Khe Hy era el director general más joven de la mayor empresa de gestión de activos del mundo, ¿por qué lo dejó todo?

Simone Stolzoff
| Traducido por: 
'El éxito es como una adicción', confiesa Khe Hy después de dejar su trabajo como director general en BlackRock.
'El éxito es como una adicción', confiesa Khe Hy después de dejar su trabajo como director general en BlackRock.

Robyn Phelps/Insider

  • Khe Hy era uno de los directores generales más jóvenes de la mayor empresa de gestión de activos del mundo. ¿Por qué lo dejó todo?
  • Todo empezó cuando Khe Hy se despertó una mañana y descubrió que se le había caído el pelo por el estrés. Entonces, se dio cuenta de que el dinero y el estatus ya no le compensaban.

Desde muy pequeño, Khe Hy, un niño camboyano criado en Nueva York, tuvo claro que su objetivo era ganar dinero. El plan de Khe era sencillo: si ganaba suficiente dinero, ganaría estatus, y si ganaba estatus, dejaría de sentirse como un extraño.

A Khe le interesaban únicamente 4 profesiones, porque consideraba que eran las únicas en las que pagaba lo suficiente: abogado, banquero, ingeniero y médico. Khe eligió la banca.

Durante el proceso de contratación de Khe, los bancos de inversión hacían gala de lo bien que iba el sector. Enviaron coches negros a recogerle e invitaron a Khe y a sus compañeros de Yale a comer en los mejores restaurantes de New Haven. 

Los jóvenes asociados invitaban a Khe a chupitos de whisky de 50 dólares y le hablaban sobre las primas de fin de año y las lujosas cenas con los clientes. La carrera profesional en la banca de inversión seguía una progresión clara: de becario a analista, de asociado a vicepresidente y luego a director. Khe ya veía su camino hacia la cima.

Durante la primera década de su carrera, Khe ascendió rápidamente. Mientras estudiaba la carrera y después el posgrado, trabajó en en Wall Street durante los veranos, antes de establecerse en BlackRock, la mayor gestora del mundo

Pero a pesar de su éxito profesional, Khe empezó a notar la sensación de que se había equivocado. Veía a sus superiores acudir a las reuniones los sábados por la mañana mientras sus hijos jugaban. Trabajaba 74 horas semanales y le molestaba que sus compañeros cobrasen primas algo más elevadas. De repente, las cenas elegantes y los pares de Jordans nuevas perdieron su encanto.

El malestar permanecía con él como una piedra en su zapato. Pero decidió ignorarlo y concentrarse en su siguiente objetivo. A los 28 años compró su primer apartamento en Nueva York. Ganaba un millón de dólares al año antes de cumplir los 30. A los 31, pasó a ser uno de los directores generales más jóvenes de la historia de la empresa. 

Un resumen de lo que están haciendo las empresas de Wall Street para intentar mantener contentos a los banqueros jóvenes.

Cada nuevo ascenso o bonificación salarial anestesiaba temporalmente su malestar existencial. Sin embargo, ha medida que pasaba el tiempo, Khe se alegraba cada vez menos de sus logros. "El éxito es como una adicción. La primera vez que te colocas, empiezas a alucinar. Pero si fumas todos los días, necesitas 10 caladas por la mañana solo para sentirte normal", me explica.

Depender de indicadores externos de éxito puede hacer que los profesionales ambiciosos de cualquier campo se sientan perpetuamente insatisfechos. Khe necesitó una serie de cambios en su vida para darse cuenta de que los valores por los que se regía no le identificaban realmente.

Persiguiendo zanahorias

Para las generaciones anteriores, el estatus era una cuestión de supervivencia. Más estatus implicaba mejor acceso a la comida, la pareja y la seguridad. Y lo mismo podría decirse hoy en día. Las personas con un estatus elevado tienen más suerte con las citas, más posibilidades de conseguir un préstamo y mejor acceso a la sanidad. 

En su libro Status Games: Why We Play and How to Stop, Loretta Graziano Breuning escribe lo siguiente: "En el estado de naturaleza, la comparación social tiene consecuencias de vida o muerte, así que la selección natural construyó un cerebro que responde a las comparaciones sociales con una reacción química cerebral de vida o muerte". 

Nuestro cerebro nos recompensa con serotonina cuando alcanzamos un estatus superior. Pero la serotonina se libera a raudales y se metaboliza rápidamente. Cuando el subidón inicial desaparece, queremos más y más.

Aunque el estatus puede inspirar la excelencia, también puede hacernos dependientes de él. La competencia constante por una posición social puede crearnos ansiedad, estrés e insatisfacción. Esta dinámica es especialmente visible en el lugar de trabajo, donde el puesto de los empleados es explícito. 

En el trabajo, los salarios dictan nuestro valor. Los cargos nos sitúan en una posición jerárquica. La promesa de ascender nos obliga a esforzarnos. Pero, el problema surge cuando entramos en este juego sin determinar primero qué valoramos más allá del estatus. Cuando nuestra autoestima está ligada a recompensas externas, podemos pasarnos la vida como la metáfora del palo y la zanahoria.

En uno de los experimentos psicológicos más famosos sobre la motivación, 3 investigadores, Mark Lepper, David Greene y Richard Nisbett, observaron cómo empleaban su tiempo libre los alumnos de un centro de preescolar. Tras identificar qué niños solían dedicar su tiempo a dibujar, dividieron a los jóvenes artistas en 3 grupos.

