OpenAI, la empresa detrás de ChatGPT, se está convirtiendo en lo contrario de lo que prometió ser

Sam Altman, CEO y fundador de OpenAI.
Sam Altman, CEO y fundador de OpenAI.

Reuters

  • Tras menos de 10 años, la empresa parece hoy bastante lejos de la mayoría de sus principios fundacionales.
  • De ser un proyecto sin ánimo de lucro que solo buscaba mejorar la humanidad ha pasado a cerrar acuerdos multimillonarios y entrar a competir con fuerza en su sector.

En una carta de principios fundacionales firmada con fecha del 11 de diciembre de 2015, OpenAI, la empresa que hoy está en boca de todos tras haber popularizado con éxito su chatbot generador automático de texto ChatGPT, lo deja todo bien claro.

"OpenAI es una empresa de investigación en inteligencia artificial sin ánimo de lucro. Nuestro objetivo es hacer avanzar la inteligencia digital de la forma que más pueda beneficiar a la humanidad en su conjunto, sin limitaciones por la necesidad de generar beneficios económicos. Dado que nuestra investigación está libre de obligaciones financieras, podemos centrarnos mejor en un impacto humano positivo", empieza explicando la misiva.

Esta va todavía más allá: "Creemos que la IA debe ser una extensión de la voluntad humana individual y, en aras de la libertad, debe distribuirse de la forma más amplia y equitativa posible. El resultado de esta empresa es incierto y el trabajo es difícil, pero creemos que el objetivo y la estructura son correctos. Esperamos que esto sea lo que más importe a los mejores en este campo".

Aunque la nómina de firmantes, entre los que se encontraban personalidades como el extravagante y riquísimo Elon Musk y su excompañero de viaje en PayPal Peter Thiel, hizo torcer el gesto a más de uno, en principio no había demasiado motivo para sospechar. 

Al fin y al cabo, la mayoría de las personas implicadas inicialmente en el proyecto tenían ya sus propias empresas, negocios con los que ya ganaban mucho más dinero del que cualquiera es capaz de imaginar. 

Era, por tanto, verosímil y entraba dentro de cierta lógica que quisieran tener un gesto altruista para con el resto de la humanidad y que este consistiera en fundar una especie de ONG de la IA, una empresa puntera pero sin ánimo de lucro cuya única misión fuera acercar a la humanidad a lo que se conoce como Inteligencia Artificial General, al día en que humanos y máquinas puedan entenderse.

Menos de 10 años después, muchas de aquellas promesas parecen hoy papel mojado.

La primera renuncia fue, naturalmente, la que tenía que ver con el carácter esencialmente altruista del negocio. 

En 2018, viendo los costes que tenía poner en marcha una empresa de estas características, OpenAI pasó de ser lo que en inglés se conoce como una compañía non-profit, es decir, que no busca beneficios, a lo que sus fundadores llamaron de manera eufemística y no sin cierta sorna "una empresa de beneficios limitados".

¿Cómo eran de limitados esos beneficios? ¿Dónde pusieron los fundadores del proyecto la barrera entre un negocio manchado por el oscuro interés del capital y una empresa que solo buscaba mejorar la vida de todos? En 100 veces su inversión inicial: nada mal para una empresa cuya principal misión no es ganar dinero.

La primera que entendió por dónde iba ahora el proyecto fue Microsoft, que no bien hubo OpenAI completado este giro puso sobre la mesa 1.000 millones de euros en 2019 para asociarse con ella y, sobre todo, con su tecnología.

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El resto de la historia es bien conocida: visto el éxito de ChatGPT, el buque insignia de la compañía y, por ahora, su verdadero filón, en enero de este mismo año la empresa fundada por Bill Gates multiplicó su apuesta: 10.000 millones para OpenAI a cambio de contar con su tecnología para incorporarla a su maltrecho buscador, Bing, y poder por fin competir con Google.

No es, ni mucho menos, la única vía de ingresos de OpenAI. Hace apenas un mes, la empresa anunció la puesta en marcha de una versión premium de ChatGPT: esta costará 20 dólares mensuales y permitirá ventajas como actualizaciones regulares y fin de restricciones de uso. Aunque por ahora se está probando solo en EEUU, está previsto que llegue pronto a muchos más países.

El salto casi definitivo ha llegado hace apenas un par de días. Tal y como ha anunciado la propia empresa en su blog, OpenAI ha puesto a disposición de usuarios y empresas las API de ChatGPT y de Whisper, su cada vez más popular transcriptor de voz a texto. Eso sí, ambas por un módico precio: 0,002 dólares por cada 750 palabras en el caso de ChatGPT y 0,006 dólares por minuto en Whisper.

Esto choca con otro de los principios fundacionales de la empresa, uno que quedó recogido incluso en su nombre: su carácter supuestamente abierto. 

La idea inicial de OpenAI y lo que algunos (aunque la verdad es que cada vez menos) siguen esperando de ella es que la empresa publique al completo sus códigos de programación para que, en manos de la comunidad, estos encuentren vías de mejora. 

Por ahora, nada de eso: OpenAI no solo no ha publicado GPT-3, el modelo lingüístico en el que se basó en un primer momento ChatGPT, sino que tampoco ha publicado nada siquiera de GPT-2, su antecesor.

Ante la decepción de muchos, la empresa argumenta que, con ello, evita usos potencialmente nocivos de su tecnología. Mientras, sus márgenes de beneficio aumentan y su carta fundacional de 2015 parece cada vez más un brindis al sol.

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