Me pusieron en un PIP en una gran tecnológica: así conseguí recuperarme

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Un plan de mejora del rendimiento puede ser una oportunidad de crecimiento, o el final de tu etapa en una empresa.
Un plan de mejora del rendimiento puede ser una oportunidad de crecimiento, o el final de tu etapa en una empresa.PeopleImages/Getty, Tyler Le/BI
  • Un antiguo director de programación fue sometido a un plan de mejora del rendimiento (PIP) en una importante empresa tecnológica.
  • Fue una llamada de atención inesperada, pero ya había tenido roces con un jefe.

Este artículo se basa en una conversación con un ex director de programación reconvertido en emprendedor de 36 años en San Francisco (Estados Unidos). Business Insider conoce el nombre y el historial laboral de esta persona, pero no se dan detalles de su identidad para proteger su privacidad. La transcripción se ha editado por motivos de extensión y claridad.

Trabajé en una gran empresa tecnológica de San Francisco durante tres años en dos puestos distintos: primero en RRHH y luego como gestor de programas en un equipo de cinco personas.

A los dos años de mi segundo puesto, me pusieron en un plan de mejora del rendimiento (PIP).

Fue una llamada de atención muy inesperada, pero se convirtió en un punto de inflexión en mi carrera.

Trabajar en una empresa tecnológica de primer nivel fue increíble

Trabajar para esa empresa no era algo que siempre hubiera imaginado para mí, pero mis funciones se sentían impulsadas por un propósito y estaban en consonancia con mis objetivos, que consistían en ser un catalizador de la diversidad y la inclusión y abrir las puertas de la tecnología a las comunidades de color.

La empresa tiene una cultura muy directa y orientada a los resultados: no se toleran las excusas y la excelencia es la norma. Esto, combinado con una ejecución impecable a tal escala, creó un ambiente único que me atrajo e hizo que fuera un honor formar parte del equipo.

Antes de que me pusieran el PIP, vi las señales de alarma

Al volver de una reunión, me dijeron que un alto cargo no estaba contento con mi comportamiento. Me sentía fuera de lugar en el evento mientras los demás se unían, y me resultaba difícil fingir mis emociones. Nadie me comentó nada en la conferencia, pero yo sabía que no había estado presente del todo.

La cultura laboral de la empresa no estaba en su mejor momento y la moral del equipo era más baja que en los meses anteriores. Me sentía desconectado del trabajo y del objetivo de mi equipo.

Un responsable de RRHH me sugirió que preparara mi currículum, lo que interpreté como que podían despedirme. En cambio, poco después, en una reunión, mi jefe me comunicó que se me aplicaba un plan de mejora del rendimiento y me pidió que documentara todo mi trabajo, incluidas las acciones, reuniones e interacciones semanales, en un informe semanal vinculado a mi próximo gran proyecto.

El miedo y la vergüenza fueron mis primeras reacciones. Asumir la responsabilidad de mis errores fue fácil; lo difícil fue no obsesionarme con mi decepción ni castigarme por ello.

Cuando se me pasó el shock, me hice una autoevaluación sincera. Decidí centrarme en lo que podía controlar y aprovechar la oportunidad para mejorar mi comunicación, mi concentración y mi estilo de trabajo.

Intenté ver el PIP como una oportunidad

Empecé a trabajar con un orientador profesional para evaluar mis hábitos de trabajo y descubrir los puntos ciegos que limitaban mi productividad, sobre todo para superar la procrastinación y entender mi estilo de comunicación.

Elaboramos un plan en torno a los objetivos SMART y el establecimiento de límites sanos, hicimos ejercicios para ayudarme a manejar la confrontación y debatimos formas de mejorar la gestión de las tareas.

Como se indica en el PIP, documenté mis progresos y seguí la pista de mis victorias. Me resultó útil escribir en un diario todo lo que podía cada día y anotar las cosas de las que me sentía orgulloso para reforzar mi confianza y mi sentido de la autoestima.

