El hambre y el cerebro: así funciona la relación entre las emociones, la predilección por algunos alimentos o las sensaciones de saciedad, según la ciencia

mujer mirando unos dulces

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Cada acción que realizas a lo largo del día, incluso dormir, consume energía. Por eso, para recuperarla, tu cerebro te pide alimentos, que gracias a sus nutrientes, serán los encargados de devolvérsela.

Pero, si esto fuera tan sencillo, tu hambre solo respondería a esos instintos tan primarios de supervivencia y no existirían nuevos términos como hambre emocional, que seguro que ya has escuchado.

Además, los tiempos cambian y comer ahora es mucho más accesible y social que antes, por lo que no solo comes cuándo lo necesitas, sino también cuando tú quieres o "cuándo tu cuerpo te lo pide" o cuando tienes compromisos.

 

Piensa en un día lluvioso de otoño en el que has decidido descansar, sin salir de casa, maratón de películas, del sofá a la mesa, de la mesa al sofá y del sofá a la cama. El gasto energético es bastante escaso, pero, ¿a que te has imaginado comiendo?

Ya fuera con una taza de café o chocolate caliente, palomitas o una noche de pizza y peli. Pero, pese al bajo gasto que vas a hacer, ya te imaginas dando energía de más a tu cuerpo, eso suponiendo que no arrastras estrés de la semana, tristeza u otros sentimientos que relacionas con la comida.

Entonces, ¿qué ocurre en tu cerebro para pedirte energía cuando realmente no la necesita? Así responde y reacciona tu cerebro ante el hambre o las elecciones que realizas al comer:

1. Herencia genética

¿Sabes que los alimentos y elecciones que hacía tu madre cuando estaba embarazada tienen un efecto directo en tus elecciones? 

Esto quiere decir que si, por ejemplo, durante el embarazo tu madre comía zanahorias, es probable que a ti también te gusten. Un experimento respecto a esto se hizo con el ajo, que no suele ser muy agradable para los niños, y efectivamente, funcionaba. 

Del mismo modo que si su alimentación era rica y variada, seguramente tú tengas mayor facilidad para adaptarte a los sabores y a todo tipo de comidas y alimentos. 

2. Supervivencia

Otro de los factores que más influyen en la percepción que se tiene sobre los alimentos es el color. Según explican en National Geographic, los alimentos de color rojo, amarillo o naranja, llaman más nuestra atención y suelen despertar nuestro apetito, ya que el cerebro los relaciona con frutos maduros. 

Y del mismo modo ocurre con los sabores, la predilección por el dulce no es casual, ya que en la naturaleza los sabores dulces son sinónimo de alimentos que se puede comer sin riesgo; en cambio, si están muy ácidos o agrios podrían contener tóxicos o estar en mal estado. 

¡Tu cuerpo solo quiere avisarte, solo que no sabe que ahora las cosas funcionan de otra manera!

3. Tus emociones tienen mucho peso

Tu estado de ánimo juega un papel crucial en la alimentación y, aunque a cada persona se le manifiesta de una manera distinta, probablemente por comportamientos adquiridos durante la infancia como veremos más adelante, tu cerebro opera de la siguiente manera:

Cuando tientes estrés tu organismo te mantiene alerta para que puedas reaccionar rápido cuando sea necesario, y para poder tener esa capacidad de reacción necesitas la suficiente energía. 

¿Qué hace tu cerebro para encargarse de que la tengas? Mandar señales de que tienes hambre, a través de las hormonas encargadas de esto, como la grelina. Por eso es tan importante intentar controlar el estrés para percibir mejor tus niveles de saciedad. 

4. Comer distraído y en compañía

Cuando se habla de alimentación consciente no es porque sea una nueva moda, sino porque se ha demostrado que comer centrado y sin distracciones hace que percibas mejor tanto los sabores como las sensaciones de saciedad. 

Cuando comes con amigos, en mucha ocasiones, comes por inercia y no porque realmente tengas hambre. Una investigación realizada por la Universidad de Birmingham, en Reino Unido, y publicada en la revista Appetite, sugiere que cuando estamos con amigos solemos comer más que cuando comemos solos. 

Según los investigadores, esto sucede por los 2 motivos citados anteriormente. En primer lugar, justo porque se pierde esa consciencia sobre lo que estás, comiendo, el cuánto y cómo te sientes al respecto y en segundo lugar, porque te dejas llevar y si ves a otro comer tú comes.

5. Educación desde niños 

Cuando se habla de ese hambre emocional es que no surge cuando suceden ciertas situaciones que, con la comida, nos hacen sentir mejor. Como por ejemplo, estar tristes. 

Esto suele ocasionarse por el sistema de recompensa del cerebro, es decir, ¿nunca te has planteado por qué te da por comer dulce y no por salir a pasear al aire libre, cuando realmente la ciencia si respalda la segunda opción para sentirte mejor?

Es porque, probablemente, desde pequeño hayas asociado la comida como un premio o como algo que te hará sentir bien, por ejemplo llegar triste del colegio y que tu madre te dijera: "tranquilo, esta noche cena especial para subir el ánimo". 

Hay mucho más ejemplos, como por ejemplo, "premiarnos" con comida, "si haces todos los deberes luego hacemos unas tortitas". Por supuesto también funciona en la edad adulta con otras conductas como compras compulsivas.

Por eso, cuando tienes según qué sentimientos que quieres 'apagar', tu cerebro activa esas señales que buscan esas recompensas, para sentirte mejor y olvidarte de aquello que te incomoda.

6. El curioso efecto del chocolate

Por último, hay un alimento al que pocos se pueden resistir: el chocolate

Según un estudio realizado en 2015 por el Instituto de Neurociencias de la Universidad Miguel Hernández de Madrid, en el que se evaluó la respuesta emocional ante diversos tipos de comida, ver y comer chocolate genera la respuesta más intensa. 

Tal es el poder de este alimento, que superaba los estímulos visuales que producía ver imágenes eróticas, de viajes o de deportes de riesgo, explican en National Geographic.

El motivo es que el cerebro recuerda el efecto al tomarlo, casi como el de una droga (las anandamidas que contienen comparten receptores cerebrales con la marihuana).

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