Desmayos, horas sin dormir y presión implacable: así ha sido mi pesadilla trabajando en la banca de inversión

Christine Ji
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Christine Ji, exanalista de banca de inversión, afirma que su salario de seis cifras se quedaba en 25 dólares la hora si tenía en cuenta todas las horas que trabajaba.
Christine Ji, exanalista de banca de inversión, afirma que su salario de seis cifras se quedaba en 25 dólares la hora si tenía en cuenta todas las horas que trabajaba.

Christine Ji/Kenneth Tan, Alexander Spatari/Getty Images, Abanti Chowdhury/BI

  • El que creía que era el trabajo de mis sueños casi me destruye.
  • Después de un tiempo en el que mis jornadas eran interminables, acabé colapsando y me desmayé en mi puesto de trabajo. A la semana, esperaban que volviera a estar al 100%.

Esperaba que aquel jueves de febrero fuera un día de trabajo normal. En ningún caso creí que acabaría tirada en el suelo de la oficina pensando que tenía que dejar mi trabajo en la banca de inversión… y, sin embargo, allí estaba.

Minutos después de desmayarme, en la ambulancia camino del hospital, repasé las decisiones que me habían llevado a ese momento.

El trabajo en banca de inversión es seductor. Atrae a estudiantes universitarios entusiasmados con promesas irresistibles como: tener la oportunidad de realizar transacciones multimillonarias para las mayores empresas del mundo; un salario de seis cifras; y, acceso a salas de juntas y a ejecutivos de prestigio. En definitiva, un trampolín para lograr una carrera lucrativa en el mundo del capital riesgo.

El camino para entrar en la industria, posiblemente más difícil que entrar en una Ivy League [una red de universidades de élite caracterizadas por su excelencia académica y su admisión selectiva], respalda esta reputación.

Por desgracia, yo era una de esas jóvenes entusiasmadas. Estaba decidida a conseguir unas prestigiosas prácticas de verano, así que dediqué más de 100 horas a preparar entrevistas, programé más de 50 llamadas para establecer contactos y me entrevisté con cuatro bancos durante mi segundo año de universidad. Ese duro trabajo culminó con unas prácticas en un banco de inversión durante mi tercer año de carrera.

Encantada ante el prestigio que me daría el salario, las happy hours, las charlas de café y las salidas corporativas de las prácticas, firmé con entusiasmo mi oferta de trabajo a jornada completa en otoño de 2022 como estudiante de último curso. Mi vida era perfecta. Estaba lista para ganar mucho dinero en Wall Street y generar mucho valor para los accionistas.

Inversor Wall Street

Ser analista de banca de inversión era mucho más sexy en la teoría que en la práctica

Tenía claro que las prácticas serían intensas, pero nada podría haberme preparado para la realidad de lo que suponía ese trabajo a jornada completa. Los analistas de primer año, como yo, pasábamos cada hora del día haciendo todo lo que los banqueros senior nos pedían.

Asesorar sobre fusiones y adquisiciones se parecía mucho a crear interminables análisis financieros en Excel, alinear logotipos en PowerPoint, responder a correos electrónicos las 24 horas del día y llamar a restaurantes para pedir presupuestos y planificar cenas-conferencia. En un buen día, terminaba de trabajar a las 12 de la noche. Los días malos, ni me acostaba.

En cuanto al salario de seis cifras, 110.000 dólares me pareció mucho al principio, pero contando lo que duraban mis jornadas, se me quedaba en apenas 25 dólares la hora (unos 23 euros).

La luz al final del túnel era la posibilidad de un ascenso: los analistas que obtienen buenos resultados suelen ascender dentro del equipo hasta convertirse en asociados, vicepresidentes e incluso llegan a directores generales. Sin embargo, ver cómo analistas y asociados muy trabajadores perdían su empleo en las múltiples rondas de despidos me hacía sentir totalmente prescindible.

Tras muchos meses trabajando a este ritmo, acabé desmayándome un fatídico jueves por la mañana

Toda mi vida giraba en torno al trabajo. No dormía lo suficiente, tenía ansiedad y me sentía muy infeliz. La semana del desmayo fue especialmente agotadora. Pasé varias noches en vela pendiente de un trato que el equipo estaba intentando cerrar.

Normalmente, apretaba los dientes y tomaba cafeína para sobrellevar el esfuerzo, pero no fue suficiente tras ocho meses con mi cuerpo al límite. Mientras hablaba con un compañero de trabajo, empecé a ver puntos negros y, de repente, estaba en el suelo, hiperventilando. Lloraba. Cuando intenté levantarme, todo se volvió negro. No sentía las manos ni los pies. Y entonces, uno de mis compañeros llamó a una ambulancia.

