¿Por qué había que estar casado para pilotar el caza más rápido del mundo? Así fue el Proyecto Oxcart, el programa con el que la CIA espió a la Unión Soviética mientras le compraba materiales

Avión A-12.
Avión A-12.

Fuerza aérea de EEUU

  • Para evitar posibles deserciones, la CIA buscó durante los años 60 pilotos casados y con hijos, cuenta el historiador David Robarge.
  • Estos debían pilotar el A-12, una avión que era capaz de triplicar la velocidad del sonido.
  • Para construirlo, el ejército estadounidense creó sociedades pantalla con las que logró comprar el titanio necesario a la Unión Soviética, precisamente el país que buscaba espiar con estos cazas.
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Es algo más que un avión. 

Construido por la empresa aeronáutica Lockheed para la CIA a principios de los 60 y apodado el Arcángel, el caza de reconocimiento A-12 era capaz de superar la barrera del sonido mientras volaba a casi 30 kilómetros de altura, lo que dificultaba extraordinariamente su detección.

La idea que impulsó su desarrollo era sencilla: poder volar por territorio soviético para saber con qué armas contaban. A finales de la década, hizo también lo propio en Vietnam.

Con los años, sin embargo, el A-12 no solo terminaría siendo el precursor del SR-71 Blackbird, que sigue siendo el avión pilotado más rápido del mundo, sino que se convertiría en un símbolo de la Guerra Fría, en un icono del imparable poder de la tecnología y, de paso, en motivo de orgullo para los estadounidenses.

Para muestra, un par botones. El A-12 aparece en producciones culturales como el videojuego Metal Gear 3: Snake Eater y la película Soy leyenda, protagonizada por Will Smith, al tiempo que figura como parte del nombre de pila deX Æ A-12, el hijo de Elon Musk y Claire Boucher.

A ello ha ayudado de forma decisiva la rocambolesca historia que este avión tiene detrás, que quedó reflejada recientemente en el libro Arcángel: CIA's Supersonic A-12 Reconnaissance Aircraft (Arcángel: El avión supersónico de reconocimiento A-12 de la CIA), del historiador David Robarge. Esta también ha sido recogida este mes por la web tecnológica Sandboxx.

La historia arranca en realidad 7 años antes del primer vuelo del A-12, que se produjo oficialmente en 1962, y tiene un protagonista, Kelly Johnson. 

Era el ingeniero aeronáutico que estaba detrás del exitoso U-2, también conocido como Dragon Lady, un gran avión de vigilancia capaz de mantenerse volando a alturas indetectables para los radares de la época.

Johnson era una mezcla extraña. Por un lado, en el sector era bien conocido por ser especialmente práctico y metódico, con una forma de trabajar que se dejaba notar en su lema: "Sé ágil, callado y puntual".

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Por otro lado, tal y como había demostrado con el Dragon Lady, era también un especialista ingenioso, capaz de ver soluciones sencillas donde los demás solo veían problemas complejos. 

Así formuló el U-2, su Dragon Lady: si los soviéticos contaban con un complejísimo sistema de radares, lo que había que hacer no era tratar de evitarlos, sino elevar el avión por encima de su rango de detección. 

Y asunto resuelto. Asunto resuelto al estilo Kelly Johnson. 

El ejército estadounidense tardó poco en convencerse de que el hombre fuerte Lockheed era el indicado para llevar la tecnología de los aviones de espionaje al siguiente nivel. 

A Johnson, por contra, le costó algo más concluir que el ejército de EEUU era un cliente interesante.

"Es mejor pasar hambre antes que hacer negocios con la condenada Armada. No saben qué demonios es lo que quieren y te pueden acorralar contra la pared antes de romperte el corazón o cualquier parte expuesta de tu cuerpo", acostumbraba a vociferar en mitad de la oficina, tal y como ha descrito en sus memorias Ben Rich, el sucesor de Johnson en Lockheed.

El ingeniero aeronático Kelly Johnson, de Lockheed, empresa que trabajó para la CIA.
El ingeniero aeronático Kelly Johnson, de Lockheed, empresa que trabajó para la CIA.

CIA

Por aquel entonces, los aviones de alta velocidad utilizaban motores de postcombustión que apenas permitían superar la velocidad del sonido en momentos puntuales. El A-12, en cambio, estuvo concebido desde el principio para hacerlo durante horas.

Esta velocidad supersónica constante traía consigo un enemigo más temible incluso que los radares y los misiles soviéticos: el aire.

Los hombres de Johnson hicieron rápido sus cálculos: la fricción causada por velocidades superiores a los 3.700 kilómetros provocaría en el exterior del habitáculo del piloto temperaturas superiores a los 500 grados celsius. 

Demasiado para las aleaciones de acero y aluminio que su usaban en los aviones de la época. Necesitaban un material más duro y más resistente.

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En la década de los 60, hablar de materiales avanzados equivalía a hablar de la Unión Soviética, que capitalizaba la industria pesada. No era extraño: en 1965, 75 millones de obreros consagraban su vida a fábricas e industrias en la URSS.

Pronto, Lockheed tuvo una noticia buena y una mala. La buena es que existía el material que necesitaban para que sus aviones aguantaran la fricción constante del aire: el titanio. La mala es que, por supuesto, lo tenían los soviéticos.

