La automatización ha evolucionado y se prepara para suplantar a los desarrolladores (y a cualquier otro trabajador)

Yo, robot (película)

Luis Rodríguez,

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  • Aunque tiende a pensarse en la automatización como una apisonadora de trabajos manuales y de baja cualificación, lo cierto es que ningún empleo está a salvo de ella.
  • Muchos estudios defienden que alrededor de 800 millones de empleos podrían perderse de cara a 2030 debido a este proceso, aunque los hay que son todavía más pesimistas.
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En 1930, John Maynard Keynes auguró que de cara a finales de siglo las semanas de trabajo durarían alrededor de 15 horas por persona. A la vista de los acontecimientos, queda claro que el reputado economista no podría haber estado más equivocado, al menos en esta predicción.

Desde que el británico predijera el devenir del trabajo en Europa, la industria se ha moldeado, estancado y vuelto a moldear a partir de distintas revoluciones y crisis en el seno del Viejo Continente, pero la base del problema es que, al fin y al cabo, nada ha cambiado demasiado. Sí es cierto que muchos empleos han mejorado sus condiciones laborales, que el abanico se ha incrementado y que la fuerza de trabajo ha intentado compensarse, con mayor o menor acierto, al boom demográfico de la segunda mitad de siglo, pero el futuro dista bastante de seguir esta senda.

Si algo ha aprendido la humanidad en todo este tiempo es que todo lo que un día conocimos quedará obsoleto con el paso de los años, y el trabajo no es una excepción, más aún cuando la automatización llama a las puertas de más de 800 millones de empleos. De cara al año 2030, a la vuelta de la esquina, más del 45% de los puestos actuales podría terminar por fenecer, según apuntan diversos estudios sobre la materia. Otros son más pesimistas.

Muchos de estos trabajos que hace no tanto tiempo eran revolucionarios, como el del desarrollo de software, no tardarán en envejecer y caer en el olvido. Este caso es particularmente significativo, ya que tiende a pensarse en la automatización como una apisonadora de empleos manuales o de baja cualificación, pero nada más lejos de la realidad. En este cuento, el padre da a luz a un hijo sólo para ver cómo éste le roba el trabajo antes de tiempo.

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Son los propios desarrolladores, o parte de ellos, los que están embarcados en la misión de construir a las herramientas de automatización, sus procesos de aprendizaje y su capacidad de evolucionar, hasta que llegue un punto en que sepan hacerlo mejor que sus propios creadores. Si las máquinas consiguen en un momento dado escribir código para sí mismas, ¿para qué necesitarán a los humanos?

Aunque estas previsiones puedan parecerse más a Matrix que a las estimaciones de la próxima década, en realidad tiene bastante sentido. Cuando este trabajo revolucionó el mundo, los desarrolladores se encargaban de construir enlaces, algoritmos y programas, proyectos que, en esencia, funcionan bajo la lógica matemática y a priori no daban lugar al más mínimo error, pero las cosas han cambiado.

Ahora los desarrolladores de software ya no están diseñando enlaces lógicos. En su lugar, están entrenando modelos en la heurística de estos enlaces lógicos, en la capacidad de mejorar y superarles en algún momento. Dicho de otro modo: han pasado de construir herramientas lógicas a construir mentes.

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Unos de estos síntomas es la llamada autocompletabilidad o la búsqueda del código semántico, dos funciones que sirven simplemente para ayudar (automáticamente) al desarrollador a realizar su trabajo; a medida que las máquinas entienden lo que intentas implementar, pueden ayudarte en el proceso.

Otro es el segmento de los sistemas cerrados, como las redes sociales, que permiten a muchas páginas comunicarse entre ellas, eso sí, siempre dentro del mismo sitio; y los sistemas integrados, como la interfaz de programación de aplicaciones de un banco, por ejemplo. Todas tienen puntos en los que son automáticas, pero necesitan de soporte humano para las comunicaciones, la seguridad profunda, la transmisión de trabajo o el trato.

Cuando se le pregunta a un trabajador de cualquiera de estas funciones si ve su futuro peligrar por una máquina, las respuestas suelen ser que no, siempre bajo un razonamiento: que cualidades como la creatividad, la empatía, la colaboración o el pensamiento crítico no son transmitibles a un ordenador. Quizá sea cierto o quizá no, pero la clave del asunto es que en realidad esas no son las cualidades que se piden a la hora de realizar el trabajo. Por mucho que una máquina no pueda suplir al completo la labor de un ser humano, incluso el proyecto más complejo no es más que una suma de pequeñas partes.

Y estas sí pueden automatizarse.

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