Cubrí el 11-S y sus consecuencias como fotógrafo: estas son las fotos más impactantes que hice y las historias que se esconden tras ellas

Alan Chin
| Traducido por: 
El World Trade Center el 11 de septiembre de 2001.
El World Trade Center el 11 de septiembre de 2001.

Alan Chin

  • Los periodistas cubrieron el atentado del 11S desde el momento en que sucedió todo.
  • Las tropas americanas entraron en Afganistán menos de un mes después. Pronto empezaron a llegar prisioneros a Guantánamo.
  • 22 años después, el fotógrafo Alan Chin recuerda aquellos acontecimientos y las imágenes que captó.

22 años es mucho tiempo, suficiente para olvidar cómo era entonces la vida cotidiana. Pienso en aquel día de septiembre en Nueva York y en los 6 meses siguientes, cuando viajé a Afganistán para presenciar el comienzo de la guerra y luego a Cuba para ver la prisión de Guantánamo. Tenía un teléfono móvil, pero no con cámara digital. Mi conexión a Internet era por cable y conducía un Mazda de 1987. Mis padres estaban vivos y bien.

Fueron años en los que viajé mucho como fotoperiodista: China, los Balcanes, Afganistán y Asia Central, Israel y Palestina. Pero el 11 de septiembre de 2001 estaba en casa, en Nueva York.

Fue el timbre del teléfono lo que me despertó. Mi difunto hermano, Bonlap, llamaba desde Michigan para decir que unos aviones se estaban estrellando contra las Torres Gemelas. Desde mi apartamento en el Lower East Side de Manhattan, podía oír las sirenas de los vehículos de emergencia que se dirigían al centro de la ciudad. Encendí el televisor, pero no tenía apenas señal. (La propia antena de emisión estaba en lo alto del World Trade Center y ya no funcionaba). Aún no se habían dado cuenta de todo lo que estaba ocurriendo. "Creo que va a ser un día largo, no esperes tener noticias mías hasta tarde", le dije a mi entonces pareja mientras salía por la puerta, como si se tratara de una simple urgencia de última hora, pero no necesariamente demasiado alarmante.

Cogí la bici y corrí lo más rápido que pude hacia las torres en llamas. Dejé la bicicleta en el ayuntamiento y empecé a caminar por Vesey Street hasta llegar a la esquina de Church Street, justo enfrente del World Trade Center. Por el rabillo del ojo, vi lo que entonces pensé que eran escombros cayendo de la Torre Norte. Pero detrás de mí, escuché una voz horrorizada que decía: "Dios mío. Otro más". Me di cuenta de que era una persona que acababa de caer cientos de metros hacia una muerte segura.

Tras el derrumbe de la Torre Sur, un hombre intentó hacer una llamada telefónica dentro de un edificio de la calle Vesey.
Tras el derrumbe de la Torre Sur, un hombre intentó hacer una llamada telefónica dentro de un edificio de la calle Vesey.

Alan Chin

Tuve tiempo de gastar un rollo entero de película. Estaba mirando hacia abajo para recargar una de mis cámaras cuando la gente que me rodeaba empezó a gritar. La Torre Sur explotaba entre una enorme nube de llamas y humo gris. Corrí con unos cuantos policías y bomberos al sótano de un edificio de oficinas, pensando que la torre podría caernos encima. Durante largos minutos, intentamos encontrar otra salida de aquel edificio, con suerte a la calle de al lado, a cualquier lugar que estuviera más lejos.

Cuando salimos, el mundo entero había cambiado. El cielo azul brillante había sido sustituido por una penumbra crepuscular. El aire estaba lleno de humo espeso. El viento arrastraba trozos de papel y las lápidas del cementerio, junto a la iglesia de San Pablo, estaban cubiertas de ceniza. Mi difunto padre, que sabía que yo había corrido a las torres, vio la explosión desde una cafetería de Chinatown a la que había ido a desayunar. Más tarde me dijo que estaba seguro de que yo había muerto.

