Mi padre es el multimillonario Steve Ballmer: así ha sido crecer siendo rico y avergonzándome de ello

Jane Zhang
| Traducido por: 
Pete Ballmer es cómico y vive en San Francisco, y reflexiona sobre su infancia en el seno de una familia rica.
Pete Ballmer es cómico y vive en San Francisco, y reflexiona sobre su infancia en el seno de una familia rica.

Pete Ballmer, Timbaba/Getty Images, Abanti Chowdhury/BusinessInsider

  • Pete Ballmer, un cómico de San Francisco, es además el hijo de Steve Ballmer, por lo que sabe muy bien lo que implica criarse en una familia rica.
  • Pete comparte momentos de su infancia, su relación con el dinero, sus hábitos financieros y cómo se gana actualmente la vida.

Este artículo se basa en la transcripción de una conversación con Pete Ballmer, un cómico de 29 años residente en San Francisco y uno de los hijos del multimillonario Steve Ballmer, ex-CEO de Microsoft. Ha sido editado por razones de extensión y claridad.

Hasta finales de la escuela primaria, yo era consciente de que mi familia era rica, pero no sabía de su alcance global e histórico.

Sabía que mi padre era un pez gordo en Microsoft, y recuerdo que un niño me preguntó cuántos cuartos de baño tenía mi casa. Otro me preguntó: "¿Tu madre conduce un Mercedes?". Y yo le respondí: "No, conduce un Ford Fusion".

No crecí con mayores privilegios que la mayoría de niños de clase media-alta que conocía, como regalos de Navidad más caros, por ejemplo. Un año me regalaron la nueva Gameboy, y cuando estaba en el instituto pedí que me regalaran un banco y un juego de pesas. Otro año, mis padres nos regalaron una mesa de ping-pong que montamos en el sótano.

Mis padres odiaban que gastásemos el dinero en cosas sin sentido

Su enfoque del dinero, a grandes rasgos, era el siguiente: si verdaderamente necesitaba algo, me lo compraban. Pero ambos odiaban que gastásemos el dinero en cosas sin sentido o innecesarias, así que la norma implícita era no despilfarrar, es decir, ser inteligente a la hora de gastar.

Por ejemplo, empecé a jugar al lacrosse (un deporte de equipos que consiste en pasar una pelota de goma usando un palo largo con una red para marcarla en la portería contraria) en cuarto curso y le pedí a mi madre un palo que fuese mejor que el que tenía. Mme dijo: "No, acabas de empezar a jugar. No necesitas otro".

Me compraron el palo de lacrosse más normalito que encontraron.

Padre e hijo

Yo pedía dinero a mis padres de vez en cuando, pero ellos no me llenaban de caprichos. No me importaba mucho la ropa, y a mis hermanos y a mí nos bastaba con conducir el viejo Lincoln del 98 de nuestro padre. Teníamos una Xbox y comía mucho en Chipotle (un restaurante de comida mexicana) con mis amigos. (Hacía de conductor del coche compartido del vecindario y me pagaban con tarjetas regalo de Chipotle, era alucinante).

¿Qué más necesita un adolescente en ese momento?

No hablábamos de dinero

Había claras señales de la riqueza familiar, como por ejemplo las vacaciones que pasábamos cuando era niño, pero no teníamos conciencia del dinero que costaban. Simplemente pensaba: "Ah, creo que ahora vamos de vacaciones a Japón".

Tanto para mi madre como para mi padre, tener mucho dinero era una experiencia relativamente nueva, al igual que criar hijos. Nos educaron en consonancia con la forma en que sus padres les educaron a ellos, y como no crecieron hablando de riqueza, tampoco lo hicieron con nosotros.

Era agradable ser un niño y no pensar en ello, pero cuando crecí, empecé a sentirme incómodo por pertenecer a una familia más rica que la de mis compañeros. No me gustaba que la gente supusiera cómo era yo basándose únicamente en el dinero de mis padres.

Mis padres sentían aversión hacia el típico perfil de niño rico consentido, algo que en cierto modo era perjudicial para mí, ya que yo no dejaba de ser precisamente un niño rico.

Pero empecé a sentirme orgulloso de no haber estado tan mimado como podría haber sido. La gente solía tener buena impresión de mi relación y la de mis hermanos con el dinero. 

En verano trabajaba y hacía prácticas para ahorrar

En primaria, me daban una paga de 10 dólares a la semana, unos 9,20 euros. Obviamente, no la necesitaba y me olvidaba de pedírsela a mi madre la mitad de las veces.

En secundaria empecé a querer cosas más caras. Me enteré de la existencia de un nuevo teléfono, el Palm Pre, y quise comprármelo. Mis padres acordaron que me pagarían la factura de la compañía telefónica si yo pagaba el dispositivo. Trabajé de caddie en un campo de golf cerca de casa y ahorré lo suficiente para comprarlo.

El verano siguiente, estando en noveno curso (equivalente a 3º de ESO en España), monté una empresa de jardinería con mis amigos. Es curioso recordarlo: éramos un grupo de niños acomodados de la periferia. Digamos que no hacíamos un trabajo tan bueno como el de cualquier empresa de jardinería.

También hice un par de prácticas de ingeniería de software durante el instituto y la universidad, que conseguí (creo que es importante que lo diga) sin contactos.

Mis padres me pagaron la matrícula y la pensión completa, que es mucho dinero. Utilicé el dinero que ahorré en mis prácticas para gastarlo en cosas como comidas en restaurantes, copas en bares, ropa nueva de vez en cuando y conciertos.

