¿Es posible acabar con tu adicción al móvil?

Paris Marx
| Traducido por: 
Cada vez son más las personas que quieren reducir el uso de sus móviles. Pero no es tan fácil como parece.
Cada vez son más las personas que quieren reducir el uso de sus móviles. Pero no es tan fácil como parece.

Jasmin Merdan/Getty Images; Jenny Chang-Rodriguez/Insider

  • Desde entradas para conciertos hasta reservas de hotel, ahora todo lo que quieres hacer pasa por descargar una aplicación.
  • No utilizar un smartphone debería ser un derecho. Están supuestamente pensados para proporcionar comodidad, pero en realidad han tenido un impacto perjudicial en la capacidad de atención y las relaciones personales.

Cuando Steve Jobs presentó el iPhone en 2007, el acceso a internet estaba limitado al escritorio. Hacía falta un ordenador de sobremesa para conectarse y, en cuanto uno se alejaba, volvía a estar desconectado. Pero el desarrollo de los smartphones (junto al despliegue de internet de banda ancha, el acceso al wifi y los planes de datos) garantizó que la gente pudiera estar siempre conectada. 

En aquel momento, el discurso de Apple se centraba en cómo el dispositivo permitiría a los usuarios leer sus correos electrónicos, navegar por Internet y escuchar música allí donde estuvieran. Comparado con las funciones de los móviles hasta ese momento, el discurso de Apple sonaba muy novedoso. Cuando vasto reino de internet se hizo móvil, empezó a infiltrarse en todos los aspectos de nuestras vidas. 

Hoy, el 97% de los estadounidenses afirma tener un smartphone —en España el porcentaje es incluso mayor— y el 58% cree que lo utiliza demasiado. 

Pero después de más de una década de crecer en popularidad, la gente ha empezado a darse cuenta de los efectos negativos de los smartphones, especialmente su naturaleza adictiva. Esto ha dado lugar a una creciente presión para reducir su uso, especialmente después de que el confinamiento por la pandemia provocara que la gente pasara todavía más tiempo conectada. Sin embargo, esta nueva ola de rechazo se enfrenta a un gran problema.

Aun reconociendo los inconvenientes del uso excesivo de los smartphones el mundo está, cada vez más, diseñado para obligar a los usuarios a depender de ellos para las cosas más esenciales. En muchos sentidos, hemos integrado tanto los dispositivos en nuestras vidas que resulta imposible liberarse de ellos.

Liberarse del pequeño rectángulo

Cuando aparecieron los smartphones, todo el mundo se centró en las cosas chulas que podían hacer sus nuevos artilugios. Las preguntas sobre los límites de la pantalla o el efecto que podían provocar en niños quedaron eclipsadas por los "oohs" y "aahs", mientras la gente se deleitaba con las últimas funciones que los dioses de Silicon Valley les ofrecían. Pero ahora que están enganchados a sus pantallas, la gente empieza por fin a prestar atención a las cuestiones que muchos escépticos plantearon hace tantos años. 

Por un lado, el diseño de las aplicaciones más populares —con funciones como desliza para refrescar o el scroll infinito— se inspira en los juegos de azar y las máquinas tragaperras para garantizar que la gente reciba los subidones de dopamina que les obligan a volver. Como resultado, se ha descubierto que el uso de smartphones afecta a los horarios de sueño. Y el uso excesivo de las redes sociales —en parte debido a las adictivas métricas de interacción que la gente toma como indicador de su autoestima— ha tenido efectos nocivos para la salud mental, especialmente en los adolescentes.

Lola Shub afirma que una de las ventajas inmediatas de usar un móvil antiguo, de tapa, es que tiene momentos de silencio en los que antes habría sacado su smartphone

No sólo afecta a la vida personal, sino también a la laboral. Como casi todo el mundo lleva dispositivos siempre conectados en el bolsillo, cada vez más empresarios esperan que estemos disponibles para responder a mensajes o correos electrónicos a cualquier hora del día y de la noche, aunque no nos paguen horas extras por ello. Y cuando estamos en el trabajo, las notificaciones intrusivas o el atractivo adictivo de las redes sociales pueden distraernos de la tarea que tenemos entre manos.