Gente huyendo de la zona del World Trade Center, en Broadway, tras el derrumbe de la Torre Sur y antes del derrumbe de la Torre Norte.
Gente huyendo de la zona del World Trade Center, en Broadway, tras el derrumbe de la Torre Sur y antes del derrumbe de la Torre Norte.

Alan Chin

Retrocedí una manzana hasta Park Row, donde muchas personas cubiertas de polvo subían a un autobús urbano para escapar de la zona. Luego di media vuelta. En las calles de Broadway y Fulton, noté un ruido sordo (la Torre Norte empezaba a derrumbarse) y bajé corriendo las escaleras de una boca de metro tan deprisa que me caí y me hice un corte en la palma de la mano, cubriéndome de sangre. Me arranqué un trozo de tela de la camisa para hacerme un vendaje. Me encontré solo en aquel rellano de metro, lleno de humo y polvo. El tiempo y el espacio eran confusos y el universo estaba patas arriba. Eran las 10:28: habían pasado 29 minutos desde el derrumbe de la Torre Sur. Pero yo no sabía si eran 5 minutos o 5 cinco horas.

Durante las horas siguientes hice fotos a bomberos destrozados, algunos llamando desesperadamente por radio a compañeros que no respondían. Más tarde, les seguí hasta los restos de la Torre Sur desde el lado del río Hudson, mientras buscaban supervivientes en vano.

Bomberos exhaustos en West Street
Bomberos exhaustos en West Street

Alan Chin

Trabajé con el piloto automático e hice un circuito completo de lo que luego se conoció como la Zona Cero.

En un momento dado, me encontré con un viejo amigo, el periodista David Rohde, y caminamos durante un rato. Estábamos cerca del lugar pero no veíamos gran cosa. Pero entonces, por un momento, el viento cambió y vimos, por primera vez, todo lo que quedaba: un montón de metal retorcido. David se volvió hacia mí y me dijo: "Eso... era... el World Trade Center".

Observando los restos de la Torre Sur del World Trade Center, bajando por Washington Street desde el cruce con Albany Street.
Observando los restos de la Torre Sur del World Trade Center, bajando por Washington Street desde el cruce con Albany Street.

Alan Chin

Los bomberos formaron una línea para recoger los restos de la Torre Sur del World Trade Center, en una infructuosa búsqueda de supervivientes.
Los bomberos formaron una línea para recoger los restos de la Torre Sur del World Trade Center, en una infructuosa búsqueda de supervivientes.

Alan Chin

Aliados y enemigos, enemigos y aliados

Menos de un mes después, el 7 de octubre de 2001, el ejército estadounidense lanzó la primera campaña de bombardeos contra los talibanes en Afganistán. Un mes después de eso, recibí el encargo de ir al norte de Afganistán. Había cubierto los primeros días de los talibanes en el poder 4 años antes, en 1996, y este sería mi tercer viaje al país.

Al despegar del aeropuerto internacional John F. Kennedy, el avión hizo un amplio viraje sobre Manhattan para dirigirse al otro lado del Atlántico, y pude ver el humo que aún se elevaba de la enorme fosa donde antes estaban las Torres Gemelas.

Soldados franceses y estadounidenses reparando el aeródromo de Mazar-i-Sharif, en Afganistán, en noviembre de 2001.
Soldados franceses y estadounidenses reparando el aeródromo de Mazar-i-Sharif, en Afganistán, en noviembre de 2001.

Alan Chin

Desde Termez, en Uzbekistán, crucé el río Amu Darya a bordo de un barco militar uzbeko y me adentré en el norte de Afganistán.

Los antiguos enemigos de la década de ocupación soviética (durante la cual Estados Unidos había apoyado a los muyahidines antisoviéticos) y tanto los aliados como los enemigos de la guerra civil posterior habían vuelto a formar alianzas. Abdul Rashid Dostum, general prosoviético, y Atta Mohammed Noor, comandante muyahidín, volvían a estar al mando. Habían derrotado a los talibanes en gran parte del norte de Afganistán con la ayuda del apoyo aéreo estadounidense, operadores especiales y paracaidistas franceses que aseguraron el aeropuerto de Mazar-i-Sharif. (En la actualidad, Dostum y el hijo de Noor, que huyeron de Afganistán después de que los talibanes volvieran a hacerse con el control del país, están negociando un acuerdo).

