Transparencia salarial: por qué hablamos de sexo, política o religión pero el sueldo sigue siendo un tabú

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El tabú de los sueldos

Tiago Majuelos

  • Aki Ito, redactora de Business Insider, ha realizado un experimento y ha divulgado su salario entre compañeros, amigos y familiares.
  • Tras hacerlo, reflexiona sobre los motivos por los que el sueldo sigue siendo un tabú y las consecuencias de las leyes de transparencia salarial en EEUU.

Durante unas semanas del otoño pasado, empecé a pasar mucho tiempo en LinkedIn. Gracias a una nueva ley de la ciudad de Nueva York, y en previsión de la legislación aprobada en California y Washington, los empresarios estaban haciendo algo por primera vez: publicar los rangos salariales de cada oferta de empleo que anunciaban.

Durante generaciones, los sueldos han sido uno de los secretos más celosamente guardados de la sociedad, con una opacidad digna de secretos de Estado. Las empresas no los comparten ni con el personal que se encarga de contratar ni con los candidatos a un puesto de trabajo. Los trabajadores no los comparten con sus compañeros, ni siquiera con sus amigos íntimos. 

En una encuesta, a la pregunta de qué temas eran demasiado tabú para hablar con los amigos, los sueldos eran una opción más elegida que los problemas matrimoniales, las creencias religiosas, las opiniones políticas, las enfermedades mentales, el consumo de drogas y la orientación sexual. 

Pero ahora, las cifras están en LinkedIn, a la vista de todos. Redactor en la CNN: De 77.840 a 144.560 dólares (71.540 a 132.850 euros). Corresponsal en The New York Times: de 115.506,56 a 170.000 dólares. Director editorial en Google: de 228.000 a 342.000 dólares. 

Me dediqué a comprobar obsesivamente los salarios todos los días, de la misma forma que uno puede consultar en Zillow los precios de las casas en un barrio que le gusta.

En parte, supongo, era por cotillear: la emoción de ver lo que antes estaba oculto. Pero en parte era algo pragmático. Saber lo que ganan los demás me permitía calibrar mejor mi propio potencial de ingresos. ¿Me pagan lo justo? ¿Podría o debería ganar más? La información me servía para valorar mi propia situación económica.

Las leyes de transparencia salarial en EEUU marcan una nueva era en el lugar de trabajo. Nuestros salarios ya no son  secretos, obligándonos a negociar a ciegas para conseguir un pago justo. 

No solo se está obligando a los empresarios a revelar lo que pagan, sino que los empleados están empezando a decir lo que ganan. Lo hacen a través de hojas de cálculo anónimas, en Glassdoor y TikTok y, lo que es más radical, las nuevas generaciones comienzan a hablar del tema entre ellas.

Creo que este nuevo orden trae ventajas consigo. La transparencia alterará fundamentalmente nuestra relación con nuestros jefes y nos permitirá defendernos mejor a nosotros mismos. Además, hay pruebas de que conducirá a una remuneración más justa para todos. 

Con los salarios al descubierto, no será tan fácil que las compañías paguen menos a las mujeres que a los hombres, por ejemplo, o más a los recién contratados que a los veteranos. Los salarios se parecerán más a los precios: ahí, en la etiqueta, a la vista de todos.

Sin embargo, mi apoyo a la transparencia salarial tiene un inconveniente: no la he practicado en mi vida.

Si eres mayor de 30 años, lo más probable es que compartas mi hipocresía. Te consideras una persona abierta. Apoyas la idea de la transparencia salarial. 

Pero sé sincero: ¿cuántas veces le has dicho a alguien lo que ganas? Aparte de mis padres, mi hermana y mi ex, probablemente pueda contar con los dedos de una mano el número de personas que han sabido mi sueldo en los 13 años que llevo trabajando. 

Honestamente, me daba un poco de vergüenza darme cuenta de que había una distancia tan evidente entre mis valores y mi comportamiento real. Pero, sobre todo, sentía curiosidad. ¿Por qué la idea de compartir una cifra me resultaba tan profunda e insoportablemente incómoda?

Para averiguar por qué, decidí realizar oficialmente un ejercicio de transparencia, diciéndole a todo el mundo lo que gano. Quería saber cómo me sentiría haciéndolo.

