La industria está devolviendo el cine al lugar que ocupaba antes del boom de las plataformas de 'streaming', pero ¿ocurrirá lo mismo con las series de televisión?

Suits

IAN WATSON/USA NETWORK

  • La explosión del 'streaming' acabó con el modelo televisivo de las series, basado en temporadas largas que daban tiempo a explotar las licencias.
  • El giro que viven hoy las plataformas hacia la rentabilidad y el reciente éxito de series producidas a la antigua como Suits conduce a una conclusión: aquel juguete no estaba roto todavía.

El negocio del streaming lleva un año y medio inmerso en una revisión profunda a causa de la desaceleración de un crecimiento que parecía infinito, la saturación de operadores y su cuestionable retorno económico. 

La herencia de la Streaming Wars va mucho más allá de la constatación de lo insostenible que era un modelo basado en la suscripción que renunciaba a las ventanas. En el caso de la televisión, el problema ha sido mayor, ya que el streaming ha provocado una transformación evidente de uno de sus productos estrella: las series


Recuperar el cine al modelo anterior, con ventanas más amplias, está resultando relativamente sencillo. La pregunta que se plantea es si es posible recuperar el modelo de explotación televisiva de antaño cuando el producto mismo se ha visto adulterado con los estrenos en bloque, la reducción de temporadas y la reducción drástica de episodios por temporada. 

El streaming no ha matado a las series… pero las ha cambiado mucho

La barra libre que el streaming puso al alcance de los usuarios provocó un cambio significativo en la forma de hacer y distribuir series de televisión. Muchos servicios optaron por abandonar la entrega semanal en favor del estreno en bloque y temporadas más compactas de entre 8 y 10 episodios, lo que aceleró su vida comercial de manera drástica. 

Esta decisión de priorizar el estreno y no la longevidad de los programas se basaba en el razonamiento de que cada nuevo título era una oportunidad de seducir a nuevas masas de público mientras que una serie de cadena de televisión con sus 22 o 25 capítulos por temporada tardaba más tiempo en producirse y se lo jugaba todo a una carta. 

El streaming, con esta lógica comercial, acabó con un tipo de relación estrecha y duradera que, a largo plazo, podía generar mucho más dinero: las series que aguantaban varios años protagonizadas por personajes de los que el público tenía tiempo de encariñarse. Estas eran explotables sobre todo a través de distintas ventanas una y otra vez.

El principal problema que ha comportado esta filosofía de negocio ha sido de tipo económico. Las compañías se centraron en generar una oferta solvente de producción original sin pensar en la necesidad de que esa inversión fuera amortizada y generara beneficios. Lo hizo, además, con el beneplácito de Wall Street, más centrada en la cuota de mercado que en las tesorerías positivas. 

Documentales Netflix

La producción de televisión rápidamente comenzó a sobrepasar la demanda del público, una saturación que, en la práctica, ha supuesto que muchos estrenos se hayan quedado por el camino sin apenas relevancia, ahogados por la novedad e incapaces de generar rendimiento económico alguno una vez pasada la oportunidad del estreno. 

La saturación también ha tenido otro efecto secundario: una elevada rotación de estrenos acelera el consumo, lo que hace más difícil establecer un vínculo duradero con la audiencia. 

John Landgraf, el ejecutivo que lleva ocho años alertando sobre los peligros de la burbuja audiovisual, está viendo cómo sus predicciones se están cumpliendo palabra por palabra. La reducción en el volumen de producción ya es una realidad en parte forzada por la situación económica y la huelga de guionistas y actores

Pero parece que el negocio en torno a las series de televisión va a requerir mucho más esfuerzo que una producción y distribución consciente. 

El futuro de las series de televisión 

El streaming se aferró a la programación de nicho como una de sus señas de identidad. Al no estar sometido a los dictados de una televisión lineal, que necesitaba programar productos que apelasen a audiencias diversas, pudieron experimentar con narrativas mucho más segmentadas. 

El problema es que al público especializado le han salido muchos novios, y la capacidad de los programas para llegar a esas audiencias se ha visto profundamente mermada. Los gustos de los espectadores de nicho han quedado tan inundados de oferta que, en la práctica, es imposible verlo todo de manera realista. Y colocar ese producto en otra parte es muy difícil.

Otro de los productos que va a salir peor parado de este período de reajuste será, con toda probabilidad, la famosa televisión de prestigio. La tendencia ahora está en las denominadas series medias como Virgin River o The Lincoln Lawyer, productos más eficientes ya que diversifican el catálogo con bastante menos coste y permiten retener al cliente todo el año.

Lo que no parece que se vaya a ir a ninguna parte será la explotación de la propiedad intelectual, que continúa siendo el producto que genera más confianza en las compañías. 

Gran parte del sector mira hacia el modelo clásico de cadena, es decir, series generalistas, de presupuestos no tan exagerados, con temporadas más largas y con entrega semanal, como la solución a gran parte de los males actuales. Lo cierto es que el aumento en el cómputo de capítulos para productos nuevos sigue siendo una barrera para el streaming, que ha creado un caldo de cultivo de consumo bastante reticente a temporadas particularmente largas.

Pero el umbral de tolerancia parece que se eleva en el caso de productos de catálogo, y ahí sí que hay una gran oportunidad. El boom que está experimentando el contenido previamente emitido en televisión como ha ocurrido con Suits en Netflix resulta un win-win para todas las partes implicadas. 

Para los compradores, en especial aquellas plataformas no tradicionales, es una manera de reforzar su catálogo con contenidos clave para su porfolio. Y para los propietarios de los derechos las ventajas también son evidentes. 

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Las resumía recientemente Casey Bloys, CEO de HBO y Max. "La sabiduría popular en los últimos 10 años fue 'mantenlo todo en casa', pero en la historia de la televisión, la sindicación [vender un programa a un tercero] siempre ha sido el ansiado premio. Significaba que el programa era exitoso y que tendría éxito en otros lugares". 

Para los que están en el negocio de venta de licencias, este renovado interés de las plataformas en el contenido de catálogo no solo les beneficia económicamente, sino que también repercute positivamente en la marca de sus productos, ampliando su público potencial. 

El streaming llegó al negocio de la televisión como un elefante en una cacharrería, destruyendo cosas que funcionaban sin reflexionar las consecuencias de convertir parte de la industria en tierra quemada. Parece que ahora ha tenido tiempo para reflexionar y comprender que la disrupción no es una obligación. Sobre todo, si el producto no está roto. En ese caso, es mejor no arreglarlo. 

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