Me llevaron a urgencias, donde pasé el resto del día tumbada en la cama del hospital, con un dolor de cabeza tremendo y muchísimas náuseas.

Después de ocho horas y múltiples tomografías, goteros, análisis de sangre y muestras de orina, los médicos me dijeron que no me pasaba nada y que debía irme a casa a descansar.

Cuando salí del hospital, me di cuenta de que tenía tres llamadas perdidas en el teléfono del trabajo. Un estudiante de segundo año había concertado una cita conmigo para esa tarde y yo me había olvidado. "Siento no haberte llamado antes, llevo todo el día en el hospital. No dudes en ponerte en contacto con otro miembro de mi equipo", le respondí.

Me acordé de mi yo más joven y me pregunté si tenía una ligera idea de dónde se metía. Y volvieron las náuseas.

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La reacción del resto de banqueros me hizo darme cuenta de cómo era realmente la cultura laboral del sector

Después del incidente, mis compañeros me tranquilizaron diciéndome que no me asustara, que me pondría bien. No era la primera persona del equipo a la que le ocurría esto. Los ansiolíticos quizás me irían bien.

También me dijeron que había habido una reunión del equipo sobre lo que me había pasado mientras yo estaba en el hospital, pero no me informaron de lo que se habló ni de si iba a tomarse alguna iniciativa respecto a la causa principal de mi desmayo, que en mi opinión tenía que ver con la carga laboral.

Aunque el banco me informó de que podía tomarme todo el tiempo que necesitara, culturalmente tenía la impresión de que se esperaba que volviera a la oficina cuanto antes. Cogí una semana libre para recuperarme, intentando compensar los meses de sueño atrasado, pero no me sentía bien con la situación.

Al volver al trabajo, me di cuenta de que los trabajadores habían aceptado este tipo de episodios como algo normal. Las tareas y los correos electrónicos empezaron a acumularse de nuevo, y me dio la sensación de que, tras mi descanso, esperaban que estuviera preparada para afrontar de nuevo jornadas de 90 horas.

El incidente fue una señal ineludible de que debía marcharme

Me aterrorizaba la idea de dejarlo. Hay muy pocos consejos sobre cómo irte de la banca de inversión. Lo que sí hay son muchos consejos sobre exactamente lo contrario: cómo sobrevivir a la miseria de un puesto de analista. La opinión generalizada era que dejarlo antes de cobrar la primera prima o de encontrar otro trabajo era una tontería.

Me pregunté si mi decisión era estúpida. ¿Qué sabía yo de hacer carrera a los 22 años?

No obstante, me di cuenta de que no quería dejarme llevar por esa cultura que parecía normalizar el exceso de trabajo hasta el colapso, y mucho menos tomar mis decisiones basándome en ella. Como analistas, sentía que estábamos poniendo en riesgo nuestra salud mental y física por un trabajo que nos trataba como robots. Una vez agotados, siempre había un nuevo grupo de universitarios dispuestos a todo.

Me conocía y sabía que este sector no era el adecuado para mí. No tenía planes concretos sobre lo que iba a hacer a continuación, pero sabía que no me interesaba seguir trabajando tanto por prestigio u otra oportunidad con el mismo volumen de trabajo.

Mi último día fue en marzo, exactamente un mes después de haberme desmayado. Después de dejarlo, decidí dedicarme al periodismo, algo que siempre me interesó pero que no había tenido tiempo de explorar.

No fui la primera en dejar la banca, y desde luego no seré la última.

Las jornadas tan largas asociadas a problemas de salud mental y física requieren cierto análisis crítico. Sin duda, la experiencia de haber realizado transacciones de nivel básico y los conocimientos de Excel quedan muy bien en el currículum. Pero hay que pagar un precio altísimo para adquirir esas habilidades.

Puede que algunas personas sientan tanta pasión por esta profesión que estén dispuestas a sacrificar su tiempo libre, su vida social, su tiempo con la familia y su salud. Yo, desde luego, no puedo decir que amara la banca de inversión hasta ese punto, así que me alejé.

Nota del editor: La institución financiera donde trabajaba Ji, verificada por Business Insider, ha declarado lo siguiente:

"Reconocemos que nuestra industria es exigente, y tenemos iniciativas para garantizar que nuestro personal subalterno esté protegido mediante políticas de tiempo libre obligatorio y dotación de personal / carga de trabajo. Esperamos que tanto managers como empleados entiendan y cumplan estas políticas, y nos tomamos muy en serio cualquier infracción. También disponemos de varios canales para garantizar que nuestros empleados puedan expresar sus preocupaciones. En lo que respecta a esta situación concreta, nos decepciona que nuestra compañera haya decidido dejar el banco, y le deseamos todo lo mejor en sus futuros proyectos".

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