He vuelto a mi casa en Ucrania: vivimos la fantasía de llevar una vida normal hasta que suenan las sirenas antiaéreas

Sofia Sukach
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Sofia Sukach ha vuelto a su casa en Ucrania.
Sofia Sukach ha vuelto a su casa en Ucrania.

Sofia Sukach

  • La escritora Sofia Sukach huyó de su casa en Kiev durante los primeros días de la invasión rusa de Ucrania.
  • Pero aprovechó las vacaciones para volver y recoger sus cosas —ropa, diarios y fotos— y vivir de primera mano la nueva realidad de la ciudad.
  • "Las mayores huellas de la guerra no están en las infraestructuras, sino en los ojos de los ucranianos". 

Había esperado este momento tanto tiempo como lo había temido. Para mí, la sensación de volver a casa siempre ha sido una sensación cálida y reconfortante. Pero esta vez no.

En los primeros días de la invasión rusa de Ucrania, hui de Kiev a casa de mis padres en Varsovia. Más tarde tuve la oportunidad de convertirme en estudiante visitante en la Universidad de Zúrich, y aunque pudiera parecer una gran aventura, no lo fue. En aquellos meses de vagabundeo por el mundo, solo soñaba con una cosa: volver a una Kiev apacible, un lugar donde, junto con la mayor parte de mi ropa, diarios y fotografías, dejé mi alma.

Tengo que quedarme en Zúrich hasta terminar mis estudios, pero cuando empezaron las vacaciones de verano decidí volver a casa y coger todo lo que había dejado. Planeé un viaje de 2 semanas, en el que visitaría a mis amigos y familiares que se quedaron en Ucrania, mantendría largas conversaciones con ellos sobre cualquier cosa que no fuera la guerra, y tal vez encontraría el alma que dejé allí meses atrás.

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Huir de la guerra para después volver a casa

El autobús de 2 pisos de Varsovia a Kiev estaba lleno de gente. Desde mi asiento delantero, encima del conductor, podía ver toda la carretera y el paisaje, pero me parecía mucho más interesante observar a la gente que iba detrás de mí. 

Imágenes de Kiev meses después del inicio de la guerra.
Imágenes de Kiev meses después del inicio de la guerra.

Sofia Sukach

Una madre joven calmaba a sus hijos, aburridos y cansados, que preguntaban una y otra vez cuánto faltaba para ver a su padre. Una mujer algo mayor se esforzaba por ocultar las lágrimas mientras hablaba por teléfono con su hijo, que estaba en primera línea. 

Otra mujer contaba que su marido había tardado mucho en construir su casa y que ahora con la guerra estaba dañada. 2 hombres hablaban de por qué habían decidido dejar sus trabajos en el extranjero y volver a Ucrania para alistarse en el ejército. 

"Esta es la realidad", pensé. "Todos volvemos a nuestro país, un país que sigue en guerra".

Imágenes de Kiev meses después del inicio de la guerra.
Imágenes de Kiev meses después del inicio de la guerra.

Sofia Sukach

En cuanto cruzamos la frontera ucraniana, reinó el silencio en el autobús. Era de madrugada, y cada uno de nosotros tenía todos sus sentidos puestos en lo que había fuera, mirando por la ventanilla las huellas de la guerra, que por desgracia eran muchas.

Pasamos por delante de colegios bombardeados en la región de Zhitómir, vimos cómo vehículos militares llenos de hombres jóvenes se dirigían al este o al sur de Ucrania, y oímos una alarma aérea por primera vez en mucho tiempo. Contuve las lágrimas ante esas imágenes, pero cuando vi el dibujo de un niño en una parada de autobús que decía: "Por favor, salvad mi casa", me vine abajo.

Barricadas en la calle Khreshchatyk de Kiev.
Barricadas en la calle Khreshchatyk de Kiev.

