La heroína olvidada de la Gran Recesión

  • Brooksley Born vio venir la crisis financiera, pero el mundo dominado por hombres de Wall Street decidió ignorarla y todo saltó por los aires.
  • Abogada de profesión, peleó por exponer los riesgos que implicaba la desregulación. Nadie escuchó unas advertencias que podrían haber prevenido muchos de los problemas que llevaron al mundo a una crisis global en 2008.
Como presidenta de la Commodity Futures Trading Commission, Brooksley Born vio venir la crisis financiera. Pero nadie le hizo caso.

Andrius Banelis for BusinessInsider

Josie Cox
| Traducido por: 

Cuando Lehman Brothers se declaró en quiebra en otoño de 2008, provocando una caída casi segura de la economía mundial, el mundo entero se conmocionó. Pero hay una mujer que puede afirmar legítimamente que lo vio venir.

La historia de Brooksley Born no es solo la de una notable reguladora cuyas advertencias podrían haber evitado que la gran crisis financiera estallara. También es un relato de cómo la parcialidad y los prejuicios sistemáticos crearon las condiciones para que prosperara una peligrosa especie de pensamiento de grupo con consecuencias finalmente desastrosas. Entender lo que salió mal entonces puede enseñarnos una importante lección sobre la gestión de riesgos en el futuro: merece la pena escuchar todas las voces de la sala, incluso cuando el mensaje no es el que quiere oírse o, más bien, especialmente cuando no lo es.

Born creció en California en las décadas de 1940 y 1950 y se licenció en la Universidad de Stanford en 1961. Fue una de las siete mujeres de su promoción y la primera en ser nombrada presidenta de la Stanford Law Review. Durante su primer año, según recordó en una entrevista años más tarde, un hombre de la clase le dijo que estaba "haciendo algo terrible" al ocupar el lugar de un hombre que tendría que ir a Vietnam y podría morir. 

En aquella época, los hombres podían ser llamados a filas si no conseguían un aplazamiento. En 1964, Born fue la primera de su promoción, pero la facultad se negó a recomendarla para un puesto como ayudante en el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Cuando logró convencer al juez asociado del Tribunal Supremo Potter Stewart para que se reuniera con ella, este le dijo sin rodeos que no estaba preparado para contratar a una mujer abogada.

Finalmente, Born tuvo la oportunidad de trabajar como secretaria del juez Henry Edgerton, del Tribunal de Apelación del Distrito de Columbia, lo que le allanó el camino para ser después asociada en Arnold & Porter, un bufete que hoy figura entre los más grandes y prestigiosos del mundo. Born recuerda que se sintió atraída por el bufete en parte porque era uno de los pocos que contaba entonces con una mujer como socia.

Born se especializó en derecho institucional y corporativo; litigios complejos, sobre todo en los tribunales federales; y la regulación del floreciente mercado de futuros, en el que se intercambiaban contratos de compra o venta de un determinado activo financiero en una fecha predeterminada. 

Pero más allá del sistema financiero mundial, también empezó a interesarse por las desigualdades estructurales que impregnaban la sociedad y las empresas estadounidenses y por lo que ella, como abogada, podía hacer para cambiarlas.

Pudo ver que los datos señalaban una grave serie de calamidades para el país, cada una de ellas peor que la anterior

Born prosperó en el sector privado, pero, siendo hija de funcionarios, siempre había soñado con trabajar para el Gobierno. Cuando Bill Clinton ganó las elecciones presidenciales de 1992, circularon rumores de que Born podría ser su fiscal general. Nunca lo expresó públicamente, pero sin duda habría sido un gran honor. Pero en 1993, Clinton nombró para ese puesto a la veterana fiscal de Miami Janet Reno, y en 1996 concedió a Born lo que muchos consideraron un premio de consolación: la presidencia de la Comisión de Negociación de Futuros de Productos Básicos de Estados Unidos (CFTC), una agencia gubernamental poco conocida, con unos pocos cientos de empleados, creada en 1974 para regular el mercado de derivados financieros. Hay que reconocer que Born esperaba algo más, pero aceptó con gratitud.

