He estado en el festival Burning Man: es mucho más salvaje de lo que te puedas imaginar

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Pese al racionamiento de comida, las botellas de orina obligatorias y el mal funcionamiento de las infraestructuras, la gente pudo disfrutar del evento.
Pese al racionamiento de comida, las botellas de orina obligatorias y el mal funcionamiento de las infraestructuras, la gente pudo disfrutar del evento.

Arantza Pena Popo/Insider

  • Este ha sido mi primer año en Burning Man, uno de los festivales más excéntricos de Estados Unidos. Fue una experiencia extraordinaria, eufórica y miserable a la vez. Salí de allí con recuerdos, barro en la cara y una pregunta: ¿En qué momento el espectáculo deja de valer lo que cuesta?
  • Las redes sociales se inundaron de desinformación sobre el caos y la violencia reinantes en el desierto tras unas lluvias torrenciales. Pero, sobre el barro, la fiesta continuó.

Alrededor de las 3 de la madrugada del domingo, mientras bebía leche dorada y observaba una partida de ajedrez junto a una cúpula semiesférica en la que las personas bailaban codo con codo debajo de un cañón que lanzaba constantes llamaradas, poco después de que un extraño intimidante y cargado de energía nos lavara las nalgas a mis amigos y a mí al ritmo de la música tecno, llegué a una conclusión: el Burning Man no se había echado a perder del todo.

La noche anterior, cayó una lluvia torrencial que convirtió todo en un auténtico lodazal. No había cobertura móvil, y los rumores sobre el terreno no se hicieron esperar.

Algunos decían que era imposible circular por las carreteras y que un cierre forzoso nos mantendría en el fango durante días después de nuestra partida. Se estaba llamando a la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) para que se encargara de la respuesta a la catástrofe, ¿o era la Guardia Nacional la que nos estaba enviando suministros desde el aire? Había un brote de ébola. No, mejor dicho, de E. coli, y los 70.000 asistentes fueron puestos en cuarentena en secreto. Las redes sociales hicieron su agosto convirtiendo el Burning Man en el epicentro de la maldad y la desinformación, según contaron las pocas personas que consiguieron conectarse a internet.

Pero la realidad del Burning Man no era tan terrible. A pesar del racionamiento de comida, las botellas de orina obligatorias y el mal funcionamiento de las infraestructuras, los Burners (asistentes al evento), lo dieron todo. Hubo fiestas nocturnas. Regalos. Alegría. Algunos invitados incluso se casaron.

Sin embargo, esta fiesta casi apocalíptica tenía un coste. No sólo había que pagar unas entradas desorbitadas y gastos adicionales (y mano de obra, y logística) para construir y mantener una ciudad temporal en el desierto de Nevada, sino que las inundaciones suponían un riesgo de daños medioambientales importantes para el inmaculado entorno natural del evento. La basura y los residuos se extendieron a lo largo de varios kilómetros cuadrados, quedando sumidos en el lodo, lo que supuso una ardua tarea para los equipos de limpieza.

2023 fue mi primer año en el Burning Man. Fue una experiencia extraordinaria, eufórica y miserable a la vez. Salí de allí con recuerdos, barro en la cara y una pregunta: ¿En qué momento el espectáculo deja de valer lo que cuesta?

coachella 2022

Hacía años que quería ir al Burning Man. ¿Pero qué estaban haciendo ellos allí?

Surgido de la esfera artística de San Francisco a principios de los 90, el Burning Man es una especie de acampada-barra-rave-barra-arte-exposición-barra-ciudad-efímera que florece y desaparece en el desierto de Black Rock, un sombrío e inhóspito cauce de un lago en el norte de Nevada. En un principio fue un santuario para artistas, músicos y personas que buscaban una comunidad alternativa, pero en los últimos años se ha convertido en un lugar frecuentado y supuestamente viciado por tecnólogos, influencers y ricos de Silicon Valley. Incluso antes de que llegara esta nueva guardia, tenía fama de cosplay apocalíptico: el escenario es conocido por sus frecuentes tormentas de polvo calcáreo, sus temperaturas que oscilan entre gélidas y abrasadoras y su hostilidad general hacia casi todo tipo de vida animal y vegetal. Quería comprobarlo por mí mismo. El supuesto choque cultural. Las grandes exposiciones de arte. El apego a una filosofía de "regalar" descomoditizada, en la que no se permite que el dinero cambie de manos. Y, sí, el puro hedonismo de una bacanal de una semana en el desierto.

En 2023, parecía que las estrellas por fin se alineaban.

