Ya es oficial: la era del dominio mundial de China ha terminado

Xi Jinping

Business Insider / Tyler Le

  • Enriquecerse ya no es el gran proyecto de China; el proyecto es el poder. Como resultado, tanto las prioridades como el comportamiento del Gobierno de Xi Jinping han cambiado. 
  • La relación de Pekín con el exterior ya no se guía por los principios de la racionalidad económica, sino por sus ansias de poder político: "Ya no se trata de economía, sino de tecnología avanzada y armamento".

Hemos llegado al final de una era para la economía china.

Durante las tres últimas décadas, China ha estado en la fase ascendente de un superciclo que ha supuesto una expansión casi ininterrumpida de la capacidad del país para fabricar, consumir y proyectar su poder en la economía mundial. El Partido Comunista Chino persiguió sin descanso el desarrollo económico por encima de todo lo demás, incluso cuando esa determinación le llevó a cometer errores políticos debilitantes: crear una gigantesca burbuja en el mercado inmobiliario, endeudar excesivamente a las provincias y fracasar en la transición para dejar de depender excesivamente de la inversión. No hubo tiempo de hacer correcciones mientras China sólo pensaba en el dinero. 

Esta era de expansión no sólo fue una bendición para Pekín, sino que también ayudó a alimentar la demanda mundial. Los países confiaron en el ansia de modernización rápida y el poderío industrial de China para impulsar su propio desarrollo. Incluso las empresas estadounidenses vieron en China el próximo gran mercado mundial y apostaron en consecuencia.

Pero han perdido esas apuestas.

El presidente Xi Jinping ha desplazado la razón de ser del Partido Comunista Chino hacia la seguridad nacional por encima de la economía. Enriquecerse ya no es el gran proyecto de China; el proyecto es el poder. Como resultado, tanto las prioridades como el comportamiento del Gobierno han cambiado. En el pasado, cada vez que parecía que se avecinaba una recesión, el Partido Comunista Chino acudía al rescate. Esta vez no habrá estímulos considerables. Tampoco volverá el crecimiento explosivo que los expertos esperaban antaño de China. La relación de Pekín con el exterior ya no se guía por los principios de la racionalidad económica, sino por sus ansias de poder político.

"Ya no se trata de economía, sino de tecnología avanzada y armamento", explica Lee Miller, fundador del instituto económico chino China Beige Book.

En respuesta, las empresas occidentales deben plantearse cómo puede cambiar la toma de decisiones de Pekín. Para todo el mundo, desde los agricultores hasta las empresas farmacéuticas, esto significa una contracción de la demanda y unas cadenas de suministro inestables. Para los responsables políticos, significa una China más difícil de apaciguar cuando surgen conflictos. Para el resto de nosotros, es un mundo más precario.

Aunque no se puede reemplazar el dólar de la noche a la mañana, puede erosionarse a través de un esfuerzo conjunto.

Un sistema económico agotado 

La economía china lleva casi una década doblegándose bajo el peso de sus problemas estructurales, pero desde el fin de la política de aislamiento por el coronavirus de Xi, ha quedado claro que su modelo de crecimiento está definitivamente roto. El discurso de Pekín hasta ahora ha consistido en afirmar que, al igual que otras economías que se recuperan de la pandemia, China reanudará con el tiempo su patrón de crecimiento normal. En lugar de ello, parece que la economía se está quedando atrás.

Empecemos por el mercado inmobiliario del país, cuya importancia no puede dejar de subrayarse. No sólo es la mayor fuente de riqueza para los hogares chinos, sino que el sector inmobiliario es también el mecanismo a través del cual se financian los Gobiernos locales. En lugar de impuestos sobre la propiedad, los ayuntamientos venden grandes extensiones de terreno a promotores inmobiliarios y destinan los ingresos a servicios sociales básicos como el acondicionamiento de carreteras y el pago de pensiones. Ciudades como Shanghái y Pekín reciben mucha atención, pero sólo representan una pequeña parte del mercado inmobiliario. Las empresas inmobiliarias son las que más construyen en las ciudades de tercer nivel, donde la gente no es tan rica. Ahí es donde se encuentran las famosas ciudades fantasma de China.

