El pequeño y sucio secreto que podría hundir a las grandes tecnológicas

Adam Rogers
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Una nueva investigación revela que Silicon Valley utiliza precios abusivos para aplastar a sus competidores y estafar a los inversores, una prueba que el gobierno puede utilizar para acabar con los monopolios tecnológicos.

Tyler Le/Insider

  • Dos abogados defienden que el modelo clásico del capital riesgo (disrumpir a competidores tradicionales, desarrollar una solución escalable, moverse rápido y romper cosas) no es la cumbre del capitalismo moderno como dice Silicon Valley. 
  • Los inversores de capital riesgo que riegan de dinero a las startups se benefician de los precios predatorios: entran, obtienen un alto rendimiento de su inversión y salen antes de que todo se venga abajo.

En 2016, Matt Wansley intentaba conseguir trabajo como abogado para una empresa tecnológica, concretamente en el sector de vehículos autónomos. Hizo entrevistas para muchas empresas conocidas y, finalmente, se encontró hablando con una ejecutiva de Lyft. Así que Wansley le preguntó sin rodeos: ¿Hasta qué punto está Lyft realmente comprometida con la conducción autónoma? 

"Por supuesto que apostamos por la conducción automatizada", le dijo la ejecutiva. "Los números no pueden cuadrar de otra manera".

Un momento, pensó Wansley. A menos que alguien invente un robot que pueda conducir tan bien como los humanos, ¿una de las mayores empresas de transporte por carretera de Estados Unidos no espera obtener beneficios? ¿Nunca? Estaba claro que algo andaba muy, muy mal en el modelo de negocio de las grandes tecnológicas.

"Entonces, ¿cuál fue la tesis de inversión que hubo en Uber y Lyft?", pregunta Wansley, ahora profesor en la Facultad de Derecho Benjamin N. Cardozo. "¿Invertir miles de millones de dólares de capital en un negocio que perdía dinero y en el que el camino hacia la rentabilidad no estaba claro?".

Wansley y un compañero en la Facultad de Derecho de Cardozo, Sam Weinstein, se propusieron entender los motivos económicos de esta locura. Los economistas progresistas sabían desde hacía tiempo que las empresas tecnológicas, respaldadas por ingentes cantidades de capital riesgo, subvencionaban en la práctica el precio de sus productos hasta que los usuarios no podían vivir sin ellos.

Piensa en Amazon: ofrece cosas más baratas que nadie, aunque pierda dinero durante años, hasta que alcance proporciones inimaginables. Entonces, una vez que haya aplastado a la competencia y se haya convertido en el único competidor, puede subir los precios y recuperar su dinero. Es lo que se llama precios predatorios, y se supone que es ilegal. Es uno de los argumentos que los sectores progresistas del Departamento de Justicia de Estados Unidos utilizaron para acabar con monopolios como la Standard Oil a principios del siglo XX. Según las reglas del capitalismo, no está permitido utilizar el tamaño de una empresa para expulsar a sus competidores del mercado.

El problema es que los economistas conservadores de la Universidad de Chicago se han pasado los últimos 50 años insistiendo en que, en el capitalismo, los precios predatorios no existen. Su argumento es el siguiente: para empezar, los depredadores tienen una mayor cuota de mercado, por lo que si bajan los precios, perderán mucho más dinero que sus competidores. Mientras tanto, sus víctimas pueden, sencillamente, salir del mercado y volver más adelante. Las empresas depredadoras nunca podrían recuperar sus pérdidas, lo que significa que los comportamientos depredadores son irracionales. Y puesto que los economistas de la Escuela de Chicago son el tipo de economistas que creen que los mercados son siempre racionales, los precios predatorios no pueden, por definición, existir.

El Tribunal Supremo de Estados Unidos aceptó el argumento. En 1986, en el caso Matsushita Electric Industry Co. contra Zenith Radio Corp., el Tribunal dictaminó que "los mecanismos de precios predatorios rara vez se prueban, y aún menos veces tienen éxito". Y en 1993, en el caso Brooke Group contra Brown & Williamson Tobacco Corp., el Tribunal dijo que para condenar a una empresa por precios predatorios los fiscales tenían que demostrar no solo que los acusados habían recortado los precios por debajo del mercado, sino también que tenían una "probabilidad peligrosa" de recuperar sus pérdidas. De este modo, la Administración dejó de poder perseguir a las empresas por precios abusivos.

"La última vez que lo comprobé, nadie (ni el Gobierno de Estados Unidos) había ganado un caso de precios predatorios desde Brooke Group", afirma Spencer Waller, experto en defensa de la competencia de la Facultad de Derecho de Loyola de la Universidad de Chicago. "O bien no pueden demostrar la fijación de precios por debajo del coste, o bien no pueden demostrar la recuperación, porque un juez no experto es muy escéptico de que estas cosas sean racionales, a falta de pruebas realmente convincentes".

