Mi jefe tóxico dependía de mí para todo y me escribía hasta en vacaciones: dejé el trabajo para preservar mi salud mental

Julia DiPrete
| Traducido por: 
Mi jefe tóxico me cargaba con todo el trabajo y me escribía en mis vacaciones: dejé el trabajo para salvar mi salud mental.

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  • Al principio, mi jefe me trataba como a una compañera más, pero después empezó a depender demasiado de mí y a enviarme mensajes de texto con frecuencia y a deshora.
  • Su comportamiento me hacía sentir estresada e incómoda, así que tras pedir ayuda a un terapeuta, renuncié al trabajo y redefiní lo que significa el éxito para mí.

Era el trabajo de mis sueños, hasta que se convirtió en una pesadilla.

Después de sufrir durante años la presión y el estrés de pertenecer a la alta dirección de una empresa corporativa en Nueva York, conseguí trabajo en 2015 en la universidad donde me gradué. Me pagaban razonablemente bien, las prestaciones eran excelentes y me devolvía al entorno académico que amaba.

Al principio todo era estupendo, pero en mirándolo ahora con retrospectiva, yo era la proverbial rana en la olla: el agua fue calentándose lentamente durante meses, pero no me di cuenta hasta que de repente estaba a punto de hervir.

Todo empeoró cuando mi jefe se volvió demasiado tóxico.

Chico joven, ante un espejo

Al principio, mi nuevo jefe parecía genial

Sabía que mi jefe era un poco raro. Cuando les conté a mis amigos de la universidad lo del trabajo, me dijeron: "¿No te acuerdas de aquel tipo de cuando estudiábamos allí? Era tan meloso".

La verdad es que no me acordaba mucho, así que no me preocupé.

Las cosas fueron prometedoras al principio. Mi jefe parecía realmente entusiasmado con mi incorporación. Me puse manos a la obra; el curso escolar ya había empezado, así que me zambullí de lleno en mi trabajo. Estaba muy motivada y rebosante de ideas, las cuales mi jefe aceptó todas. Me trataba como a una compañera y no como a una subordinada.

Me convertí en su favorita, pero su comportamiento se volvió intrusivo

Mi jefe me cogió bajo su protección. Ser el favorito tiene algo de seductor: yo también acabé inclinándome por él durante mucho tiempo. Incluso cuando su comportamiento se volvió más intrusivo, me sentí halagada por la atención, los elogios, el aumento de responsabilidades y la confianza en mi juicio.

Toda esa atención me cegó ante los comportamientos extraños que empezó a mostrar: llegó un punto en el que su protección se convirtió en intrusismo. Era normal que apareciera en la puerta de mi despacho una docena de veces o más al día. Me pedía ayuda para redactar los correos electrónicos y yo se los escribía, porque me gusta complacer a la gente y me cuesta decir que no. 

Me preguntaba sobre casi todos los aspectos de su propio trabajo, incluso sobre cosas que no me incumbían.

Empezó a enviarme mensajes de texto fuera del horario laboral. El contenido nunca era inapropiado, pero los mensajes eran cada vez más frecuentes. Incluso me envió un mensaje en Nochebuena.

Estaba tan necesitado. Eso me agobió, incluso cuando asumí con entusiasmo más responsabilidades y recibí un gran ascenso con aumento de sueldo. Una parte de mí seguía sintiéndose halagada, aunque reconocía a mis amigos que su comportamiento hacia mí era incómodo. Parecía dependencia.

Empecé a sentirme agotada en el trabajo, pero no sabía reconocer la causa. Se estaba convirtiendo en algo insano, y mis niveles de estrés aumentaron.

Entonces todo estalló

No quiero entrar en detalles, pero en un día sobrepasó todos mis límites personales y luego me minó en el trabajo con una mentira descarada. No tengo ni idea de dónde salió ni de si lo hizo con mala intención, pero me destrozó. No podía estar en la misma habitación que él sin hiperventilar. No podía concentrarme.

Pedí una excedencia y empecé a ir a terapia. Cuando intenté volver al trabajo –a un trabajo que, en teoría, aún me entusiasmaba y quería–, el pánico reapareció.

Le debo mucho a mi terapeuta. Me ayudó a ver que mi jefe había cruzado muchas líneas y que lo único que había hecho mal era dejarme absorber por su agujero negro de necesidad. También me hizo comprender que podía tener una identidad fuera de este trabajo y que mi bienestar mental era más importante que cualquier carrera.

Alejarme fue la parte más dura pero la más gratificante

Cuando te has pasado toda la vida alcanzando grandes logros –desde la escuela hasta el trabajo–, puede ser increíblemente difícil desprenderte de la mentalidad de que tu éxito profesional define tu valía.

La suerte es un factor de éxito más importante de lo que crees, pero solo te ayudará hasta cierto punto

Abandonar ese trabajo significaba abandonar la carrera que esperaba tener para siempre, sin un camino claro hacia delante. Pero volver significaba poner en peligro mi salud mental.

Me educaron para creer que el trabajo es lo primero. Aprendí a sacrificar tiempo en familia, días de vacaciones, aficiones, amistades, salud y felicidad porque el éxito lo exigía. Tuve que cambiar mi forma de pensar antes de darme cuenta de que marcharme era la decisión correcta.

Tuve que redefinir lo que es el éxito para mí y darme cuenta de que el éxito debe ser una evolución, no una meta en sí misma.

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