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Mi hermana, profesional de recursos humanos, intentó disuadirme, diciéndome que no era bueno para mí ni para quienes me rodean. Pero yo me reí. Cualquier riesgo que planteara el experimento era aún futuro y, por tanto, teórico. Así que me dispuse a practicar lo que había estado predicando. 

En total, revelé mi salario a unos 50 compañeros, amigos, colegas de profesión y fuentes. Se lo conté a mujeres con las que salía, a compañeros de trabajo con los que nunca había hablado y a un tipo con el que escalé una vez y al que no he vuelto a ver. Pasó todo lo que mi hermana temía, pero una vez que empecé, no pude parar.

Dinero

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Practicar la transparencia salarial requiere que nos enfrentemos a una pregunta engañosamente sencilla: ¿Por qué es tan desagradable hablar de nuestro sueldo? Todas las personas a las que pregunté me dieron distintas versiones de la misma respuesta: porque nos han educado así. 

Nuestros padres, profesores y jefes nos han metido en la cabeza que no es bueno hablar del sueldo, al igual que sus padres, profesores y jefes hicieron antes con ellos.

Los modales estadounidenses, incluida la mojigatería con el dinero, se remontan a una época de tremenda agitación en el siglo XIX. En aquella época, la Revolución Industrial estaba transformando rápidamente las ciudades del país, que experimentaron una oleada sin precedentes de emigrantes deseosos de trabajar en todas las fábricas recién creadas. De repente, extraños de orígenes y culturas diversos necesitaban llevarse bien sin matarse unos a otros.

Los manuales de etiqueta aparecieron en la década de 1830 y "se convirtieron en un torrente" a finales de siglo, según el historiador John Kasson. Proporcionaron a los estadounidenses un código de conducta estandarizado. Dentro de este código estaba, como Edith Wharton recordaba de su educación privilegiada en Nueva York, "no hablar nunca de dinero y pensar en él lo menos posible". 

Para cuando se publicó en 1922 el libro abanderado de Emily Post, Etiquette in Society, in Business, in Politics and at Home, el tabú del dinero estaba firmemente arraigado. "Solo un vulgar habla sin cesar de cuánto le ha costado esto o aquello. Un hombre muy bien educado detesta la mención del dinero, y nunca habla de él (fuera de las horas de trabajo) si puede evitarlo", escribió.

No era casualidad que los escritores de etiqueta se esforzaran tanto por borrar cualquier instinto de hablar de finanzas. A medida que el capitalismo explotaba, la desigualdad de ingresos se disparaba y la consiguiente división de clases ridiculizaba el ideal democrático de igualdad de Estados Unidos. 

Para la burguesía, la solución era fingir que la desigualdad no existía, lo que requería convencer a todo el mundo de que no dijera nada de lo que cobraba. "Los intentos de inculcar una norma común de comportamiento cortés ocultaban altos intereses ideológicos. Los modales proporcionaban otra forma de evitar hablar abiertamente del sucio secreto de la clase social en América", escribe Kasson en Rudeness and Civility: Manners in 19th Century Urban America.

Las empresas, que pretendían dominar todos los aspectos de las negociaciones salariales, tenían un interés evidente en el código de silencio. 

Uno de los primeros enfrentamientos tuvo lugar en Vanity Fair en 1919. Después de que los directivos de la revista descubrieran que varios empleados habían hablado de sus sueldos, los empleados acudieron a la oficina una mañana y se encontraron con un lacónico memorándum en sus escritorios. 

"La cuestión salarial es un asunto confidencial entre el empleador y el individuo. Evidentemente, es importante que los empleados cumplan cuidadosamente esta norma para evitar comparaciones injuriosas e insatisfacción", decía el memorándum. 

Cualquiera que se atreviera a revelar de nuevo su salario sería despedido. Puede que a los redactores de Vanity Fair se les pague para que compartan chismorreos sobre la clase acomodada, pero en ningún caso podrán hablar entre ellos de su propio sueldo.

Transparencia salarial

Tiago Majuelos

El personal se negó a dar marcha atrás. En señal de protesta, varios redactores, entre ellos la poetisa Dorothy Parker y el humorista Robert Benchley, desfilaron en silencio por la oficina con pancartas al cuello. En grandes letras de imprenta, las pancartas mostraban su salario semanal.

