La fascinante historia de Merve Emre, la crítica literaria más famosa (y odiada) del planeta

Anna Silman
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Merve Emre.

Amy Lombard para Insider

  • Merve Emre es una crítica literaria y profesora de 37 años nacida en Turquía y criada en Estados Unidos.
  • Sus obras y enseñanzas en distintas universidades la han hecho muy popular, aunque hay quien dice de ella que solo busca atención y "cree ser Beyoncé".

El invierno pasado, la crítica literaria y profesora de Wesleyan Merve Emre, de 37 años, se puso delante de un micrófono en la boutique de Rachel Comey en el Soho. La New York Review of Books celebraba su nueva colección con la diseñadora del centro, y la editora Emily Greenhouse había invitado a 5 colaboradores a leer para la ocasión. Mientras que los demás habían optado en su mayoría por sacar nombres destacados de los archivos de la revista (como un artículo de Gore Vidal de 1985 sobre Tennessee Williams), Merve Emre leyó un texto de Merve Emre. 

Emre, que llevaba un vestido verde oliva entallado con portadas de archivo de la NYRB en el corpiño, arqueó una ceja. Después, dirigió una mirada penetrante al público y comenzó a leer, pronunciando cada sílaba con la nítida elocución de alguien acostumbrado a dominar una sala. "Más que ningún otro escritor actual, Diane Williams comprende la naturaleza esencialmente tragicómica del pene", dijo. El público estalló en carcajadas.  

"Me dedico al tema del pene", improvisó entre párrafo y párrafo. "Por si no se había notado".

Después de las lecturas, paseando entre estantes de pantalones de 500 dólares, estaba claro que la actuación de Emre había causado impresión. Una de las asistentes, alumna de Emre cuando enseñaba en McGill, dijo que verla enseñar era "como ver trabajar a un maestro". La lectura la "transportó" de vuelta al aula. "Quiero escucharla siempre", afirmó. Otros estaban menos encantados. "Necesita muchísimo ser el centro de atención", comentó el redactor jefe de una revista. 

Allá donde va Emre, para bien o para mal, suele llamar la atención. "Merve es una especie de it girl literaria del momento", afirma el redactor jefe, que ha trabajado con ella. "Todo el mundo le tiene envidia porque es muy prolífica, extremadamente productiva y muy guapa. Y también es muy polarizadora. Y creo que polariza en gran parte porque es muy prolífica y muy guapa". 

En los últimos años, Emre se ha ocupado de Elena Ferrante para el New York Times, de Jonathan Franzen para New York Magazine, de Rachel Cusk para Harper's y de Susan Sontag para The Atlantic. Colabora con The New Yorker, donde ya ha publicado 6 artículos este año. Se inclina por la ficción conceptual e inventiva. "Es alguien que te muestra por qué te puede gustar algo en lugar de mostrarte por qué no debería gustarte", describe Michael Roth, presidente de la Universidad de Wesleyan. Leer a Emre hablar de un autor que le encanta es como escuchar a alguien describir la fase de luna de miel de una nueva relación: sus críticas tienen una carga erótica. Como dice de los relatos de Diane Williams: "La estructura de sus relatos, su arco de misterio, la desesperanza y el placer infinito, es el equivalente literario del mejor sexo que jamás tendrás".

Emre ha escrito tantas introducciones para nuevas antologías y reediciones que un fan bromeó en Twitter: "Cada nuevo bebé en 2024 viene con una introducción de Merve Emre". Todo esto lo hizo al tiempo que se forjaba una brillante carrera académica, enseñando en McGill, Oxford, Columbia y ahora en Wesleyan, donde está poniendo en marcha un nuevo programa de crítica literaria. "Es una especie de pionera en la construcción de este puente entre el mundo académico y la esfera literaria y pública", afirma el crítico John Guillory, que ve en Emre un modelo para una nueva generación de intelectuales. 

La fama de Emre es especialmente notable en una industria que no es precisamente conocida por sus carismáticas súperestrellas. No estamos en la época de Dorothy Parker o Susan Sontag, ni siquiera de Christopher Hitchens; es raro que los críticos lleguen a ser conocidos por su trabajo.

Mientras que muchos académicos se contentan con esconderse detrás de su trabajo, Emre disfruta de la fama. Cuando el escritor noruego Jon Fosse fue galardonado en la edición de 2022 del Premio Nacional del Libro de Estados Unidos, Emre publicó una foto suya con un vestido azul hecho a medida de Batsheva y el título del libro de Fosse, "Septología", cosido a la cintura. Se la da muy bien la autopromoción, apareciendo habitualmente en podcasts y organizando charlas con escritores de moda como Stephanie LaCava y Elif Batuman. 

