¿Cómo es posible?", se pregunta.

GSK vendió sus derechos sobre Strimvelis a Orchard, la startup biotecnológica que trabajaba con Kohn en la UCLA. Pero Orchard también acabó decidiendo que la curación del SCID no era rentable. En 2020, anunció que reducía su inversión en la terapia de Kohn. Más de 20 familias con niños con SCID escribieron una carta al director general de Orchard, rogándole que pusiera la terapia a su disposición. "Le imploramos que considere esto como una petición desesperada de ayuda para salvar vidas jóvenes", suplicaban.

En mayo de 2021, la brecha entre el éxito clínico y el fracaso comercial se hizo dolorosamente evidente. Kohn publicó datos a largo plazo de 50 pacientes con SCID tratados con su terapia. Los 50 niños seguían vivos al menos 2 años después del tratamiento, y más del 95% no necesitaron otro tratamiento. Pero al día siguiente de la publicación de la investigación de Kohn, Orchard renunció a su terapia y le devolvió la licencia. 

En marzo de 2022, después de que el precio de las acciones de la empresa se desplomara casi un 90%, Orchard también anunció que dejaría de invertir en Strimvelis. Como resultado, los pacientes recién diagnosticados de SCID (incluso en Europa, donde Strimvelis está aprobado desde 2016) no podrán acceder a la cura.

El Dr. Donald Kohn, que ha desarrollado una cura para la SCID, dispone de fondos suficientes para tratar solo a 3 niños.
El Dr. Donald Kohn, que ha desarrollado una cura para la SCID, dispone de fondos suficientes para tratar solo a 3 niños.

Donald Kohn

Kohn, que trabaja por su cuenta, no ha conseguido avanzar mucho en la comercialización de la cura. El principal obstáculo, dice, es la financiación. "Ya no es cuestión de investigación. Funciona. Está demostrado. Pero es difícil conseguir subvenciones para tratar a los pacientes, porque las subvenciones son para investigación", explica Kohn. El investigador pudo recuperar 4 millones de dólares de la subvención concedida inicialmente a Orchard, pero es todo lo que tiene. Calcula que es suficiente para tratar a 3 pacientes. ¿De dónde sacará el dinero para el resto de la lista de espera? No está seguro.

La experiencia ha dejado a Kohn frustrado, pero no desanimado. A lo largo de 3 décadas en el laboratorio, ha aprendido que las farmacéuticas cambian a menudo de prioridades y abandonan investigaciones prometedoras. Pero sigue siendo optimista y cree que otra empresa acabará eligiendo su terapia, basándose en los resultados clínicos.

En la actualidad, Mustang Bio es la única empresa biotecnológica dedicada a la terapia génica de la SCID. Su CEO, Manny Lichtman, espera que el tratamiento alcance los 300 millones de dólares de ventas anuales. Pero reconoce que el compromiso de Mustang con la cura tiene límites. Espera lanzar la terapia en 2024, pero cree que Mustang no puede permitirse más retrasos, ya que sus acciones han caído más de un 90% en los últimos 5 años. Y para obtener beneficios, Mustang espera cobrar un precio multimillonario por la cura.

"No somos una organización benéfica. Llevamos años trabajando en esto. Nos está costando mucho dinero", explica a Business Insider.

Mientras tanto, los niños con SCID no pueden recibir una cura que ya se ha demostrado que funciona. Jakob, que está en lista de espera para el tratamiento de Kohn, sigue recibiendo inyecciones regulares de terapia enzimática, pero los beneficios suelen disminuir con el tiempo y, a medida que crece, sus médicos se han visto obligados a aumentar la dosis de 2 inyecciones semanales a 3. Como cualquier niño de 2 años, Jakob odia las inyecciones. Su padre, Kamil, tiene que sujetarle mientras Andrea, su madre, le clava una aguja en la pierna.

Jakob, sujetado por su padre, mientras su madre se acerca con la inyección de enzimas que necesita 3 veces por semana. No le hace ninguna gracia.
Jakob, sujetado por su padre, mientras su madre se acerca con la inyección de enzimas que necesita 3 veces por semana. No le hace ninguna gracia.

Kyler Zeleny para Business Insider

"Ahora mismo, intentamos ganar tiempo, pero no podemos esperar eternamente", dice Andrea.

Conciliación laboral y familiar.

