¡Que vuelvan los cubículos!

  • Los cubículos eran el sello inconfundible de un trabajo aburrido que te chupaba el alma. Ahora parecen el paraíso perdido.
Oficinas
Kelli María Korducki
| Traducido por: 

En una memorable escena de la película Trabajo basura (Office Space) —toda una sátira laboral estrenada en 1999— Peter Gibbons, un cansino trabajador de oficina hastiado, decide rebelarse. Aparca su Toyota Corolla en la plaza de aparcamiento de su jefe, que conduce un Porsche, entra en la oficina en chanclas, y saca las entrañas de un pescado en su mesa, todo ello al ritmo de Damn It Feels Good to Be a Gangsta de los Geto Boys. Entonces hace algo rebelde de verdad: con un taladro eléctrico, derriba la pared de su cubículo y deja ver una ventana. El triunfo de su insumisión laboral es total.

Durante años, el cubículo de oficina ha sido el símbolo de cuatro paredes de la desafección empresarial. Su mala imagen era, al menos en parte, meramente circunstancial: el auge del cubículo de oficina en las décadas de 1980 y 1990 coincidió con grandes fusiones, adquisiciones y reducciones de tamaño de las empresas, que premiaban la distribución de las oficinas en espacios reducidos y fáciles de reconfigurar. 

A medida que los trabajadores de oficina migraban de las relucientes torres de oficinas del centro de la ciudad a los parques empresariales de los suburbios en todos los tonos de beige, el anodino cubículo utilitario se convirtió en un símbolo de la monotonía diaria, la celda de detención del precariado yuppie. Películas de finales de los 90 como Trabajo basura, El club de la lucha y Matrix consagraron su odiado estatus.

"Office Space" ayudó a consagrar el odiado estatus del cubículo de oficina.
"Office Space" ayudó a consagrar el odiado estatus del cubículo de oficina.

Nadie se imaginaba que en pocos años las paredes de los cubículos se acabarían derrumbando. Llegó el boom de la tecnología, que trajo consigo oficinas abiertas y un resplandor de igualitarismo impulsado por Silicon Valley, personificado por el notorio rediseño de la sede de Google en 2005. Los trabajadores pasaron a ser "equipos", los jefes "líderes" y el trabajo "colaboración". El uniforme informal de oficina dio paso a las sudaderas con capucha y a los vaqueros, y los yuppies fueron rebautizados como miembros de una excitante "clase creativa". A finales de la década de los 2000, muchas oficinas habían abandonado los cubículos en favor de un mar de mesas despejadas.

Pero ahora hemos cerrado el círculo, o la cuadratura del círculo: la nostalgia por los cubículos ha cobrado fuerza. A medida que la gente es llamada a volver a la oficina, son muchos los que añoran la intimidad y la concentración de las antaño denostadas paredes de los cubículos. El comentario que encabeza el vídeo sobre cubículos de Trabajo basura en YouTube capta la ironía de este cambio: "Yo mataría por un cubículo", dice el comentario.

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'No todo es blanco o negro'

Diseñar una oficina no es tan sencillo como parece. Al principio, después de la Segunda Guerra Mundial, las empresas utilizaban una disposición de "toril" en la que los escritorios apretados imitaban la planta de una fábrica de obreros, maximizando idealmente la eficiencia de los trabajadores. En la década de 1960, se propuso por primera vez una "oficina de acción", modular y semicerrada, como alternativa más privada que podía personalizarse a gusto del trabajador. Pero resultó que a las empresas no les importaba tanto si a los trabajadores les gustaba su configuración, como si podían meter a todos los que necesitaban en espacios cada vez más reducidos. Así, la "oficina de acción" dio paso a su primo más barato y cuadrado: el cubículo, que, como escribe el autor Nikil Saval en su libro de 2014 "Cubed: La historia secreta del lugar de trabajo", se hizo aún más pequeño y monótono a medida que las empresas se apretaban el cinturón.

Aunque la distribución de las oficinas abiertas favorecida por Silicon Valley en la década de los 2000 prometía inicialmente la liberación de la prisión de la granja de cubículos, era en gran medida reflejo de cómo estaba cambiando el trabajo. Con el auge de internet y el almacenamiento en la nube, la gente necesitaba aún menos espacio para carpetas y archivadores llenos de documentos, lo que liberó espacio para muebles que reflejaran el nuevo énfasis de las empresas por la colaboración y la creatividad. Los escritorios y las mamparas de oficina fueron sustituidos por mesas de trabajo comunes, sofás e incluso elementos como mesas de ping-pong y futbolines, todo ello pensado para mantener a los trabajadores juntos en la oficina el mayor número posible de horas ininterrumpidas.

