El método no demasiado secreto de Silicon Valley para convertir a todo el mundo en millonario son los 'business angels'

Darius Rafieyan,
Ilustración sobre business angel

Getty Images

En otoño de 2017, Marjorie Radlo-Zandi se sentía mal, su querida caniche de color albaricoque, Sabrina, acababa de ser diagnosticada de cáncer. "Estaba absolutamente devastada", cuenta Radlo-Zandi. 

Poco después del diagnóstico, estaba en una conferencia de inversores y vio por casualidad un discurso de 10 minutos del fundador de Torigen, una empresa que desarrolla tratamientos innovadores contra el cáncer para perros como Sabrina. Radlo-Zandi acabó extendiendo un cheque de 10.000 dólares y así se convirtió en business angel.

"Me siento muy bien por mi inversión", dice, "pero, sinceramente, me siento aún mejor por todos los perros que van a recibir tratamiento".

Los business angel, al igual que los inversores de capital riesgo, ponen dinero para financiar startups prometedoras en la fase más temprana. Sin embargo, a diferencia de los inversores de capital riesgo, que invierten el dinero de otras personas, los business angels ponen su propio patrimonio. Tradicionalmente, han sido fundadores de éxito, y a veces han querido utilizar las ganancias de un exit para invertir en una nueva y arriesgada aventura.

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En el caso de las startups emergentes, pueden proporcionar una ayuda muy necesaria, a menudo sin las ataduras de una inversión institucional de capital riesgo. Yelp, Facebook y Google contaron con business angels para despegar antes de atraer el capital riesgo tradicional.

El mundo de la inversión angel, que antes era exclusivo de los superricos y los bien relacionados en Silicon Valley, está cada vez más abierto a cualquiera que tenga unos pocos miles de dólares (o euros) en el banco y esté dispuesto a arriesgarlos.

'Business angels' en cada esquina

La proliferación de plataformas como AngelList, Angel Match, Canopy, Assure y Carta han eliminado prácticamente las barreras de entrada para los posibles business angels. El Center for Venture Research de la Universidad de New Hampshire registra más de 360.000 inversores ángeles activos, lo que supone un aumento de más del 80% respecto a hace 10 años, cuando el centro empezó a publicar datos.

Muchos inversores conservan su trabajo mientras apuestan su propio dinero en startups en fase de despegue, normalmente aportando una media de 25.000 dólares (casi la misma cantidad en euros por la paridad con el dólar). De esta manera, convertirse en un business angel se ha convertido en otro caro pasatiempo para la gente de Silicon Valley, como coleccionar coches deportivos o hacer todo tipo de cosas estrafalarias.

"Es como un juego de azar", dice David Spreng, un veterano inversor de capital riesgo que lleva invirtiendo en startups de manera independiente durante más de una década.

Una de sus primeras operaciones como business angel fue una inversión de 50.000 dólares en la refinanciadora de préstamos estudiantiles SoFi. Los directores generales de la empresa de capital riesgo Ulu Ventures, con la que compartía oficina, le presentaron la empresa. Sólo tuvo 30 minutos para conocer a los fundadores, escuchar su discurso y decidir si quería invertir.

"Para mí, fue estimulante", comparte, "y una especie de subidón de adrenalina y, ya sabes, algo que disfruté y quise hacer más. Pero, si vas a colocarte así a un coste de 50.000 dólares o más por cheque, es mucho más que la cocaína".

Ha surgido toda una industria en torno a una nueva generación de business angels aficionados. Hay conferencias, reuniones y grupos de business angels, como el Hustle Fund Angel Squad, que permite a los aspirantes a inversores participar en acuerdos junto a experimentados fondos de capital riesgo con tan sólo 1.000 dólares.

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Existen academias de inversores, como la Angel University de Jason Calacanis, que ofrece un curso de medio día de 300 dólares sobre todo tipo de temas, desde la búsqueda de acuerdos hasta la asignación de porfolios. 

Nunca ha sido tan fácil ser una máquina de cerrar acuerdos para invertir en startups en Silicon Valley.

"Mucha gente piensa que esto es algo a lo que sólo los más ricos tienen el privilegio de acceder", explica Dmitry Samoylovskikh, un emprendedor en serie que está creando una plataforma que permite a los business angels particulares reunir fácilmente sus fondos.

Tuvo la idea de convertirse en inversor la noche en que nació su hija en 2020. Fue durante algunos de los días más difíciles de la pandemia, y recuerda que se paseó por su sala de estar después de traer a su esposa a casa desde el hospital y decidió hacer a su hija millonaria para cuando cumpliera 18 años. Poco después extendió su primer cheque, una inversión de 1.000 dólares en un fabricante de aviones eléctricos.

"Desde luego sientes que estás en una liga diferente ahora, incluso si solo has soltado un cheque de 1.000 dólares. A partir de ese momento eres un business angel", asegura orgulloso.

Samoylovskikh describe su estilo de inversión como "rociar y rezar": cada año, intenta hacer entre 20 y 30 inversiones de 1.000 a 2.000 dólares cada una.

"Lo que más me entusiasma de esto no son los rendimientos", revela, "sino la comprensión de que respaldo a empresas reales en etapas tempranas y las ayudo de alguna manera, aunque sea muy pequeña".