Salarios

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Yo no he vivido nada parecido a lo de Parker y Benchley. Pero sí que una vez tuve problemas por hablar de mi sueldo. Fue al principio de mi carrera, cuando era reportera en Tokio. Una becaria que estaba haciendo una entrevista para un puesto en nuestra publicación me pidió consejo sobre el sueldo inicial que le ofrecían. 

Era un poco menos de lo que me habían ofrecido a mí cuando pasé de becaria a reportera y se lo dije, revelándole lo que me habían ofrecido. En aquel momento, una joven reportera necesitaba mi ayuda y me pareció lo correcto. Confié en que sería discreta.

Y no lo fue. Unos días después, 2 altos directivos me citaron en un rincón apartado de la oficina. Me dijeron que así no se hacían las cosas por allí. Mis jefes fueron amables, pero estaba claro que les daba vergüenza tener que hablar conmigo, lo que me avergonzó aún más a mí por haberles obligado a hacerlo. 

Era como si me hubieran pillado viendo porno en la oficina: me había salido de los límites aceptables de comportamiento. Me disculpé y prometí que no volvería a ocurrir. Estaba furiosa con mi compañera y la experiencia se me quedó grabada. 

Este tipo de vigilancia tiene lugar todos los días en las empresas, a pesar de que, en la mayoría de los casos, va contra la ley. Durante décadas, los tribunales han dictaminado que el reparto de salarios en EEUU es una "actividad concertada" protegida por la Ley Nacional de Relaciones Laborales. 

Pero eso no ha impedido que los jefes sigan imponiendo políticas de secreto salarial como la que Parker y Benchley encontraron en Vanity Fair

Una encuesta realizada en 2017 concluyó que el 48% de los trabajadores a jornada completa habían sido advertidos sobre hablar de sus sueldos. "Los empleadores pueden hacer caso omiso de la ley porque saben que pueden salirse con la suya con bastante facilidad", me dijo Jake Rosenfeld, profesor de Sociología en la Universidad de Washington en St. Louis. 

Incluso en la última década, cuando los estados empezaron a aprobar sus propias leyes que ilegalizaban las represalias contra los empleados que revelaban sus salarios, el tabú cultural no pareció ceder. 

Emily Post se habría sentido orgullosa. Después de más de un siglo educándonos para no hablar del sueldo, los estadounidenses bien educados no estaban dispuestos a hacerlo, aunque no pudieran ser despedidos por ello.

Transparencia salarial

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Si los trabajadores no iban a revelar sus salarios por su cuenta, los defensores de la transparencia decidieron obligar a los empresarios a hacerlo. En 2021, Colorado se convirtió en el primer estado en obligar a las empresas a hacer públicos sus rangos salariales en los anuncios de empleo, poniéndolos a la vista de todos. 

La ley fue muy popular y los legisladores de todo el país se apresuraron a presentar proyectos similares. Cuando grandes regiones como Nueva York y California empezaron a imponer la transparencia salarial, empresas como Microsoft, Google, Citi y American Express decidieron aceptar lo inevitable e incluir los sueldos en todas sus ofertas de empleo en Estados Unidos. 

Durante la primera semana de enero, según los proveedores de datos laborales de Revelio Labs y LinkUp, el 31% de las ofertas de empleo incluían rangos salariales, frente al 14% de principios de 2016.

En la actualidad, las empresas se apresuran a prepararse para la nueva era de la transparencia salarial, tomando medidas para que esta se cumpla.

No es solo porque los empresarios teman que los candidatos pidan más. También les preocupa que la información pública provoque una revuelta entre los trabajadores, que por fin podrán ver lo que cobran otros con sus mismas funciones. A medida que los salarios sean cada vez más transparentes, el sucio secreto de la clase social en Estados Unidos saldrá a la luz.

Syndio, un desarrollador de software que ayuda a las empresas a analizar sus datos salariales en busca de disparidades, ha recibido un aluvión de llamadas de empresarios nerviosos. 