Sin embargo, las investigaciones sobre la distribución ideal de las oficinas no son concluyentes. Mientras que algunos estudios han demostrado que las oficinas de concepto abierto mejoran la comunicación y el compañerismo entre los trabajadores, otros han descubierto lo contrario. Un estudio reciente, ampliamente citado, realizado por investigadores de la Harvard Business School, descubrió que cuando las empresas cambiaban a oficinas abiertas, los empleados tendían más a evitarse en persona. Las conversaciones cara a cara se redujeron en un 70%, ya que los compañeros trasladaron su correspondencia al correo electrónico y a Slack.

En lo que respecta a la atención y a la concentración, los estudios han revelado que la distribución de las oficinas abiertas es desigual. En un estudio publicado en la revista Journal of Environmental Psychology, los investigadores observaron que los trabajadores de una oficina de concepto abierto realizaban un 14% peor las tareas cognitivas que los que trabajaban en puestos celulares con paredes.

Personalmente, prefiero el cubículo. Necesito eso, poder ponerme los auriculares e ignorar a los demás.

La falta de privacidad y concentración en las oficinas de concepto abierto tampoco ha pasado desapercibida por los trabajadores. A finales de la década de 2010, las encuestas mostraban que una parte significativa de los trabajadores consideraba que la oficina de concepto abierto frenaba su rendimiento y creatividad. Estas actitudes no son solo producto del entorno de trabajo digital: un artículo de Scientific American de 2023 cita una encuesta realizada en 1970 a trabajadores en un entorno de oficina abierta, en la que se quejaban de que la distribución era ruidosa, distraía y carecía de alma.

Joseph Country, fundador de la consultora de RRHH Employee Benefits NJ, ha visto a un puñado de clientes probar y luego desechar un diseño de concepto abierto. En la mayoría de los casos, la dirección acabó abandonando el plan porque los empleados no estaban contentos, o porque a la empresa le costaba contratar y retener al personal. Pero en el caso de un cliente concreto, el cambio a una oficina abierta pareció directamente responsable de un aumento de los conflictos interpersonales, los cotilleos e incluso el acoso entre empleados.

Los jefes deben centrarse en explicar cómo la presencia en la oficina puede ayudar a la carrera profesional de los trabajadores.

"Pasé mucho tiempo investigando quejas, y formando sobre acoso, discriminación y sensibilidad", recuerda Country. La empresa acabó creando "zonas de trabajo" que limitaban el número de personas que podían trabajar al alcance del oído, pero la rotación seguía siendo bastante alta.

Heather Chapman, que asesora a empresas sobre cómo diseñar oficinas que fomenten el bienestar de los trabajadores, ofrece una explicación. "Cuando surge una relación tensa, aunque sea solo de carácter temporal, los cubículos pueden ofrecer un entorno seguro para que una persona siga trabajando sin forzar interacciones para las que quizá no esté preparada", explica.

Por otro lado, Chapman, responsable de ergonomía de la empresa Soter Analytics, con sede en Michigan, señala que "se han realizado muchos estudios sobre cómo los planes de oficinas abiertas pueden mejorar las oportunidades de intercambio espontáneo de ideas, la creatividad y la creación de vínculos".

"Todo esto equivale a decir que no todo es blanco o negro".

El retorno de los cubículos

Cuando Sydney Baker, de 27 años, volvió a su oficina en 2022, se sintió aliviada. Después de dos años trabajando desde casa como vendedora digital en Louisville (Kentucky, Estados Unidos) la orden de regresar a la oficina significaba volver al cubículo.

"Personalmente, prefiero el cubículo", resume. "Tiene esa versatilidad, frente a estar en un espacio abierto, donde no hay realmente ningún tipo de privacidad o la posibilidad de encerrarse y centrarse en algo que tengas a mano. Necesito contar con eso, con poder ponerme los auriculares e ignorar a todos los demás". En TikTok, Baker forma parte de una nueva generación de trabajadores que abrazan #cubiclelife, compartiendo sus instalaciones e intercambiando consejos sobre su decoración.

Thomas Roulet, profesor de Sociología de Organizaciones y Liderazgo en la Universidad de Cambridge que investiga el futuro del trabajo, explica cómo el regreso del cubículo refleja una paradoja del entorno laboral moderno: la tensión entre fomentar el compañerismo y hacer las cosas.

