Paso más de un mes al año trabajando con mi pareja desde países remotos como Tailandia e Indonesia: así conseguimos sacarle el máximo partido

Sergi Benet, cofundador de Balio, y su pareja, Andrea Gimeno, en el último viaje de ambos por la isla de Bali, en Indonesia.
Sergi Benet, cofundador de Balio, y su pareja, Andrea Gimeno, en el último viaje de ambos por la isla de Bali, en Indonesia.

Sergi Benet

(El siguiente texto es fruto de una entrevista entre Sergi Benet, cofundador de Balio, empresa dedicada a la educación financiera online, y Business Insider España. Esta ha sido editada por el autor del artículo, David Vázquez, por motivos de extensión y claridad)

Era una sensación compartida por ambos desde hacía ya algún tiempo. Cuando nos íbamos de vacaciones, mi pareja, Andrea Gimeno, y yo coincidíamos siempre en un mismo pensamiento. 

Visitar un lugar en época de vacaciones, nos decíamos, con todos los turistas rondando por el centro de las ciudades más conocidas y los negocios dedicados casi en exclusiva a sacar de los bolsillos de los extranjeros la mayor cantidad de dinero posible era una cosa, pero conocer un lugar de verdad es otra bien distinta.

Conocer un lugar a fondo, creímos siempre, exige residir en él en condiciones parecidas a las que viven quienes se levantan cada mañana en ese mismo sitio y tienen que ganarse la vida.

Para nosotros, acercarse de verdad a la esencia de un lugar requiere, en definitiva, haber trabajado en él al menos durante un tiempo.

Como una pieza de un puzle que no encaja, apartamos este pensamiento durante años hasta que, a finales de 2019, nos dimos cuenta de que tal vez sí que había una manera de encajarlo en nuestras vidas.

En aquel tiempo, una crisis laboral y familiar nos fue convenciendo cada vez más de que necesitábamos aire, alejarnos de nuestra rutina cotidiana. El cuerpo nos pedía nuevos espacios, otros ambientes, distintos escenarios.

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Por otra parte, la idea de coger unas vacaciones de forma súbita en mitad del calendario laboral de nuestros respectivos proyectos empresariales (tanto mi pareja como yo somos emprendedores) se nos antojaba demasiado complejo. 

Llegamos, por tanto, a un punto intermedio: viviríamos un mes y medio fuera de Europa, pero lo haríamos mientras trabajábamos remotamente, de forma que muchos de nuestros clientes y proveedores ni siquiera llegarían a percatarse de que estábamos fuera de España.

Disfrutaríamos de la experiencia de conocer un nuevo lugar, pero lo haríamos sin perder un solo día de vacaciones y sin descuidar un ápice nuestras respectivas obligaciones para con nuestras empresas. 

La experiencia fue tan positiva para nosotros que, en cuanto pudimos, repetimos.

La importancia del coworking: algunas lecciones de Tailandia

Como primer destino para validar nuestra tesis nos decantamos por Chiang Mai, una ciudad situada en el norte montañoso de Tailandia que presume de ser la segunda más grande todo el país y que cuenta, entre otras muchas cosas, con una interesante cantidad de cafeterías con conexión wifi.

Aquello, pensamos, garantizaría que pudiéramos trabajar de manera remota sin problemas. Fue uno de nuestros peores errores como novatos: las cafeterías, como es natural, a veces se llenan de gente, lo que puede dificultar el trabajo remoto a todos los niveles.

En un coworking, en cambio, uno puede contar con cierta garantía de que la conexión a internet va a ser siempre razonablemente estable y que casi siempre se va a poder disponer de lugares más o menos tranquilos en los que hablar con socios, inversores o clientes.

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Más allá de este error, que hemos subsanado en nuestra actual experiencia en la isla indonesia de Bali, aquel mes y medio en Chiang Mai abrió para nosotros un mundo de posibilidades.

Y eso que nuestra rutina no era nada del otro mundo. Procurábamos levantarnos razonablemente pronto, a eso de las 8 o las 9 de la mañana. Después, dedicábamos un tiempo al gimnasio, a pasear o a recorrer la zona en alguna excursión no muy larga. 

Hacia la hora de comer, para ajustarnos al horario español, empezaba nuestra jornada laboral, que estirábamos en nuestro caso hasta bien entrada la media noche. Y al día siguiente, más de lo mismo. 

En definitiva, tratábamos de tener una rutina no muy distinta de la que podía tener cualquier persona que, nómada digital o no, trabaje habitualmente en Chiang Mai. 

La única excepción la constituían los fines de semana, momento que aprovechábamos para visitar localidades cercanas o escaparnos a alguna isla.