"¿Cuántos empresarios pueden afirmar que son justos con los sueldos?", se pregunta Christine Hendrickson, abogada laboral que trabaja como vicepresidenta de iniciativas estratégicas de Syndio. "La gente querrá saber cómo ganar más y el empresario debe saber qué responder", añade.

Fue en este momento de máxima transparencia cuando decidí iniciar mi propio experimento. 

Dinero

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Empecé con mis compañeros de trabajo. A través de Signal, escribí un mensaje invitándolos a hablar sobre sus sueldos, prometiendo que a cambio yo les diría cuál era el mío. De ese modo, la gente tendría esta conversación conmigo solo si querían tenerla. 

Eso no quiere decir que no estuviera nerviosa. La mayoría de mis compañeros en la redacción ganan menos que yo debido a mis años de experiencia y me hacía sentir un poco culpable comentar mi sueldo con aquellos que cobran menos que yo.

Mientras sudaba la gota gorda en las primeras conversaciones, me trababa con la cifra de mi salario. Salía por la tangente, intentando justificarlo (mi experiencia laboral previa, mi ritmo, mi pura suerte). Insistía en que no creo merecer ganar decenas de miles de dólares más que ellos. 

En una época en la que los ingresos son más desiguales que nunca, hablar de ello me resultaba doloroso y divisivo. Me comporté de manera evasiva, defensiva y me disculpé. El tabú estaba muy arraigado y me costó superarlo más de lo esperado.

"No tardé en darme cuenta de que mis compañeros más jóvenes estaba relajados: para ellos, hablar de su sueldo es normal"

No obstante, no tardé en darme cuenta de que mis compañeros más jóvenes estaban mucho más relajados que yo respecto a nuestra diferencia salarial. Varios de ellos, que llevan pocos años en la universidad, me contaron que comparten habitualmente su sueldo con los demás, hasta el punto de saber lo que ganan casi todos sus amigos. 

Para ellos, hablar del tema es algo totalmente normal.

Me quedé perpleja. Para poner a prueba su nivel de comodidad, terminaba la conversación preguntándoles si se sentían diferentes respecto a mí, sabiendo lo que ganaba. Decían que no. En todo caso, se alegraban de saberlo.

"Obviamente, estoy un poco celoso. Pero si tú puedes ganar tanto, probablemente yo también pueda algún día. Tienes un título 2 o 3 escalones por encima del mío y al menos 5 años más de experiencia. Es algo en lo que puedo trabajar y crecer", me dijo un periodista que ganaba menos de la mitad que yo.

No debería haberme sorprendido tanto. En 2017, cuando el sociólogo Jake Rosenfeld preguntó a los estadounidenses si hablaban con sus compañeros sobre su salario, los resultados de la encuesta fueron muy esclarecedores. 

Casi el 50% de las personas menores de 30 años afirmaban haber compartido su sueldo con compañeros, en comparación con el 43% de los que tenían 30 años, el 31% de los que tenían 40 años, el 26% de los que tenían 50 años y el 23% de los que tenían 60 años o más. 

Y eso era antes de que la generación Z entrase en el mundo laboral. Está claro que el tabú salarial está en vías de desaparición, incluso entre los viejos millennials como yo.

Salarios

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Después de hablar con mis compañeros, me centré en las fuentes con las que he hablado para este reportaje: académicos, abogados laboralistas y ejecutivos de empresas. Decidí dejar la revelación para el final de las entrevistas, por si las cosas se ponían incómodas. La mayoría de las veces, en cuanto hablaba de mi sueldo, tanto mi fuente como yo soltábamos una carcajada nerviosa, probablemente porque ninguno de los 2 sabía qué decir. 

Era la primera vez que hablaba con algunos de ellos y no esperaba que ninguno me respondiera. Pero, para mi sorpresa, la mitad lo hizo, lo que me pareció estupendo. 

Las conversaciones con mis amigos fueron más difíciles. Recordando una de las advertencias de mi hermana, sobre que quizás preferían no saberlo, les pedí permiso antes de contarlo. Me parece revelador que ninguno de mis amigos de San Francisco del sector tecnológico compartiera su sueldo. 

Uno de ellos se sorprendió cuando le dije mi sueldo, preguntándome si era mucho para una periodista. Más tarde, indagando en la página web Levels.fyi, que recopila información salarial de grandes empresas tecnológicas, calculé que probablemente ganaba al menos 3 veces más que yo.