Muchos economistas han presentado sólidos contraargumentos al escepticismo de la Escuela de Chicago sobre los precios predatorios. Pero ninguno de ellos ha permitido ganar casos. Wansley y Weinstein (que, no por casualidad, trabajaban en el Departamento de Justicia de EEUU en la aplicación de la legislación antimonopolio) se propusieron cambiar esta situación. En un nuevo documento titulado Venture Predation, los abogados defienden que el modelo clásico de capital riesgo (destrozar a los competidores tradicionales, construir una plataforma escalable, moverse rápido y romper moldes) no es la cumbre del capitalismo moderno que Silicon Valley dice que es. Según este nuevo pensamiento, es anticapitalista. Es ilegal. Y debería perseguirse enérgicamente para fomentar la competencia libre y leal en el mercado.

"Creemos que no es difícil encontrar ejemplos del mundo real, si se busca en el lugar adecuado. En Silicon Valley está surgiendo una nueva raza de depredadores", escriben Wansley y Weinstein. Y el mecanismo que están utilizando esos depredadores para dominar ilegalmente el mercado es el propio capital riesgo.

startups

La inversión en capital riesgo es la respuesta a la pregunta de qué pasaría si el departamento de préstamos de un banco estuviera compuesto por adictos a la adrenalina. Los socios de un fondo de capital riesgo exigen altos rendimientos, y esos fondos son algo pasajero, que puede durar una década, lo que significa que el tiempo corre. Los inversores de capital riesgo y quienes invierten en esos fondos no buscan necesariamente un producto de éxito (aunque no rechazarían ninguno). Para ellos y sus socios, lo más rentable es una salida rápida: vender la empresa o sacarla a bolsa.

Según Wansley y Weinstein, estas presiones fomentan estrategias arriesgadas, como la fijación de precios predatorios.  "Si se acepta la opinión de los economistas de la Escuela de Chicago sobre los depredadores con financiación propia, se podría pensar que es irracional que una empresa aplique precios depredadores por un montón de razones", afirma Weinstein. "Pero podría no ser irracional para un inversor de capital riesgo". La idea de que es tan irracional como para ser inexistente es "una frase de mierda que de alguna manera se ha convertido en una opinión generalizada".

Mira Uber, uno de sus ejemplos más claros. Una cosa sería que la empresa se hubiera limitado a competir con los taxis por sus propios méritos. Los taxis, al fin y al cabo, eran un monopolio grande y acomodado. "Matt y yo no tenemos ningún problema con eso", dice Weinstein. "Tienes un producto nuevo, escalas rápidamente y utilizas algunas subvenciones para que la gente se suba a bordo". Destrozar un viejo negocio y crear uno nuevo.

Pero eso no es lo que ha ocurrido. Como en una telenovela o en un cómic multiverso, el final nunca llegó. Uber ha seguido subvencionando a pasajeros y conductores, y ha perdido miles de millones intentando dejar a sus competidores en el olvido. Lo mismo ocurre con muchas otras empresas respaldadas por capital riesgo. "WeWork estaba instalando oficinas justo al lado de otros espacios de coworking y diciendo: 'Te daremos 12 meses gratis'. Bird esparcía sus patinetes por todas las ciudades", afirma Wansley. "El patrón nos resulta muy familiar". 

A simple vista, también parece demostrar el punto de la Escuela de Chicago: que las empresas nunca pueden recuperar las pérdidas en las que incurren a través de precios predatorios. Matsushita y Brooke Group exigen que los fiscales demuestren el perjuicio. Pero si el único resultado de la estrategia de escalado utilizada por Uber y otras startups de capital riesgo es crear un "subsidio al estilo de vida de los millennials" infinito, eso sólo significa que se está transfiriendo riqueza de los inversores a los consumidores. Las únicas víctimas de los precios abusivos son los propios depredadores.

Donde Wansley y Weinstein abren nuevos caminos importantes es en la otra norma jurídica establecida por el Tribunal Supremo de EEUU: la recuperación de las pérdidas. Si Uber, WeWork y el resto de los unicornios son perdedores perpetuos de dinero, parece que la norma no se cumple. Pero Wansley y Weinstein señalan que puede cumplirse, incluso si las empresas no llegan a ganar ni un céntimo y todos los que invierten después de la salida a bolsa pierden sus inversiones. Esto se debe a que los inversores de capital riesgo que sembraron la empresa se benefician de los precios predatorios. Entran, obtienen un alto rendimiento de su inversión y salen antes de que todo el plan se venga abajo.

"¿Recuperará Uber alguna vez las pérdidas" se preguntan Wansley y Weinstein. "No lo sabemos. Nuestro punto es que, desde la perspectiva de los inversores de capital riesgo, no importa. Todo lo que importa es que haya gente dispuesta a comprar las acciones de estos inversores a un alto precio", añaden.