Llegué el 30 de agosto, un miércoles, y durante los dos primeros días me lo pasé en grande. Momentos después de registrarme, un amable desconocido intentó servirme un poco de mezcal en la garganta mientras montaba mi tienda. Nos montamos en un reluciente "art car" de dos pisos (básicamente, un autobús de dos pisos reformado, adornado con luces por todo el exterior y un potente sistema de sonido) y nos dirigimos a la playa central, donde se extendía ante nosotros un mar de luces y sonidos. A lo largo de la calle central se celebraban animadas fiestas de baile. Los participantes se diseminaban con luces LED y cables brillantes para ser visibles en la noche, en un enjambre interminable de luciérnagas tecnicolor. Y en el centro de todo, el Hombre, una enorme efigie de madera a la espera de ser quemada ritualmente el sábado por la noche.

El Burning Man fue estupendo y sin complicaciones, hasta que empezó a llover.
El Burning Man fue estupendo y sin complicaciones, hasta que empezó a llover.

JULIE JAMMOT/AFP via Getty Images

Me adentré en el desierto para contemplar algunas de las enormes esculturas que salpican el paisaje: estaciones de tren, monstruos, mariposas y genitales. Cuatro camareras borrachas y subidas de tono, todas ellas llamadas Betty, me dieron de comer tarta y "Betty Water", una bebida de origen incierto y fuerza innegable. Encontré un coche artístico con forma de gran velero que podía surcar los vientos del desierto. Unos desconocidos me regalaron ropa, libros, comidas y baratijas, y me maravilló la novedad de un experimento económico al margen del comercio.

Pero el viernes por la noche empezó a llover y el campamento se convirtió en un pantano.

En pocas horas, el generador del campamento falló y los frigoríficos se apagaron. Los sistemas de agua para lavarse y ducharse se estropearon. El barro llegaba hasta los tobillos en algunos lugares, succionaba los zapatos y resbalaba muchísimo. Las carreteras eran intransitables, parecían ciénagas.

Nuestras tiendas estaban bajo una estructura de sombra (postes metálicos y techo de lona) para protegerlas del sol del desierto. De repente, teníamos que sacar el agua de los laterales cada 15 minutos antes de que se acumulara e hiciera que la estructura se derrumbara sobre nosotros. Mientras patrullábamos el campamento, algunos compañeros se apiñaban en la cocina alrededor de un altavoz Bluetooth, envueltos en abrigos de piel e intercambiando bebidas y sustancias estimulantes, intentando sacar el máximo provecho de la experiencia.

A la mañana siguiente, cuando la lluvia amainó, inspeccionamos los daños. El barro se apelmazó al instante, convirtiendo los zapatos en botas de plataforma cada vez más pesadas y difíciles de llevar a cada paso. Algunos optaron por ponerse bolsas de plástico o simplemente andar descalzos por el fango. Estaba claro que íbamos a pasar aquí varios días, y los organizadores del evento ordenaron a los asistentes que empezaran a orinar en botellas para ahorrar sitio en los retretes portátiles. Nuestro campamento empezó a racionar las comidas. Algunos amigos tomaron preventivamente pastillas de Imodium contra la diarrea.

Y luego estaba el potencial de daño medioambiental. Lejos de la civilización, el lecho vacío de un lago en las zonas remotas del norte de Nevada hace que la creatividad y generosidad características del evento parezcan mágicas, pero también hace que el riesgo de impacto ecológico sea mucho mayor. Los asistentes patrullan religiosamente el lugar en busca de "moop" (Matter Out Of Place, es decir, cualquier tipo de basura, residuo o desperdicios humano), y los equipos pasan semanas cada año peinando el lugar en busca de cualquier signo del impacto de Burning Man en nuestro ardiente planeta.

Encontramos a 2 enamorados que se casaban y celebramos con ellos su primer baile

Este año, el equipo de limpieza tiene mucho trabajo por delante. Después de la lluvia, había caca por todas partes. Los baños portátiles estaban rodeados de papel higiénico triturado que se pegaba a los zapatos. Había chanclas, bicicletas, ropa, desechos y productos de origen humano no identificados aplastados contra el suelo, enterrados hasta 30 centímetros en el barro, que se endurecía rápidamente. Las lonas desprendían partículas milimétricas de colores brillantes en el agua estancada. Había tiendas enteras abandonadas por visitantes que habían huido.

Recogimos la mugre que vimos; no llegaba ni a arañar la superficie. El material que quedó atrás corre el riesgo de convertirse en un testamento sedimentario de los daños causados por la humanidad al medio ambiente, incluso cuando el cambio climático provocado por el hombre hace que fenómenos meteorológicos extremos como el diluvio de Black Rock City de 2023 sean aún más probables en el futuro.

Pero, incluso antes de las inundaciones, había una tensión incómoda en el Burning Man.

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El evento predica la "inclusión radical" como uno de sus 10 principios rectores, y su singularidad se basa en ser un espacio donde todo es gratis. Los participantes se regalan las cosas. Pero en la práctica, hay muchos obstáculos para entrar: entre las entradas (595 dólares o 555 euros para la admisión general), los costes adicionales de los vehículos, las cuotas de los campamentos, la comida, el agua, el equipo de supervivencia, los artículos para participar en la "economía del regalo"… Un viaje a Burning Man puede ascender fácilmente a miles de euros. También hay que tener en cuenta la carga logística que supone averiguar qué se necesita, cómo sobrevivir físicamente en el desierto durante una semana, contactar con un campamento que pueda acogerte y llegar hasta allí. Es un acontecimiento privilegiado en el mejor de los casos, y en el momento en que llovió, habíamos pagado todo eso para estar acurrucados en nuestra tienda.