No le culpé a él ni a mis otros amigos por no responderme. Es incómodo saber que ganas mucho menos que tus amigos. Pero resulta que es aún más incómodo saber que ganas mucho más. "¡Mierda!", me respondió una amiga del sector sanitario cuando se lo conté. "Siempre supe que ganabas más que yo, pero eso es muchísimo más", dijo.

Me preocupaba haberla hecho sentir mal porque ella tampoco me lo había dicho. Me pregunté si no sería mejor seguir fingiendo que todos vivimos más o menos con los mismos recursos, aunque no sea cierto.

Sin embargo, nada de eso se comparaba con el temor que sentía al adentrarme en la última frontera de mi experimento: mi vida sentimental. Al principio, cuando hablaba de mi experimento con uno de mis compañeros, él planteó la hipótesis de que nuestra incomodidad a la hora de compartir el salario no solo se debe a nuestra educación, sino al hecho de que es algo que solo hablamos con las personas más cercanas a nosotros, por ejemplo, nuestra pareja o nuestro mejor amigo. 

Así que el hecho de compartir este detalle privado sobre mí en una cita me pareció una escalada de intimidad. Intenté recordar cuándo le conté por primera vez a mi ex lo que había ganado. Sin duda fue mucho después de la primera vez que me dijo que me quería. ¿Fue cuando nos fuimos a vivir juntos? ¿Cuando nos casamos? ¿Cuando empezamos a hablar de hijos?

Salarios en la pareja

Tiago Majuelos

Lo que me lleva a una confesión: en mis primeras citas, me acobardé. Pasé la mitad de una cita con una doctora de urgencias contándole el experimento que estaba haciendo, pero no me atreví a compartir mi sueldo. 

También perdí los nervios con 2 profesionales del marketing tecnológico. En el contexto de las citas, revelar lo que gano me parecía demasiado, como si ya me estuviera preparando para construir una vida con ellas.

Me obligué a contárselo a una mujer, una atractiva epidemióloga, en nuestra cuarta cita. Le hablé de mi experimento y ella me dijo que, como yo, había compartido su sueldo con muy poca gente en el pasado. Hablamos del porqué. 

Y entonces, acurrucadas la una junto a la otra para entrar en calor en el frío patio de un restaurante español del centro de Napa, le dije mi sueldo y ella me dijo el suyo. Como predijo mi compañero, la revelación fue muy íntima, como si hubiéramos cruzado algún tipo de hito en nuestra relación. Me sentí muy cerca de ella.

Qué locura, pensé, saber exactamente lo que gana esta persona, aunque ni siquiera nos hayamos acostado. Por otra parte, ¿quién puede decir que una cosa es más privada o íntima que la otra? De repente me pareció arbitrario y absurdo que hayamos llegado a dar tanto significado a este detalle concreto de nuestras vidas.

Quizá la principal razón por la que consideramos que nuestros salarios son tan privados es que los vemos como una aproximación a nuestro valor personal para el mundo. Pero el trabajo de mi cita como epidemióloga contribuye a la lucha mundial para detener la propagación de una de las principales causas de muerte en los países en desarrollo. 

El mío es informar a profesionales sobre los altibajos del mercado laboral. En ningún universo mi contribución a la sociedad se acerca a la suya. Y, sin embargo, la extraña lógica del capitalismo estadounidense me recompensa con un sueldo un 30% superior al suyo. 

Dinero

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Unos días más tarde, me envió un mensaje de texto para romper conmigo, parece que por motivos ajenos a nuestros sueldos (creo). Pero el rechazo no me afectó, ya que había completado con éxito mi pequeño experimento, eliminando la distancia entre lo que creo sobre la transparencia salarial y cómo la vivo.

Entonces, de repente, recibí un correo electrónico del comité de negociación de nuestro sindicato. "Estamos planeando eliminar el estigma en torno a hablar sobre el salario y mostrar a Business Insider las grandes disparidades que existen entre nosotros. Por favor, únete a nosotros actualizando tu estado en Slack... con tu salario anual (por ejemplo, 💰 70.000 dólares)", decía. 

Espera, ¿qué?

