Así pueden alterar tu mente los revolucionarios chips cerebrales que impulsa Elon Musk

Evan Malmgren
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La investigación ha descubierto que los chips cerebrales pueden deformar tu sentido del yo.

Arif Qazi / Insider

  • Neuralink, la empresa de Elon Musk, quiere poner un chip informático en el cerebro de todo el mundo. Pero la nueva tecnología conlleva grandes riesgos.
  • Intervenir en el funcionamiento del cerebro es un asunto peliagudo, y los efectos no siempre son deseables o intencionados. Las personas que usen estos chips pueden tener una profunda sensación de dependencia de los dispositivos, o sentir como si se hubiera alterado su sentido del yo.

Elon Musk quiere ponerte un chip informático en tu cerebro. Bueno, puede que no en el tuyo, pero sí en el de algún ser humano. 

Neuralink, la startup de neurotecnología de Musk, lleva desde su fundación en 2016 trabajando para implantar su chip cerebral en un ser humano. Tras años de pruebas en animales, Musk anunció en diciembre que la empresa planeaba iniciar ensayos en humanos en un plazo de 6 meses (aunque no era la primera vez que afirmaba que esos ensayos estaban en el horizonte). En septiembre, Neuralink comenzó a reclutar candidatos para ensayos en humanos, y ahora miles de personas dicen estar interesadas en el implante cerebral de Musk.

La empresa lleva más de media década investigando cómo traducir las señales cerebrales a resultados digitales: imagina poder mover un cursor, enviar un mensaje de texto o escribir con solo pensarlo. Aunque el objetivo inicial es el uso médico, como ayudar a comunicarse a personas con parálisis, Musk aspira a generalizar los chips: en sus propias palabras, poner una "Fitbit en tu cráneo"

Neuralink no es ni mucho menos la única que trabaja en interfaces cerebro-ordenador (BCI por sus siglas en inglés), o sistemas para facilitar la comunicación directa entre cerebros humanos y ordenadores externos. Otros investigadores han estado estudiando el uso de las BCI para restaurar sentidos perdidos y controlar prótesis, entre otras aplicaciones. Aunque estas tecnologías aún están en pañales, llevan entre nosotros el tiempo suficiente para que los investigadores puedan hacerse una idea de cómo interactúan los implantes neuronales con nuestras mentes. 

"Por supuesto que provoca cambios. La cuestión es qué tipo de cambios provoca y hasta qué punto son importantes", resume Anna Wexler, profesora adjunta de Filosofía del Departamento de Ética Médica y Política Sanitaria de la Universidad de Pensilvania: 

Intervenir en el delicado funcionamiento del cerebro es un asunto peliagudo, y los efectos no siempre son deseables o intencionados. Las personas que utilizan BCI pueden tener una profunda sensación de dependencia de los dispositivos, o sentir como si se hubiera alterado su sentido del yo. 

Antes de llegar al punto en que la gente haga cola para que le implanten un teléfono inteligente en el cerebro, es importante saber con certeza cuáles son los peligros que entraña, así como los escollos éticos.

Elon Musk.

De la ciencia ficción a industria multimillonaria

En la película El hombre terminal (1974), un hombre se somete a un implante cerebral invasivo para aliviar sus convulsiones. Aunque al principio la operación parece un éxito, las cosas se tuercen cuando la exposición continuada al chip le lleva a un ataque psicótico. Como suele ocurrir en las películas de ciencia ficción, un científico se da cuenta del desastre al principio de la historia, comparando los implantes con las lobotomías de los años 40 y 50. "Crearon un número desconocido de vegetales humanos. Aquellas operaciones fueron llevadas a cabo por médicos demasiado ansiosos por actuar", dice.

Aunque los humanos aún tienen que fabricar coches voladores, misiones tripuladas a Marte o desarrollar replicantes convincentes, las BCI pueden ser la tecnología más importante no solo para ponerse a la altura de sus primeras representaciones de ciencia ficción, sino para superarlas en algunos casos. Más de 200.000 personas de todo el mundo utilizan ya algún tipo de BCI, la mayoría por razones médicas. Quizá el caso más conocido sean los implantes cocleares, que permiten a personas sordas escuchar. Otro caso destacado es la prevención de ataques epilépticos: los dispositivos pueden predecir ataques y avisar a la persona para que evite ciertas actividades o tome medicación preventiva. 

Algunos investigadores han propuesto sistemas que no solo detectarían los ataques, sino que los evitarían mediante estimulación eléctrica, casi exactamente el mecanismo descrito en El hombre terminal. Los implantes para personas con enfermedad de Parkinson, depresión, TOC y epilepsia llevan años de ensayos en humanos.

