El color de las nieblas apocalípticas: cómo la evolución del ojo humano podría salvar del cambio climático

Adam Rogers
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En el sentido de las agujas del reloj, desde la parte superior izquierda: San Francisco, Sioux City, Beijing y Dubai.
En el sentido de las agujas del reloj, desde la parte superior izquierda: San Francisco, Sioux City, Beijing y Dubai.

Reuters/Stephen Lam; Aafaque/Twitter @aafaque33/vía Reuters; Dominique Berbain/Getty; China News Service/Getty

Se supone que el cielo es azul, ¿no? O sea que si un día te levantas y está de otro color, deberías interpretarlo como una señal de que algo no anda bien o está diferente. 

A principios de este mes, una monstruosa tormenta de unos 100 kilómetros de ancho, con ráfagas de hasta 145 kilómetros por hora, convirtió los cielos de Dakota del Sur, en Estados Unidos, en un verde enfermizo y ectoplásmico

Internet se volvió loco, las imágenes se hicieron virales en redes y luego aparecieron en las noticias, seguidas de las explicaciones necesarias. Todo ello fue más rápido que la propia tormenta, al igual que ocurrió en marzo de este año, cuando el cielo en España se tiñó de naranja durante el paso de la calima roja del Sáhara.

La gente se asustó. ¿Y por qué no? Era realmente extraño. Apocalípticamente extraño.

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El naranja de Madrid, Alicante o Murcia y el verde de Dakota del Sur, junto con el grisáceo neutro de Dubai durante una de sus recientes tormentas de arena del tamaño de una megaciudad, son imágenes sin precedentes tanto por su viveza como por su gravedad

Las tormentas eléctricas, las de arena y los incendios ya se han producido antes, pero no de esta manera. La diferencia está en el cambio climático, nuestra estúpida lucha contra la terraformación de la Tierra. 

Estos fenómenos intempestivos, más grandes y más peligrosos son las señas de identidad del nuevo mundo, donde los cielos de las ciudades están sintonizados con el color de un planeta muerto (con disculpas a Neuromante de William Gibson).

Así que probablemente te parezca aún más raro que yo piense que esto es maravilloso. 

En un futuro, vamos a tener que agradecer a los nuevos y aterradores colores de la Tierra, y a las peculiaridades evolutivas de nuestros ojos y cerebros que nos permiten ver el color. El cambio climático lleva un siglo y medio en marcha. Durante la mayor parte de ese tiempo, ha sido tan sutil que la gente no podía verlo, o podía ignorarlo. 

Pero nuestra visión de los colores está adaptada a la supervivencia. Cuando el cielo se vuelve verde, lo notamos. Y por eso espero que los cielos sobrenaturales consigan que la gente luche contra la catástrofe climática que se avecina, mejor de lo que podría hacerlo cualquier informe científico internacional del tamaño de un diccionario.

Los colores que vemos

Si preguntas qué es un color —no lo que son algunos colores, como el "rojo" o el "púrpura", sino lo que es un color, por ejemplo, de qué está hecho—, obtendrás una respuesta diferente según enfoques la pregunta. 

Un físico diría que el color son fotones, partículas subatómicas o energía con diferentes longitudes de onda. Un neurocientífico diría que el color es lo que ocurre cuando unas grandes moléculas situadas en la parte posterior de los ojos, llamadas fotorreceptores, absorben esas longitudes de onda y las convierten en señales eléctricas que el cerebro puede interpretar.

Ambos tienen razón. Es ese sistema el que nos permite ver una pequeña porción del vasto espectro electromagnético, la parte que llamamos "visible". Funciona extraordinariamente bien, aunque a veces no estemos de acuerdo en cosas como el nombre del color que realmente estamos viendo, o si un vestido especialmente raro es azul o blanco.

Algunos animales ven los colores incluso mejor que nosotros: los pájaros y los insectos pueden ver el ultravioleta, por ejemplo

En una época de profunda evolución, nuestros antepasados primates sólo tenían 2 tipos de fotorreceptores para el color; una mutación en uno de ellos nos dio 3: eso es la visión tricromática, capaz de distinguir entre millones de tonalidades desde el rojo hasta el violeta. ¡Maravilloso!

Pero los idiomas tienen nombres diferentes para esos colores. 

El ruso, por ejemplo, tiene palabras básicas para el azul oscuro y el azul claro que el inglés no tiene. Los científicos discrepan mucho sobre lo que estas diferencias lingüísticas dicen sobre el funcionamiento del cerebro humano, pero una de las mejores hipótesis es que las personas simplemente son más propensas a nombrar los colores que les son útiles culturalmente. 