Seamos claros: no se trata de la tradicional historia capitalista de "a veces se gana y a veces se pierde". La cuestión no es que los inversores de capital riesgo a veces invierten en empresas que no recuperan su dinero. La cuestión es que todo el modelo desplegado por las sociedades de capital riesgo consiste en obtener beneficios alterando el mercado con precios predatorios, y dejar las pérdidas a los pardillos que compran acciones cuando la compañía sale a bolsa. Es posible que una empresa que aplique precios predatorios y los inversores de la última fase no puedan recuperarse, pero los inversores de capital riesgo sí. 

"El hecho más importante de este documento es que Benchmark invirtió 12 millones de dólares en Uber y recuperó 5.800 millones. Es una de las mejores inversiones de la historia, y fue con la estrategia de precios predatorios", afirma Wansley.

Adam Neumann BI

Esta nueva visión —que el capital riesgo es una nueva versión de la práctica de los precios predatorios— podría resultar transformadora. Al traducir la jerga de Silicon Valley sobre salidas y escalada a la jerga jurídica de la legislación antimonopolio, Wansley y Weinstein han abierto una puerta para el enjuiciamiento de los inversores tecnológicos y su comportamiento anticompetitivo. 

"Los tribunales tendrán que ajustar su forma de pensar sobre el concepto de la recuperación", afirma Weinstein. "¿Qué pensaban los inversores que compraron a las sociedades de capital riesgo? ¿Pensaban que iban a recuperar?". Según él, ese sería un "camino bastante bueno" para que los tribunales determinaran si las prácticas de una empresa son anticompetitivas.

Lo que hace que este argumento sea especialmente poderoso, desde una perspectiva jurídica, es que no rechaza los fundamentos del pensamiento de la Escuela de Chicago sobre la defensa de la competencia. Acepta que el bienestar del consumidor y la eficiencia de los mercados son primordiales. Simplemente señala que algo extraño e ilegal está ocurriendo en Silicon Valley. "Estoy a favor de la aplicación de la ley y en contra de la Escuela de Chicago, así que siempre estoy buscando áreas en las que creo que están equivocados. Y aquí hay una", dice Weinstein.

Ese tipo de "erudición jurídica" puede tener especial éxito en los tribunales, según Waller, experto en antimonopolio de la Facultad de Loyola.  "Es una estrategia buena y modesta decir: 'Creemos que vuestro modelo es erróneo, pero aunque vuestro modelo sea correcto en general, aquí no lo es'. Así se ganan casos y también se erosiona un sistema que se quiere poner en entredicho".

Con tantas industrias convirtiéndose en oligopolios (tecnología, sanidad, farmacia, entretenimiento, periodismo, venta al por menor) la teoría de los precios predatorios es una buena señal. Se supone que el capitalismo permite que la competencia fomente la innovación y la capacidad de elección; los monopolios anulan todo eso para que unos pocos puedan enriquecerse. Pero la nueva doctrina sobre los precios abusivos podría extenderse más allá de los tribunales. El artículo de Wansley y Weinstein me recuerda a La gran estafa, el estudio lingüístico de David Maurer sobre los estafadores publicado por primera vez en 1940. 

Maurer decía que la parte más delicada de una estafa era el final, el soplo. Después de desangrar al incauto, el estafador tiene que deshacerse de la víctima, idealmente de forma que no acuda a la policía. En el crimen perfecto, la víctima ni siquiera sabe que ha sido engañada. La transferencia de acciones tecnológicas de pésima calidad haciendo creer que son valiosas me parece una buena estafa.

Así que ahora que sabemos exactamente cómo funciona la gran estafa de Silicon Valley, quizá las firmas no caigan tan rápido en la trampa. Una vez que sabes cómo es un correo electrónico de phishing, tiendes a dejar de responder a ellos. Lo mismo ocurre con el reconocimiento de las líneas generales de esta estafa en particular. "No es un esquema Ponzi, pero favorece a ciertos inversores", dice Weinstein. "Si la gente de Silicon Valley empieza a pensar en esto como una estafa de precios predatorios, entonces creo que los inversores de última etapa empezarán a hacer preguntas".

Y no se trata solo de oficinas y viajes compartidos. ¿Quizá el reparto de comida a domicilio? ¿O suscripciones a servicios de streaming? El mismo tipo de luz que se encendió para Wansley durante su entrevista con la ejecutiva de Lyft podría empezar a encenderse también para otras personas. 

Algunas de ellas serán inversores que decidan no invertir su dinero en empresas tecnológicas que hagan competencia desleal. Y algunos de ellos, tal vez, serán los reguladores gubernamentales buscando formas de acabar con nuestros monopolios modernos.

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