Pederastia en el metaverso: una periodista se hace pasar por una niña de 13 años y recibe propuestas sexuales de hombres adultos

Una imagen del metaverso

Getty

Internet alberga horrores. Lo sabe cualquiera que se haya dado algún paseo por la deep webo internet profunda, que no es más que el conjunto de páginas que no están indexadas en los buscadores convencionales. 

Descargar alguno de los muchos programas que da acceso de forma anónima a estas páginas ocultas permite ver de todo.

En la internet profunda abundan, por un lado, tiendas online de compraventa de armas y drogas y foros donde se entremezclan las peticiones de hackeo de cuentas de correo electrónico con las teorías de la conspiración más disparatadas.

Pero no todo es necesariamente malo. Para quien sabe buscar en ella, la deep web es el lugar ideal para encontrar documentos gubernamentales clasificados que permiten destapar los manejos del poder y montones de películas y libros que ya no se pueden encontrar en ninguna otra parte.

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Por supuesto, en la deep web también hay pornografía. Mucha pornografía. Siendo suaves, hay que decir además que la inmensa mayoría de ella es, como poco, manifiestamente ilegal.

Con este tipo de cosas en mente muchos anticipan un cambio de paradigma, una evolución, un siguiente paso a mejor. Hace años que los gurús de la tecnología hablan de la inminente irrupción de la Web3.

Sustentada en la llegada de la realidad virtual y la tecnología blockchain, la Web3 promete un replanteamiento del actual modelo de internet, donde la inmensa mayoría de la información y, por tanto, del poder recae en unos pocos gigantes tecnológicos.

Más descentralizado, más libre, más inmersiva, mejor. Así creen que será la red de redes en no muchos años personalidades como Mark Zuckerberg, que ha apostado nada menos que el futuro de su gran obra, Facebook, renombrado como Meta, al metaverso.

Por ahora, sin embargo, el metaverso ha ofrecido preocupantes síntomas de ser capaz de reproducir las mismas conductas nocivas que han arruinado buena parte de internet en las últimas décadas.

A las denuncias de acoso sexual que acumula ya el metaverso, esta semana se ha unido algo un poco más grave: la pederastia.

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En una investigación liderada por la periodista Jess Sherwood, el medio británico BBC ha sido testigo de primera mano del largo camino que le queda por recorrer al metaverso para ser capaz de controlar que no ocurran según que cosas.

En esta indagación, Sherwood se ha hecho pasar por una niña de unos 13 años que, con sus Meta Quest puestas, las gafas de realidad virtual desarrolladas por Meta, andaba perdida en la inmensidad de la realidad virtual que ofrece el videojuego VRChat.

A imagen y semejanza de los chats que se hicieron célebres hace un par de décadas en internet, VRChat ofrece una realidad virtual que permite acceder a distintas salas organizadas por temáticas para interactuar con los avatares de los usuarios que se encuentren en ese momento en ella.

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Lo primero que encontró Sherwood fue una falta total de control de lo que cada uno puede y no puede hacer en esta realidad virtual.

La falta de filtros de seguridad resultó especialmente llamativa en mitad de una realidad virtual a la que se puede acceder, en teoría, desde los 13 años (la BBC señala, por otra parte, que no hay ningún mecanismo que se asegure de la edad del usuario, con lo que la aplicación está al alcance de cualquiera).

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Así, la investigadora de la BBC pudo acceder a salas más o menos inocentes, como un restaurante de comida rápida virtual que sirve como espacio de encuentro de los usuarios, pero también a clubs de striptease y de baile en barra donde era común ver a niños mezclados con adultos.

No fue, desde luego, lo único turbio que encontró.

Aunque es cierto que todo lo que se hace en realidad virtual lo hace un avatar que no es más que una representación digital de uno mismo, conviene no infravalorar la capacidad de estos videojuegos de conseguir que uno sienta en realidad lo que siente el avatar.

"Me sorprendió lo totalmente inmerso que estás en los espacios. Empecé a sentirme de nuevo como una niña. Así que cuando hombres adultos me preguntaban por qué no estaba en la escuela y me animaban a participar en actos sexuales de RV, me pareció todo muy perturbador", explica la periodista en la BBC.

"Definitivamente, VRChat parecía más un patio de recreo para adultos que para niños. Muchas de las salas estaban abiertamente sexualizadas con neón rosa, como las que se pueden ver en el barrio rojo de Ámsterdam o en las zonas más sórdidas del Soho londinense por la noche. En el interior, se exhibían juguetes sexuales".

Y añade: "Todo lo que rodea a las habitaciones resulta inquietante. Hay personajes que simulan actos sexuales en el suelo en grandes grupos, hablando entre ellos como niños que juegan a ser parejas adultas".

"Es muy incómodo, y tus opciones son quedarte a mirar, pasar a otra sala en la que puedas ver algo similar, o unirte, cosa que, en muchas ocasiones, me ordenaron hacer".

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Consultada por la BBC, Meta asegura que existen mecanismos para bloquear a aquellos jugadores que tienen una actitud que pueda ser molesta al tiempo que reconoció estar trabajando en soluciones que permitan integrar barreras de seguridad para evitar este tipo de escenas.

Por su parte, preguntado por este mismo medio, Andy Burrows, director de Políticas de Seguridad Infantil Online de la National Society for the Prevention of Cruelty to Children (Sociedad Nacional de Prevención de la Crueldad Infantil), se muestra algo más tajante.

"Se trata de niños expuestos a experiencias totalmente inapropiadas, increíblemente dañinas. Las empresas han aprendido poco de lo que ocurre en las redes sociales. Este es un producto peligroso por su diseño y por su supervisión negligente. Estamos viendo una realidad virtual donde no se ha tenido nada en cuenta la seguridad".

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