Abdul Rashid Dostum, señor de la guerra de etnia uzbeka y líder de la Alianza del Norte (o Frente Unido) contra los talibanes, en diciembre de 2001.
Abdul Rashid Dostum, señor de la guerra de etnia uzbeka y líder de la Alianza del Norte (o Frente Unido) contra los talibanes, en diciembre de 2001.

Alan Chin

Conocí a Dostum en la fatídica reunión de 1996, cuando él, Ahmad Shah Massoud y Karim Khalili formaron la Alianza del Norte o Frente Unido contra los talibanes. Sus soldados habían resistido una ofensiva talibán en 1997 y masacrado a miles de prisioneros talibanes que habían capturado. A su vez, los talibanes masacraron a miles de civiles y combatientes cuando volvieron a ocupar Mazar-i-Sharif en 1998. Los talibanes también mataron a un grupo de diplomáticos iraníes. En esos 5 años, de 1996 a 2001, Dostum y otros señores de la guerra habían huido repetidamente del país y regresado, luchando entre sí y contra los talibanes.

Ahora estaban aliados con Estados Unidos y las fuerzas de la coalición. Yo había venido a Mazar-i-Sharif, la cuarta ciudad más grande de Afganistán, para documentarlo.

Cuando llegué en noviembre, los combates en la zona parecían haber terminado. A pesar de su reciente y brutal historia, la ciudad no era muy diferente de la última vez que la visité. La emblemática Mezquita Azul, santuario de Hazrat Ali Mazar y lugar sagrado del Islam, seguía albergando bandadas de palomas blancas como hacía siglos. La mayoría de las mujeres llevaban burka, pero no todas. Vuelos de la Fuerza Aérea procedentes de lugares tan lejanos como Alemania dejaban caer paquetes de alimentos militares y humanitarios estadounidenses en un esfuerzo por ganar corazones y mentes. Se vendían chaquetas del ejército estadounidense, sacos de dormir y otros artículos en los mercados, tras haber llegado al mercado negro apenas un mes después de iniciada la guerra.

Hasta 5.000 combatientes talibanes, incluidos muchos militantes extranjeros, se habían rendido en Kunduz, y hasta 500 de ellos acababan de morir en un violento levantamiento en la fortaleza de Qala-i-Jangi.

Mientras asistía a una reunión que Dostum celebraba para dispensar favores a los ancianos y líderes locales, que habían acudido a cantar sus alabanzas y suplicar ayuda, le pregunté qué le había ocurrido a su Cadillac. Según había oído en mi última visita, era el único de Afganistán. "Los talibanes se lo llevaron", respondió riendo.

Miles de prisioneros talibanes en el patio de la prisión de Sheberghan en diciembre de 2001.
Miles de prisioneros talibanes en el patio de la prisión de Sheberghan en diciembre de 2001.

Alan Chin

También me enteré de que los prisioneros talibanes supervivientes estaban recluidos en una cárcel a 80 kilómetros al oeste, en Sheberghan, cerca del palacio residencial de Dostum. Dostum dio permiso a los periodistas para visitarla.

En mi primer viaje a la prisión, vi camiones contenedores que traían nuevos prisioneros. Hacinados y sin comida, agua ni ventilación durante varios días, los presos nos contaron que al menos cientos habían muerto ya en esos contenedores. También hubo informes de ejecuciones sumarias y de soldados que abrieron fuego contra algunos de los camiones repletos de prisioneros en su interior. Hablé con el personal del Comité Internacional de la Cruz Roja que facilitó el primer contacto de los prisioneros con sus familias, como prescriben los Convenios de Ginebra. (El ejército estadounidense dijo que respetaría estas convenciones aunque se negara a conceder el estatus legal de prisioneros de guerra a sus "detenidos"). El Comité dijo que la prisión estaba superpoblada y era insalubre, e incluso documentó un brote de disentería.