Antes de desactivar su cuenta este verano, tenía más de 50.000 seguidores en Twitter, donde interactuaba apasionadamente con otros autores y lectores. En mayo tuiteó: "Hacía una década que no leía a Lawrence y, a las 150 páginas de EL ARCO IRIS, estoy encantada con el sinsentido exagerado de todo esto". Además, compartía anécdotas sobre su matrimonio y sus hijos: "Acabo de intentar presentar a mi marido a alguien, pero se me ha olvidado su nombre", bromeó en otro tuit.

Merve Emre con el vestido personalizado de Batsheva que lució en la entrega del Premio Nacional del Libro de EEEUU en 2022.
Merve Emre con el vestido personalizado de Batsheva que lució en la entrega del Premio Nacional del Libro de EEEUU en 2022.

Cortesía de Merve Emre.

En los últimos años, el alcance de Emre ha crecido de tal manera que tiene el poder de encarnar su disciplina en el imaginario público, del mismo modo que Alison Roman se ha convertido en la abreviatura de "autora de libros de cocina" o Frank Gehry en la de "arquitecto". Esto la sitúa en una posición tan prestigiosa como precaria, ya que en el despiadado mundo literario hay tanta gente animándola como deseando que fracase.

"Los académicos no soportan que alguien haga obras populares", dice su amigo, el filósofo Jason Stanley. El tufo de misoginia también es difícil de ignorar. Su amiga Anna Shechtman, escritora y diseñadora de crucigramas, señala que, por muy trillado que resulte rechazar a los que odian a alguien diciendo que "sólo están celosos", "puede que sea cierto en el caso de Merve".   

Ganarse al público y hacer gala de su ambición tan abiertamente como lo hace Emre es "una variable complicada para muchos académicos", apunta un profesor de la Ivy League. "Es un momento en el que tu pequeño y extraño mundo cerrado de repente se vuelve guay en el exterior, ¿y se va a volver guay de una forma que arruine lo que te gusta de él?".   

Scooter Braun.

Conocí a Emre en su casa de New Haven (Connecticut, Estados Unidos) el pasado mes de julio. Nuestro plan incluía una comida, una cena con su familia y unas copas en mi hotel, seguidas al día siguiente de un desayuno y una caminata de 3 horas por East Rock, en New Haven, con un calor de 33 grados. Los dos días que pasamos juntas fueron un intenso curso de inmersión en la mente de Merve Emre, que me pareció como un examen oral diseñado para que yo suspendiera.

La primera mañana, nos sentamos a la mesa del comedor de su apartamento, en la planta baja de una casa de estilo clásico con paneles de madera en una calle frondosa cerca del campus de Yale. Nos explicó un ejercicio que tenía previsto impartir a los estudiantes de su nuevo programa en Wesleyan, donde recientemente ha sido nombrada directora del Centro Shapiro de Escritura Creativa y Crítica. Emre ve su papel como parte de una labor más ambiciosa para democratizar la crítica más allá de los muros de la academia. Quiere ser "la Avon Lady de la crítica", bromea.

El primer día de clase, Emre les dará un poema sin nombre ni fecha y les pedirá que lo analicen. "¡Oh!", exclama de repente, con una sonrisa de oreja a oreja. "Será un ejercicio divertido. Voy a enseñarles mis poemas y ustedes me dirán lo que piensan". Los saca de su portátil y mi mente se queda inmediatamente en blanco, incapaz de formarme la más rudimentaria opinión sobre el verso o la métrica. "Este suena... ¿contemporáneo?", respondo.

Ella afirma alentadoramente con la cabeza. "¿Notas algo más? Fíjate en la última palabra de cada verso". Sus ojos color avellana me tantean expectantes. "¿Puedes contar las sílabas de cada línea?".

Unas gotas de sudor rodaban por mi frente en el calor del comedor de Emre. "¿Te sientes incómoda?", pregunta al cabo de cuatro poemas. "No tenemos por qué hacerlo si no es divertido".

Emre tiene una idea de la diversión diferente a la de la mayoría de la gente. No tiene aficiones y tiene pocas comodidades; no cocina, le "repugna" la idea de una cita nocturna y rara vez gasta dinero en cosas frívolas, excepto, señala, en un aparato para el cuidado de la piel llamado Solawave ("¿120 dólares es un derroche?", pregunta). 

"Su carrera y su fuente de alegría y satisfacción están maravillosamente entrelazadas", afirma su amiga y colega crítica Maggie Doherty. "A mí, por ejemplo, me encanta mi trabajo, pero también me encanta ver baloncesto de la NBA. Ella no tiene esas otras cosas".

 

Emre es la mayor de 3 hijas nacidas en Adana (Turquía), de padres médicos que emigraron a EEUU cuando ella tenía 3 años. "Mis padres solían bromear diciendo que una de nosotras se despertaba con un brazo roto y ellos le decían: 'Tómate dos pastillas de paracetamol y vete al colegio'", cuenta. Interiorizó la idea de que si consigues dominar tus sentimientos, entonces puedes conseguir cualquier cosa de este mundo.