La búsqueda de alternativas

El desplome de este año de los valores biotecnológicos aumenta el temor de que no salgan adelante terapias génicas para otras enfermedades raras. Ethan Perlstein, CEO de Perlara, una biotecnológica que trabaja en tratamientos para enfermedades ultrarraras, se refiere a este fenómeno como "el Gran Abandono". Solo en los últimos meses, las terapias génicas para el síndrome de Wiskott-Aldrich, la MPS, la enfermedad de Batten, la fenilcetonuria, la enfermedad granulomatosa crónica, el síndrome de Rett y la enfermedad de Fabry han perdido prioridad o han sido archivadas. Las biotecnológicas y sus inversores no creen que los fármacos puedan generar suficiente dinero.

Los investigadores, que no saben qué hacer, buscan alternativas al margen de las empresas. La Fundación Telethon, una organización benéfica que respaldó al grupo de investigación milanés que desarrolló Strimvelis, está explorando opciones más allá de los fabricantes de fármacos, como las organizaciones sin ánimo de lucro y las empresas públicas. 

"Haremos todo lo posible para que este medicamento esté disponible", declara a Business Insider Francesca Pasinelli, CEO de Telethon. "Mi optimismo sigue siendo alto porque he visto los resultados clínicos. He visto a los pacientes. He visto a sus familias. Son pacientes que no podían llevar una vida normal y que ahora pueden. Pacientes que han nacido 2 veces. Esa es la razón por la que estamos aquí", añade.

En febrero del año pasado, una ONG dirigida por Jennifer Doudna, Premio Nobel pionera de la edición genética CRISPR, puso en marcha un grupo de trabajo para explorar nuevas ideas que garanticen el acceso a las terapias génicas y otros tratamientos de nueva generación. Una de las alternativas es que los investigadores insistan en que sus contratos de licencia con las grandes farmacéuticas incluyan cláusulas más estrictas que den prioridad al acceso de los pacientes. 

Pero los expertos reconocen que las organizaciones benéficas no tienen ni la envergadura ni los recursos para desarrollar todas las terapias génicas que están abandonando los gigantes farmacéuticos.

"Me preocupa que haya literalmente cientos y cientos de enfermedades monogénicas y que, si tenemos que esperar a que aparezca una fundación para cada una de ellas, haya grupos que se pierdan. Habrá desigualdades entre quién recibe qué", afirma Peter Marks, director del Centro de Evaluación e Investigación Biológica de la Administración de Alimentos y Medicamentos.

P.J. Brooks, director en funciones de la División de Innovación en Investigación de Enfermedades Raras de los Institutos Nacionales de Salud, dice que el sistema actual obliga a los padres de niños con enfermedades raras a convertirse en "directores de terapias genéticas." Andrea encaja en el molde. En su afán por conseguir que Jakob reciba tratamiento, se ha visto obligada a aprender los entresijos no solo de la medicina genética y el sistema sanitario, sino del modelo de negocio de la industria farmacéutica, todo ello mientras lidiaba con su propio diagnóstico de cáncer.

"Me siento emocionalmente agotada. He trabajado sin descanso. Vamos a la televisión. Vamos a la radio. Es mucho. Y siento que tampoco ayuda a mi salud", dice Andrea.

La investigación ha descubierto que los chips cerebrales pueden deformar tu sentido del yo.

Cuando estaba embarazada, soñaba con clases de natación y un colegio que aplicara el método Montessori para su hijo. Finalmente, Jakob empezará preescolar en casa. 

En lugar de jugar con amigos, se enfrenta a una infancia de aislamiento casi total, interrumpida por las inyecciones de enzimas que le mantienen con vida. Aunque aún no ha contraído ninguna infección grave, a Andrea le preocupa que cualquier interacción con el mundo exterior pueda contagiarle cualquier germen o virus. 

En caso de emergencia, Jakob necesitaría un trasplante de médula ósea de su padre, que es parcialmente compatible. El procedimiento sería arriesgado, con aproximadamente un 50% de probabilidades de que el niño muriera.

'Jakob me hace seguir adelante. Cuando le miro, no quiero parar", afirma Andrea.
'Jakob me hace seguir adelante. Cuando le miro, no quiero parar", afirma Andrea.

Kyler Zeleny

Por ahora, Andrea no puede hacer mucho más que esperar a que llegue una cura que ya existe. Mientras tanto, intenta encontrar la manera de que Jakob pueda vivir su vida, pasear en patinete por el barrio y acariciar perros, sin peligro.

"Jakob me hace seguir adelante. Cuando le miro, no quiero parar. El trabajo no termina hasta que termina", afirma Andrea.

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