Estamos en una crisis alimentaria mundial que provocará estragos en las economías locales y desatará revueltas sociales

Ayelet Sheffey,
Harry Robertson
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Estamos en una crisis alimentaria mundial que provocará estragos en las economías locales y desatará revueltas sociales

REUTERS/Ibraheem Abu Mustafa

En India, el coste de los limones se ha disparado. En Nigeria, el arroz jollof se ha encarecido tanto que la gente se salta las comidas. En México, los precios de los aguacates están por las nubes, convirtiéndolos en un lujo que pocos pueden permitirse. Los naranjales de Florida están produciendo la menor cantidad de fruta en años. Y en Japón, la escasez de salmón está afectando a los restaurantes de sushi.

Si se amplía la imagen, queda claro que se está produciendo una crisis alimentaria en todo el mundo, y que los precios han aumentado en todas partes. Cuando eso ocurre, todo el mundo se resiente. La gente puede dejar de ir al cine si el precio de las entradas sube, o prescindir del coche cuando la gasolina está así de cara, pero todo el mundo necesita comer.

La crisis, que se viene gestando desde hace tiempo, pero que ha llegado a su punto álgido con la invasión rusa de Ucrania, ya está teniendo efectos profundos. 

En Perú, las protestas contra el aumento del coste de los alimentos y el combustible se volvieron mortales en abril. Al otro lado del mundo, el Gobierno de Sri Lanka se derrumbó y su presidente fue destituido en julio, cuando la gente salió en masa a la calle para manifestarse contra la escasez de alimentos, combustible y medicinas.

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A menos que se tomen medidas urgentes, los expertos advierten de que la crisis podría tener graves consecuencias a nivel mundial. 

En algunos países, los cambios en la disponibilidad de alimentos podrían alterar recetas y costumbres ancestrales. Los disturbios civiles podrían extenderse, alimentando la inestabilidad e incluso la guerra en algunas de las regiones más pobres del mundo. El colapso de los sistemas alimentarios podría provocar enormes olas de migración.

El gobierno de Sri Lanka se derrumbó y su presidente fue destituido en julio, cuando la gente se echó a la calle para manifestarse contra la escasez de alimentos, combustible y medicinas.
El gobierno de Sri Lanka se derrumbó y su presidente fue destituido en julio, cuando la gente se echó a la calle para manifestarse contra la escasez de alimentos, combustible y medicinas.

Una crisis alimentaria es una crisis de precios

Los precios mundiales de los alimentos se han disparado tras la invasión rusa de Ucrania a finales de febrero. En Estados Unidos, los precios subieron un 10% interanual hasta mayo, el mayor aumento desde 1981, y subieron hasta un récord del 8,9% en la zona euro. En España la subida de precios se ha disparado hasta el 10,8% en junio, un nivel no visto desde 1984.

A nivel mundial, la situación es aún peor: el índice mundial de precios de los alimentos de la ONU se disparó un 23% interanual en junio. En pocas palabras, cada vez hay más personas que tienen dificultades para comprar alimentos. 

"Una crisis alimentaria es una crisis de precios", asegura a Business Insider Chris Barrett, economista y experto en política alimentaria de la Universidad de Cornell. Barrett está convencido de que sus implicaciones se extienden y tocan la vida de cada persona, incluso si no se dan cuenta inmediatamente.

"Si te preocupas por la política interna, si te preocupas por los asuntos medioambientales, si te preocupas por los asuntos de inmigración, si te preocupas por la diplomacia en el ejército, deberías prestar atención a la crisis alimentaria, porque está acechando en el fondo, presionando todas esas cosas", advierte.

Las llamadas de atención de las organizaciones mundiales son cada vez más fuertes y desesperadas. Según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (WFP, por sus siglas en inglés), 50 millones de personas de todo el mundo están al borde de la hambruna y corren el riesgo de sufrirla, y el director del WFP la califica de "catástrofe alimentaria inminente".

"Realmente son un conjunto de crisis combinadas"

La invasión de Ucrania por parte del presidente ruso Vladímir Putin llevó al sistema alimentario mundial a un punto de ruptura. Antes de la guerra, Rusia y Ucrania sumaban el 30% del trigo comercializado a nivel mundial, el 20% del maíz y el 70% del suministro de girasol, según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU.

La guerra no solo ha asolado las granjas. Las tropas de Putin han bloqueado la costa ucraniana del mar Negro, impidiendo que productos agrícolas vitales salgan del país. Mientras tanto, el conflicto y las consiguientes sanciones occidentales a Rusia han disparado los costes de la energía, con una subida del precio del petróleo de más del 40% este año, lo que a su vez hace subir el coste de los fertilizantes.

"Este problema podría prolongarse fácilmente hasta el año que viene, porque si eres un productor ucraniano y tu precio doméstico es, digamos, la mitad de lo que es a nivel global, tu incentivo o tu capacidad para plantar la siguiente cosecha se ha reducido significativamente debido a los escasos márgenes, ya que sigues pagando precios altos por los insumos", apunta a Business Insider Wayne Gordon, estratega senior de materias primas de UBS. 