Desde hace años está claro que el mercado inmobiliario chino tiene problemas. China tiene 1.400 millones de habitantes, pero ha construido viviendas para una población de 3.000 millones, según los cálculos de los expertos. Muchos de los megaproyectos se convirtieron en monumentos vacíos del insaciable deseo de crecimiento de Pekín. En Shenyang, los agricultores se han apoderado de una urbanización de mansiones vacías para el pastoreo de ganado.

Preocupada por la implosión del sector, Pekín intentó en múltiples ocasiones limitar el crédito que alimentaba la burbuja. Pero como el sector inmobiliario desempeñaba un papel tan vital como mecanismo de financiación del Gobierno, China tuvo que seguir construyendo, a pesar de estos problemas. Las autoridades no querían cambiar la forma en que se financiaban los organismos locales ni permitir que se desmoronaran las finanzas de los hogares chinos, por lo que no podían dejar que cayeran los precios. Esa adicción al crédito se mantiene.

El sector inmobiliario chino, sustentado en la especulación impulsada por el Gobierno y en un enorme endeudamiento, está empezando a desmoronarse.
El sector inmobiliario chino, sustentado en la especulación impulsada por el Gobierno y en un enorme endeudamiento, está empezando a desmoronarse.

China Photos/Getty Images

Pero este sistema, sostenido por la especulación y el dinero fácil, está empezando a desmoronarse. Country Garden, el mayor promotor inmobiliario de China, está al borde del colapso. Como señal de que Pekín se ha cansado de este juego, Xu Jiayin, presidente de Evergrande, otro gigante inmobiliario en apuros, ha sido detenido por las autoridades. Las provincias, hambrientas de dinero, se están viendo obligadas a pedir rescates —que el Gobierno federal no quiere conceder— y a vender activos que, según los gobernantes locales, carecen de liquidez. El enorme y opaco sector bancario en la sombra del país, que sirvió de espina dorsal para el boom inmobiliario, también está bajo presión. Al menos un gestor de 87.000 millones de dólares, Zhongrong Trust, dejó de pagar a sus inversores este verano, lo que provocó protestas

"No habíamos estado en una situación en la que tantos promotores incumplieran y los consumidores se preguntaran si debían o no pagar por adelantado un apartamento", explica Charlene Chu, directora gerente y analista principal de Autonomous Research. "Antes pensaban: 'Los precios están subiendo muy rápido, necesito entrar'. Ahora los precios están bajando y la urgencia por comprar se ha desvanecido, así que están esperando".

Hasta ahora, los datos oficiales muestran un descenso relativamente modesto de los precios, pero, como ocurre con muchos de los datos económicos oficiales procedentes de Pekín en la actualidad, es difícil tomárselos en serio. Los datos privados muestran una caída de precios del 15% en metrópolis como Shenzhen y Shanghái. En las ciudades de segundo y tercer nivel, los precios han caído hasta un 50%, según Bloomberg. "El 80% de todas las ventas por superficie se realizan en ciudades de nivel tres o inferior", afirma Chu, que añade que muchos de estos lugares se enfrentan a problemas estructurales a largo plazo. "Si su mercado no remonta, tampoco lo hará el mercado en su conjunto".

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Pequeños incendios por todas partes a la vez

El sector inmobiliario es el signo más visible del desvanecimiento de la potencia china, pero otros sectores clave de la economía también están sufriendo tensiones. Mientras el resto del mundo lucha contra la inflación, China sigue en modo deflacionista. El IPC de agosto se situó en el 0,1%, frente al -0,3% del mes anterior, lo que demuestra una falta generalizada de demanda interna. Las exportaciones, que representan el 40% del crecimiento del PIB del país, alcanzaron en julio su nivel más bajo en tres años, con una caída del 14% respecto al mismo periodo del año anterior. Las cifras de exportación de agosto mostraron cierta mejoría, pero, aun así, descendieron un 8,8% respecto al año anterior. 