Era una niña intensa y solitaria que encontraba consuelo en los libros. A los 7 años leyó Matilda, de Roald Dahl, y se moría de envidia ante la destreza lectora de la protagonista (una vez llamó a Matilda "mi némesis profesional de toda la vida" en Twitter). Insistió en que sus padres la llevaran a la librería para que ella también pudiera conseguir un ejemplar de cada libro que Matilda supuestamente había leído a los 5 años. 

Siendo una niña que sufrió bullying y siempre preocupada por cómo la percibían, aprendió muy joven que crear una personalidad podía utilizarse como "una especie de arma", una idea que exploraría más tarde en The Personality Brokers, su libro sobre la historia del test de Myers-Briggs. "Si eres alguien para quien la autoconciencia se ha convertido básicamente en una segunda naturaleza, entonces la cuestión de lo que significa tener un yo auténtico o una personalidad verdadera es interesante, porque nunca se te ha permitido tenerla o habitarla de una manera sencilla", afirma.

En 2007 se licenció en Harvard y se fue a trabajar como consultora de gestión a Bain & Company, en Nueva York. Ganó mucho dinero y se le dio "muy, muy, muy mal", dice. 

Sus excompañeros la recuerdan de otro modo. "De todas las personas que he contratado en Bain en los 30 años, y son miles, ella es una de las más brillantes", señala Chris Bierly, su mentor en Bain, que la describe como "inteligente a otro nivel". Aun así, dice, "se impacientaba por aprender el trabajo desde abajo". 

Cuando unos años más tarde se planteó dejar el sector, Bierly le preguntó por qué. "Ella dijo: 'Quiero hacer lo que haces tú, pero no quiero pasar por todos los puestos intermedios'", recuerda. Al cabo de un año y medio, Emre huyó del mundo de la consultoría y solicitó un doctorado en inglés en Yale. "Ir a la escuela de posgrado en estudios literarios fue una forma de rebelión. Sospecho que me produjo tanto placer como si me hubiera estado emborrachando en el instituto", cuenta.

Cuando Emre tenía 7 años, leyó 'Matilda', de Roald Dahl, e insistió a sus padres en que la llevaran a la librería local para que pudiera conseguir un ejemplar de todo lo que Matilda había leído a los 5 años.
Cuando Emre tenía 7 años, leyó 'Matilda', de Roald Dahl, e insistió a sus padres en que la llevaran a la librería local para que pudiera conseguir un ejemplar de todo lo que Matilda había leído a los 5 años.

Amy Lombard para Insider

En Yale fue muy feliz, una época de "enorme progreso intelectual y placer" en la que podía pasarse el día leyendo, pensando y debatiendo sobre literatura con gente que sentía la misma pasión por ella. Fue allí donde desarrolló el enfoque sociológico de la crítica que informa gran parte de su obra; su tesis, Paraliterary, trataba de la idea de lectores "buenos" y "malos" y de cómo los críticos literarios necesitan ampliar el círculo para que su campo siga siendo relevante.  

Una persona que la conoció entonces la recuerda como implacablemente ambiciosa, a veces hasta la exageración. 

"Tiene un punto extremo del que conviene protegerse", añade. La persona dice que Emre se indignó cuando no recibió el premio a la mejor tesis y se quejó a varios miembros de la Facultad por no haber sido elegida. Emre dice que eso es "tan falso como estúpido".

Desde entonces, la bibliografía de Emre abarca obras de no ficción (The Personality Brokers fue adaptado a un documental de HBO), ediciones anotadas de obras clásicas (The Annotated Mrs. Dalloway) y proyectos comunitarios de crítica (The Ferrante Letters: An Experiment in Collective Criticism). Actualmente escribe un libro sobre el significado del amor titulado Love and Other Useless Pursuits. Lee hasta 2 libros al día. Y por cada libro que escribe, se tatúa en el costado su número de referencia en la Biblioteca del Congreso. 

"Hay momentos en los que estoy trabajando en la transición de una sección de una obra a otra en mi cabeza, y se me quedan los ojos en blanco", dice, describiendo una frecuente discusión con su marido, el arquitecto Christian Nakarado. "De la misma forma que alguien acusaría a su pareja de pensar en otra persona, él le dice: 'Estás pensando en el trabajo'".

Su ética de trabajo es, según todos los indicios, feroz (es "una trabajadora endemoniada", según su editor en el New Yorker, Leo Carey), algo que ella achaca a su infancia en una familia de inmigrantes muy trabajadores. Su amigo Jason Stanley recuerda que le envió un borrador de su propuesta de libro de 20.000 palabras mientras ella estaba en el tren; en una hora, ella había reorganizado todas las partes y le había enviado notas. "Jason bromea diciendo que soy la única crítica literaria que trabaja tantas horas como un cirujano", indica ella. (Lo dice sinceramente; su padre es jefe de cirugía de trasplantes en el hospital de Yale-New Haven). 

