El lado bueno de las recesiones

  • Una nueva investigación lo confirma: cuanto peor va la economía, más vivimos… ¿cómo se puede explicar eso?
  • El estudio sostiene que al crecer el desempleo se utiliza menos el coche, se produce menos, se reduce el consumo de energía y, como consecuencia, se contamina menos.
Pareja en una piscina.

Getty Images; Alyssa Powell/BusinessInsider

Aki Ito
| Traducido por: 

Hay una razón por la que los gobiernos gastan tanto dinero de los contribuyentes para que las economías se recuperen de las recesiones. Las familias pierden sus casas. Los niños pasan hambre. Los recién graduados tardan años en encontrar buenos trabajos, renunciando a casarse, tener hijos o comprar una vivienda. 

Pero cada vez hay más estudios que sugieren que las recesiones son buenas al menos para una cosa: la longevidad. Curiosamente, parece que durante las recesiones económicas se alarga la vida de las personas.

Las últimas pruebas proceden de Lives vs. Livelihoods (Vidas vs medios de subsistencia), un nuevo trabajo de cuatro investigadores dirigidos por la reputada economista de la salud Amy Finkelstein. Descubrieron que durante la Gran Recesión, de 2007 a 2009, las tasas de mortalidad por edad entre los estadounidenses descendieron un 0,5% por cada punto que aumentaba la tasa de desempleo de su zona. Cuanto mayor era el desempleo, más vivía la gente, especialmente los adultos mayores de 64 años y los que no tenían estudios universitarios.

"Estas reducciones de la mortalidad aparecen inmediatamente y persisten durante al menos 10 años", concluyen los economistas. Los efectos fueron tan grandes que la recesión proporcionó efectivamente un año más de vida al 4% de todas las personas de 55 años

En los estados que experimentaron grandes aumentos del desempleo, la gente era más propensa a declarar que gozaba de una salud excelente. Por tanto, parece que las recesiones ayudan a mantenerse en forma y vivir más.

La pregunta, por supuesto, es por qué. Los economistas descartaron muchas explicaciones posibles. Los trabajadores despedidos no utilizaban su tiempo libre para hacer más ejercicio, ni dejaban de fumar o beber porque el dinero escaseara. Las enfermedades infecciosas, como la gripe y la neumonía, seguían propagándose, a pesar de que menos gente iba a trabajar y cenaba fuera. 

Por otra parte, los jubilados no parecían recibir mejores cuidados, a pesar de que el aumento de las tasas de desempleo facilitaba la contratación de personal en las residencias de ancianos. ¿Cuál podría ser la explicación? ¿Cómo es posible que el aumento del desempleo prolongue la vida?

Salón de casa

La respuesta era la contaminación. Según los economistas, los condados que experimentaron las mayores pérdidas de empleo durante la Gran Recesión también registraron los mayores descensos en la contaminación atmosférica, medida por los niveles de partículas finas PM2,5. 

Es lógico: durante las recesiones, se usa menos el coche para ir al trabajo. Las fábricas y oficinas se ralentizan y la gente reduce su consumo de energía para ahorrar dinero. Toda esa menor actividad conduce a un aire más limpio, lo que explicaría por qué entre los trabajadores sin título universitario descendió más la mortalidad: las personas con empleos mal pagados suelen vivir en barrios con más toxinas ambientales. 

También explicaría por qué la recesión redujo la mortalidad por cardiopatías, suicidios y accidentes de tráfico, causas de muerte todas ellas relacionadas con los efectos físicos y mentales de las PM2,5. En conjunto, según los economistas, fue un aire más limpio lo que causó más de un tercio del descenso de la mortalidad durante la Gran Recesión.

Una economía que funciona a toda máquina crea más empleo, pero también genera todo tipo de efectos secundarios no visibles pero perjudiciales

El nuevo estudio, junto con otras investigaciones sobre las recesiones, nos recuerda que el crecimiento económico no es (ni debe ser) la única medida de nuestro bienestar colectivo. Si las recesiones salvan vidas, ello significa que las épocas de bonanza cuestan vidas. Una economía que funciona a toda máquina crea más empleo, pero también genera todo tipo de efectos secundarios no visibles pero perjudiciales. 

"Nuestros resultados sugieren importantes compensaciones entre actividad económica y mortalidad", concluyen los autores. En lenguaje económico, esto implica dos opciones muy malas: ¿Prefieres la riqueza que te mata o la pobreza que te mantiene vivo?

Este dilema es el que ha dado lugar al movimiento del decrecimiento, según el cual el producto interior bruto no es una medida exacta del progreso humano. Claro que el crecimiento económico genera empleo. Pero no nos dice nada sobre la salud de nuestros hijos, la seguridad de nuestros barrios o la sostenibilidad de nuestro planeta

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¿Qué sentido tiene tener tanto dinero, se preguntan los defensores del decrecimiento, si nos hace estar peor?

Simpatizo con esa línea de razonamiento, hasta cierto punto. Pero no creo que contraer la economía, como defienden algunos "decrecentistas", sea una buena idea. Un menor crecimiento conduce inevitablemente a un mayor desempleo, y esa no es una contrapartida que debamos estar dispuestos a aceptar. Crecí en Japón, un país que los decrecentistas señalan como modelo de crecimiento lento. 

Es cierto que Japón es políticamente estable, limpio y seguro, aunque su economía lleve 30 años estancada. Pero hay algo en el estancamiento económico a largo plazo que mina la esperanza de un país. Nada cambia (en la política, en la cultura, en la sociedad) incluso cuando todo el mundo sabe que es malo. 

Sin darme cuenta, me había instalado en esa inercia nacional, en la creencia de que no se podía hacer nada. No fue hasta 2012, cuando me mudé a San Francisco, que empecé a saber cuál era la dirección que quería tomar. Todo el mundo a mi alrededor creía que podía cambiar el mundo, y la sensación de optimismo era contagiosa.

El movimiento del decrecimiento nos presenta una falsa opción. La solución al mal crecimiento no es menos crecimiento, sino un crecimiento mejor. Con una regulación más estricta y una innovación más inteligente, estoy segura de que podemos encontrar formas de crear empleo sin destruir el medio ambiente ni acortar nuestras vidas. 

Si algo nos dice la nueva investigación es que aún nos queda mucho camino por recorrer para encontrar un equilibrio saludable entre crecimiento económico y bienestar social. No deberíamos tener que elegir entre trabajar y vivir.

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