Llevo un año bañándome en agua helada: así me ha ayudado a controlar mi ansiedad

Zach Hefferen
| Traducido por: 
El autor dándose un baño helado.
El autor dándose un baño helado.Courtesy of the author
  • Empecé a sumergirme en frío hace aproximadamente un año y lo he estado haciendo casi todos los días. 
  • Empecé con un tanque inflable, y una vez que me enganché a esta práctica, pase a hacerlo en una bañera adecuada. 
  • En cuanto me meto en el agua fría, desaparecen las preocupaciones en mi cabeza.

El invierno pasado parecía que no podía pasar más de unos segundos en las redes sociales sin ver varias publicaciones sobre la práctica llamada cold plunge o inmersión en frío. Me molestaba tanto bombardeo con esta moda, pero también sentía curiosidad.

En cuanto hacía clic en un post, me encontraba con un feed de desconocidos en bañeras de agua helada rodeados de nieve, tomando su café matutino y pregonando las virtudes de zambullirse en el frío. No me gusta el marketing, pero como nativo de Maine, soy un gran fan del agua fría, así que me resultó difícil resistirme a probarlo en mis propias carnes.

Casi un año después, me zambullo en el agua fría casi todos los días, y me ha ayudado a ser un padre más tranquilo.

Mi mujer me compró mi primera bañera de inmersión en frío por mi cumpleaños

Después de oírme hablar sin parar de que quería probar a sumergirme en esta práctica, mi mujer me regaló un Icepod. Se trata de una de las marcas más conocidas que fabrican bañeras de inmersión en frío bastante asequibles y portátiles.

Inmediatamente, lo instalé en mi terraza. Vivo en Maine, donde todavía hace frío a mediados de marzo, y el agua de la manguera estaba a 5 grados centígrados.

Man sitting in cold plunge
Courtesy of the author

Pensé que la temperatura del agua me permitiría evitar comprar hielo durante semanas, ya que la idea es mantener siempre la bañera de inmersión a una temperatura determinada.

La primera vez que me metí, el frío me dejó sin aliento.

A pesar de mi afecto por las frías aguas de Maine —donde nado habitualmente en días que otros no se atreverían—, mi primera zambullida fue un shock. El agua fría me dejó sin aliento y únicamente podía pensar en salir, cosa que hice enseguida.

Un amigo me recomendó que me quedara dentro hasta que pudiera regular la respiración y, en mi siguiente intento, respiré hondo varias veces y me relajé en 30 segundos, lo que me permitió permanecer más tiempo en el agua helada. Después me resultó relativamente fácil, y pronto mis inmersiones superaron los dos minutos y a veces hasta los cinco. 

Había leído que los beneficios a largo plazo de los chapuzones helados se obtienen después de pasar 11 minutos a la semana, lo que era fácil de conseguir con sesiones de más de dos minutos, siete días a la semana. Me ayudó el hecho de que nunca quería salir, ni siquiera en los días difíciles, y superar estos días se convirtió en un beneficio por sí mismo.

La inmersión en frío es lo que más ha ayudado a mi salud mental

La sensación física y mental después de una zambullida es increíble. A veces siento el cuerpo fresco durante una hora después, pero no tengo una sensación prolongada de frío o escalofríos.

También alivia el dolor y la inflamación, lo que es estupendo para mí porque todavía me duelen lesiones deportivas del pasado.

Mentalmente, los beneficios han sido mucho mayores. He luchado contra la ansiedad desde la infancia, aunque no hasta el punto de tener que medicarme. Como padre que se queda en casa con tres niños pequeños, dos de ellos gemelos de tres años, a veces la ansiedad se apodera de mí y me dificulta enormemente la crianza.

 

Cuando la rabia paterna hace acto de presencia y tres niños exigentes reclaman atención, es difícil tomarse 20 minutos para disfrutar de una meditación tranquila. Una zambullida, sin embargo, sólo lleva dos minutos, y para mí es como un botón de reinicio instantáneo.

Les digo a los niños que voy a zambullirme y no solo me dejan hacerlo, sino que a menudo vienen a mirar. Todos se han metido alguna vez para sentir el agua. En cuanto me sumerjo, el parloteo de mi cerebro, casi una constante en mi vida, cesa. Al cabo de un minuto, encuentro la calma y, cuando salgo, estoy listo para ser un padre comprometido el resto del día.

Ha sido algo extraordinario para mí. Además, duermo mejor, y no he estado enfermo en los últimos ocho meses.

Me cambié a una bañera más grande

Después de disfrutar de la inmersión en frío durante un par de meses, decidí que quería seguir a largo plazo, pero no tenía ningún interés en llenar mi bañera con hielo todos los días y vaciarla, limpiarla y rellenarla cada pocos días. Así que me cambié a una Plunge, una bañera de lujo de inmersión en frío que ha estado en mi terraza desde que llegó, y me encanta.

La bañera Plunge tiene un refrigerador eléctrico que enfría el agua hasta cotas elevadísimas de forma personalizada. Mantener el agua cristalina y fría es sencillo con ella, y aunque la bañera es cara, merece la pena para alguien que se tome en serio esta moda, como es mi caso.

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