De 'Tiger King' a 'The Last Dance': por qué el documental por capítulos es el formato ganador de la pandemia y su reinado podría continuar

Elena Neira
Michael Jordan levanta el título de campeón de la NBA en una escena del documental 'The Last Dance'.
Michael Jordan levanta el título de campeón de la NBA en una escena del documental 'The Last Dance'.
  • Después de dos meses de parón, la ansiada fase de transición llega al mundo de la producción audiovisual: han comenzado a reanudarse emisiones y a reactivarse rodajes, aunque con dinámicas y plazos distintos.
  • Las plataformas de streaming ya han notado el efecto de la pandemia por los retrasos en las grabaciones, pero sus dinámicas de producción son mucho más ágiles que las de la televisión comercial.
  • El documental seriado ha sido el formato ganador de la pandemia, con éxitos especialmente notables en Netflix de la mano de Tiger King o The Last Dance, y apunta a seguir creciendo en los próximos meses al no tener tantas limitaciones de producción como la ficción original.
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Mientras la normalidad vuelve, poco a poco, a la vida de los espectadores, la industria de los contenidos audiovisuales comienza su particular desescalada tras la crisis sanitaria. Con el estado de alarma, algunos programas mantuvieron la producción desde plató, si bien con recursos mínimos. Otros decidieron darle un giro de tuerca al formato y continuar las emisiones desde casa, brindando la oportunidad de ver la faceta más desconocida de muchos presentadores estrella. Y otras producciones, incapaces de adaptarse a la nueva situación, se vieron obligadas a quedarse en suspenso. Más de dos meses después, entramos en la tan ansiada fase de transición. Han comenzado a reanudarse emisiones y a reactivarse rodajes, si bien con unas dinámicas y unos plazos muy distintos

Y, sobre todo, con muchísima incertidumbre. 

El tejido audiovisual es muy heterogéneo y la pandemia no ha afectado a todos por igual. Esa posición de partida introduce un elemento diferencial clave, que va a condicionar la rapidez de la recuperación y la foto final de las programaciones de aquí a finales de año. Sin duda, el parón se dejará sentir en las plataformas de streaming, no solo en términos de nuevas incorporaciones de contenido de terceros —ahora en suspenso—, sino también a sus originales estrella —situación en la que se encuentra Disney+ con sus primeras series de Marvel y Netflix con la nueva temporada de Stranger Things—. Pero sus dinámicas de producción, mucho más ágiles que la televisión comercial, amortiguan bastante el golpe. Al no estar sometidos a la disciplina de los pilotos que siguen las cadenas de televisión gozan de mayor estabilidad en la programación y pueden corregir el calendario de estrenos de forma poco traumática. Son los beneficios de no tener intereses publicitarios y de encargar las temporadas en bloque.

La difícil situación en la que se encuentran las cadenas de televisión comerciales es, precisamente, la consecuencia directa de su manera de producir. La fórmula de la temporada de pilotos es el engranaje que permite que la parrilla tenga, temporada tras temporada, una cuidada selección de contenidos para cubrir la programación de las cadenas de televisión, buenas perspectivas para mantener fidelizados a todos los segmentos de audiencia, asegurar la confianza de los anunciantes y tener garantía de que se dispondrá de un volumen de inversión publicitaria suficiente para todo el tinglado. 

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Pero entre el pitch del estudio, productora o showrunner y los estrenos discurre un largo y complejo proceso de autorización de proyectos, rodaje de pilotos, visitas a agencias y negociaciones con anunciantes —que compran los espacios para toda la
temporada— en un proceso que se alarga durante varios meses —de enero a finales de verano—. Y, precisamente, el proceso en el que se estaba cocinando la temporada 2020/2021 coincidió con el estallido de la crisis.

¿Quiere ello decir que la programación televisiva se dirige hacia una suerte de colapso? En absoluto, aunque volver a esa nueva normalidad no será fácil. Cuando menos, la salida de la programación de la nueva temporada seguirá un proceso muy diferente al habitual. Pero existen suficientes intereses económicos y la justa dosis de inercia para que podamos tener cierta seguridad en que se invertirán los recursos y las horas necesarias para insuflar a las cadenas de producciones, especialmente de ficción, realities y entretenimiento, formatos que por su rentabilidad, su potencial de venta a terceros, su aceptación por parte de la audiencia o sus los costes, constituyen los esqueletos de las cadenas. Y este año lo serán todavía más, en una temporada sin competiciones deportivas y con cada vez más plataformas de streaming robándoles audiencia en sus franjas más rentables, comercialmente hablando. 

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Además de una situación de partida más ventajosa, las plataformas de streaming han podido capitalizar el confinamiento descubriendo el enorme potencial de otros formatos, que han demostrado ser extraordinariamente eficientes, en términos de costes (inversión) y beneficios (captación y fidelización de clientes). El ganador indiscutible en este sentido ha sido el documental (especialmente el seriado). Tras el éxito de Making a Murderer (Netflix) y The Jinx (HBO), las docuseries empezaron a interesar a masas más amplias de público y su presencia en los distintos catálogos comenzó a aumentar. Y, aunque el goteo de documentales no ha cesado en los últimos dos años, 2020 ha traído bajo el brazo la tormenta perfecta para la eclosión del fenómeno.

La ausencia de retransmisiones deportivas y el pico de consumo de contenidos bajo demanda está en la base de dos increíbles fenómenos mundiales: The Last Dance, la docuserie sobre Michael Jordan, y Tiger King, una miniserie documental que aborda el conflicto sobre Carole Baskin, propietaria del santuario animal Big Cat Rescue, y Joe Exotic, dueño de un zoológico al que Baskin acusa de abusar y explotar a los animales salvajes —y que, según Netflix, fue vista en más de 60 millones de hogares durante el primer mes en la plataforma—.

Un género, hasta ahora considerado de nicho, convertido en la principal opción de entretenimiento para el público. Y que ahora, además, se ha atrevido a estirar las temáticas más allá del popular true crime, subgénero que le proporcionó su primer baño de masas. Jordan ha abierto el melón de la fórmula del deportista leyenda y ya se han anunciado varios proyectos inspirados en nombres propios como Kobe Bryant, Magic Johnson, Lebron James, Tom Brady y Fernando Alonso, entre otros. Tiger King, por su parte, ha sido un test fantástico para medir la aceptación de una propiedad intelectual por parte del público —y que ha acelerado el proyecto de serie inspirada en el personaje protagonizada por el mismísimo Nicholas Cage—.

Que ahora el documental monopolice audiencias y acapare conversaciones es casi providencial en el escenario post-COVID. Plataformas globales como Netflix y Amazon, cuya selección de documentales y series limitadas de no ficción ya se cuenta por decenas, son las mejor posicionadas para tomar la delantera en esta nueva obsesión de los clientes de sus servicios. Su implantación global —que multiplica el tamaño de los nichos— y su carácter generalista —que le permite dar cabida a proyectos de diversa índole— les da más recorrido. Además, son formatos más baratos y rápidos de producir, frente a la complejidad que está suponiendo reanudar la producción de ficción con todas las medidas sanitarias que ha impuesto el COVID-19.

Si a ello le unimos la ralentización en la salida de otros productos, no resulta descabellado augurar un importante crecimiento de esta fórmula en los próximos meses. Otra cosa es que, para cuando hayamos agotado las fases de la desescalada, ver contenido sea nuestra primera elección de ocio.

 

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