La inflación toca techo en EEUU, pero por muy poco: continúa desbocada al 8,5%, a pesar de la histórica subida de tipos de la Fed

El presidente de EEUU, Joe Biden.
El presidente de EEUU, Joe Biden.

REUTERS/Carlos Barria

Ayer las bolsas de todo el mundo estaban expectantes. Wall Street cerró sin cambios, a la espera de lo que pudiera ocurrir hoy la actualización de los datos de inflación de EEUU. La realidad es que los inversores tienen pánico a que el nuevo dato de julio revelara que la economía continúa ardiendo, a pesar de los intentos de la Reserva Federal por embridarla.

Y así ha sido: la inflación continúa desbocada en EEUU, aunque menos que el mes anterior. En julio, los precios subieron un 8,5% en Estados Unidos. Se trataría de un máximo histórico en 40 años, si no llega a ser porque en los últimos meses ha sido todavía superior.

También la inflación se moderó en Alemania en el mes de julio: los precios subieron un 7,5%, una décima menos que en junio y 4 menos que en mayo (7,9%), coincidiendo con el nuevo paquete de medidas aprobado por el gobierno alemán.

El precio de la gasolina y de los alimentos han prendido fuego a la economía y llevan meses erosionando el poder adquisitivo de los hogares. Sin embargo, en julio ha empezado a moderarse.

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Ya en enero, hace medio año, la inflación se disparó un 7,5% en EEUU, alcanzando máximos no vistos desde principios de los años 80. Y así ha continuado mes sobre mes. En junio, llegó a alcanzar una subida del 9,1%.

Para julio, sin embargo, los mercados preveían una moderación 2 décimas menor, del 8,7%, aunque en niveles todavía muy elevados. La esperanza era que las subidas de tipos de la Reserva Federal (Fed) hubieran surtido efecto, de manera que la inflación tocara techo.

"La reciente debilidad de los precios de las materias primas se hará evidente en toda la gama de medidas de inflación", explican Tiffany Wilding, economista para Norteamérica de Pimco y Allison Boxer, economista de Pimco.

Los alimentos se encarecieron un 10,9% interanual en julio y la energía un 32,9%, más que en junio. La gasolina, por su parte, se disparó un 44%, aunque retrocedió un 7,7% respecto al mes anterior. 

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Pero lo peor no es el dato general de inflación, sino la llamada inflación subyacente, que se disparó un 5,9%. A diferencia del dato general, la inflación subyacente excluye las subidas de productos energéticos y alimentación, que están expuestos a elementos más volátiles y suben o caen con mayor facilidad.

La escasa diferencia entre uno y otro dato alarma, porque si la inflación no se modera ni siquiera excluyendo los productos que más suben, significa que el descontrol de precios ya podría haber contagiado a otros segmentos de la economía.

Mientras la inflación subía, los salarios también aumentaban con fuerza, elevando el riesgo de caer en una espiral inflacionaria: como precios suben, los empleados reclaman subidas salariales para mantener el poder adquisitivo, y las empresas tienen que subir precios para asumir el coste del aumento salarial.

La tensión de precios sostenida en el tiempo y en su virulencia puso contra las cuerdas a la Fed, encargado de mantener la estabilidad monetaria. Para evitarlo, su política dio un giro radical, al anunciar una subida de tipos histórica para parar la escalada de la inflación. Un jarro de agua fría para calmar una economía en llamas. 

Pero el equilibrio es complicado: si la Fed subía demasiado los tipos, podría arrastrar a la economía a una recesión. Estados Unidos, de hecho, ya ha entrado en recesión técnica, después de que su PIB cayera de forma consecutiva en el primer y segundo trimestre. 

Sin embargo, no subir tipos lo suficiente podría provocar que la inflación continuara desbocada, lo que llevaría a una peligrosa espiral de subidas de precio.

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