Como resultado, ha surgido toda una industria artesanal de consejos para liberarse de la compulsión de los teléfonos, desactivando las notificaciones y estableciendo límites de uso hasta bloquear el acceso a determinadas aplicaciones o incluso comprar un móvil 'tonto' como segundo teléfono. Los fabricantes de dispositivos y los desarrolladores de aplicaciones se han sumado con sus propias funciones, esperando que ignoremos cómo crearon el problema en primer lugar. 

En un artículo para Business Insider el año pasado, Lola Shub, una estudiante de secundaria de Brooklyn, escribió sobre un grupo que fundó con sus amigos, llamado cariñosamente el Club Ludita. Los miembros del club se proponen reducir el uso de sus móviles, y algunos incluso se han pasado a los teléfonos con tapa, los mismos en los que ahora parecen inspirarse los fabricantes para lanzar móviles plegables de última generación. 

Estando en el instituto, era difícil prescindir del móvil, pero mis amigos y yo lo conseguimos y comenzamos a disfrutar del momento.

Lola Shub afirma que una de las ventajas inmediatas de utilizar un teléfono plegable es que le permite disfrutar de momentos de silencio en los que antes habría sacado su smartphone. Reconoce que puede ser difícil para algunas personas, pero ha descubierto que sus pensamientos y recuerdos  se hicieron más intensos y afirma que es una "cosa maravillosa para practicar y aprender a hacer". En diciembre, The New York Times informó de que la iniciativa se estaba extendiendo a otros colegios de Nueva York.

Aunque esperanzadoras, estas soluciones individuales no funcionan para todo el mundo. Por supuesto, se puede intentar limitar el uso de los smartphones en los momentos de inactividad, pero cuando se trata de prescindir por completo de estos dispositivos adictivos, hemos construido un mundo en el que la verdadera libertad es casi imposible.

La imposición de los smartphones al público

En 2018, Amazon lanzó un nuevo concepto de venta al por menor: AmazonGo. Sus tiendas ofrecían productos básicos y algunas comidas preparadas, pero con un giro: no había cajeros. Para entrar en la tienda, los clientes tienen que descargar una aplicación independiente, conectarla a su cuenta de Amazon, cargar una tarjeta de crédito y pasarla por el local. 

Una vez que el cliente ha pasado por el aro y ha entrado en la tienda, las cámaras que cubren cada centímetro de las instalaciones hacen un seguimiento de lo que los clientes cogen de las estanterías para que se les pueda cobrar una vez que salen, sin necesidad de interacción humana. Aunque se suponía que era más cómodo (y más barato que contratar personal en las cajas), los obstáculos tecnológicos necesarios hicieron que muchos clientes decidieran que no merecía la pena

Cuando se abrieron las primeras tiendas en Londres, un periodista habló con un señor mayor que intentó entrar pero le dijeron que tenía que descargarse una aplicación e introducir sus datos bancarios. "Oh, a la mierda, no, no, me da pereza", dijo, antes de dirigirse a otra tienda. A principios de este año, ese Amazon Go desapareció como parte de una estrategia de reducción de costes, junto con otras dos en el Reino Unido y ocho en Estados Unidos.

Mientras la experiencia de compra de Amazon "que requiere un smartphone" se topaba con un obstáculo, otras empresas también han intentado aprovechar la presunta ubicuidad de los smartphones, pero se están enfrentando a retos similares. En el Reino Unido, la cadena de supermercados Sainsbury's probó una tienda sin efectivo en 2021, pero la cerró cuando se dio cuenta de que los clientes no estaban preparados. En su lugar, permite a los clientes registrarse para escanear sus propios artículos mientras compran y pagar desde su móvil. Su competidor Tesco intentó un experimento similar, pero tuvo que volver a contratar a cajeros en sus tiendas de conveniencia.

En mayo, el Washington Examiner publicó que el Zoológico Nacional de Washington, DC, a pesar de ser de entrada gratuita, exigía a los visitantes reservar entradas por adelantado a las que solo se podía acceder con el móvil. El equipo de béisbol local, los Washington Nationals, está haciendo algo parecido: los espectadores ya no pueden imprimir sus entradas para entrar; tienen que mostrarlas en un smartphone para acceder a los partidos. Esta historia dio pie a un debate en redes sociales, donde la gente compartía experiencias de no poder reservar una habitación de hotel en la recepción de un hotel y tener que hacerlo desde la web. Y cada vez más hoteles esperan que los clientes se registren ellos mismos, cambiando el sistema de llaves tradicional para desbloquear las puertas por el móvil.