Aunque Emre se siente como en casa en el mundo de las ideas, lucha con los aspectos prácticos del día a día. Hace unos años, se le rompió el móvil y estuvo sin teléfono unos cinco meses, hasta que Nakarado insistió en comprarle uno nuevo. "Lo que algunas personas describirían como las cosas que necesitas para vivir, yo diría que es un engorro", explica. Hace 10 años que no usa lentillas; en su lugar, lleva las graduadas de su marido. Su vista, dice, se ha adaptado para compensarlo. "Mi marido creía que me llevaba al optometrista para que me regañara", cuenta sonriente. "En lugar de eso, el optometrista me dijo: 'Es algo realmente extraordinario'".

Sam Altman.

Volviendo a nuestro encuentro, el timbre me salvó de mi infernal clase de poesía: la llegada del marido de Emre y sus dos hijos, Altan, de 5 años, y Aydin, de 7. Emre se centró en los niños, haciéndoles preguntas sobre lo que habían hecho en el campamento (hacer sushi y observar pájaros) mientras se colgaban de su brazo y trepaban por su regazo. Los niños son tan precoces como cabría esperar de los padres de dos profesores de Wesleyan; el de 5 años me preguntó si trabajaba para NPR [la emisora de radio pública en EEUU] y, en caso afirmativo, si podía firmarle un autógrafo ("Están obsesionados con NPR", dice Emre). Imitando a su madre, proclamó que "la literatura está condenada" en tono dramático antes de quejarse de que quería ir a hacer piragüismo. Emre los reunió en el porche para jugar mientras Nakarado preparaba hamburguesas a la parrilla.

Emre siempre supo que quería tener hijos. Son, junto con su trabajo, lo más importante de su vida. Al día siguiente de casarse, recuerda que le preguntó a Nakarado: "¿Y cuándo vamos a tener hijos?". 

Al salir de Yale, consiguió una beca en la Academia Americana de las Artes y las Ciencias de Cambridge. Era el momento adecuado para tener un hijo. Estaba terminando Paraliterary, un libro adaptado de su tesis sobre el papel de la literatura en la esfera pública, y a punto de empezar The Personality Brokers. La beca no tenía una política de bajas por maternidad, pero Emre les convenció para que la dejaran ausentarse durante los últimos meses de embarazo antes de que empezara su primer trabajo como profesora en McGill al año siguiente. "Me sentí motivada para escribir o revisar la tesis que había escrito y convertirla en un libro tan rápido como lo hice, porque pensé que tal vez moriría en el parto", dice Emre, que siempre ha sufrido ansiedad por la muerte.

Se mudó a Montreal para impartir clases en McGill en 2016, con Nakarado y Aydin, que entonces tenía un año. "Los estudiantes la adoraban. Había cola a la puerta de su despacho", dice su antigua compañera Ara Osterweil, recordando el entusiasmo que rodeaba a su glamurosa y brillante colega, que llevaba tacones de aguja a sus clases. Pero a algunos también les cayó mal. "Se creía Beyoncé cuando entraba en el departamento. No quería compañeros ni estudiantes. Quería público", dice una antigua compañera.

Emre probándose un vestido de la colección de Rachel Comey para la New York Review of Books. "Se creía Beyoncé cuando entraba en el departamento", cuenta una antigua compañera de McGill.
Emre probándose un vestido de la colección de Rachel Comey para la New York Review of Books. "Se creía Beyoncé cuando entraba en el departamento", cuenta una antigua compañera de McGill.

Cortesía de Merve Emre

Incluso más que en la consultoría, en el mundo académico existe una fijación por el rango burocrático que Emre no soporta. "Nunca me he sentido cómoda en instituciones muy jerárquicas y patriarcales", afirma, y explica que una de las razones por las que nunca aprendió a conducir fue porque no toleraba que su padre le enseñara. "Así que ahora me lleva mi marido", señala con ironía. 

Al mismo tiempo que la ideología socialista y feminista de Emre empezaba a cristalizar, también lo hacía su frustración por la situación de la enseñanza superior y la falta de empleo para los recién licenciados. Emre recuerda haber hablado en un acto con un profesor mayor de McGill sobre la situación del mercado laboral. Él dijo: "No pasa nada", antes de describir a un alumno suyo que trabajó en una refinería pesquera durante un par de años y luego consiguió un empleo en Yahoo. Emre llegó a casa y tuiteó una reflexión criticando la postura del profesor. Se armó un escándalo en el departamento. El director del departamento la reprendió diciéndole que así no se hacían las cosas, y se vio obligada a invitar a comer al profesor mayor y disculparse.