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Coincidiendo con el comienzo de 2020, volvimos a España. El resto es historia conocida: el estallido de la pandemia y la interrupción de toda movilidad alejó durante un buen tiempo la idea de poder repetir. 

Cuantos más meses pasaban, sin embargo, más nos acordábamos de nuestra experiencia en Chiang Mai y más nos convencíamos de que, en cuanto se pudiera, lo volveríamos a intentar. 

Finalmente, el momento de volver a coger las maletas para probar a trabajar a miles de kilómetros de distancia ha llegado durante la primavera de este 2022.

Largas jornadas de trabajo, un calor sofocante y un presupuesto de 1.500 euros mensuales, billetes aparte: la otra cara de nuestro nomadismo digital

Esta vez el destino ha sido Bali, una isla situada en Indonesia que cuenta no solo con una buena conexión a internet, sino que también tiene una buena cantidad de espacios de coworking que permiten, por ejemplo, que si un día uno tiene el aire acondicionado estropeado, se pueda trabajar desde otro. 

Más allá de esto, nuestra rutina es muy parecida a la que teníamos en Chiang Mai: levantarnos pronto, aprovechar la mañana para tener algo de tiempo libre, trabajar hasta muy tarde y reservar las excursiones más largas para el fin de semana.

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Se trata de una rutina exigente que a nosotros nos sirve de nuevo para cumplir el mismo doble objetivo que teníamos hace dos años: conocer un lugar más de lo que lo haríamos en un viaje convencional y no descuidar nuestros negocios.

Por otra parte, ahora que menciono el calor, tengo que hacer una confesión para no llevar a nadie a engaño: la nuestra no es una experiencia para todo el mundo. 

Para empezar, sin ir más lejos, si no eres capaz de imponerte una rutina para ponerte en marcha desde primera hora sin importar que te encuentres en una isla como Bali, pensada para el disfrute de quien la visita, esta forma de trabajo no es para ti.

Tampoco lo es, por ejemplo, si no eres capaz de trabajar bajo fuertes condiciones de humedad y con el termómetro marcando unos cuantos grados más de lo recomendable.

De igual manera, si no eres un auténtico apasionado de descubrir cada rincón de los lugares a los que viajas, probablemente no le vayas a sacar todo el partido a la experiencia.

En términos económicos, para este último viaje, mi pareja y yo hemos calculado un presupuesto mensual de unos 1.500 euros para la estancia y la comida de ambos. Este no contempla gastos como los billetes de avión, que nos han costado 700 euros a cada uno.

Por otra parte, para cumplir este presupuesto una idea interesante es adaptarse a la cultura y la comida locales. Contrariamente a lo que pueda parecer, en este tipo de países muchas veces es más barato comer fuera de casa que tratar de cocinar alimentos parecidos a los que tenemos en España dentro del hogar.

Teniendo esto en cuenta, si un día por ejemplo nos pasamos algo del presupuesto, tratamos de compensar al día siguiente comiendo en uno de los muchos puestos que hay en Bali con comida autóctona. En días así, es raro que no podamos terminar comiendo los dos por unos 10 euros.

Otro inconveniente son las largas jornadas laborales

Aunque, como cofundador de Balio, tengo la suerte de contar en este tipo de aventuras con la confianza de mis socios en la empresa y de mis inversores, muchos de los cuales saben que, aunque estoy aquí, serán atendidos como siempre, resulta casi imposible permanecer ajeno al hecho de que, al final, uno está en una isla paradisíaca.

Como consecuencia, para demostrar que el compromiso con el proyecto no es menor aunque haya miles de kilómetros de distancia, uno tiende a trabajar incluso más horas de las que haría en España. 

Así, no es raro que, aunque mi jornada debería acabar al filo de la medianoche, finalmente la termine estirando hasta más allá de las dos de la madrugada. En días así, lógicamente, apagar el ordenador, cerrarlo y meterme en la cama son todo uno.

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Y con todo y con eso, me compensa. Te aseguro que me compensa. Tanto es así que mi pareja y yo ya estamos planeando el próximo viaje. Fieles al criterio que hemos seguido hasta ahora, que no nos esperen en Noruega ni en países así, donde el coste de la vida es más caro que en España.

En nuestro punto de mira ha ganado enteros últimamente Argentina, un país donde cada vez hay más nómadas digitales y más espacios donde trabajar al tiempo que el nivel de vida se mantiene más o menos estable para quienes cobramos por nuestro trabajo en euros.

¿Será el último destino? Solo el tiempo lo dirá. En  principio, nuestra idea es intentar irnos a trabajar fuera de España al menos un mes cada año. Para mí, es un cambio de aires necesario para intentar cargar las pilas.

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