Indiscutiblemente, estaba muy cualificada. Era profundamente analítica, absolutamente imparcial y dedicada a utilizar su posición, sus conocimientos y su habilidad para garantizar que el sistema financiero protegiera a los ahorradores. Y lo que es más importante, creía en el poder de la regulación y tenía una fe inquebrantable en su capacidad para reconocer cuándo no se estaba regulando correctamente.

"Brooksley tenía la ventaja de conocer la ley y comprender la fragilidad del sistema si no se regulaba. Podía ver que los datos, por la falta de regulación, estaban llevando al país a un grave conjunto de calamidades, cada una peor que la anterior", explicó Michael Greenberger, que más tarde sería su adjunto en la CFTC, en una entrevista en una revista en 2009.

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No mucho después de asumir la presidencia de la CFTC, Born empezó a sentir malestar con el mercado de derivados, en rápida expansión. Los derivados permiten a los inversores invertir en activos subyacentes de los que "obtienen" su valor (acciones, hipotecas o tipos de interés, por ejemplo) sin adquirir el activo en sí. A mediados de los 90, este mercado crecía a un ritmo vertiginoso.

En concreto, Born estaba preocupada por la explosión del tamaño del mercado de derivados extrabursátiles (OTC), "el elefante en la habitación", como llegó a llamarlo más tarde. Las operaciones OTC se realizaban al margen de los mercados públicos, en silencio y a puerta cerrada. No había forma de conocer la naturaleza, el alcance y la verdadera escala de un mercado de varios billones de dólares. Lo que había permitido que el mercado OTC floreciera de forma tan descontrolada era la desregulación que se había producido en las décadas anteriores.

En 1994, Bankers Trust había estado a punto de hacer saltar por los aires a dos de sus clientes más importantes, Procter & Gamble y Gibson Greeting Cards, tras venderles complejos productos derivados que, como se demostró más tarde, estaban mal valorados. Unos años antes, se supo que un operador del banco japonés Sumitomo se había pasado una década utilizando derivados para tratar de acaparar el mercado del cobre, lo que provocó pérdidas multimillonarias. El recuerdo de aquello atormentaba a Born, que también empezaba a oír rumores de que las empresas utilizaban derivados para manipular sus estados financieros trimestrales.

Por desgracia, sus temores no eran compartidos en las altas esferas del gobierno y la Reserva Federal. En marzo de 1998, Born visitó a Robert Rubin, secretario del Tesoro desde 1995, un periodo en el que Estados Unidos había disfrutado de un notable crecimiento económico, casi el pleno empleo y una bolsa al alza, además de una inflación moderada. Rubin, un veterano de Goldman Sachs, había supervisado personalmente la desregulación desde hacía más de medio siglo, y confiaba en que su continuación era la clave de la prosperidad económica nacional.

Si Wall Street se asustaba demasiado, entraría en crisis y todo sería culpa suya

Para Rubin, Born era más un inconveniente que otra cosa, y desde luego no pertenecía a su club. "No tenía ningún sentido del compadreo que caracterizaba a los máximos responsables políticos de la administración Clinton", escribió el periodista Michael Hirsh en su libro de 2010. "¿Y qué si dirigía una agencia independiente? No tenía sentido del respeto por quiénes eran".

Del mismo modo, cuando Alan Greenspan estaba en la cúpula de la Reserva Federal, las opiniones de Born eran igual de impopulares. Greenspan, un economista excéntrico y enigmático, prácticamente autodidacta, que acabó presidiendo la Reserva Federal durante más de 18 años, había empezado su carrera siguiendo a la filósofa y novelista Ayn Rand. Era tan devoto del capitalismo de libre mercado como Rubin, y Born resultaba inoportuna.

Según el libro de Hirsh, Greenspan invitó a Born a almorzar cuando asumió su cargo en la CFTC en 1996, durante el cual expresó su preocupación por la laxa regulación de algunos de los rincones más opacos y extensos del mercado financiero. "Bueno, Brooksley, supongo que usted y yo nunca estaremos de acuerdo sobre el fraude", le dijo Greenspan, a lo que Born se preguntó en voz alta en qué exactamente no estábamos de acuerdo.

