La pandemia desentierra la otra gran batalla de la guerra del streaming: la piratería está más viva que nunca

Elena Neira
Mulán

Disney

  • La relación del mundo audiovisual con internet nunca ha sido fácil.
  • Las plataformas de streaming lograron algo que, en su momento, parecía insólito: que se extendiera el hábito de pagar por contenidos online.
  • Pero la piratería no ha desaparecido. Ni mucho menos. Sencillamente aprendió a coexistir de manera natural con el consumo legal.
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Suspensión de rodajes, cierre de cines, aplazamiento de los estrenos… 

Por si el audiovisual no tuviese bastantes problemas con los que lidiar tras la profunda crisis desatada por la pandemia mundial, un viejo conocido acecha de nuevo al sector: la piratería

La relación del audiovisual con internet nunca ha sido fácil. En sus orígenes la rápida generalización del consumo de contenido pirata supuso una auténtica debacle para el lucrativo negocio del home entertainment físico. También produjo notorias pérdidas en el negocio de la distribución cinematográfica, ya que las copias de los estrenos llegaban a las plataformas p2p a las pocas horas de su pase en salas, hecho que provocó una caída significativa en las cifras de asistencia a los cines. 

Esta circunstancia ha estado en la base de la percepción del sector de la distribución y la exhibición con respecto a la explotación digital de contenidos. La reticencia de los exhibidores a la reducción de plazos y al adelantamiento de la ventana digital no solo se fundamenta en las cuantiosas pérdidas que la piratería les ha ocasionado, sino también en la convicción de que estas prácticas provocan la canibalización de la asistencia a salas

Los distribuidores, por su parte, se han mostrado más permeables a incorporar internet a la ecuación, especialmente en el caso de películas medianas y pequeñas. En estos casos,  adelantar la explotación digital se percibe como una oportunidad para sacar partido al recuerdo que han generado las campañas de marketing y promoción y, por extensión, obtener mejores ingresos de los mercados secundarios (como el alquiler digital y las ventas a televisiones).  

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Las plataformas de streaming globales, con Netflix a la cabeza, fueron las grandes responsables de algo que, por entonces, parecía insólito: el apalancamiento de las cifras de piratería. Con una oferta de pago pero que adaptaba el modelo de los sites de torrents de Internet (rompiendo la disciplina de la entrega semanal y apostando por subir toda la temporada en bloque), una elevada rotación de estrenos, una buena experiencia de usuario y un precio asequible, el hecho de pagar por contenidos comenzó a normalizarse a gran velocidad. El apalancamiento en las cifras de piratería, tras años de crecimiento descontrolado, no tardó en producirse. 

Según los datos del Observatorio de la Piratería y Hábitos de Consumo de Contenidos Digitales de 2018, y recogidos en un informe elaborado por la consultora independiente GfK, en tres años los índices de piratería en nuestro país habían caído un 12%, siendo las series y las películas los sectores que habían registrado un descenso más acusado. 

Que se tome 3 años como marco temporal de referencia resulta significativo: Netflix llegaba a nuestro país a finales de 2015. Amazon y HBO lo harían pocos meses después. Estos servicios, fáciles de usar, asequibles y con una oferta de contenidos amplia consiguieron que quisiésemos pagar, no tanto por los contenidos como por la comodidad que estos ofrecen. 

Pero la piratería no ha desaparecido. Ni mucho menos. Sencillamente aprendió a coexistir de manera natural con el consumo legal.

Incluso ha estado en la base de la popularización de fenómenos globales (como Juego de Tronos). Su popularidad entre los usuarios de torrents proporcionó a la serie una comunidad fan fuera de los canales legales en donde se estaba distribuyendo el producto. En el caso de HBO, incluso, el interés mundial en la serie y las elevadas cifras de consumo ilegal aceleraron los planes de lanzar una plataforma de streaming en modelo de suscripción independiente al canal de cable.

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Desde finales de 2019 dos fenómenos han introducido nuevas variables que anticipan cambios importantes. En primer lugar, el aumento de proveedores de contenidos online (en el marco de la denominada Streaming Wars), todos ellos con un catálogo de originales con gancho. Este fenómeno ha impulsado la piratería precisamente de los contenidos estrella empleados como estrategia de captación, especialmente en aquellos casos de plataformas sin implantación global y sin distribución local. 

Y ahí hemos vuelto a situarnos en cabeza. 

Baste un dato: España fue el país que más pirateó The Mandalorian antes de la llegada de Disney+. Esto parece anticipar en un nuevo escenario en el que el visionado de pago y el visionado pirata coexistirán de manera normalizada, toda vez que el usuario ya está suscrito a alguna plataforma, no quiere contratar una nueva y no existe la posibilidad de pagar por ese contenido en particular. 

La cuestión se ha vuelto todavía más dramática debido a la crisis sanitaria y la apuesta de muchas distribuidoras por la fórmula del PVOD(premium Video On Demand, alquiler digital sin pasar por las salas). Lo caro de la fórmula (con precios que oscilan los 20-30 dólares, frente al precio medio de una suscripción mensual) unido a la maltrecha situación en que el coronavirus ha dejado a las economías familiares, ha generado un caldo de cultivo ideal para la piratería. 

El ejemplo más reciente lo tenemos con el estreno de Mulán. Según datos de TorrentFreakla película tuvo más de 890.000 descargas ilegales en 24 horas, un 900% más que la siguiente película en el ranking (The Owners). La estrategia de Mulán, aunque visionaria, tenía puntos ciegos: una disponibilidad cautiva, un precio elevado y la excelente calidad de la versión ilegal. 

En la era digital la copia pirata se convierte en un contenido de sustitución. Y además gratis. Eso sí que es como para preocuparse… 

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