Apple contigo empezó todo

Este tipo de inversión moderna comenzó en 1976, cuando el exejecutivo de Intel Mike Markkula —recién jubilado a los 32 años y que asesoraba gratuitamente a las startups entre clases de guitarra y trabajos de carpintería— se dirigió a Los Altos, California, al legendario garaje donde Steve Jobs y Steve Wozniak trabajaban en un prototipo del Apple II.

Empresas tradicionales de capital riesgo como Sequoia y Kleiner Perkins, desanimadas por la antipatía general de Jobs y su tendencia a lavarse los pies en el retrete, habían rechazado invertir en Apple. Pero Markkula, ingeniero por naturaleza, se dejó seducir inmediatamente por la tecnología y acabó extendiendo un cheque de 91.000 dólares (casi 500.000 dólares en dinero de hoy) a cambio del 26% de Apple. Con ello, se convirtió en el primer business angel de la historia moderna.

Cuando Apple salió a bolsa en 1980, la participación de Markkula en la empresa valía más de 200 millones de dólares (casi 700 millones en dinero actual).

Andy Bechtolsheim, fundador de Sun Microsystems y primer inversor externo en Google, extendió un cheque de 100.000 dólares en 1998 a la empresa de motores de búsqueda, lo que le valió una participación que, en el momento de la oferta pública inicial de Google en 2004, tendría un valor de más de 300 millones de dólares.

El fundador de Leverage Software, Mike Walsh, se convirtió en 2010 en el primer financiador de Uber, con una inversión de 10.000 dólares que se calcula que ahora vale decenas de millones de dólares.

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Historias como éstas han contribuido al mito del business angel de Silicon Valley, ayudado por prominentes evangelistas como Tim Ferriss, una de las primeras personas en hacer crowdsourcing de las inversiones de angels de la gente común, y el cofundador de Y Combinator, Paul Graham, cuyos mordaces ensayos se convirtieron en evangelio para techies y hackers a principios de la década de 2000.   

La moneda de Silicon Valley

"A falta de un concepto mejor, tu moneda en Silicon Valley es que o creas una empresa o inviertes como business angel, ¿verdad?", comenta Adrian Aoun, business angel y fundador de la startup sanitaria Forward. "La gran mayoría de la gente no es fundadora de éxito, así que simplemente van por ahí y dicen que son angels, y es mucho más fácil decir que eres uno de ellos, obviamente. Así que sí, es una forma de hacer currículum, no hay duda de ello".

Aoun ha invertido en unas 300 empresas, entre ellas Impossible Foods, Pinterest y Robinhood. Trata de no soltar cheques menores a 50.000 dólares, comparte.

Le preocupa que muchos de estos inversores aficionados puedan no estar preparados para el fracaso, dice. Después de todo, los rendimientos de las empresas siguen lo que se conoce como una distribución de ley de potencia, lo que significa que la gran mayoría de las inversiones son fracasos, y el nivel superior de los ganadores representa casi todos los rendimientos. Si no se dispone de fondos para apostar a lo grande por los ganadores, las pérdidas de los perdedores pueden acumularse rápidamente.

"Una vez que se pasa de este escalón superior —y ese escalón superior es un porcentaje muy, muy, muy pequeño de personas— sospecho que los rendimientos son increíblemente duros y estas personas están tirando su dinero a la basura", señala Aoun.

Por supuesto, para muchos angels, la inversión va más allá de la rentabilidad

Janine Sickmeyer se inspiró para convertirse en angel en el tiempo miserable que pasó como fundadora para recaudar dinero para su empresa de tecnología legal, NextChapter. Se dirigió a 86 inversores de todo Estados Unidos, y todo lo que tuvo que mostrar fue una serie de experiencias traumáticas, rememora, describiendo los avances agresivos de los posibles inversores, las solicitudes de reuniones a altas horas de la noche en las habitaciones de los hoteles, y las insinuaciones de que su empresa se financiaría sólo si se iba a casa con un fondo de capital riesgo.

En una ocasión, según esta emprendedora, en medio de una presentación un tipo dijo: "Bueno, ya veo por qué alguien te da un cheque porque tienes una cara bonita".

Finalmente, decidió no aceptar ningún dinero externo, sino que utilizó los ingresos de sus clientes y se abrió camino hasta una salida exitosa.

 

Cuando por fin dispuso de capital propio, asegura que esperaba poder evitar a otras mujeres fundadoras la horrible experiencia de tener que pasar por un espectáculo similar. Esa oportunidad llegó cuando Chrissy Cowdrey, fundadora de la plataforma de narración visual Stagger, envió un mensaje directo a Sickmeyer en Twitter para pedirle una reunión.

"Yo misma tenía el síndrome del impostor, como la mayoría de la gente", dice Sickmeyer, pero aceptó la reunión. Recuerda que tras esa primera llamada de Zoom, se dirigió a su marido y le dijo: "Quiero hacerlo".

Invirtió 50.000 dólares, publicó un tuit anunciando su primer negocio (dijo que a unas dos personas les gustó) y así nació otro business angel.

Para personas como Sickmeyer, la democratización de la inversión angel se ha convertido en una oportunidad para recuperar una pequeña medida de poder en un mundo históricamente dominado por el mismo puñado de hombres blancos de capital riesgo. Ella llegó a realizar una docena de inversiones antes de crear su empresa de capital riesgo, Overlooked Ventures, que invierte en fundadores subrepresentados.

"Quiero ser la que dé dinero a las personas que lo merecen", subraya.

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