Diferentes necesidades a menudo se corresponden con distintos niveles de antigüedad. El personal más joven acude a la oficina para entablar relaciones, encontrar mentores, y "conectar con la filosofía de la empresa", comenta Roulet. Los más veteranos, en cambio, suelen necesitar "cierta sensación de aislamiento para llevar a cabo tareas de reflexión intensiva". 

Los cubículos ofrecen una solución intermedia que hace la oficina más cómoda para los trabajadores de ambos extremos del espectro. Los trabajadores pueden instalarse en sus cubículos cuando necesitan aislarse y sacar trabajo adelante; cuando quieren charlar o intercambiar ideas con sus colegas, pueden reservar una sala de reuniones o pasar el rato en la cafetería de la oficina.

Me sentía sola trabajando desde casa así que decidí volver a la oficina: estar lejos de los compañeros es perder una buena herramienta.

Roulet señala que el auge del trabajo híbrido es otro de los posibles factores que explican el furtivo regreso del deseo por trabajar en el cubículo. Muchas personas se han acostumbrado a concentrarse en el trabajo desde casa, sin que les distraigan sus compañeros. Eso puede hacer que la transición a un entorno de oficina de concepto abierto sea especialmente chocante. "Si están en un espacio abierto, tienen que soportar ruidos —gente charlando, gente moviéndose de un lado a otro— que pueden ser muy molestos si no se está acostumbrado", explica Roulet.

Desde este punto de vista, el regreso del cubículo tiene aún más sentido. Para los veinteañeros y treintañeros que entraron en el mercado laboral en pleno apogeo de las oficinas abiertas, sin el bagaje de Trabajo basura de sus antepasados de la generación boomer y X, el cubículo nunca fue un símbolo de humillación empresarial. Y después de unos años trabajando desde la intimidad de casa, es una configuración de diseño que funciona.

El valor del trabajo

A pesar de que el cubículo ha vuelto a gozar de buena fama, algunos siguen mostrándose escépticos. Kevin Kelley, cofundador de la empresa de diseño Shook Kelley y autor del libro Irremplazables: Cómo crear lugares extraordinarios que unan a la gente es uno de ellos. Kelley abrió su empresa en el centro bancario de Charlotte (Carolina del Norte, Estados Unidos) en 1992, cuando los cubículos eran los reyes y los empleados de oficina rara vez se desviaban del uniforme de camisa blanca abotonada de manga larga y corbata. Ir a trabajar significaba atenerse a la jerarquía de la empresa y no olvidar nunca el lugar que se ocupaba en esa jerarquía. Los trabajadores conspiraban abiertamente para ascender en la escala corporativa, y cambiar su cubículo por un despacho en la esquina.

Aunque Kelley no atribuye necesariamente las actitudes empresariales de finales del siglo XX a la distribución de las oficinas de la época, cree que el cubículo reflejaba y reforzaba el espíritu de "yo primero" de la época. "Una vez que le das a alguien un espacio —una oficina en una esquina o incluso un cubículo—, la gente se vuelve muy posesiva, muy territorial, y desarrolla hábitos de privacidad", revela. "Cuando las empresas nos dicen: 'Queremos ser más innovadores, queremos colaborar más', normalmente les respondemos que es muy difícil hacerlo en un cubículo".

Sin embargo, la batalla entre los cubículos y las oficinas de concepto abierto persiste, sin que haya un ganador decisivo. Cada organización tiene necesidades distintas y cada persona un estilo de trabajo diferente.

En última instancia, la actitud de los trabajadores ante el diseño de las oficinas probablemente tenga tanto que ver con el panorama económico general como con la funcionalidad del espacio de trabajo. 

Para las personas que se sentían prescindibles por el rápido debilitamiento de la protección de los trabajado, el aumento de la subcontratación en el extranjero, y la automatización masiva de finales del siglo XX, el cubículo impersonal era un blanco fácil. Ahora, en el declive del "dinero gratis" de la era de las startups financiadas con capital riesgo, los trabajadores de hoy son menos proclives a creer en el romanticismo del lugar de trabajo como centro de innovación al aire libre.

Lo único que quieren es un espacio en el que puedan hacer su trabajo en paz y, con suerte, evitar la próxima ronda de despidos de la empresa.

La oficina ideal podría ser aquella en la que los trabajadores sientan que importan.

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