"No debería estar en el mundo académico porque hay cierta exigencia de enterrar tu propia opinión para ejercer de mentor, y ella no tiene esa capacidad", opina la compañera que la comparaba con Beyoncé. "Le gustaba hablar del dinero que estaba ganando por el libro sobre los rasgos de la personalidad, y eso le hacía mucha gracia a todo el mundo, porque era muy poco consciente de su propia personalidad".

En 2017, Emre volvió a quedarse embarazada. Unos meses después, le ofrecieron un trabajo en Oxford. Intentó negociar una contraoferta en McGill y solicitó la titularidad anticipada allí. Pero el jefe del departamento le envió una carta señalando que su "próxima baja por maternidad" no le permitiría obtener esa titularidad anticipada, según una copia de la carta proporcionada a Business Insider. Emre presentó una denuncia por discriminación contra él, señalando un "patrón prolongado en el departamento de discriminar y acosar a las mujeres". En su opinión, el jefe de departamento la presionó para que dimitiera a pesar de que aún estaba de baja por maternidad, según la denuncia, a la que también ha tenido acceso Business Insider.

La denuncia por discriminación fue finalmente desestimada, y Emre se marchó a enseñar a Oxford. McGill, como muchas instituciones tradicionales, "no sabía cómo tratar a una estrella", según Osterweil, y Emre no estaba dispuesta a ganarse el ascenso peldaño a peldaño como el resto de los mortales. Aun así, Osterweil dice que la queja de Emre abrió un debate sobre la desigualdad en el departamento que continúa hoy en día.

La experiencia de Emre en Oxford fue mucho peor. No quiso entrar en detalles, pero me remitió a una investigación de Al Jazeera de 2021 en la que se exponía una pauta de desestimación de las quejas de los estudiantes sobre acoso sexual y abusos de poder en el campus. Emre cuenta que alertó a la institución después de observar este tipo de comportamiento y que no estaba satisfecha con su respuesta. 

"Aunque no podemos comentar casos individuales por razones de confidencialidad, la Universidad de Oxford se toma muy en serio todas las denuncias de acoso sexual o mala conducta por parte del personal. Cuando se plantean inquietudes, se investigan de forma cuidadosa, rigurosa y sensible, y existe un marco de apoyo para el personal y los estudiantes que consideran que han sido objeto de acoso", señala un portavoz de la universidad. 

Emre regresó a Estados Unidos desilusionada, pero no derrotada. "O aceptas el sistema o te marchas y dices: tengo que encontrar la manera de hacer las cosas de otra manera", reflexiona.

Malcolm y Simone Collins se autoproclaman pronatalistas. Simone ha dicho a 'Business Insider' que consideraban que "el camino a la inmortalidad pasaba por tener hijos".

Pero no a todo el mundo le gustaba la forma de hacer las cosas de Emre. El año pasado, alguien envió una nota anónima a media docena de profesores de Estados Unidos sin remitente. Se titula YO, una breve biografía y dice así: "Hija de médicos ricos con casas de vacaciones en distintos países que alega ser una inmigrante pobre, encuentra un marido alto, inútil y guapo para tener unos hijos sobre los que mentir". Y continúa: "Comparte en redes sociales cómo vive, come, respira y caga, no la quiere ninguna universidad de Estados Unidos, escribe libros de cebo para hacerse asquerosamente rica, compra seguidores y soborna a la mitad de su profesión para que finjan que la respetan, habla mal de todos los lugares en los que ha trabajado y sigue sin sacudir su ambición". 

Michael Berube, profesor de inglés en Penn State, fue una de las personas que recibió la carta. Apenas conocía a Emre, pero se puso de su lado. Llevaba años lidiando con gente que vandalizaba su página de Wikipedia; hace una década, recibió un paquete anónimo que contenía el manuscrito de otro académico con comentarios mezquinos garabateados en los márgenes. "La gente en este negocio puede ser muy rara", afirma, aunque señala que generalmente no recurren a la violencia real. "Simplemente tienden a estar como obsesionados con los textos", puntualiza.

Emre estaba conmocionada por el incidente. "Me resultaba difícil imaginar lo frustrado que debía sentirse alguien para enviar algo así", explica. Aun así, intentó tomárselo con humor. "El autor probablemente quiso usar la palabra 'slake' (saciar), no 'shake' (sacudir), ya que la ambición no es algo que se sacuda", comenta con ironía. No tiene ni idea de quién es el responsable. "Mi sensación es que solo un académico podría imaginar que los ensayos sobre James Joyce o Simone de Beauvoir estaban impulsando los ingresos publicitarios de The New Yorker", comenta, señalando que el matasellos del sobre sugiere que fue enviado desde cerca de la Universidad de Fordham. Al menos, como señala una de sus amigas al recibir la carta, "ni siquiera los que te odian pueden negar que tu marido está bueno".