"Bueno, probablemente usted siempre creerá que debería haber leyes contra el fraude, y yo no creo que sea necesario", respondió Greenspan, según cuenta Hirsh. Born se quedó boquiabierta.

Citando a un funcionario anónimo de la Reserva Federal, Hirsh escribió que los empleados de Greenspan comentaban en privado que Born era "una chiflada poco relevante". Born, por su parte, sabía que ella no era, y nunca sería, una de "ellos". Era abogada, no economista, y, lo más obvio, era mujer. Pero eso no mermó su determinación para hacer bien su trabajo, y en ese momento consideró que eso significaba hacer todo lo posible para evitar que el mercado de derivados estallara de forma catastrófica.

Pero dijera lo que dijera o hiciera lo que hiciera, Rubin y Greenspan no querían oír hablar de sus noches de insomnio ni de sus predicciones sobre una crisis inminente. Habían crecido en Wall Street en una época en la que el carácter chulesco y machista era un elemento que conducía al éxito, y en la que las mujeres ni soñaban con expresar su opinión sobre algo tan complejo como los mercados financieros. 

Born dirigía una agencia tan oscura que se alojaba en un local alquilado en el distrito comercial del centro de Washington. Por lo que a ellos respecta, ella no tenía ninguna influencia real. No estaban dispuestos a hacerle perder el tiempo. Con la crisis financiera asiática en marcha y el riesgo real de contagio, tenían asuntos más importantes de los que ocuparse y, al menos por el momento, parecía que tenían al Gobierno de Estados Unidos de su parte. 

A Greenspan se le conocía como el "mago de la política monetaria". A principios de 1999, la revista Time publicó un artículo de portada en el que alababa a Rubin, Greenspan y Lawrence Summers, que era subsecretario del Tesoro, como el "Comité para Salvar el Mundo", héroes del libre mercado.

Ilustración sesgos machistas inteligencia artificial

Finalmente, acabando la primavera de 1998, Born empezó a actuar. Bajo su dirección, la CFTC empezó a preparar un comunicado que consistía en una invitación al público para que presentara comentarios sobre la pertinencia y adecuación de la regulación existente del mercado de derivados OTC, que por aquel entonces se estimaba que tenía un valor de unos 29 billones de dólares (unos 26 billones de euros). 

Este movimiento suele ser precursor de una propuesta formal de regulación, y la noticia de que Born estaba redactando esto conmocionó a algunas de las instituciones más influyentes de Washington. Al parecer, Lawrence Summers le advirtió lo que ocurriría si seguía presionando: si Wall Street se asustaba demasiado, entraría en crisis, y todo sería culpa suya.

Al mes siguiente, Rubin, Greenspan y Arthur Levitt, presidente de la Comisión del Mercado de Valores, se enfrentaron cara a cara con Born durante una reunión del grupo de trabajo sobre mercados financieros del presidente, del que todos eran miembros. Rubin fue al grano. Sugirió que Born estaba jugando a un juego peligroso. Si se publicaba el comunicado que había redactado, los mercados podrían caer en picado, alimentados por la incertidumbre sobre lo que podría estar a punto de ocurrir. Pero aparte de eso, argumentó Rubin, Born y la CFTC ni siquiera tenían jurisdicción para tomar decisiones sobre este tipo de regulación en este mercado en particular. 

Born replicó que eso era ridículo.

WOMEN MONEY POWER: The Rise and Fall of Economic Equality de Josie Cox.
WOMEN MONEY POWER: The Rise and Fall of Economic Equality de Josie Cox.

Abrams Press

Poco después de la reunión, Greenspan, Rubin y Levitt publicaron una inusual declaración conjunta en la que subrayaban su "grave preocupación" por la propuesta de la CFTC. Summers, por su parte, argumentó que la llamada de atención de Born sobre la posibilidad de que algo tuviera que cambiar en ese rincón concreto del mercado arrojaría "una sombra de incertidumbre regulatoria sobre un mercado por lo demás próspero". 