Mi primer instinto fue fingir que no lo había leído. Pero entonces empezaron a llegar mensajes de mis compañeros. "Se acerca una acción sindical interesante", decía uno. "Tengo curiosidad por ver quién lo hace y quién no", comentaba otro. Y ahí se acabó mi coartada.

Pregunté a algunos de los reporteros más veteranos y experimentados de la redacción qué iban a hacer. Uno dijo que "ni de coña". Otros no estaban seguros. Me daba envidia que aún tuvieran una opción. A diferencia de mí, no habían anunciado a toda la redacción que iban a escribir un reportaje sobre la transparencia salarial. ¿Había alguna forma de librarme sin parecer hipócrita? 

No se me ocurría ninguna. Así que, en la mañana señalada, entré a regañadientes en Slack, busqué el emoji de la bolsa de dinero y lo añadí a mi estado, junto con mi salario. Había llegado a un punto en el que no me importaba decir lo que ganaba, siempre y cuando pudiera justificarlo. 

Pero mostrar mi sueldo en Slack para que lo vieran todos mis compañeros de trabajo, sin ningún contexto, me parecía algo totalmente distinto, el equivalente digital a gritárselo en la cara a cada compañero que me enviaba un mensaje. Había algo agresivo, casi violento. Volví a oír la voz de mi hermana en mi cabeza. "¿Y si no quieren saberlo?"

Sin embargo, eso no detuvo mi curiosidad sobre los sueldos de los demás. Escribí los nombres de algunos compañeros que sabía o sospechaba que ganaban lo mismo que yo, pero ninguno lo había compartido. Entonces entré en el canal general de Slack y navegué por la lista de miembros.

El recuento era desolador: 113 personas que ganaban menos de 100.000 dólares frente a 13 personas, incluida yo, que ganaban más. Por lo que pude ver, entre los que habían participado en la acción sindical, yo era la que más ganaba. Hasta que convencí a un compañero para que se uniera. 

Me dijo que le preocupaba parecer un imbécil, alardeando de su sueldo. Pero le respondí lo que me habían dicho los redactores más jóvenes: que era útil ver exactamente hasta dónde podía llegar su potencial de ingresos.

Me lo repetía a mí misma mientras luchaba contra el impulso de quitarlo. Nuestro sindicato quería que guardáramos el estado hasta la semana siguiente. Pero el viernes por la mañana tenía que hacerle a mi editor una pregunta que no podía esperar. Y preguntarle supondría hacerle el vacío, llamarle la atención sobre el hecho de que estaba transmitiendo mi salario a toda la empresa. No quería que pensara que era una desagradecida.

Me senté frente al portátil, intentando decidir qué hacer. Pensé en Dorothy Parker y Robert Benchley paseándose por la oficina de Vanity Fair con el cartel de su sueldo colgado del cuello. ¿Eran un manojo de nervios como yo? ¿O estaban tan tranquilos y serenos como mis compañeros más valientes y jóvenes?

Entonces cedí y borré mi estado. Esperé unos minutos y escribí a mi editor. 

Salarios

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A estas alturas, te estarás preguntando: ¿cuál es exactamente mi salario? Mi editor me dijo que sería una evasiva no decirlo, pero no puedo hacerlo, ni siquiera después de pasar por todo este calvario en los últimos meses. Mi razonamiento oficial es que tal anuncio me perjudicaría en las negociaciones con futuros empleadores. 

Pero, aunque no fuera así, la perspectiva de que un número ilimitado de desconocidos en Internet sepan lo que gano me pone los pelos de punta (pero, si me conoces, no dudes en preguntar: probablemente te lo diré).

¿Sabes el salario de quién aparece en Internet? Toda la población de Noruega. Los registros fiscales son públicos desde mediados del siglo XIX, pero se hicieron realmente públicos en 2001, cuando los medios de comunicación empezaron a publicarlos en la Red. 

Automáticamente, cotillear los sueldos se convirtió en un pasatiempo nacional. Todo el mundo buscaba el de sus vecinos, el de sus parejas, el de esos parientes que siempre presumían de sus últimas vacaciones. Incluso había aplicaciones que te mostraban tu posición en la clasificación salarial de tus amigos de Facebook.