Cuando Emre se sintió cada vez más frustrada con el mundo académico, empezó a volcarse en su carrera de escritora. "Cuando me imagino la forma de pensar de Merve, es como las ramas extendidas de un árbol: todo puede llevarte a alguna parte. o siempre está interesada en ir del punto A al punto B, sino en ayudar a abrir todas estas preguntas en expansión", afirma su amiga la escritora Sarah Chihaya. Hizo las ediciones para su primer artículo en la web del New Yorker en el hospital al día siguiente de dar a luz a Altan allá por 2017. A otros académicos les molestaba ver la firma de Emre por todas partes. Se preguntaban: "¿Por qué ella consigue escribir para The New Yorker?", según su amiga Anna Shechtman.

Además del "ritmo del pene", Emre ha emprendido el proyecto de defender a escritoras olvidadas: "el ritmo del coño", bromea. Ha escrito sobre la mística olvidada del modernismo Mary Butts, la surrealista Leonora Carrington y Susan Taubes, cuyo himno a la rabia femenina de 1969 Divorciarse, escrito desde la perspectiva de la cabeza cortada de la protagonista, se publicó pocos días antes de que Taubes se ahogara.

El mundo de los medios de comunicación empezó a prestar atención a Emre después de que criticara la colección de ensayos de 2017 de la escritora Durga Chew-Bose, Too Much and Not the Mood. Ese artículo "la puso en el radar de todo el mundo", según el crítico Christian Lorentzen, lo cual es "raro para algo publicado en la Boston Review". En él, exponía su preocupación por el hecho de que los ensayistas personales de hoy en día no se preocupan por los juicios sobre "los rasgos formales o estilísticos de la prosa", sino por "frases bonitas que no significan nada ni enseñan nada", cuyo único propósito es confirmar el "estatus del autor como faro de una personalidad compleja".

Emre entrevistó a Orhan Pamuk sobre la psicología de las pandemias en 2022.
Emre entrevistó a Orhan Pamuk sobre la psicología de las pandemias en 2022.

Cortesía del Podcast Intelligence Squared

Emre fue criticada por antifeminista; Lena Dunham, amiga de Chew-Bose, tuiteó que la crítica era "una mierda grosera y condescendiente". Hoy en día, Emre intenta alejarse de escribir sobre libros que no le gustan. "La forma más fácil de llamar la atención es tener una especie de opinión contraria sobre otra escritora. No es difícil conseguir que la gente no lea algo. La gente no lee cosas todo el tiempo", opina. Sus críticas intentan hacer lo que ella profesa admirar: transmitir su carisma y autoridad no a través de efusivas anécdotas personales, sino como pensadora. Por eso no es de extrañar que mis preguntas sobre su formación, sus intereses y su marca personal empezaran a molestarla.

Emre me acompaña de vuelta a mi hotel, al otro lado del campus de Yale, después de cenar, cuando saco a colación los frecuentes comentarios sobre su aspecto. La idea de que una persona que es atractiva y convierte ese atractivo en carisma no puede ser inteligente o seria es casi totalmente producto de la misoginia, en su opinión.

El debate deriva hacia su presencia en Twitter. ¿Siente que existe alguna tensión entre su filosofía de la crítica, que fomenta la evacuación de lo personal, y su uso más confesional de las redes sociales? "Estamos hablando de 2 géneros totalmente distintos", responde mientras subimos los escalones del Edificio de Ciencias de Yale. La idea de que la crítica de alta calidad y la autopromoción astuta son contrapartidas parece basarse en un error, que es la creencia de que solo porque algo sea popular, o se comercialice bien, no puede ser también bueno.

"Pero la otra cosa es que, en realidad, no creo que el trabajo se base en la evacuación de la subjetividad. Es imposible. Entonces creo que la pregunta es: ¿qué significa hacer carismático el estilo a través de un acto de retener el acceso a lo personal en un género, y luego dar o crear la apariencia de dar a la gente acceso a lo personal en otro tipo de género?", explica.

"¿Estás diciendo que todo esto es un baile calculado?", pregunto.

"Todo es un baile calculado. Sería una tontería que alguien pensara que lo que ocurre en una forma de escritura, ya sea un artículo largo en una revista o 140 caracteres, no está calculado de alguna manera. Me pregunto incluso qué sería la autenticidad pura", responde.

Lo medito durante un segundo. La tarde que acabamos de pasar juntas en casa con sus hijos es la versión más auténtica de sí misma que puede darme, según Emre. Analizar poemas juntas había sido otro momento auténtico, en el que pude ser testigo de una autenticidad de movimiento intelectual mientras ella diseccionaba estrofas de improviso. Eso era todo lo real que iba a ser, así que no tenía sentido escarbar en busca de fragmentos de revelación personal.

