Siempre soñé con hacerme famosa por mi inteligencia o por mi innegable belleza. Nunca pensé que sería porque publiqué un vídeo en TikTok en el que hablaba sobre cómo la inteligencia artificial me quitó el trabajo.

Soy escritora y monologuista. Como la mayoría de las personas creativas, siempre he tenido empleo. Durante los últimos años he trabajado como redactora autónoma a tiempo completo; trabajaba en páginas web, blogs de marca, artículos online, pies de foto en redes sociales y campañas de email marketing. 

No ganaba mucho dinero ni llevaba una vida de lujo a bordo de un yate en Capri, pero me sentía cómoda. Por primera vez sentía que tenía una carrera estable.

En nuestro afán por innovar, el ser humano siempre ha celebrado los avances que hacían inservibles a determinados trabajadores; nos maravillamos con la imprenta sin pensar en los copistas y nos alegramos de lo fácil que es darle un botón en el ascensor, aunque ese gesto sustituyese rápidamente al ascensorista.

Sin embargo, cuando te pasa a ti es diferente

Al principio, el trabajo empezó a disminuir. En lugar de 10 encargos a la semana, me llegaban 5. Luego 3. Luego 1.

Como buena millennial con inseguridades, al principio pensé que era yo. Al final me habían descubierto como la chapucera que era, alguien sin talento que no tenía nada que hacer como escritora "profesional".

La mayoría de mis encargos como autónoma procedían de una única agencia que trabajaba con varias marcas. Cuando los encargos dejaron de llegar, envié un correo electrónico a mi editor/jefe para preguntarle si me habían despedido o si todas las marcas me habían expulsado de la isla, al estilo de Supervivientes.

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La buena noticia era que no era culpa mía, pero la razón que se escondía detrás me hizo desear que lo hubiese sido.

Sencillamente los clientes ya no estaban dispuestos a pagar por la redacción de textos publicitarios a no ser que ese redactor también pudiese ofrecerles la gestión de su correo electrónico y un sistema de gestión de flujos de trabajo, muy probablemente a causa del auge de popularidad que estaba experimentando ChatGPT. 

La mayoría de mis clientes eran pequeñas empresas, startups y marcas jóvenes, que suelen ser las primeras en adaptarse a las nuevas tecnologías para reducir costes. Costes como el que les suponía yo.

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Durante los 3 meses siguientes no dejé de enviar solicitudes para puestos de redacción de contenidos. Cada semana que pasaba ampliaba el alcance de mi búsqueda, la desesperación me empujaba hacia delante como la madre de un niño tímido.

Después de varias entrevistas que habían salido bien, pero habían sido infructuosas (una de ellas en Hawái el día de la boda de mi mejor amiga), seguía sin trabajo. (Nota al pie: aquel maravilloso viaje a Hawái me sumergió en una espiral de deudas y de estrés como nunca antes había experimentado. Ahora entiendo mucho mejor el argumento de Muerte de un viajante).

Entonces encontré una vacante a través de un reclutador bastante insistente. Se trataba de un contrato de 6 meses para un puesto bien remunerado, aunque excesivamente ambiguo, en una multinacional cuyo nombre no puedo revelar debido a un acuerdo de confidencialidad. Entré en la entrevista con mucha ilusión y salí deseando haber seguido el consejo de mi padre y haberme hecho electricista.

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La empresa quería contratar a una redactora publicitaria para entrenar a su modelo de inteligencia artificial y mejorar sus habilidades comunicativas. El contrato era de 6 meses porque ese era el tiempo que tardaría la IA en aprender a escribir como yo, pero mejor, más rápido y más barato.

Si das por hecho que rechacé una segunda entrevista porque el puesto me quitaría la posibilidad de encontrar trabajo en el futuro, te equivocas amigo mío. Al borde del colapso financiero, tomar la "decisión correcta" para tener estabilidad en el futuro se convierte en algo lejano, que acaba siendo sustituido por necesidades superficiales, como tener una casa o algo para comer.

En un hilarante giro de los acontecimientos, no conseguí ese puesto de trabajo (aunque yo lo habría aceptado)

En lugar de eso, me contrataron como embajadora de marca, que es una forma muy elegante de decir que me dedico a ofrecer muestras de agua con gas en los supermercados. Sigo buscando trabajo, pero mientras tanto esto me permite seguir encendiendo la luz por las noches.

En enero, 2 meses después de su lanzamiento, ChatGPT superó los 100 millones de usuarios, batiendo el récord de la plataforma online que más rápido ha alcanzado esa cifra. Cuantos más usuarios introduzcan sus peticiones, más inteligente se volverá el chatbot de OpenAI y más escritores se reunirán conmigo —y con el ascensorista— en el jardín de la obsolescencia.

Mi caso, junto al de muchos otros redactores en paro, solo representan un daño colateral de la inteligencia artificial, pero el colapso de mi profesión podría ser únicamente la punta del iceberg de lo que podría generar esta tecnología. Según Challenger, Gray & Christmas, el pasado mes de mayo, cerca de 4.000 puestos de trabajo se perdieron por culpa de la IA.

De forma ingenua pensé que los artistas y los trabajadores creativos siempre estarían a salvo de la automatización, porque, ¿cómo podría la tecnología sustituir la magia de la mente humana? Incluso si pudiese, ¿por qué querríamos que lo hiciese? 

En cambio, ahora entiendo que, incluso en los sectores más creativos, la creatividad nunca está por encima de la cuenta de resultados. Si un robot puede hacer tu trabajo por menos dinero, puedes estar seguro de que eso es exactamente lo que acabará haciéndolo.