Personal del Comité Internacional de la Cruz Roja visitando a prisioneros talibanes en la prisión de Sheberghan en diciembre de 2001.
Personal del Comité Internacional de la Cruz Roja visitando a prisioneros talibanes en la prisión de Sheberghan en diciembre de 2001.

Alan Chin

Unos 4.000 prisioneros talibanes capturados por las fuerzas de la OTAN fueron hacinados en una antigua prisión destinada a albergar a 800 prisioneros. Cientos de prisioneros de guerra fueron fusilados por el camino.
Unos 4.000 prisioneros talibanes capturados por las fuerzas de la OTAN fueron hacinados en una antigua prisión destinada a albergar a 800 prisioneros. Cientos de prisioneros de guerra fueron fusilados por el camino.

Alan Chin

 Los estadounidenses preguntaron primero la identidad de los prisioneros antes de tomarles las huellas dactilares, hacerles un frotis de ADN y fotografiarlos.
Los estadounidenses preguntaron primero la identidad de los prisioneros antes de tomarles las huellas dactilares, hacerles un frotis de ADN y fotografiarlos.

Alan Chin

Unos días más tarde, llegaron soldados regulares del ejército estadounidense de la 10ª División de Montaña y fotografiaron, tomaron las huellas dactilares y muestras de ADN de cada prisionero. Me permitieron hacer fotos del proceso, pero no a los 85 prisioneros o más que sacaron. Más tarde me pregunté si algunos de ellos habían acabado en Guantánamo, que empezaría a recibir "combatientes enemigos" fuera del alcance de la legislación estadounidense e internacional el 11 de enero de 2002.

Physicians for Human Rights (Físicos por los Derechos Humanos) investigó más tarde y encontró fosas comunes en la cercana Dasht-i-Leili, confirmando que se había producido una masacre. Pero esta se produjo con la presencia de fuerzas especiales estadounidenses y otros equipos militares estadounidenses o muy cerca de ellos, integrados como estaban en sus aliados afganos. Fue un crimen de guerra de grandes proporciones, pero a pesar de los numerosos informes y de la promesa del presidente Barack Obama en 2009 de investigarlo, no se ha publicado ningún informe.

El túnel de Salang, construido por la URSS en la década de 1960 y visto en enero de 2002, es la única conexión entre el norte y el sur de Afganistán a través de las montañas del Hindu Kush.
El túnel de Salang, construido por la URSS en la década de 1960 y visto en enero de 2002, es la única conexión entre el norte y el sur de Afganistán a través de las montañas del Hindu Kush.

Alan Chin

Un soldado de la Alianza del Norte en Balkh, Afganistán, en enero de 2002, que resultó herido luchando contra los talibanes.
Un soldado de la Alianza del Norte en Balkh, Afganistán, en enero de 2002, que resultó herido luchando contra los talibanes.

Alan Chin

Durante las semanas siguientes, viajé por el norte de Afganistán y fui testigo de una confusa serie de enfrentamientos y batallas entre distintas unidades de la Alianza del Norte y los talibanes. Todos parecían tan dispuestos a saldar viejas cuentas entre sí como a cualquier otra cosa. En un caso, vi a fuerzas estadounidenses evacuadas apresuradamente que habían dejado su equipo en un campamento invadido por un grupo de la Alianza del Norte contra otro. 

En otro incidente, civiles resultaron heridos en un ataque aéreo estadounidense. Los talibanes, entonces como ahora, debían sus éxitos no a proezas militares, sino a grupos que desertaban de sus anteriores lealtades para unirse a ellos, y su colapso de 2001-2002 fue muy parecido, ya que muchos de sus antiguos partidarios les abandonaron. Para un periodista extranjero era difícil comprender la complejidad de estas lealtades.