Aunque la guerra de Ucrania desencadenó la crisis, hay otros factores que vienen bullendo desde hace tiempo. El cambio climático, la pandemia del COVID-19 y el creciente número de conflictos en todo el mundo han acumulado presión sobre el sistema alimentario mundial en los últimos años.

La sequía y los elevados precios de los piensos hacen que a los ganaderos estadounidenses les resulte más económico sacrificar sus rebaños que alimentarlos, lo que eleva los precios de la carne de vacuno.
La sequía y los elevados precios de los piensos hacen que a los ganaderos estadounidenses les resulte más económico sacrificar sus rebaños que alimentarlos, lo que eleva los precios de la carne de vacuno.

Las señales de advertencia han estado presentes desde mucho antes de la invasión rusa, y pueden atribuirse en gran medida a la crisis climática. En 2011, por ejemplo, la región del mar Negro sufrió una grave sequía que provocó un aumento del precio de los alimentos, especialmente del trigo. Muchos analistas han dicho que contribuyó a los disturbios que desencadenaron la Primavera Árabe. Samuel Tilleray, analista de crédito soberano de S&P Global Ratings, asegura a Business Insider que "hay claros paralelismos" con esa sequía de 2011 en la actualidad.

Las emisiones de gases de efecto invernadero han desencadenado patrones climáticos imprevisibles, y un informe de la ONU del año pasado concluyó que, para finales de siglo, hasta el 30% de las tierras de cultivo actuales podrían dejar de ser aptas para el cultivo.

Es algo que el mundo ya está viendo ahora. La grave sequía ha limitado la producción de trigo en los principales estados productores, como Kansas, y los precios del aceite de cocina se han disparado en todo el mundo, gracias a la sequía en Sudamérica que limitó la producción de soja.

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La pandemia tampoco ha ayudado mucho. Barrett, de Cornell, señala que los gobiernos de todo el mundo estaban "tratando de reanimar las economías que luchaban bajo el peso de la pandemia", pero las interrupciones de la cadena de suministro se estaban disparando, y los precios del petróleo y del transporte marítimo estaban subiendo. Como resultado, dice, la oferta no se ajustaba a la demanda, y los precios seguían subiendo. 

"Las cosas ya estaban realmente tensas, y ahora nos enfrentamos a una tensión aún mayor", añade Annabel Symington, portavoz del Programa Mundial de Alimentos sobre la crisis alimentaria mundial. "Realmente son un conjunto de crisis combinadas".

La crisis te afecta a ti

Los alimentos son un elemento clave de la cultura de cualquier comunidad. Cuando ese elemento escasea —o se elimina por completo— pueden producirse disturbios civiles. 

En 2008, el precio internacional del trigo se duplicó, junto con el de la leche y la carne, lo que llevó a los principales productores a prohibir las exportaciones para garantizar el suministro a las poblaciones nacionales.

En Marruecos, 10 personas murieron en 2008 en protesta por la escasez de alimentos, lo que provocó una ola de huelgas y protestas. En Bangladés, ese mismo año, 10.000 trabajadores se amotinaron destrozando coches y fábricas por la rabia que les producía el aumento de los precios de los alimentos. Los expertos dicen que no hay razón para que esta vez sea diferente. 

"Los periodos de precios altos de los alimentos están asociados a una mayor incidencia de la violencia, de la agitación política y del malestar social", apunta Barrett. "También están asociados causalmente con mayores tasas de migración forzada. Cuando la gente no puede alimentar a sus familias en el lugar donde viven, se van en busca de comida. Y algunas de esas migraciones son bastante problemáticas".

Pero hay remedios —a corto y largo plazo— que los gobiernos pueden emplear para mantener a la gente alimentada. Symington, del Programa Mundial de Alimentos, dice que los gobiernos deberían hacer todo lo posible para ayudar a evitar el creciente riesgo de hambruna en las regiones más vulnerables del mundo. Barrett añade que siempre deben existir disposiciones de redes de seguridad automáticas para garantizar que haya recursos financieros cuando alguien sufra inseguridad alimentaria.

A largo plazo, Symington cree que las organizaciones internacionales y los líderes políticos deberían fomentar un cambio hacia una mayor producción local de alimentos, haciendo que la gente dependa menos de las cadenas de suministro globales. Barrett sugiere que la Organización Mundial del Comercio debería estabilizar los precios de las exportaciones para evitar "giros locos de los precios".

Pero independientemente de las medidas que tomen los gobiernos, la vida va a ser más cara para todos nosotros, y mucho más difícil para miles de millones. "Incluso si estás bien alimentado y todos tus seres queridos y vecinos están bien alimentados, esto te afecta", concluye Barrett.

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