Es decir, aunque la visión del color evolucionó en un mundo iluminado por un sol amarillo blanquecino, con una atmósfera llena de vapor de agua que dispersa el azul en el cielo, en medio de una vida vegetal que refleja principalmente el verde, esos no son siempre los colores que los seres humanos han encontrado más destacados.

Los colores a los que prestábamos más atención —los que notamos y nombramos primero a medida que nuestros lenguajes se desarrollaban y evolucionaban— eran los que más importaban para nuestra supervivencia. 

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Los colores cálidos, como los rojos y amarillos, que nos indicaban la comida o nos advertían de los depredadores. No los colores comunes y corrientes que conforman la mayor parte de nuestro mundo, como el azul (cielo, agua) o el verde (plantas). Pensamos en ellos como algo de fondo.

Lo que significa que, en cierto modo, dejamos de notarlo. Nuestros cerebros son así de extravagantes. Las cosas que no cambian, o que cambian muy, muy lentamente, no se registran. El término técnico para esto es "síndrome de la línea de base cambiante". Las nuevas normas superan a las antiguas como la pintura se desvanece en una pared. 

Esto es cierto incluso en el caso de amenazas existenciales como la crisis climática, cuando los primeros 150 años de cambio son difíciles de discernir. Las alteraciones de la Tierra y de la civilización humana, si son lo suficientemente graduales, podrían pasar desapercibidas hasta que estemos en el precipicio y sea demasiado tarde.

Ver para creer

Por eso el repentino y dramático cambio de color del cielo podría ser nuestra salvación. 

Primero fue ese naranja brillante y cyberpunk en San Francisco, cuando el hollín de los incendios forestales inusualmente extensos —impulsados en parte por la sequía y el calor inducidos por el cambio climático— absorbió las longitudes de onda azules de la luz solar y dejó pasar el naranja rojizo. 

Luego, una capa de la famosa niebla de la zona de la bahía se deslizó por debajo, dispersando esa luz de forma omnidireccional. Era súper espeluznante, y la gente lo notó.

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Después llegó esa tormenta en Dakota del Sur —reforzado por una atmósfera llena de energía térmica, gracias al cambio climático—. Los cielos se volvieron de un verde sacado de la colección de joyas del Dr. Strange

Nadie sabe por qué las tormentas eléctricas a veces se vuelven verdes. La mejor hipótesis es que se trata de una combinación de vapor de agua que dispersa la luz azul, que luego se combina con la luz medio amarillenta-anaranjada de un amanecer o una puesta de sol. 

Pero sea cual sea la ciencia, la gente volvió a darse cuenta. Los mismos ojos y cerebros que evolucionaron para no fijarse en los cielos azules se pusieron de repente alerta ante los verdes y naranjas. Puede que no estemos hechos para prestar atención a cada cambio climático, pero sí para darnos cuenta (por fin) de que el planeta para el que evolucionamos ya no existe

El nuevo mundo, no uno mejor, está delante de nuestros ojos.

Eso es lo que probablemente hará falta, si es que algo va a cambiar. La gente cree que el incendio del río Cuyahoga a mediados del siglo XX fue un impulso para el movimiento ecologista moderno. Pero el río se había incendiado docenas de veces antes de que Time publicara una foto del río en llamas. La gente necesitaba verlo por sí misma, antes de detener la contaminación industrial desenfrenada.

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En todo el mundo, los habitantes de los países que se encuentran en primera línea de la crisis climática y sus efectos —los países más pobres en el sur, sobre todo— dicen estar más preocupados por el clima en general. Y es que simplemente lo están viendo más claro que el resto. 

Sin embargo, la mitad de los estadounidenses cree que el ser humano es sólo parcialmente responsable del cambio climático, o no es responsable en absoluto. Pero... lo somos. Es real. 

Si tan sólo un político puede obstaculizar incluso los cambios políticos más básicos para evitar una catástrofe planetaria de nuestra propia cosecha, hará falta la presión de todos nosotros para cambiar el rumbo. Depende de nosotros. Ya lo sabemos. Sólo hay que mirar hacia arriba.

Al menos esa es la esperanza que conservo. Que pintar el apocalipsis con una paleta diferente hará que nos llame la atención de formas totalmente nuevas. Que los nuevos colores del cielo sean tan aterradores que nos inciten a actuar. Veremos la señal por lo que es —y finalmente haremos lo necesario para que vuelvan a ser azules, y aburridos—.

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