Lo que me ha quedado grabado en la memoria todos estos años es una conversación que mantuve (la recuerdo de memoria) con uno de los jóvenes intérpretes afganos, en gran parte autodidacta, que había buscado empleo entre los cooperantes y los periodistas.

El cuerpo de prensa extranjera se alojaba en el único hotel de Mazar-i-Sharif, un edificio de 7 plantas en el centro de la ciudad. Un día, estábamos en la azotea del hotel, que utilizábamos para colocar nuestros teléfonos por satélite y módems.

"Este es uno de los edificios más altos de Mazar. Nunca había estado aquí arriba. La gente de la calle parece tan pequeña", nos dijo el intérprete, cuyo nombre no recuerdo, a mí y a varios de mis compañeros.

Vista de la Mezquita Azul, santuario de Hazrat Ali Mazar y lugar sagrado islámico, en el centro de Mazar en enero de 2002.
Vista de la Mezquita Azul, santuario de Hazrat Ali Mazar y lugar sagrado islámico, en el centro de Mazar en enero de 2002.

Alan Chin

De hecho, había una hermosa vista de la Mezquita Azul debajo de nosotros. Preguntó: "Entonces, la razón de que vengáis todos aquí y de que Estados Unidos esté en guerra en Afganistán es por esos edificios altos que fueron destruidos en Nueva York, ¿es correcto?".

"Sí, es correcto", respondimos.

"Y, esos edificios, esos edificios que fueron destruidos… ¿eran tan altos como éste?", continuó.

2 días en Guantánamo

Varios meses después, en marzo de 2002, fui invitado junto con un pequeño grupo de periodistas a visitar Guantánamo, donde, según insistía la Administración Bush, estaban recluidos los prisioneros más peligrosos de Al Qaeda y los talibanes. Siguiendo instrucciones, me apresuré a llegar a la estación naval de Roosevelt Roads, en Puerto Rico, y llegué en plena noche. Dormí en un banco a las puertas de la base hasta la salida al amanecer hacia Cuba a bordo de un avión de pasajeros fletado por los militares que todavía estaba pintado con sus antiguos colores distintivos de Pan Am Airlines.

La Marina nos alojó en un edificio tipo motel y nos asignaron oficiales de asuntos públicos para que nos cuidaran. Nos dijeron que tendríamos una agenda apretada durante los 2 días que estuvimos allí.

Campamento X-Ray, construido para albergar a solicitantes de asilo cubanos y reconvertido para la guerra global contra el terror.
Campamento X-Ray, construido para albergar a solicitantes de asilo cubanos y reconvertido para la guerra global contra el terror.

Alan Chin

Guantánamo, Cuba, en marzo de 2002. Muestra de lo que se entregó a cada prisionero a su llegada, incluidos artículos de aseo y el mono naranja.
Guantánamo, Cuba, en marzo de 2002. Muestra de lo que se entregó a cada prisionero a su llegada, incluidos artículos de aseo y el mono naranja.

Alan Chin

Un soldado de la guarnición de la Joint Task Force 160 vigilando a los prisioneros acompañado de un trabajador civil. Esta imagen fue tomada a bordo del transbordador que conecta los lados este y oeste de la base militar estadounidense.
Un soldado de la guarnición de la Joint Task Force 160 vigilando a los prisioneros acompañado de un trabajador civil. Esta imagen fue tomada a bordo del transbordador que conecta los lados este y oeste de la base militar estadounidense.

Alan Chin

Nos enseñaron una muestra de lo que se daría a cada prisionero que llegara, incluidos los famosos monos naranjas. Nos señalaron los restaurantes McDonald's y Jerk-Chicken, intentos del ejército, como había observado en instalaciones militares estadounidenses de todo el mundo, de hacer que los soldados se sintieran más como en casa. Hablamos con trabajadores civiles jamaicanos que cobraban 4 dólares la hora, menos de los 5,15 dólares (4,80 euros al cambio actual) del salario mínimo federal. El capellán musulmán, el teniente de los Marines Abuhena Mohammad Saiful-Islam, habló de atender las necesidades espirituales de los prisioneros, y el comandante, el general de brigada de los Marines Michael Lehnert, dijo que estaba comprometido con el trato humano.