En conjunto, Autonomous prevé que las exportaciones chinas se ralenticen un 8% respecto al año pasado. Chu, que ha sido calificado de "gran estrella" del análisis de la deuda china, explica que esta debilidad no es sólo el resultado de una desaceleración cíclica, sino que forma parte de un desplazamiento más permanente de las cadenas de suministro provocado por las tensiones comerciales con Europa y Estados Unidos. Son factores poderosos que no se revierten fácilmente. Una vez que las empresas multinacionales dejen de ver en China una fuente de crecimiento constante, podrían empezar a cambiar sus planes de inversión. Al mismo tiempo, la ansiedad interna por la reducción del empleo puede cambiar el comportamiento básico del consumidor que impulsó el ascenso de China. Esto puede crear un círculo vicioso que se refuerce a sí mismo y mantenga la inversión alejada y el gasto en niveles bajos.

Chu empezó el año con una de las perspectivas de crecimiento para China más débiles de Wall Street, y el segundo semestre se presenta peor. El índice de crecimiento propio de Autonomous para China, el Real Autono Economic Activity Composite, prevé que la economía del país crezca un 3,8% para todo 2023, por debajo de su proyección original del 4,2% en enero, y peor de lo que Autonomous preveía durante el profundo bloqueo de China por el covid. Pekín proyecta un crecimiento del 5% y, dado lo mucho que le gusta al Partido Comunista Chino controlar las expectativas, los dirigentes se aferrarán a esa cifra contra viento y marea. Se trata de una cifra muy alejada del crecimiento de dos dígitos que solían exigir los responsables políticos y una señal para el pueblo chino de que Pekín no va a ordenar a sus bancos que inyecten crédito para que la economía vuelva a moverse con mayor rapidez. 

Victor Shih, profesor asociado y director del 21st Century China Center de la Universidad de California en San Diego, cuenta que cuando la gente le pregunta si habrá una crisis financiera en China, él les dice que China "está constantemente en una crisis financiera". Es como si las autoridades estuvieran jugando al juego del topo, intentando contener cualquier sacudida del sistema financiero porque temen la inestabilidad social. Eso significa que no puede haber corrección, pero si no hay corrección, no hay desapalancamiento, y si no hay desapalancamiento, los topos no harán más que multiplicarse.

Zombis en el imperio chino

La economía ha puesto a Pekín en un aprieto. El Partido Comunista Chino tiene que hacer demasiadas cosas, y no tiene suficiente dinero ni tiempo para hacerlo. Permitir una corrección del mercado inmobiliario, rescatar a los gobiernos locales, crear un nuevo mecanismo de financiación para ellos, desarrollar una red de seguridad social para la población durante toda esta inestabilidad... todo ello cuesta dinero. E incluso si se dispusiera del capital necesario, los responsables políticos tienen miedo de lo que esta perturbación pueda suponer para su control del poder. La caída de los precios inmobiliarios y la contracción de las exportaciones lastrarían la riqueza del pueblo chino, y al Gobierno le preocupa que una corrección significativa provoque disturbios.

"Cada vez que se producen fuertes caídas de los precios inmobiliarios, Pekín lo considera un riesgo para la estabilidad social", afirma Chu.