Comprar y espiar al cliente: el nacimiento del área 51

El imaginario popular atribuye la creación del Area 51 a complejas conspiraciones gubernamentales encaminadas a encubrir todo tipo de operaciones, desde macabros experimentos con seres humanos hasta el contacto con vida inteligente en otros planetas. 

Quienes dan pábulo a estas teorías tienden a olvidar un elemento esencial: se trata de instalaciones militares que tienen 7 pistas de aterrizaje, una de las cuales está cerrada y cuenta con más de 7 kilómetros de longitud sin contar la zona de parada de los aviones.

Ubicada esta zona en mitad de terreno baldío al sur del estado de Nevada, en EEUU, el Area 51 garantizaba a los A-12, que se desarrolló bajo el nombre en clave de Proyecto Oxcart, las dos cosas fundamentales que necesitaban para salir adelante: mucho espacio para aterrizar y privacidad.

No era para menos, pues el material del que estaban construidos, una particular aleación de titanio, había sido adquirido a través de empresas pantalla a la URSS, el mismo país cuyos cielos surcarían los A-12 para poder fotografiar su armamento a vista de pájaro supersónico.

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Aunque el Area 51 tal y como se concibe hoy, con todo su secretismo, se había estrenado ya en el desarrollo del Dragon Lady, el Proyecto Oxcart sin duda contribuyó a estimular la imaginación de algún empleado que empezó a hablar de extraños ovnis que volaban a gran velocidad.

El A-12 hizo su primer vuelo el 26 de abril de 1962. Aunque la base apenas contaba con unos 1.000 trabajadores por aquel entonces, la CIA se esmeró por reducir al mínimo el número de personas que podían ver el nuevo caza, con lo que cada vuelo iba precedido de todo un operativo que encerraba en los comedores de las instalaciones a todo el personal que no era indispensable.

Más leña para el fuego de la conspiración.

Con el tiempo, el propio Gobierno de EEUU terminó renunciando a esta práctica, que obligaba a interrumpir durante demasiado tiempo el trabajo de los científicos y los ingenieros del Area 51. Al fin y al cabo, el A-12 no era un ovni, sino una realidad.

Pilotos casados a prueba de deserciones

Pero antes, hubo que resolver muchos más problemas. Más allá del origen de los materiales con los que estaba construido el A-12, el principal eran los pilotos.

La CIA lo tenía claro: los pilotos debían estar cualificados y ser competentes, tener al menos 2.000 horas de vuelo y que, de estas, la mitad se hubiesen llevado a cabo en los últimos aviones de combate de alto rendimiento. 

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Hasta ahí, nada fuera de lo común para alguien que iba a tener en sus manos el resultado de años de proyectos secretos y cientos de millones de dólares de inversión del Gobierno

Además, debían tener entre 25 y 40 años, medir menos de 1,80 para entrar en la cabina y pesar menos de 75 kilos. En el plano psicológico, se pedía estabilidad emocional y motivación. 

Y una cosa más: había que estar casado.

S-71 Blackbird, sucesor del A-12.
S-71 Blackbird, sucesor del A-12.

Getty Images

A más de uno el requisito le recordó a la antigua Esparta, donde se incentivaba a los soldados a casarse y tener hijos para asegurar el reemplazo militar de los que caían en combate y se humillaba a quienes no daban nuevos soldados a la patria.

El ejército de EEUU, sin embargo, parecía tener motivaciones distintas que tenían nombre y apellido: Lee Harvey Oswald, el asesino del presidente John F. Kennedy. 

Tras desertar de los marines en el 59, Oswald había vuelto al país en 1962, coincidiendo con el primer vuelo del A-12, apenas un año antes de disparar a Kennedy.

Aunque los informes de los investigadores no hallaron vínculos claros entre la deserción de Oswald y el posterior magnicidio, parece claro que la posibilidad de invertir en la formación de pilotos que luego pudieran abandonar a mitad de camino era una preocupación para los alto mandos del ejército.

Lo revelan dos detalles. Por un lado, el empeño que hubo en que los aspirantes a pilotar las naves pasaran una ingente cantidad de test psicológicos que garantizaran su estabilidad. 

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Era precisamente el factor en el que, se entendía, el matrimonio iba a favor.

Haber fundado una familia en suelo americano también garantizaba, a ojos de los altos mandos, una raigambre que espantaba la idea de traicionar al país.

Por otro lado, estaban los números. Desde el final de la II Guerra Mundial, dice Robarge en su libro, al menos una docena de funcionarios de inteligencia y miembros del servicio secreto estadounidense se pasaron a la URSS. Uno de ellos, incluso, pertenecía a la mismísima Fuerza Aérea.

Era una de las consecuencias de participar en proyectos secretos de tanta importancia. Estos tenían un alto coste en la vida privada de los funcionarios: "El proceso en el Proyecto Oxcart se mantuvo tan secreto que los superiores de los candidatos no sabían lo que hacían sus subordinados", explica Robarge.

"A los que sobrevivieron a la selección se les propuso trabajar para la Agencia en un proyecto altamente clasificado que incluía un avión muy avanzado. En noviembre de 1961, solo cinco habían aceptado".

Al final, fueron 11 pilotos. De ellos, dos, Walter L. Ray y Jack W. Weeks, perdieron la vida en accidentes de vuelo con el A-12.

El Proyecto Oxcart terminó en 1968, pero su sucesor, el Blackbird, voló durante durante décadas y escapó de al menos 800 misiles tierra-aire. Muchos de ellos, disparados desde suelo soviético.

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