Las recientes mejoras en IA y dispositivos de sondeo neural han hecho estos últimos menos invasivos y más escalables, lo que naturalmente ha atraído financiación privada y militar. Paradromics, Blackrock Neurotech y Synchron son solo algunos de los competidores respaldados por empresas que trabajan en dispositivos para personas paralíticas

El pasado mes de noviembre, una empresa llamada Science presentó un concepto de interfaz bioeléctrica para ayudar a tratar la ceguera. Y en septiembre, Magnus Medical obtuvo la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU (FDA, por sus siglas en inglés) para una terapia de estimulación cerebral dirigida al trastorno depresivo mayor. 

Neuralink, por su parte, se ha visto perjudicada por su historial de promesas exageradas, como el incumplimiento de los plazos y la apertura de una investigación federal por supuestas violaciones del bienestar animal. La empresa de inteligencia de mercado Grand View Research valoró el mercado mundial de implantes cerebrales en 4.581 millones de euros en 2021, y otras empresas han proyectado que la cifra podría duplicarse para 2030. 

Por ahora, las BCI se limitan al ámbito médico, pero se ha propuesto una amplia gama de usos no médicos para esta tecnología. Una investigación publicada en 2018 describió a participantes que utilizaban BCI para interactuar con numerosas aplicaciones en una tablet Android, como escribir, enviar mensajes y buscar en Internet con solo imaginar los movimientos. 

Otras aplicaciones más especulativas incluyen jugar a videojuegos, manipular la realidad virtual o incluso recibir entradas de datos como mensajes de texto o vídeos directamente, obviando la necesidad de un monitor. 

Puede parecer ciencia ficción, pero la realidad es que hemos llegado a un punto en el que las barreras culturales y éticas a este tipo de tecnología han empezado a superar a las técnicas. Y a pesar de la naturaleza ficticia de El hombre terminal, su desastroso giro plantea cuestiones reales sobre los efectos no intencionados de las BCI.

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Una mente cambiada

No se ha confirmado ningún caso de violencia similar a la de El hombre terminal provocada por las BCI, pero hay pruebas convincentes de que estos dispositivos pueden causar cambios cognitivos más allá de sus aplicaciones previstas.

Algunos de estos cambios han sido positivos; al fin y al cabo, están pensadas para modificar ciertas cosas en sus usuarios. Wexler, profesor de filosofía de la Universidad de Pensilvania, entrevistó a personas con Parkinson que se estaban sometiendo a estimulación cerebral profunda (ECP), un tratamiento quirúrgico que consiste en implantar finos cables metálicos que envían impulsos eléctricos al cerebro para ayudar a disminuir los síntomas motores. Descubrió que muchos habían perdido el sentido de sí mismos antes de someterse al tratamiento. "Muchos sentían que la enfermedad les había despojado, en cierto modo, de quiénes eran. No poder hacer las cosas que crees que eres capaz de hacer, afecta a tu identidad, a tu sentido del yo", explica.

En estos casos, las BCI ayudaron a las personas a sentir que volvían a ser ellas mismas al ayudarles a tratar la enfermedad subyacente.

Eran Klein y Sara Goering, investigadores de la Universidad de Washington, también han observado cambios positivos en la personalidad y la autopercepción de las personas que se someten a la ECP. En un artículo de 2016 sobre las actitudes y consideraciones éticas en torno a la ECP, informaron de que los participantes en el estudio sentían que el tratamiento les ayudaba a recuperar un yo "auténtico" que había sido desgastado por la depresión o el trastorno obsesivo-compulsivo. "He empezado a preguntarme qué soy yo, qué es la depresión y qué es el estimulador", dijo un paciente. En una charla de finales de 2022 sobre una investigación similar, la neuropsicóloga Cynthia Kubu describió una mayor sensación de control y autonomía entre los pacientes que había entrevistado.

Una mujer se somete a una operación de estimulación cerebral profunda, un tipo de interfaz cerebro-ordenador que puede ayudar a las personas con enfermedad de Parkinson.
Una mujer se somete a una operación de estimulación cerebral profunda, un tipo de interfaz cerebro-ordenador que puede ayudar a las personas con enfermedad de Parkinson.

Bernadett Szabo / Reuters

Pero no todos los cambios que han detectado los investigadores son positivos. En entrevistas con personas que se han sometido a BCI, Frederic Gilbert, profesor de filosofía de la Universidad de Tasmania especializado en neuroética aplicada, ha observado algunos efectos extraños. "Las nociones de personalidad, identidad, agencia, autenticidad, autonomía y el "yo" son dimensiones muy compactas, oscuras y opacas. Nadie se pone realmente de acuerdo sobre lo que significan, pero tenemos casos en los que está claro que las BCI han inducido cambios en la personalidad o en la expresión de la sexualidad", señala el experto.