Además, es posible que Pekín necesite conservar su potencia nuclear para otros problemas que se avecinan. A largo plazo, el Partido Comunista de China debe preocuparse por la demografía del país. Debido a medidas gubernamentales como la política del hijo único, la población del país está envejeciendo rápidamente, e incluso empezó a disminuir en 2022. La población activa pronto empezará a reducirse: ahora mismo hay tres adultos en edad de trabajar por cada jubilado en China, según datos recopilados por J Capital Research, y para 2050, esa proporción será de uno a uno. Sin un aumento de los precios inmobiliarios ni un crecimiento continuado, el creciente número de jubilados supondrá una pesada carga para la endeble red de seguridad social china. El PIB per cápita ronda actualmente los 12.800 dólares. Cuando Japón empezó a luchar en 1991 con una dinámica similar —envejecimiento de la población, deuda desorbitada y ralentización del crecimiento— su PIB per cápita era más del triple, 41.266 dólares actuales. 

China envejecerá antes de enriquecerse, con lo que la tarea de hacer crecer la economía recaerá en un número cada vez menor de personas a medida que pase el tiempo.

China es el único país en desarrollo del mundo que está envejeciendo antes de volverse rico.

"Lo que es una verdadera lástima es que China nunca haya aprovechado la oportunidad de desarrollar una sólida red de seguridad social en la que la gente sienta que no tiene que ahorrar mucho dinero para tiempos difíciles: para sanidad, educación, etc.", afirma Chu. "La mayoría de los chinos no sienten que estén cubiertos para todo lo que necesitan... Esto es lo que va a dificultar el paso al modelo doméstico impulsado por la demanda".

A menos que se tomen medidas drásticas, el futuro de la economía china se parece cada vez menos a una joven dinamo y más a una vieja y lenta mancha. La semana pasada, Bloomberg informó de que los responsables políticos están considerando un modesto estímulo de 137.000 millones de dólares, lo justo para cumplir su ya comparativamente bajo objetivo de crecimiento anual, y nada en cuanto a reformas.

"Hay partes sanas de la economía, sólo hay que ocuparse de las partes zombis", dice Shih. "No parece que lo estén haciendo ahora, pero será un lastre cada vez mayor para el crecimiento. Creo que el lento crecimiento causará un problema tan grave de empleo y fuga de capitales, que podría haber inestabilidad política".

Pero, de nuevo, eso es "podría", no "habrá". Y como ahora su prioridad es el poder —donde las ganancias son mucho más idiosincrásicas—, es un riesgo que Pekín ha demostrado que está dispuesto a correr.

Una nueva era más peligrosa

La idea de que los responsables políticos chinos vinculan estabilidad política y crecimiento económico es dogma en Occidente, pero lo que estamos presenciando ahora sugiere que no es así, al menos en la práctica. Pekín no ha gastado dinero en programas sociales para su población envejecida, ni ha hablado de recaudar fondos para ellos, ni ha hecho ningún intento de hacer frente al coste de la vida para las familias jóvenes. Si la modernización económica fuera lo más importante, esto habría estado en el orden del día hace años. Pero no es así. Los responsables políticos no quieren una implosión, pero tampoco impulsan ya un desarrollo a velocidad de vértigo.

"Todas las políticas las determina ahora el propio Xi Jinping, y sus prioridades son gastar dinero para participar en una carrera tecnológica y de seguridad nacional con Estados Unidos", explica Shih.

Xi Jinping ha desplazado las prioridades de China del crecimiento económico a lo que un experto denomina una "carrera tecnológica y de seguridad nacional con Estados Unidos".
Xi Jinping ha desplazado las prioridades de China del crecimiento económico a lo que un experto denomina una "carrera tecnológica y de seguridad nacional con Estados Unidos".

Lintao Zhang

En su momento, las grandes beneficiarias de la generosidad de Pekín eran las infraestructuras y el sector inmobiliario; ahora es el Ejército. Las estimaciones del Gobierno estadounidense sitúan el presupuesto anual de defensa de China en unos 700.000 millones de dólares, muy por encima de las estimaciones de ONG independientes, que lo sitúan en unos 290.000 millones de dólares, y justo por debajo de lo que Estados Unidos gasta anualmente en defensa, 800.000 millones de dólares. 

