La entrega a domicilio quiere conquistar el espacio: la startup estadounidense Inversion Space desarrolla unos platillos volantes con capacidad de orbitar la Tierra antes de lanzarse a su destino

Platillos volantes

Getty Images

Soltar un pequeño platillo volante con algo en su interior, dejarlo un tiempo flotando en el espacio u orbitando gracias a energía solar y, llegado el momento, que este se lance en picado a la Tierra y pueda hacer su entrega en cuestión de minutos. 

Este es el futuro que sueñan los jóvenes desarrolladores de Inversion Space, una startup con apenas algo menos de un año de vida nacida de la mente de un par de entusiastas veinteañeros que piensan que el siguiente gran salto tecnológico caerá del cielo.

Por ahora, no son los únicos. 

Tras entrar a formar parte de la prestigiosa lanzadera Y Combinator, conocida mundialmente por sus prontas inversiones en éxitos mundiales como Airbnb, la idea de Justin Fiaschetti, exingeniero de Space X, y Austin Briggs, antiguo ingeniero de propulsión de ABL Space System, mereció el pasado mes de noviembre la atención de un nutrido grupo de inversores.

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En concreto, Inversion Space ha levantado ya 10 millones de dólares tras presentar el pasado verano un prototipo de una de sus cápsulas en el marco de unas jornadas de emprendimiento organizadas por la propia Y Combinator

Entre quienes han apostado por esta idea se encuentran fondos como Embedded Ventures, Funders Club, Liquid 2 Ventures e inversores como Kyle Vogt, de Cruise Automitation, y David Hodge, CEO de Nikola Software.

Inversion Space va a utilizar este dinero para dar un impulso a Ray, la cápsula de algo menos de un metro de diámetro cuyo lanzamiento está planeado para 2023, y Arc, su hermana de algo más de un metro de diámetro que está previsto que vea la luz en 2025.

Sobre el papel, las aplicaciones potenciales de una y otra son casi infinitas. Con capacidad para flotar en mitad de la infinidad del cosmos durante 3 o 4 meses (aunque siempre muy cerca de la Tierra), Fiaschetti y Briggs imaginan para estos pequeños platillos volantes todo tipo de usos.

De salir adelante, los dispositivos de Inversion Space podría, por ejemplo, guardar en su intención órganos humanos o artificiales para, llegado el momento de ser requeridos, aterrizar en la Tierra en cuestión de minutos.

También podrían, por ejemplo, guardar cajas de suministros para el ejército que se podrían enviar a cualquier zona del mundo en conflicto. 

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Por poder, los platillos volantes podrían incluso contener piezas de repuesto para alguno de los muchos satélites que orbitan alrededor de la Tierra, de modo que, como si se tratara de cajas de herramientas flotantes, los astronautas podrían hacer uso de ellas ante cualquier problema en sus estaciones.

Pero Space Inversion no se quiere quedar aquí. A medida que el comercio espacial coja velocidad, los platillos podrían ajustarse para que en vez de flotar durante meses lo hicieran solo durante semanas, días u horas

Esto permitiría, por ejemplo, al sector del delivery dar el salto definitivo al espacio. Aunque en principio no parece lo más práctico y, desde luego, la mera idea atenta contra todos los principios que sostienen el comercio de proximidad, en teoría debería ser posible mandar una pizza de una costa a otra de EEUU en menos de una hora.

Esto dejaría a los usuarios de aplicaciones de comida a domicilio, por ejemplo, ante un mundo entero de posibilidades gastronómicas: si hoy pueden pedir comida a varios kilómetros a la redonda, en este futuro podrían solicitar su cena a otro continente.

Música celestial para unos y pesadilla distópica para otros. 

Las dudas sobre Inversion Space: ¿una burbuja espacial?

A pesar del entusiasmo con el que los jóvenes fundadores de Inversion Space han defendido en los últimos meses su proyecto y de la encendida defensa que han hecho de él sus acaudalados benefactores, no todo el mundo está igual de convencido sobre la idea.

Existen muchas dudas sobre la viabilidad del proyecto. 

Para empezar, desde el punto de vista económico, aunque es verdad que lanzar un cohete al espacio cada vez es más barato (razón por la cual proliferan proyectos privados como Space X), el dinero que hay que emplear en cada lanzamiento se cuenta aún por millones de dólares.

También hay dificultades técnicas. Consultada por el New York Times para un extenso reportaje sobre la empresa, Seetha Raghavan, profesora del departamento de Ingeniería mecánica y aeroespacial de la Universidad de Florida Central, aclara que el reto es mayúsculo.

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Lo es porque, si ya es difícil manejar variables como el calor, la vibración y la desaceleración de las cápsulas espaciales cuando estas entran en la atmósfera con seres humanos dentro, estos elementos se vuelven mucho más incontrolables cuanto más pequeño es el vehículo.

A ello hay que añadir las más que posibles protestas de los astrónomos, que en sus investigaciones ya tienen que lidiar día a día con toneladas y toneladas de basura espacial que, desprendida de estaciones espaciales y de satélites, dificultan notablemente su visión. 

Aunque Inversion Space se está esforzando por hacer sus platillos de un material que no refleje la luz, la capacidad de dificultar el trabajo de los científicos de estos aparatos flotantes es una incógnita.

Por último, ensombrece las perspectivas del proyecto lo que ha dado ya en llamarse en algunos círculos la burbuja espacial

Aunque hombres inmensamente ricos como Jeff Bezos, fundador de Amazon, o Richard Branson, el empresario detrás de Virgin Telco, libran desde hace años una encarnizada (y, a menudo, también algo extravagante) batalla por legar los primeros al espacio, cada vez son más los expertos que no ven clara la apuesta.

No lo ven porque, por mucho dinero que se ponga sobre la mesa y por muchos proyectos interesantes que surjan al respecto, reflexionan los científicos, la conquista comercial del cosmos es algo que tardará todavía en llegar.

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En mitad de este optimismo generalizado sobre la colonización del espacio, propuestas como las de Inversion Space encajan como un guante. 

De hecho, la propia historia de Fiaschetti y Briggs, que desarrollaron su primer prototipo de platillo volante en un garaje, responde a casi todos los tópicos que circulan en Silicon Valley sobre el mito del verdadero emprendedor exitoso.

A nadie escapa que los fundadores de este proyecto son jóvenes veinteañeros (ninguno ha cumplido los 25 años) apasionados por la tecnología (se definen a sí mismos como nerds) que han dejado la universidad (sobre todo Fiaschetti, que dejó también su puesto en Space X, la empresa de Bezos) para perseguir su sueño de cambiar el mundo con sus ideas. 

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Por ahora, ajenos a estos debates, los fundadores de Inversion Space, un nombre también nada azaroso, ultiman los detalles de su invento para cumplir con las apretadas fechas que se han dado a sí mismos y que figuran en su propia web.

Esta promete que Ray, el platillo volante de menos de medio metro de diámetro, verá la luz en un año. Será tiempo suficiente para despejar algunas de las dudas que se ciernen sobre la capacidad de esta empresa de cambiar el mundo.

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