Este verano volé por primera vez en clase business: me preocupa que haya arruinado mi percepción de los vuelos en clase turista

Jordan Parker Erb
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La reportera de Business Insider en la clase business Mint de JetBlue.
La reportera de Business Insider en la clase business Mint de JetBlue.Jordan Parker Erb/Insider
  • He volado en clase turista toda mi vida, hasta que este verano hice mi primer viaje en clase preferente. 
  • Volé en la clase business Mint de JetBlue de Nueva York a París y me sentí totalmente mimada por el lujo.
  • Ahora me preocupa no querer volver a volar en clase turista.

Soy una viajera tradicionalmente tacaña. Tanto si vuelo con una aerolínea de bajo coste como si reservo un asiento en la parte trasera del avión, hago lo que sea para ahorrar dinero en mis planes de viaje. 

Eso cambió este verano, cuando volé en clase preferente por primera vez. En el vuelo inaugural de JetBlue de Nueva York a París, viajé con la compañía en uno de sus asientos Mint de primera clase y disfruté de la experiencia de vuelo más lujosa que he vivido nunca

Las prestaciones eran muy superiores a las de los asientos de clase turista. La cena consistió en varios platos, con aperitivos, entrantes y postres recién hechos y deliciosos. Y, por supuesto, los asientos eran totalmente reclinables, una de las ventajas más apreciadas de los vuelos en clase business.

Pero durante el vuelo, y en los meses siguientes, me he preguntado: ¿Cómo voy a volver a la clase turista?

Insider's reporter in the Mint suite on JetBlue.
Jordan Parker Erb/Insider

El vuelo en clase preferente era por trabajo y no era algo que pudiera justificar en mi vida fuera del horario laboral, así que mi vuelta a la clase turista fue inevitable. De vuelta a casa desde París, volé en la clase turista de JetBlue, y así lo he hecho en todos los vuelos desde entonces.

Cada vez que viajo en esta clase, como hacía antes de mi experiencia en primera clase, me dirijo hacia la parte trasera del avión, mirando con envidia a los pasajeros de primera clase con sus copas de champán y sus asientos reclinables. 

El problema es que me preocupa que mi experiencia fuera demasiado agradable, tanto que puede haber arruinado mi percepción de los viajes económicos. Llegué a París descansada tras dormir plácidamente —y en posición horizontal— durante el vuelo nocturno. Me mimaron con comida sabrosa y detalles de lujo. He visto cómo vive la otra mitad, y madre mía, qué bien.

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Ahora me preocupa que cada vuelo me parezca peor que los anteriores. Sentarse cerca de los lavabos del avión quizá no era lo mejor, pero era lo que conocía. Ahora, como he visto lo relajante, cómodo y fabuloso que puede ser volar, pensaré en ello cada vez que me acomode en mi rígido asiento económico. 

Tal vez la forma de evitar este sentimiento sea recordarme a mí misma que viajar y volar es un privilegio y debe recibirse con gratitud, aunque sea desde la última fila del avión.

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