"Si hablamos de la relación económica entre Estados Unidos y China, no hay tanto en juego", explica por teléfono Miller, del Libro Beige de China. "Lo que nos preocupa no es que los consumidores chinos consuman aún menos. Es que todas las cadenas de suministro globales se entremezclen en industrias como la farmacéutica y la tecnología verde. Si las cosas se ponen demasiado tensas, pueden producirse atascos en la cadena de suministro y arruinar la actividad empresarial occidental".

Miller explica que las multinacionales no sólo no saben a dónde dirigirse, sino que carecen de total transparencia sobre el impacto de China en algunas cadenas de suministro. "No es sólo que tengamos un problema", afirma, "es que ni siquiera sabemos cómo de grande es el problema".

China nunca ha sido un gran consumidor de importaciones estadounidenses, pero algunos sectores se verán perjudicados a medida que se restablezca nuestra relación comercial. El debilitamiento de la economía china reducirá la demanda de materias primas como semillas y cereales, lo que afectará especialmente a los agricultores estadounidenses. También afectará a los beneficios de empresas como Nike y Starbucks, que apostaron fuerte por los consumidores chinos. Las restricciones estadounidenses a las exportaciones tecnológicas —creadas para contrarrestar los nuevos problemas de seguridad nacional— amenazan los ingresos de más de 50.000 millones de dólares que los fabricantes de chips estadounidenses generan vendiendo a China. 

 

Wall Street no tiene que volver a casa, pero no puede quedarse ahí. El WSJ ha publicado que los ejecutivos extranjeros están inquietos cuando visitan China, temerosos de que no les dejen salir. El gran circo ambulante que es el dinero caliente y el capitalismo de aventura ya está recorriendo el mundo en busca de su próxima oportunidad en países como México y Vietnam. Son factores más poderosos que Pekín.

A principios de este mes, el Comité sobre la Competencia en China de la Cámara de Representantes de Estados Unidos celebró una audiencia en Nueva York, en la que pidió a los testigos que describieran el riesgo con un Partido Comunista Chino menos comprometido con la libre circulación de capitales y más preocupado por flexionar sus músculos dentro de su región. En su testimonio, Anne Stevenson-Yang, fundadora de J Capital Research, afirmó que Estados Unidos —especialmente su núcleo industrial del Medio Oeste— no invierte en China por la demanda del mercado. Invierte allí por la subcontratación de bienes mecánicos y mano de obra. Para la economía estadounidense, China como taller es mucho más importante que como consumidor. Las empresas tendrán que examinar sus cadenas de suministro en busca de posibles vulnerabilidades y considerar su exposición en consecuencia. Cuando Pekín se centra en la seguridad nacional, las normas pueden cambiar en un abrir y cerrar de ojos. A los empresarios extranjeros que antes buscaban eficiencias al entrar, puede resultarles engorroso salir.

"El mayor riesgo es la divisa", explica Stevenson-Yang. "A medida que las empresas ganan más dinero y quieren trasladarlo a Estados Unidos, se chocan con los controles de divisas y es posible que no puedan retirar dólares". 

Es hora de imaginar un futuro en el que China no se enriquezca pero pueda seguir siendo poderosa, construyendo su ejército y continuando el desarrollo de sus capacidades tecnológicas internas. La historia ha demostrado que las privaciones económicas no tienen por qué impedir los logros tecnológicos de China. Durante las profundas purgas maoístas, el régimen del Partido Comunista Chino fue capaz de desarrollar la bomba atómica, la bomba de hidrógeno y sus propios misiles balísticos intercontinentales. Xi ha advertido a China que se prepare para "grandes luchas" en el camino hacia la gloria. Ahora que el superciclo económico de China ha terminado, ese puede ser el ciclo que estamos a punto de presenciar. Será un ajuste doloroso.

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