Después de pasar una lúgubre mañana de sábado en las tiendas de campaña, buscando oír alguna noticia en una radio manual, decidimos explorar. El Burning Man había disminuido, pero no se había extinguido. Los coches artísticos se habían retirado a sus campamentos de origen o se habían quedado atascados donde les había pillado la tormenta. Las bicicletas estaban inutilizables. Pero el barro era transitable a pie, aunque a duras penas. Durante los 2 días siguientes, entre chubasco y chubasco, deambulamos de bar en bar, de campamento en campamento y de pista en pista de baile.

El barro afectó las instalaciones, pero no al espíritu del evento.
El barro afectó las instalaciones, pero no al espíritu del evento.

JULIE JAMMOT/AFP via Getty Images

Visitamos El Templo, un sombrío lugar donde la gente deja recuerdos a amigos, familiares, amantes y mascotas fallecidas. Tomamos vino y queso en el campamento de un amigo. Nos relajamos en un bar temático de M*A*S*H, donde un viejo fumeta nos habló de las sutilezas de los distintos estilos de Martini, mientras se emitía la serie de los 70. Vimos a bailarines de fuego practicar su arte y aprendimos a hacer malabares (mal) en su pista de baile. Encontramos a dos enamorados que se casaban y celebramos con ellos su primer baile

X (Twitter) estaba lleno de bromas sobre el colapso del Burning Man y la deliciosa idea de las élites ricas pasando un mal rato. Pero no fue así del todo. Como escribió la socióloga Zeynep Tufekci en The New York Times, la idea de que las catástrofes generan anarquía y violencia similares a las de El señor de las moscas se ha demostrado falsa a lo largo de la historia. Tufekci predijo, acertadamente: "Me atrevería a decir que muchos de los miles de personas atrapadas en el barro de Nevada se están agrupando, compartiendo refugio, comida y agua".

Algunos ciudadanos de Black Rock City, comprensiblemente, se dieron por vencidos y decidieron que la fiesta había terminado para ellos. Se quedaron en sus tiendas, intentaron atravesar el pantano en coche (no siempre con éxito) o volvieron haciendo autostop. Pero para muchos otros, había una actitud zen, propia del evento: cuando la vida te da un camino lleno de barro infranqueable, puedes usarlo para hacer esculturas de penes.

A algunos asistentes les encantan los retos, ya sea el calor extremo, las noches heladas, las constantes tormentas de arena o las inundaciones de 2023. Dicen que saca lo mejor de la comunidad, pone a prueba el compromiso de la gente con el evento y les ayuda a crecer. Pero tiene un alto coste, tanto económico como para la frágil ecología del desierto.

En los últimos 5 años, he vivido bastantes situaciones de supervivencia mientras viajaba de mochilero por el Oeste americano. En 2020, tuvimos que caminar más de 32 kilómetros para escapar del incendio de Creek (uno de los más grandes de la historia de California). En Ansel Adams Wilderness, un área desértica de la sierra de California, un amigo tuvo una vez un ataque y tuvo que ser evacuado en helicóptero desde el sendero. Un aguacero de 2 días que nos dejó helados mientras intentábamos recorrer el sendero Teton Crest Trail, uno de los más conocidos de EEUU. Rayos, osos, serpientes de cascabel, etc. Todo esto es para llevarme a mí mismo al límite. 

La experiencia del Burning Man fue extraordinaria de una manera que muchos de sus haters simplemente no comprenden. Pero tardaré un tiempo en decidir si tengo que volver a repetirlo pronto. A pesar de los esfuerzos de algunos por hacer ver que el clickbait no era cierto, fue un momento duro. Los baños estaban llenos de excrementos, los padres se quedaron tirados con sus hijos y las tiendas se inundaron.

El lunes por la mañana salió el sol. La salida aún no estaba oficialmente "abierta", pero la emisora de radio oficial informó de que los vehículos con tracción a 4 ruedas podían salir, días antes de lo que habíamos temido en un principio. El río temporal que antes bloqueaba la salida había disminuido. Pasé un par de horas ayudando a levantar el campamento, hice un último barrido en busca de más barro y me subí al coche.

La ruta de salida estaba llena de vehículos atascados, pero era transitable. Tres horas después, llegué al asfalto. Las bolsas de basura abandonadas por los asistentes que huían ensuciaban los arcenes de las carreteras cercanas al evento. Llegué a casa por la noche y, recién duchado y tumbado en la cama, vi en YouTube la quema del Hombre, que se había retrasado dos veces.

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