Emre deja de caminar y se vuelve para mirarme, con una sonrisa congelada en el rostro. "¿Por qué estás aquí?", me pregunta. 

A lo largo de los 2 días que pasamos juntas, esta pregunta se repitió una y otra vez: ¿Qué busco? ¿Qué quiero de ella? ¿Qué espero que me diga? ¿Me ha dado la respuesta que quiero?

Mientras paseamos por el césped del patio central, bajo las agujas góticas de la biblioteca Sterling de Yale, intenté convencer a Emre de que estaba aquí porque los lectores estaban interesados en ella como persona, porque la gente tiene curiosidad por saber cómo se hacen las salchichas. En la "fábrica" de Merve Emre, bromea. Lo descarto con un gesto con la mano. "No hay mucho que contar. Me siento en un escritorio, escribo de 9 a 12 horas al día, leo y escribo, y de vez en cuando miro el correo electrónico", dice.

En cuanto a su biografía, no es que la historia sea nueva: niña inmigrante uniceja acosada encuentra se refugia en su trabajo. "Si, como te he dicho antes, todo esto me parece un castillo de naipes construido sobre una profunda inseguridad infantil, miedo y una alergia a la vulnerabilidad completamente cultivada, ¿qué ganaría alguien sabiendo eso de mí?", replica.

"¿Por qué alguien está interesado en alguien como persona? Soy alguien que no puede entender por qué la gente quiere leer cosas sobre otras personas", añade, sonando de verdad perpleja. Antes me había contado que había visto el documental sobre Taylor Swift después de que la escritora Elif Batuman le dijera que Swift le recordaba a ella. Lo pongo como ejemplo. "¡Exacto!", me dice. "¿Te interesaste más por ella cuando llegaste al final? ¿O simplemente querías escuchar la música de esta mujer y no ver esas escenas embarazosas en el estudio?", pregunta ella. 

Emre, que escribió un libro sobre tests de personalidad, seguramente entiende el atractivo de la escritura personal. "Creo que hay una diferencia entre criticar lo que alguien escribe y criticar su forma de vida, su personalidad", opina ella. Se refiere a Janet Malcolm, autora de un famoso libro sobre periodistas que traicionan a sus temas. "Me gusta la gente. La idea no solo de herir a alguien, sino de traicionarlo de la forma en que alguien como Janet Malcolm nos diría que todos los que hacen perfiles y todos los periodistas tienen que hacerlo... eso me parece imposible", añade.

"He leído tus perfiles. Se te da muy bien dejar que la gente se cuelgue de su propia soga. No es una habilidad que yo tenga. Soy demasiado rápida para meterme. De lo contrario, te habría dejado seguir más tiempo con los sonetos", explica. 

Cuando el sol empieza a ponerse, llegamos por fin a la puerta de mi hotel. Emre parece frustrada, y yo espero que me despache a mi habitación, pero ella tiene otras ideas. "¿Vamos a tomar algo?", me pregunta. Se le iluminan los ojos. "Tengo una idea. Por qué no escribes el perfil y yo haré lo que tú digas. Si dices: 'Se sentó en el bar y se tomó un martini seco, lo haré", propone acto seguido. 

Unos minutos más tarde, cambia de opinión sobre nuestro juego. "Tomaré algo con whisky", le dice al camarero.

Mientras toma su cóctel, Merve Emre me cuenta de qué debía tratar mi perfil sobre Merve Emre. "Creo que hago un trabajo extremadamente bueno. Creo que trabajo increíblemente duro. Y creo que tengo muy claro cuál quiero que sea mi papel en esta gran empresa. Creo que para mí es realmente una vocación. Lo siento como una llamada", explica.

La vocación de Emre, tal como ella la ve, es nada menos que la reforma total de la enseñanza superior desde sus cimientos. Le preocupan dos crisis interconectadas. La primera es la crisis económica de las Humanidades: la enseñanza superior está sobrevalorada y sin fondos suficientes, no hay suficientes puestos de trabajo y los títulos universitarios están cada vez más devaluados. La segunda es lo que su amigo John Guillory ha denominado una crisis de legitimación dentro de la profesión: la crítica literaria ha quedado atrapada en los departamentos de inglés, hablando solo consigo misma, convertida en algo inútil y separada del público lector. Su objetivo es hacer que la práctica de la crítica docente, que considera un bien público, sea accesible a un mundo más amplio.

"Entiendo el propósito de la literatura como una especie de lugar de encuentro entre el lector y el escritor. Es el romanticismo de ese lugar de encuentro imaginado, y es el romanticismo de toda la posibilidad que aún vive allí. Una forma muy cínica de pensar en la vida es que es una serie de posibilidades que se reducen. Y una forma de pensar en lo que hace la crítica es que es un lugar donde la posibilidad queda realmente abierta", reflexiona.