Pero lo que obtuvimos los periodistas fue la ilusión, más que la realidad, del acceso. Todos nos dimos cuenta de que, al aceptar la invitación para visitar Guantánamo, habíamos facilitado las pretensiones de transparencia del gobierno, cuando en realidad ocurría todo lo contrario. En la playa caribeña junto a nuestro motel (una playa virgen) reflexionamos sobre esta ironía, y presionamos sin éxito para conseguir más acceso.

Y así, apenas pudimos ver el Campamento X-Ray, el campo de detención que se había construido originalmente para albergar a los solicitantes de asilo cubanos y que ahora se había reutilizado para la guerra global contra el terrorismo. Nos mantuvieron a 90 metros de distancia, donde apenas apreciábamos los monos naranja tras las rejas. No se nos permitió ver ninguna de las dependencias o zonas comunes, y mucho menos hablar con los reclusos o verlos de cerca.

Un autobús conducido por marines con un cartel en el que aparece la foto de una persona con pañuelo en la cabeza que dice "GO TO HELL USA". El texto alrededor de la foto dice: "Esta amenaza ha demostrado la capacidad y la intención de hacernos daño".
Un autobús conducido por marines con un cartel en el que aparece la foto de una persona con pañuelo en la cabeza que dice "GO TO HELL USA". El texto alrededor de la foto dice: "Esta amenaza ha demostrado la capacidad y la intención de hacernos daño".

Alan Chin

En años posteriores, se dieron a conocer detalles espeluznantes sobre la alimentación forzada, torturas y huelgas de hambre, mientras se seguía negando a los detenidos en Guantánamo el acceso a sus familias, abogados y periodistas. En su punto álgido, Guantánamo llegó a tener 675 presos. El tercer día de Obama en el cargo, en 2009, firmó una orden por la que Guantánamo se cerraría "tan pronto como sea factible, y a más tardar un año después de la fecha de esta orden". Había un plan para juzgar a Khalid Sheikh Mohammed, el acusado de ser el cerebro del 11S, en el bajo Manhattan, en un tribunal situado a poca distancia a pie de la Zona Cero. Nada de eso se llevó a cabo. Ahora, 22 años después de los atentados del 11 de septiembre, 39 presos permanecen en Guantánamo, todos ellos, hasta ahora, sin juicio.

"Incluso en los primeros días de Guantánamo, me convencí cada vez más de que muchos de los detenidos nunca deberían haber sido enviados en primer lugar", escribió en 2013 en el Detroit Free Press el general retirado Michael Lehnert, que había supervisado la construcción del campo de detención y fue su primer comandante. "Tenían escaso valor para los servicios de inteligencia y no había pruebas suficientes que los relacionaran con crímenes de guerra. Ese sigue siendo el caso hoy para muchos, si no la mayoría, de los detenidos... Es hora de cerrar Guantánamo", añadió.

Oración en marzo de 2002 en el Campamento X-Ray.
Oración en marzo de 2002 en el Campamento X-Ray.

Alan Chin

20 años es mucho tiempo

En 2021, la edad media en Afganistán es de 18 años. Entre las 180 personas que murieron en un atentado suicida el 26 de agosto en el aeropuerto de Kabul se encontraba el soldado de primera Rylee McCollum, de 20 años, que era un bebé el día de los atentados del 11 de septiembre. Incluso cuando la guerra estadounidense en Afganistán termina con ignominia y alivio, los conflictos allí y en docenas de otros lugares continúan.

 Mis propias fotografías a veces me resultan desconocidas. Algunas llevan marcas de lápiz de antiguas ediciones; las notas, tanto manuscritas como mecanografiadas, a veces hacen referencia a personas y lugares que debo buscar para recordar detalles olvidados. Y entonces, de repente, todo se vuelve sorprendentemente inmediato.

Conoce cómo trabajamos en Business Insider.