Después de graduarme, pedí prestados 1.000 dólares (920 euros aproximadamente) a mis padres para un viaje internacional que había planeado con unos amigos. Pero no era suficiente, así que pedí otros 1.000 a uno de mis compañeros de piso porque no quería pedir más a mis padres. La experiencia de no querer pedir más dinero a tus padres es bastante humana y universal; no quieres que te vean como un irresponsable.

Recibir una herencia a los 25 años

Después de la universidad, nunca me planteé no tener trabajo, así que me hice jefe de producto en una empresa de desarrollo de videojuegos.

Luego heredé una suma de dinero de mi abuelo cuando cumplí 25 años. Había ascendido a un cargo intermedio en Ford e invirtió el dinero ahorrado en acciones de Microsoft, que le fueron bastante bien y acabaron valiendo cientos de miles de dólares cuando las recibí.

Cuando me enteré, yo estaba en el penúltimo año de la universidad. Mi reacción inicial fue rechazarlo, porque todavía me sentía incómodo con la riqueza de mi familia y pensaba que podría conseguir un trabajo muy bien pagado en tecnología y no necesitaría su dinero.

Pero entonces cumplí 25 años y decidí aceptar la herencia; en retrospectiva, habría sido una decisión muy tonta no hacerlo.

También empecé a hacer monólogos en la universidad y continué haciéndolos mientras trabajaba. Después de unos cuatro años trabajando como jefe de producto, lo dejé para dedicarme a la comedia a jornada completa.

Ahora trabajo en algunos clubes de comedia de la zona de la bahía y también he participado en algunos festivales. Hago unos cinco espectáculos a la semana, además de uno o dos micrófonos abiertos, y produzco espectáculos de Don't Tell Comedy.

Entre lo que obtengo de mis inversiones heredadas y mis ingresos por la comedia, mi patrimonio es bastante estable gracias a mis buenos hábitos financieros.

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Normalmente no hago grandes compras

No suelo hacer muchas compras que superen los cientos de dólares. No compro billetes de avión en primera clase, por ejemplo, y no me compro ropa nueva o cara muy a menudo. Hace poco me compré una chaqueta nueva que costaba 120 dólares o algo así (unos 110 euros).

Vivo en un apartamento de dos habitaciones y un baño con mi novia, y es perfecto para nosotros; no es más grande de lo necesario. Pido comida en Uber Eats más a menudo de lo que probablemente debería, pero también cocino mucho y como avena casi todos los días. No es por ahorrar dinero, es que me encanta la avena.

Conduzco un Ford Focus de 2015 que mis padres le compraron a mi hermano pequeño después de que él destrozara el viejo Lincoln del 98 de nuestro padre en el instituto. Pago muchísimo por mi plaza de aparcamiento, porque aparcar en la calle en San Francisco puede ser difícil, y suelo guardar un montón de equipos audiovisuales caros en mi coche.

También pago de mi bolsillo el seguro de salud, hago viajes caros, como ir al Burning Man, y donaciones bastante sustanciosas a causas que son importantes para mí.

Mi gestión financiera es bastante pragmática. Cada mes reviso el extracto de mi tarjeta de crédito y me pregunto cómo vamos. ¿Todo esto tenía sentido comprarlo?

Es horrible pedir dinero a los padres a esta edad

Ni mis hermanos ni yo hemos pedido en ningún momento a mis padres una cantidad importante de dinero, y en ningún momento nuestros padres nos lo han tenido que dar. Personalmente, y sin ánimo de ofender a nadie, me parecería patético. (Tengo la posición mucho más noble de haber heredado de mis abuelos).

Hay diferentes maneras de enfocar el hecho de haber nacido rico. Por un lado, hay niños como yo que se avergüenzan de ello y le restan importancia. La crítica aquí es que hay cierta falta de honestidad, como si estuviera tergiversando una gran cosa sobre mí si no hablo de ello y se lo hago saber a la gente.

Pero no lo considero deshonesto, porque las personas son mucho más complejas que lo que cuesta la casa donde se criaron. Hay que admitir que a veces me pone enfermo saber que caigo en el estereotipo del artista del fondo fiduciario, pero valoro mucho la autenticidad; simplemente hago todo lo que puedo para ser auténticamente yo mismo en mis interacciones con la gente.

El otro bando de niños ricos es el de los que nunca se han avergonzado de ello y cuyos padres fueron mucho más abiertos a la hora de darles dinero. Esa gente alardea de lo que tiene y le pide a sus padres un Range Rover cuando es adulta.

Yo no me siento muy cómodo con ese enfoque. Creo que es mejor establecerse e intentar ser una persona independiente del dinero.

La gente que tiene mucho dinero también puede ser infeliz

Ahora que todos somos mayores, nuestra familia ha empezado a hablar de dinero de forma más proactiva.

Hemos hablado del contenido de nuestros testamentos, de lo que pasará con los Clippers (de los que mi padre es propietario) una vez que mis padres fallezcan, de cómo afecta el dinero a lo que elegimos hacer en nuestra carrera, de si el dinero nos ha "corrompido" o no, y del recelo que todos tenemos ante esa posible corrupción.

Obviamente, el dinero puede hacer mucho por una persona. Al crecer con una vida acomodada (y estar rodeado de gente que tenía vidas acomodadas), experimenté por mí mismo y observé en otros el hecho de que se puede seguir siendo infeliz teniendo mucho dinero.

Sé que podría tener cosas más bonitas, pero intento ser consciente: sé que acabaría adaptándome a esas opciones de estilo de vida como nuevo punto de partida y que acabaría teniendo una vida más opulenta que, al final, sé que no lleva a ninguna parte.

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