El objetivo de Emre es hacer que la crítica literaria sea accesible a las masas. "Si no intentas entusiasmar a la gente, ¿para qué lo haces?", afirma.
El objetivo de Emre es hacer que la crítica literaria sea accesible a las masas. "Si no intentas entusiasmar a la gente, ¿para qué lo haces?", afirma.

Amy Lombard para Insider

Michael Roth se hizo fan por primera vez de las recomendaciones literarias de Emre en Twitter. Cuando necesitó un nuevo director para el centro de crítica de Wesleyan, hizo lo que cualquier tío con capacidad de respuesta haría: se coló en sus DM. Roth, que escribió un libro titulado "Más allá de la universidad", apoya plenamente el objetivo de Emre de dar a los estudiantes de artes liberales una educación pragmática. "Nuestros estudiantes tienen hambre de eso. Quieren aprender cosas que les sirvan, no sólo en la escuela, sino en la vida", afirma.

Su programa en Wesleyan es solo el principio. La idea es crear todo un plan de estudios exportable en torno al arte de la crítica. Al igual que la idea de estudiar Derecho para convertirse en un mejor pensador, prevé una formación literaria que pueda aplicarse ampliamente a todas las disciplinas. Los graduados podrían convertirse en periodistas, músicos o médicos que escriben maravillosamente dentro de sus campos y sobre ellos. Emre ya ha hablado de asociaciones con instituciones culturales como el 92nd Street Y y el Whitney Museum. 

Estas grandes ambiciones, sugiere, son la razón por la que se ha dejado retratar, a pesar de su desagrado por el esfuerzo; es lo suficientemente inteligente como para saber que la construcción de una marca es necesaria para su misión. Twitter, por ejemplo, "es una forma de dirigirse a un tipo de público muy diferente" al que uno puede dirigirse en Yale, Wesleyan o The New Yorker. "Somos personas que se supone que preservamos y difundimos la literatura o la cultura literaria, y en realidad no incitamos a la gente a leer. Si no tratas de entusiasmar a la gente, ¿para qué lo haces?", apunta.

La popularidad nunca ha tenido nada que ver. Se trata de pedagogía pura y dura. "Una de las cosas en las que siempre piensas como profesor, como alguien que intenta que la gente lea, es en tu autoridad carismática y en cómo puedes conseguir que la gente haga cosas en virtud de las fantasías que proyectan en ti", explica Emre, aclarando que no lo dice en un sentido sexual, sino más bien maternal. (Esa misma semana publicó un artículo en el New Yorker sobre el concepto de transferencia en el aula, titulado ¿Eres mi madre?).

"Lo que me parece injusto de este carisma es que no todo el mundo lo tiene. Pero creo que hay técnicas reales para cultivar el carisma. Gran parte del poder de una venta persuasiva está ligado a la confianza con la que dominas una sala", comenta.

Le sugiero que aún podía alcanzar cotas de fama imprevistas para un crítico. ¿Qué será lo próximo, una serie de Netflix? "Sí, quiero que me interpreten Natalie Portman y Mila Kunis". Se ríe y sacude la cabeza ante lo absurdo del asunto. "Creo que el objetivo de una serie es precisamente ese: ser una serie. No se supone que tenga que ver conmigo, ¿verdad? Si tiene éxito, yo no le importaré en absoluto", reflexiona.

No obstante, bromeo, voy a tener que pasar mucho tiempo pensando en ella durante las próximas semanas. "¡Acosadora!", exclama, siguiendo la broma. "¿Qué te pasa, maldito bicho raro? ¿Vas a cortarte el pelo y a empezar a llevar también un vestido que ponga Septología?", pregunta.

Por el momento, Emre aún no se ha decidido sobre el grado de visibilidad que quiere tener, o sobre si es posible ser la Avon Lady de las críticas sin ser ella misma el producto. Al día siguiente, después de arrastrarme 3 horas de caminata hasta la cima de una montaña, durante la cual no bebió agua y apenas sudó, me dirigí a la estación de tren. Cuando volví a la ciudad, Emre había borrado su cuenta de Twitter. Le envié un mensaje para preguntarle por qué.

"Me has hecho pensar mucho en la cantidad de energía que gasto intentando calibrar mi tono y mi estilo. Y he pensado: 'Dios mío, ¡es obvio que debería dedicar esa energía a escribir! Haría mucho más'. Ha sido una revelación", respondió inmediatamente.

Fotografía: Amy Lombard

Peluquería y maquillaje: Elizabeth Morache

Dirección artística: Rebecca Zisser

Agradecimientos especiales a David Bergman Rare Books y B & B Rare Books, Ltd.

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