A lo largo de numerosos estudios con entrevistas, Gilbert ha observado que los pacientes manifiestan sentimientos de no reconocerse a sí mismos, o lo que en la investigación suele denominarse "extrañamiento". "Saben que son ellos, pero no son como antes de la implantación", afirma. Algunas expresaron la sensación de tener nuevas capacidades no relacionadas con sus implantes, como una mujer de unos 50 años que se hizo daño al intentar levantar una mesa de billar que creía poder mover por sí misma. 

Aunque algunos casos de distanciamiento pueden ser beneficiosos (si se traducen en una sana autoestima, por ejemplo), los casos negativos, conocidos como distanciamiento deteriorativo, pueden ser bastante molestos. "Se han dado casos extremos de intento de suicidio", cuenta Gilbert.

En el caso de las personas que utilizan los BCI como ayuda para superar una limitación médica importante, tiene sentido que el tratamiento tenga un efecto psicológico positivo. Pero cuando se trata de considerar los chips cerebrales para uso cotidiano, hay mucha más preocupación por los inconvenientes.

El CEO de Meta, Mark Zuckerberg.

Un smartphone en tu cerebro

A medida que la tecnología mejora, nos acercamos más a la visión de Musk del "Fitbit en tu cráneo". Pero hay razones para ser prudentes. Al fin y al cabo, si es fácil volverse adicto al teléfono, piensa en cómo de adictivo podría ser conectándote directamente con el cerebro.

Gilbert me habló de un paciente al que había entrevistado y que desarrolló una especie de parálisis en la toma de decisiones, llegando a sentir que no podía salir o decidir qué comer sin antes consultar el dispositivo que le mostraba lo que ocurría en su cerebro. "No hay nada malo en tener un dispositivo que complete una decisión, pero al final, el dispositivo estaba suplantando a la persona en la decisión, sacándola del bucle", reflexionaba Gilbert.

A veces, un paciente puede llegar a depender tanto de su dispositivo que siente que no puede funcionar sin él. Gilbert se ha encontrado con muchos participantes en estudios que han caído en la depresión al perder el apoyo a sus dispositivos y tener que quitárselos, a menudo simplemente porque el ensayo caducó o se quedó sin financiación. "Te vas acostumbrando poco a poco. Se convirtió en mí", dijo un participante anónimo en un estudio que había recibido un dispositivo para detectar signos de actividad epiléptica. "Se convirtió en mí".

Este tipo de dependencia se complica aún más por el hecho de que los BCI son difíciles de financiar y mantener, y suelen requerir una cirugía cerebral invasiva para extraerlos y reimplantarlos. Dado que la mayoría de las BCI aún están en fase de prueba, no existen normas universales ni ayudas económicas estables, y muchos dispositivos corren el riesgo de perder la financiación repentinamente. Los primeros en adoptarlos podrían ver alterado su sentido de la autonomía por problemas en la cadena de suministro, actualizaciones de hardware o la quiebra de una empresa.

También hay que tener en cuenta los problemas de privacidad que conlleva el acceso de un ordenador a las ondas cerebrales. "Si te ponen un dispositivo para ayudarte a mover tu brazo ortopédico, por ejemplo, ese captará otras fuentes de ruido que quizá no quieras que estén fuera de tu cerebro", explica Gilbert. "Hay mucho ruido de fondo, y ese ruido de fondo se puede descifrar. Ese sonido se puede transformar en algún lugar de la nube". Alguien podría aprender mucho estudiando tus ondas cerebrales, y si un hacker consiguiera acceder a tus datos, podría leerte la mente, en cierto sentido, buscando expresiones específicas de la actividad de las señales cerebrales.

Dado que las BCI aún se limitan principalmente al campo de la medicina, la mayoría de los pioneros están dispuestos a hacer este tipo de concesiones. "Si alguien tiene una discapacidad que le impide comunicarse, suele mostrarse bastante receptivo a una tecnología que le permita hacerlo", comenta Wexler. Pero, dejando a un lado la idea de que las BCI no médicas probablemente introducirían una serie de nuevos problemas, no está tan claro que las compensaciones merezcan la pena solo por tener un Fitbit en la cabeza.

Aunque todavía estamos muy lejos del futuro "ciborgiano" de mentes electrónicamente interconectadas que profetizan personas como Elon Musk, el crecimiento acelerado de la industria agrava la urgencia de consideraciones éticas antes limitadas a la ciencia ficción. 

Si un chip cerebral puede cambiar partes clave de tu personalidad, las empresas no deberían apresurarse a colocarlos en la cabeza de la gente. Wexler opina que, aunque la mayoría de la gente del sector no está tan abierta al uso de las BCI como producto de consumo, siguen pensando que es probable que ocurra. Si ocurre, prevé, "cambia toda la relación riesgo-beneficio".

Este artículo se publicó originalmente en febrero de 2023 y se ha actualizado para reflejar las últimas noticias sobre los ensayos de Neuralink en humanos.

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