Incluso los noruegos, famosos por su progresismo y transparencia, se horrorizaron —los medios locales lo llamaban "porno fiscal"—. Pero Noruega, siendo Noruega, no retiró la información salarial. Simplemente decidieron delatar a los cotillas. Ahora, cualquiera cuyos registros fiscales sean consultados puede ver la identidad del que la busca. 

Noruega respondió a la transparencia salarial con otro nivel de transparencia y eso redujo el nivel de cotilleo.

Gracias a su experimento a escala nacional, el país ha sido un terreno fértil para los estudiosos que intentan medir las consecuencias de la transparencia salarial extrema. Según un estudio, después de que se publicaran en Internet los sueldos de todo el mundo, aumentó la diferencia de bienestar entre ricos y pobres, presumiblemente porque la información salarial hacía que los ricos se sintieran bien con su riqueza relativa y los pobres se sintieran mal. 

Irónicamente, la brecha de la infelicidad creció a pesar de que, según una estimación, la desigualdad salarial en las empresas noruegas se había reducido tras la publicación de los datos. La gente era más igual en salario pero, privada de ignorancia, menos igual en felicidad.

Dinero

Tiago Majuelos

Aunque reducir la desigualdad de ingresos es positivo a escala nacional, los expertos se preocupan cuando los sueldos se igualan dentro de una empresa. Es bueno que las personas con un rendimiento similar ganen lo mismo, independientemente de su sexo, raza u orientación sexual. 

Sin embargo, es malo que las personas con un rendimiento diferente ganen lo mismo: eso significa que los directivos no recompensan el trabajo bien hecho. La investigación sugiere, de forma incómoda, que la transparencia salarial tiene ambos efectos simultáneamente.

En un estudio, los investigadores descubrieron que, cuando se hacían públicos los salarios de los profesores universitarios, disminuían las disparidades salariales entre hombres y mujeres —este efecto de la transparencia es uno de los resultados más sólidos de la investigación, lo que convierte a la legislación sobre transparencia en un éxito rotundo para los defensores de la igualdad salarial—. 

Pero esas mismas revelaciones públicas también debilitaron el vínculo entre lo que ganan los profesores y las medidas objetivas de su trabajo. Antes de la transparencia, los académicos con "niveles de rendimiento estrella" podían esperar cobrar un 22% más de media. Tras la transparencia, esa prima se redujo casi a la mitad.

¿Por qué? Porque la transparencia salarial pone a los jefes bajo la lupa. "Ningún directivo quiere tener que lidiar con un empleado descontento", afirma Peter Bamberger, profesor de Comportamiento Organizativo en la Universidad de Tel Aviv y director de investigación en la Escuela de Relaciones Industriales y Laborales de la Universidad de Cornell. "Cuando todo el mundo te va a vigilar, cuando vas a estar bajo escrutinio, lo más fácil para los directivos es pagar a todo el mundo más o menos lo mismo. Así hay menos problemas". 

Bob cobra lo mismo que Carol porque tienen trabajos similares. Pero Carol trabaja mucho más y hace el doble. ¿Es justo? Desde luego, no es eficiente. La igualdad no siempre es equitativa.

Aun así, Bamberger cree que la transparencia salarial beneficiará en última instancia tanto a los empresarios como a los empleados. Muchas empresas, dice, están cargadas de estructuras salariales sin sentido. 

El escrutinio que conlleva la transparencia obligará a las organizaciones a reconstruir esas estructuras, algo que supondrá un enorme dolor al principio, pero que les ayudará a funcionar con mayor eficacia a largo plazo. 

"Muchas empresas crean un sistema salarial y luego, para asegurarse de que no pierden empleados clave, aumentan el sueldo a alguien y dicen: 'Shhh, no se lo digas a nadie'. Al final, todo el sistema salarial son parches sobre parches y es un desastre. Eso no es bueno para nadie. En ese sentido, la transparencia va a ser muy beneficiosa para todos", afirma Bamberger.

Dinero

Tiago Majuelos

La transparencia salarial no impide a los empresarios recompensar más a unos empleados que a otros. Según un estudio del que es coautor Bamberger, cuando las decisiones salariales son más transparentes, los sueldos empiezan a igualarse, pero los jefes acaban dando mejores prestaciones a ciertos empleados. 