Cuando las conexiones a internet no son fiables, se acaba la batería del móvil o no tienes uno, estos cambios lo hacen todo mucho más difícil

Apple lleva tiempo impulsando la idea de que el iPhone debe ser el centro de nuestras vidas. Lanzó Apple Pay en 2014, permitiendo a los usuarios añadir sus tarjetas de crédito a su teléfono para no tener que llevar una tarjeta física. Ahora, intenta atraer a los Gobiernos para que inserten los documentos de identidad en nuestros teléfonos, e incluso pretende que tu móvil se convierta en la llave de tu coche

Durante la pandemia, Apple y Google se asociaron para rastrear contactos estrechos a través del móvil, convirtiendo los smartphones en un elemento central de la respuesta a la pandemia, aunque no funcionó muy bien. El coronavirus también ayudó a consolidar el uso de los smartphones con pasaportes de vacunas, cartas QR en restaurantes y documentos de viaje. Canadá y Estados Unidos disponen ahora de aplicaciones que no son obligatorias, pero que permiten a los viajeros que presentan formularios pasar más rápidamente el control fronterizo. Y Australia exige a los visitantes internacionales que descarguen una aplicación para solicitar su visado electrónico de turista.

Estos cambios se hacen en gran medida en nombre de la comodidad: se supone que el uso del teléfono ahorra tiempo y evita a las empresas la molestia de contratar y formar a empleados para atender a los clientes. Pero cuando las conexiones a internet no son fiables, se acaba la batería del móvil o no tienes uno, estos cambios lo hacen todo mucho más difícil. 

¿Y los que quieren reducir el uso de su smartphone? Que se olviden.

Uno de los mayores riesgos es que, a medida que hacemos más cosas a través del móvil, los sistemas digitales y sus algoritmos reducen nuestra capacidad de acción personal y pueden hacer más difícil pedir ayuda. Por ejemplo, los conductores de Uber: muchos llevan años quejándose de que la aplicación puede desactivarlos sin dar explicaciones y de que, en ese caso, apenas pueden recurrir. No tienen gestor humano, solo la aplicación. Y cuando les echa, pueden quedarse permanentemente sin los ingresos de los que dependían. Imaginemos que este tipo de toma de decisiones se extiende a toda la sociedad. Es una pesadilla en ciernes.

Los smartphones no deberían ser obligatorios

Aquí hay un claro conflicto. Por un lado, reconocemos que depender demasiado del móvil puede tener consecuencias para nuestras relaciones, nuestra salud mental y nuestra vida laboral. Pero, por otro lado, las empresas y los Gobiernos están incorporando estos dispositivos cada vez más a la vida cotidiana, haciendo difícil (si no imposible) vivir sin uno. 

A los fabricantes y desarrolladores de aplicaciones les encantaría que los smartphones se volviesen cada vez más imprescindibles hasta estar totalmente atados a ellos. Y, por otro lado, es poco probable que la gente se deshaga en masa de sus smartphones, pero eso no significa que no se pueda controlar mejor el impacto social de su uso y facilitar que la gente opte por no utilizarlos.

Desde luego, hay señales de que el rechazo puede cambiar las cosas. Por ejemplo, las tiendas sin efectivo: las tiendas que solo permiten pagar con tarjeta de crédito o débito llevan años creciendo, pero su auge se produjo durante la pandemia. Aunque supuestamente son más cómodas para los clientes y más seguras para los empleados, excluyen a quienes no tienen cuentas bancarias ni tarjetas de crédito y a quienes prefieren usar efectivo por muchas razones. 

Afortunadamente, muchos lugares han reconocido que no está bien negar a la gente la opción de pagar en efectivo y, en respuesta, Nueva York, San Francisco, Filadelfia y otras grandes ciudades han tomado medidas para proteger el derecho de la gente a hacerlo. Iniciativas similares están surgiendo en otros lugares, e incluso han obligado a Amazon a añadir opciones de pago en efectivo y sin aplicación a sus tiendas Go 'sin cajeros' en zonas como San Francisco.

No utilizar un smartphone debería ser un derecho. Están supuestamente pensados para proporcionar comodidad, pero en realidad han tenido un impacto perjudicial en la capacidad de atención y las relaciones personales, al tiempo que han permitido a la industria tecnológica afianzar una sociedad más desigual en la que el trabajo es más precario y las barreras digitales han proliferado. Llegados a este punto, es esencial reequilibrar nuestra relación con los móviles.

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