'Cuando nuestra autoestima está ligada únicamente a recompensas externas, podemos pasarnos la vida persiguiendo zanahorias sin sentirnos nunca saciados'

Al principio del experimento, los investigadores mostraron a un grupo de alumnos un "Premio al Buen Jugador": un certificado con una estrella dorada, una cinta roja y el nombre del alumno. Dijeron a los alumnos de este grupo que si dibujaban, recibirían el premio. Al grupo 2 no se le mostró ningún premio, pero si decidían dibujar, se les entregaba uno al final de la sesión. Al grupo 3 no se le mostró ni se le dio ninguna recompensa.

2 semanas después del experimento, los investigadores volvieron al aula para observar a los alumnos durante su tiempo libre. Los de los grupos 3 y 3 dibujaban tanto después del experimento como antes. Pero los del primer grupo (que esperaban recibir un premio después de dibujar) pasaron menos tiempo dibujando que antes del experimento. 

No fue la presencia del premio, sino la expectativa de recibirlo, lo que disminuyó su interés por dibujar.

Los investigadores repitieron el experimento varias veces con otros grupos de alumnos y, más tarde, con adultos. Una vez más, observaron que asociar una recompensa a una actividad transformaba la actividad de juego a trabajo. 

Como escribió Daniel Pink en Drive: La sorprendente verdad sobre lo que nos motiva, su exitoso libro de 2009: "Las recompensas exigen que las personas renuncien a parte de su autonomía... y eso puede abrir un agujero en el fondo de su motivación, despojando una actividad de su disfrute".

Cuando recibir una recompensa externa depende de tu capacidad para rendir de una determinada manera, puede cambiar tu relación con la actividad. Es algo que sabemos intuitivamente: trabajar exclusivamente para obtener recompensas externas rara vez aporta una satisfacción duradera. Como dice el viejo refrán: ¿Cuánto dinero es suficiente, Sr. Rockefeller? Sólo un poco más.

Los valores del sistema

"Buscamos estatus porque no conocemos nuestras preferencias. Cuando no confiamos en nuestra propia definición de lo que es bueno, dejamos que otras personas lo definan por nosotros", afirma Agnes Callard, filósofa de la Universidad de Chicago. Callard aclara que esto no siempre es malo. El estatus, como los premios y el reconocimiento, pueden motivarnos a conseguir logros. Pero cuando asumimos los valores de los demás como propios, socavamos nuestra autonomía. En lugar de determinar nuestra propia definición de éxito, compramos una del montón.

Como descubrió Khe, empleos como la banca de inversión ofrecen cierto nivel de claridad de valores. El éxito se mide por la cantidad de dinero que se gana, para la empresa y para uno mismo. Los ascensos, las primas y los aumentos marcan el camino hacia el éxito como puntos en un laberinto.

'The Good Enough Job: Reclaiming Life from Work' de Simone Stolzoff.

Portfolio

Estas métricas seducen por su sencillez. Puede que tengas una definición personal matizada del éxito, según la filósofa C. Thi Nguyen, pero una vez que alguien te presenta estas sencillas representaciones cuantificadas de un valor (especialmente si son compartidas por toda una empresa) esa claridad triunfa sobre tus valores más sutiles. 

En otras palabras, es más fácil adoptar los valores del sistema que determinar los propios.

Para Khe, todo llegó a un punto crítico cuando, a los 33 años, se levantó una mañana para ir a la boda de uno de sus mejores amigos. Su novia se dio cuenta de que se le había caído un mechón de pelo, lo que más tarde sabría que se debía a una alopecia relacionada con el estrés. Tenían que salir para la boda en unas horas. 

Frenético, Khe buscó en Google soluciones rápidas. En una tienda local, encontró un bote de corrector de alopecia (básicamente pintura en spray para el pelo) y lo utilizó para cubrirse el cuero cabelludo. Después de la ceremonia, Khe fue al baño y vio en el espejo que el spray le goteaba por el cuello. 

Se trataba de un hombre que había alcanzado los más altos niveles de éxito sobre el papel. Era el mejor alumno del instituto, se había graduado en Yale y era uno de los directores generales más jóvenes de la historia de la mayor gestora del mundo. Sin embargo, estaba tan estresado que se le caía el pelo. 

Durante 15 años, Khe había supuesto que un día su cuenta bancaria disiparía todas sus preocupaciones, pero al mirar su reflejo (un hombre calvo de 33 años, con motas de pintura negra salpicadas en su camisa blanca planchada) quedó claro que toda su riqueza y estatus no iban a salvarle.

Luego, en 2014, la esposa de Khe dio a luz a su primera hija, Soriya. Cuando Khe se desahogaba con personas de confianza y les decía que no estaba contento y que se planteaba dejar BlackRock, le decían cosas como "Qué arriesgado" o "¿Y tu hija?". Pero pensar en su hija recién nacida no supuso un obstáculo sino que le animó a dejar finalmente el trabajo.

La paternidad puso la vida de Khe en perspectiva. "Me di cuenta de que lo más arriesgado era que mi hija viera a su padre hacer algo solo por dinero", me comenta. Conseguir la paga extra de fin de año ya no era su principal objetivo. Convertirse en padre le inspiró a cambiar de rumbo.

En 2015, Khe dejó BlackRock. Sus jefes se quedaron boquiabiertos. Allí tenía seguridad laboral, unos ingresos anuales de 7 cifras y un puesto de lujo. Tenía 35 años, un niño pequeño, una compañera que acababa de graduarse en un máster en pintura y no tenía plan B. Pero lo que sus superiores no veían era que Khe había perdido el entusiasmo por las finanzas. 

Hoy dirige el boletín RadReads, que cuenta con más de 40.000 suscriptores. Navega todos los días, nunca se pierde una cena familiar y siempre lleva a sus hijas (ahora tiene 2) a la cama. "Aunque vendiera RadReads por un par de millones de dólares, no cambiaría en nada mi felicidad", cuenta con orgullo.

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