Puede que pensaran que interrogarla en el Grupo de Trabajo sobre Mercados Financieros había servido para silenciarla, pero se equivocaban. En mayo, Born difundió el comunicado. Rubin se indignó, y Born recuerda que desencadenó una "tormenta de oposición". Según algunas fuentes, Rubin no volvió a dirigirle la palabra.

La guerra avanzó hasta su siguiente batalla. Una mañana, sin previo aviso, Born fue convocada por el personal de Jim Leach, presidente de la Comisión de Banca de la Cámara de Representantes, y del presidente de la Comisión de Agricultura, Richard Lugar, para comparecer en el Capitolio, donde fue reprendida una vez más por haberse pasado de la raya. Fue la primera de varias comparecencias en las que Born trató desesperadamente, pero con la mayor calma posible, de explicar por qué ella, la presidenta de una agencia pequeña, estaba aterrorizada por lo que pudiera estar ocurriendo en el mercado de derivados.

Incluso en el otoño de ese año, cuando un enorme hedge fund, Long-Term Capital Management, que contaba con dos premios Nobel en su consejo de administración, estuvo a punto de colapsar bajo el peso de billones de dólares de apuestas en derivados que habían salido mal, nadie al parecer estaba dispuesto a tomar en serio a Born. Como escriben Bethany McLean y Joe Nocera en su libro de 2011 sobre la crisis financiera, "Si hubo un momento en el que Bob Rubin podría haber utilizado su inmensa influencia para hacer algo con el problema de los derivados... fue este".

Estaba claro, a estas alturas, que Born había agotado todas las balas. Una última vez, suplicó a la comisión bancaria de la Cámara de Representantes de Estados Unidos que hiciera algo respecto a "los riesgos desconocidos que el mercado extrabursátil de derivados podía plantear para la economía estadounidense", incluidos las permutas de incumplimiento crediticio (swaps). Habló de una "necesidad inmediata y apremiante de abordar si existen lagunas regulatorias inaceptables". 

Pero era una loba solitaria. Poco después, funcionarios del Tesoro presionaron al Congreso para que aprobara una ley que impidiera a la CFTC regular el mercado de derivados OTC. El Congreso respondió prohibiendo a la comisión promulgar cualquier normativa en este sentido durante seis meses. En enero de 1999, Born escribió al presidente Clinton informándole de que no solicitaría su reelección para un segundo mandato al frente de la CFTC y que, en su lugar, regresaría a Arnold & Porter.

Quiebra Lehman Brothers

Al parecer, las advertencias de Born, similares a las de Casandra, se olvidaron rápidamente. Incluso en 2001, cuando Enron (que había contribuido a crear el mercado mundial de derivados energéticos) se vio obligada a presentar la mayor quiebra empresarial de la historia de Estados Unidos, los reguladores no cambiaron de tono. De hecho, cuando el presidente George W. Bush asumió el cargo, se reavivó el entusiasmo por la desregulación. El apalancamiento era el rey.

Born se retiró de la práctica privada en 2003. Cinco años más tarde, observó desde la distancia cómo el mercado de derivados no regulado que tantas noches le había hecho pasar en vela provocaba la caída libre del valor de los activos financieros en todo el mundo, poniendo de rodillas a las economías y aplastando a los bancos mundiales. En los meses y años siguientes, fue cada vez más difícil negar que el mercado de derivados OTC, valorado en miles de millones de dólares, fue la causa de la gran crisis financiera.

"Contribuyó a fomentar una crisis hipotecaria, luego una crisis crediticia y, por último, una crisis financiera sistemática única en el siglo que, de no haber sido por las enormes intervenciones de los contribuyentes estadounidenses, en el otoño de 2008 habría llevado a la economía mundial a una depresión devastadora", declaró Michael Greenberger en una comparecencia ante la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera en junio de 2010.