La investigación no hizo más que confirmar lo que todos los empleados ya saben: los jefes tienen una forma furtiva de pagar más a determinadas personas cuando nadie les ve.

"Es posible que las empresas hagan públicos los salarios, pero seguirá habiendo desigualdades de otro tipo. Para abordar plenamente el problema, tanto los individuos como las empresas deben revelar más información sobre todas las formas de retribución", afirma Felice Klein, profesora de Gestión en la Universidad Estatal de Boise.

La gran ventaja de las nuevas leyes sobre divulgación de la retribución es que hacen recaer sobre los empresarios la carga de abrirse. Un defensor de la igualdad salarial con el que hablé llegó a sugerir que, con estas nuevas leyes, ya no es necesario que los empleados pasen por la incomodidad de revelar lo que ganan. 

Yo no soy tan optimista. Pero sí creo que, a medida que más estados apliquen leyes de divulgación salarial (y a medida que la generación Z abarque más el mercado laboral), la transparencia salarial se convertirá en la nueva norma.

Los trabajadores más jóvenes ya nos están empujando a todos a adoptar una actitud menos reservada y más franca respecto a nuestros sueldos, y nadie lo hace mejor que Hannah Williams, de 26 años, propietaria de Salary Transparency Street, una popular cuenta de TikTok. 

Williams se aventura a abordar a desconocidos en la calle y pedirles que revelen su sueldo a sus 1,6 millones de seguidores.

Williams calcula que, por cada persona que accede a compartir su salario ante la cámara, otras 10 se niegan. Responde más la gente de la generación Z, las mujeres y los que ganan entre 50.000 y 150.000 dólares. Su objetivo no es obligar a la gente a revelar sus salarios, sino inspirar al resto de nosotros a compartir lo que ganamos en privado, en nuestra vida cotidiana. 

Muchos de los expertos en transparencia salarial con los que hablé son mucho mayores que Williams. A la mayoría les divirtió mi experimento y algunos me contaron historias sobre sus propios intentos de abrirse. 

Al final, decir lo que gano no fue para tanto. Dado lo nerviosa que estaba por contárselo a todo el mundo, lo habría considerado un resultado perfectamente bueno por sí solo. Pero no fue la única ventaja. También saqué información increíblemente útil porque acabé hablando con 2 compañeros que, según descubrí, ganaban bastante más que yo. 

Hace un año, ni siquiera sabía que había periodistas que ganaban más que yo en Business Insider. Suponía que había tocado más o menos el techo de lo que podía ganar como periodista. Pero, a mediados del año pasado, por capricho, pregunté al sindicato si podía ver los sueldos de los reporteros con mi puesto o un escalón superior. Las cifras me dejaron atónita: yo no estaba ni cerca del tope.

Igualdad salarial

Tiago Majuelos

Hablar con estos 2 compañeros mejor pagados me proporcionó un contexto valioso. Antes, las cifras eran solo números; ahora, cuentan historias. Me enteré de cómo negociaron su salario y de las circunstancias. 

Así, cuando me preparaba para mi evaluación anual de rendimiento, me di cuenta de que iba con mucha más información de la que nunca había tenido. Por eso, la semana pasada, me encontré haciendo algo que nunca había hecho antes: pedí un aumento a mi jefe.

Dorothy Parker también había pedido un aumento en Vanity Fair. Tenía poco más de 20 años, pero ya era una escritora estrella y además muy trabajadora. Pero su sueldo no había estado a la altura de sus crecientes responsabilidades ni de su fama. 

Debía de saber lo que ganaban Robert Benchley y otro redactor de la revista, ya que los 3 eran muy amigos. Si no lo sabía, sin duda se enteró cuando desfilaron por la oficina con los carteles con su sueldo colgados del cuello.

"Me gustaría tener dinero. Y me gustaría ser una buena escritora. Estas 2 cosas pueden ir juntas y espero que lo hagan pero, si tengo que elegir, prefiero tener dinero", confesó Parker décadas después. 

Quizá, si nos atrevemos a seguir su ejemplo y rompemos nuestro silencio en torno a los salarios, podamos tener ambas cosas. Quizá nuestros salarios lleguen a igualar nuestras aspiraciones y nuestro talento. 

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