También di prioridad a la creación de redes y relaciones. Me ofrecí voluntario para proyectos, participé en comités y me reuní con compañeros de diferentes departamentos y empresas. Les hablé de mi PIP a algunos compañeros con los que mantenía una relación estrecha y a unos cuantos colegas veteranos en los que confiaba.

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Mi PIP fue una patada en el trasero muy necesaria, y salí adelante

Estuve en el PIP unos dos meses. Me lo tomé como un reto que estaba decidido a superar, pero la ansiedad me hizo perder mucho peso. Fue una experiencia mental, emocional y físicamente exigente. Mi pareja se dio cuenta y se preocupó por mi bienestar.

Al final, no me despidieron. Cuando terminé el proyecto, mi jefe me hizo comentarios positivos.

Aunque acepto la responsabilidad, creo que un factor importante para que me pusieran en el PIP en primer lugar fue la falta de comunicación y de sintonía con mi nuevo jefe, con el que empecé a trabajar cuando llevaba menos de dos años en la empresa.

Me costó adaptarme a la reestructuración del departamento y no me sentí suficientemente apoyado. Echaba mucho de menos a mi jefe original, que era un gran mentor y alguien en quien confiaba.

Los roces con mi nuevo jefe fueron difíciles de superar

Mi nuevo jefe y yo teníamos estilos de trabajo diferentes, lo que a veces provocaba roces. Los plazos de entrega de mi nuevo jefe eran agresivos para mí, y me salté un par de ellos al principio, nada más incorporarme al equipo, lo que no causó una buena impresión.

En ese momento, el equipo era bastante reducido y teníamos muchas organizaciones internas que necesitaban la gestión de las partes interesadas. Mi jefe me pidió que asumiera la carga de trabajo añadida a mis otros proyectos, y no me sentía preparado para hacerlo con eficacia. Tenía la sensación de que mi campo de acción aumentaba rápidamente y de la noche a la mañana mi rendimiento estaba rigurosamente vinculado a un nuevo conjunto de indicadores clave.

Aprendí que esto es lo que puede ocurrir cuando llega un nuevo líder y da un nuevo tono a un equipo. No estaba preparado para ese cambio de ritmo tan brusco.

Para sobrellevarlo, me apoyé más en mi negocio paralelo, que me impulsó creativamente, pero también afectó a mi rendimiento laboral en ocasiones. Dedicarme más a mi negocio paralelo mientras soportaba una cultura laboral inestable, me hizo estar menos motivado a dar un esfuerzo extra en mi trabajo.

Mirando ahora hacia atrás, comprendo y agradezco los cambios de mi nuevo jefe, aunque en aquel momento me resultaran incómodos. Nuestra dinámica tras el PIP fue agradable, pero las circunstancias me dejaron confuso y más en guardia de lo que quería sentirme al rendir cuentas a alguien.

Mi experiencia con el PIP acabó por desanimarme

Estar en un PIP consolidó la realidad de que los empleados son prescindibles. Dejé la empresa por decisión propia unos dos meses después de que finalizara mi PIP. El PIP no fue la única razón, pero aceleró el proceso.

Conseguí un nuevo trabajo en otra empresa como gestor de programas. Mi PIP no salió a relucir en mi entrevista y no fue un factor determinante, ni siquiera con las referencias que di.

El PIP me hizo darme cuenta de la importancia de dar prioridad a la salud mental y al desarrollo personal

Tras pasar por el trauma inicial del PIP, aprendí a afrontar las áreas de mi vida que necesitaba mejorar para poder rendir al máximo nivel posible. No fue una experiencia agradable, pero me proporcionó una hoja de ruta clara para mejorar y lecciones que puedo compartir con los demás.

Mi experiencia con el PIP también reforzó la importancia de contar con varias fuentes de ingresos, al poner de relieve la vulnerabilidad de depender únicamente de un puesto asalariado. Seguí desarrollando mi negocio paralelo, que acabó convirtiéndose en mi actual actividad a tiempo completo.

Hoy afronto los conflictos con tenacidad y una mentalidad más positiva. En lugar de obsesionarme con lo negativo cuando las cosas se tuercen, me centro en las habilidades que puedo desarrollar para obtener mejores resultados.

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