A medida que la economía estadounidense se disparaba, el influyente trío de hombres no estaba dispuesto a considerar la idea de que pudieran estar haciendo algo mal

Incluso Alan Greenspan, declarando ante un comité del Congreso a finales de 2008, admitió que la crisis había puesto de manifiesto un "fallo" en la filosofía y la ideología económicas que le habían guiado durante años. "Cometí un error al presumir que los intereses propios de las organizaciones, concretamente de los bancos y otros, eran tales que lo mejor que podían hacer era proteger a sus propios accionistas y su patrimonio en las empresas", dijo Greenspan.

Es imposible no preguntarse por qué nadie con la capacidad y el poder de cambiar las cosas se tomó en serio las advertencias de Born. Sin duda, es razonable concluir que el sexismo tuvo algo que ver. 

En un episodio de Frontline de 2009, Arthur Levitt, antiguo presidente de la SEC y vehemente opositor de Born, admitió que la crisis le había hecho cambiar de opinión. Se sentía diferente ahora que cuando se enfrentó a Born durante aquellas amargas batallas en Washington. "He llegado a conocerla como una de las servidoras públicas más capaces, dedicadas, inteligentes y comprometidas. Ojalá la hubiera conocido mejor en Washington. Podría haberlo hecho mucho mejor. Podría haber marcado la diferencia", llegó a decir.

 

En 2012, Lauren Rivera, profesora de la Kellogg School of Management de Northwestern, publicó un estudio sobre los procesos de contratación de 120 grandes empresas, un tercio de las cuales eran bancos. La investigación de Rivera concluyó que la contratación es "uno de esos momentos críticos en los que los juicios que hacemos sobre las personas tienen efectos duraderos". A partir de sus hallazgos, acuñó el término "mérito a través del espejo" para describir la tendencia inconsciente que tenemos los seres humanos de definir el mérito de forma que se autovalide.

No es difícil entender cómo este fenómeno podría haber estado en juego aquí. Born era distinta. En un mar de economistas y políticos en Washington, ella era abogada. En la reunión del grupo de trabajo del presidente sobre Mercados Financieros, ella era la rara, porque estaba al frente de una agencia relativamente oscura. No había desarrollado su carrera en Wall Street, como tantos otros miembros del Gobierno, y, lo que quizá sea más importante, era mujer.

Cuando Alan Greenspan, Robert Rubin y Lawrence Summers hicieron caso omiso de sus advertencias, probablemente estaban demostrando un sesgo de confirmación: un instinto humano o impulso heurístico de buscar y atribuir valor a las pruebas que apoyan nuestra creencia subyacente sobre algo y desestimar la información que podría desacreditarla. 

A medida que la economía estadounidense subía, el poderoso trío de hombres no estaba dispuesto a considerar la idea de que podían estar haciendo algo mal y que la desregulación que habían defendido durante tantos años estaba abocando al mercado al desastre.

En post en un blog publicado una década después de la crisis, en septiembre de 2018, Christine Lagarde, que en ese momento era directora gerente del Fondo Monetario Internacional, describió la gran crisis financiera como "una lección sobre el pensamiento de grupo". Ella escribió que en los años transcurridos desde el colapso de Lehman Brothers y otras instituciones financieras importantes, la política ha abordado los fallos del sistema que finalmente condujeron a la crisis. Pero hay algo que no ha cambiado mucho, afirmó, y es la cultura.

Añadió que "el verdadero legado" de aquella crisis aún no puede evaluarse adecuadamente porque "todavía se está escribiendo". Más de 15 años después, y con muchas más mujeres en puestos de poder en la empresa, la política y otros ámbitos, quizá sea demasiado pronto para saber si se han interiorizado todas las lecciones de aquella crisis. 

¿Sería capaz hoy una Brooksley Born de evitar un colapso financiero? Ojalá que sí, pero habrá que esperar a otra crisis para saberlo con certeza.

Este texto es un fragmento adaptado de "WOMEN MONEY POWER: The Rise and Fall of Economic Equality".

Josie Cox es periodista y ha escrito para Reuters, The Wall Street Journal, The Washington Post y The Guardian. Es autora de "WOMEN MONEY POWER: The Rise and Fall of Economic Equality".

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