Sofia Sukach

Mi querida Kiev, la ciudad con la que había soñado desde niña y que acabé convirtiendo en mi segundo hogar, quedaba a tan solo una hora desde donde estábamos. Lo sabía mirando Google Maps, ya que todas las señales de tráfico habían sido alteradas para confundir a los ocupantes ruros. Entonces, empecé a ponerme muy nerviosa. 

Los suburbios de Kiev solían ser uno de mis lugares favoritos para conducir, al ver todas las casas de colores, los parques verdes y a los felices residentes que vivían allí. Pero tras la pesadilla de la invasión rusa, todo lo que encontraba al volver a casa eran cruces y coches quemados, vallas bombardeadas como un colador y casas brutalmente dañadas, con tejados derruidos y ventanas rotas.

A pesar de estos horribles recuerdos de la guerra, la vida aquí seguía su curso. En los lugares donde hace meses murieron cientos de personas, ahora había parejas jóvenes que paseaban tranquilamente con cochecitos y obreros de la construcción que restauraban edificios con varios de voluntarios.

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La ilusión de normalidad en Kiev

A mi llegada a Kiev, me di cuenta de que la gente ya se había acostumbrado a su nueva realidad: a convivir con la guerra. 

Tanques rusos quemados expuestos en Kiev.

Sofia Sukach

Las zanjas y los fosos que rodeaban la ciudad se habían integrado en el paisaje. Lo mismo ocurría con los sacos de arena que sustituían a puntos de interés famosos y las enormes barricadas, conocidas como "erizos de metal"

Situadas justo en la calle principal de Kiev, Khreshchatyk, las barricadas no parecían extrañas para nadie en la ciudad, excepto para mí y un par de periodistas extranjeros con sus cámaras. 

Después de pasar varios días más en la ciudad, también me acostumbré al nuevo Kiev. Ni la gente con uniforme militar a cada paso, ni ver tanques quemados con los que juegan los niños me sorprendían o me hacían llorar. Yo, como los demás, intentaba ver normalidad en el mundo anormal que me rodeaba. 

Vi a un par de amigos que hacían yoga en el parque Shevchenko; observé cómo un anciano compraba un ramo de girasoles para su pareja; me uní a los que sorbían su café matutino en la terraza de una hermosa y florida cafetería, intentando olvidar su última noche de insomnio.

El Ayuntamiento de Kiev.

Sofia Sukach

Después de tantos meses de guerra, los ucranianos intentan vivir en la ilusión de una vida normal. Pero por mucho que traten de capturar la sombra de un pasado feliz en la oscuridad del presente, siempre queda el miedo al futuro desconocido. Lo cierto es que la ilusión se desvanece tan rápido como la alarma antiaérea empieza a sonar.

 

Las huellas de la guerra

Cuando la sirena empezó a sonar a las 3 de la madrugada durante mi regreso a Ucrania, la mayoría de los vecinos de mi residencia de estudiantes no corrieron a refugiarse como en los primeros meses de la invasión. Se cansaron de esas maratones nocturnas y de dejar sus cálidas mantas por los fríos suelos de los sótanos. En solidaridad con ellos, me quedé tumbada y pensé: "¿Y si esto es el final?".

Cuando esto ocurre, con suerte te levantas a la mañana siguiente, lees las noticias sobre los que no han tenido tanta suerte como tú y sigues viviendo la fantasía de una vida normal hasta que la sirena antiaérea suena de nuevo y lo vuelve a arruinar todo.

"La guerra no se ha acabado todavía", se lee en el cartel.
"La guerra no se ha acabado todavía", se lee en el cartel.

Sofia Sukach

Desde la última vez que vi Ucrania hace meses, el país ha cambiado significativamente. Las mayores huellas de la guerra que noté no estaban en las infraestructuras, sino en los ojos de los ucranianos.

Vi ojos que habían llorado la ocupación y la pérdida de sus seres queridos. Ojos vacíos, tristes, felices, maduros y cansados. Ojos cansados de la tragedia, pero no de la lucha. Pero también he visto que, por profundas que sean las cicatrices que las fuerzas rusas dejan en nuestras almas, nunca nos quitarán nuestro amor por la libertad.  

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